A propósito del debate acerca del creador del sistema sanitario argentino tras el rumor de que sería homenajeado en un billete

Ramón Carrillo y el poliedro de la historia

La polémica desatada en torno al médico sanitarista de destacada gestión durante los dos primeros gobiernos de Perón, permite desmenuzar con un tamiz histórico las distintas facetas de una figura muy relevante en la historia argentina, asociado primariamente a la creación de hospitales y la erradicación de enfermedades inherentes a la pobreza. Su acompañamiento a la eugenesia en Argentina forma parte de un espíritu de época en el paradigma científico; no obstante, ni Carrillo ni la mayoría de los eugenistas argentinos –de un espectro ideológicamente variado- tuvieron expresiones de adhesión al nazismo u otras formas explícitas de racismo.
Por Gustavo Vallejo *

Una peligrosa tendencia a aplanar el conocimiento de nuestro pasado surge cuando las figuras públicas que nos remiten a él quedan atrapadas en una valoración dicotómica de la que sólo pueden salir a través de un término medio.
Aristóteles planteó la mediocritas como una virtud consistente en hallar el punto medio entre los extremos, que sería el estado ideal alejado de cualquier exceso. La mediocritas puede ser una estrategia de consenso necesaria en muchos momentos de la vida política, pero también encierra dificultades importantes si nos acostumbramos a abusar de ella. Quiero decir, la historia no puede reposar en el promedio que se haga de posturas antagónicas, porque su función no es conformar a todos los implicados sino interpretar los hechos del pasado de un modo que permita aproximarnos a la verdad. Así, el objeto de la historia no es transmitir hechos que susciten valoraciones inmediatas de los acontecimientos, ni encontrar el punto medio en relatos precedentes, sino construir representaciones de esos hechos y esos relatos. Es posible que ese camino conducente hacia la verdad sea una utopía inalcanzable pero si no se lo transita nunca podremos saber realmente qué es la historia.
Me planteaba estas cuestiones cuando leía la enorme cantidad de manifestaciones originadas como respuesta a una idea (no confirmada oficialmente) de incorporar una imagen alusiva al médico Ramón Carrillo en los billetes de $5000 (cuya próxima aparición tampoco fue confirmada oficialmente).
La polémica desatada tuvo tweets descalificadores del médico, entrevistas en las que se esgrimieron datos tendientes a sustentar los breves mensajes y artículos periodísticos que intentaron hilar un relato histórico. El tema también originó la versión opuesta a ese relato histórico que reforzó la dicotomía.
¿Qué hacer entonces con Carrillo? ¿Damos crédito a sus acusaciones de nazi, recobramos su función heroica en el sanitarismo argentino, buscamos el punto medio que logre complacer a todos? Para sortear estas falsas opciones, quisiera entonces referirme a la complejidad de la historia y de los personajes que la componen. Las figuras públicas poseen distintas facetas que aportan distintos elementos de interés, allí donde a priori algunos podrían encontrar “el” dato que lleva al juicio definitivo o bien un desvío innecesario. Vale decir, antes que encontrar rápidamente un juicio definitivo, la historia debe reconstruir las facetas de un poliedro para que aquello que desde una mirada apriorística sólo puede ser una cosa o la otra, sea en esta figura construida una cosa y la otra.

“Teoría del Hospital”
Una faceta de Carrillo es la del joven brillante que, proveniente de Santiago del Estero (donde había nacido en 1906), llegó a la Universidad de Buenos Aires, graduándose como médico en 1929 con medalla de oro. En 1930 fue becado para realizar su perfeccionamiento en los principales centros europeos de la especialidad escogida, la neurocirugía. Regresó a la Argentina en 1933 y en 1937 recibió el Premio Nacional de las Ciencias. Fue Decano Interino de la Facultad de Medicina de Buenos Aires y creador, organizador y primer Presidente de la Escuela de Postgraduados, con orientación en medicina social y preventiva. Organizó el Servicio de Neurocirugía del Hospital Militar Central, donde conoció Juan Domingo Perón, quien lo convertiría en Secretario de Salud de su gobierno y, poco después, al elevarse el rango de ese organismo, en el primer ministro de Salud que tuviera la Argentina.
Su gestión alcanzó logros notables entre los que sucintamente podríamos incluir la creación de 35 modernos hospitales policlínicos, cuando antes sólo existían viejos establecimientos pabellonales que en su mayor parte dependían de las comunidades italiana, alemana y francesa. A ellos se sumaron otros 110 hospitales, 60 institutos de especialización, 50 centros materno-infantiles, 16 escuelas técnicas, 23 laboratorios e instituciones de diagnóstico, 9 hogares-escuela, centros sanitarios y centros de salud diseminados en distintas ciudades.
Para llevar adelante esta infraestructura sanitaria, Carrillo había creado la “Teoría del Hospital”, un compendio con principios orgánicos sobre la conformación arquitectónica-técnica-administrativa que él mismo diseñó previendo las distintas escalas a abordar. Con esta nueva infraestructura se duplicó la existencia de camas de internación. Asimismo, se estableció la gratuidad en la atención de los pacientes y en la provisión de medicamentos, los cuales comenzaban a fabricarse en el país tras la creación de la primera fábrica nacional que los producía. Y para ofrecer atención médica en el contexto rural, creó un novedoso tren sanitario que llegaba a lugares remotos del país.
Todas estas acciones en poco tiempo redundaron en la erradicación de enfermedades que hasta entonces eran inherentes a la pobreza, algunas endémicas como el paludismo, otras que presentaban brotes epidémicos como el tifus y la brucelosis. A su vez, la mortalidad infantil cayó a casi la mitad de los niveles de 1943, mientras que la incidencia de la sífilis, el mal de Chagas y la tuberculosis, se vio drásticamente reducida.
Otra faceta de Carrillo, nos remite al grado de proximidad a un cuerpo de ideas asociados a los totalitarismos de entreguerras. Sobre este punto, poco puede decirse de incomprobables sensaciones experimentadas durante el mes que pasó en 1933 en Berlín. También parecen exageradas las responsabilidades atribuidas por el arribo a la Argentina de un médico danés vinculado al nazismo, tratándose de una situación excedentaria a un Secretario de Salud. Que además este médico experimentara con homosexuales, como se ha señalado, tampoco aporta nada que no fuera la norma dentro de lo que la Organización Mundial de la Salud consideró una “enfermedad mental” hasta 1990.
Lo que sí quiero señalar de Carrillo es que acompañó el desarrollo de la eugenesia en Argentina. Cabe señalar que la eugenesia, que inmediatamente nos remite a los horrores del nazismo, no es inherente al Tercer Reich, no nació allí, ni fue esa la única formulación que tuvo. La eugenesia nació en la Inglaterra victoriana, siendo su creador Francis Galton, primo de Charles Darwin.
Una básica distinción separó a la eugenesia desarrollada en el mundo anglosajón de aquella que fue promovida en países de ascendencia latina. Mientras en el primer caso prosperaron las soluciones drásticas basadas en medidas como esterilizaciones a los “ineptos” que abrirían las puertas a crecientes vejaciones sobre los considerados “inferiores” hasta llegar al Holocausto, en el segundo caso se promovieron acciones como el establecimiento del Examen médico prenupcial obligatorio a fin de prevenir las enfermedades venéreas.
El principal espacio institucional para impulsar la eugenesia latina en nuestro país fue la Asociación Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social, inspirada en la teoría creada en Italia por Nicola Pende. La eugenesia aparecía como una expresión complementaria al higienismo, por ocuparse de la prevención y también de la proyección futura de la colectividad a través de una vaga noción de raza que quedaba sintetizada en biotipos representativos de las características físicas y temperamentales de cada individuo. Los exámenes biotipológicos en las escuelas permitían detectar a los “niños débiles”, los cuales recibían una alimentación especial y un tratamiento de fortalecimiento físico en Colonias como la que fuera construida en Necochea frente al mar. La función del biotipólogo era también la de detectar “el justo lugar” que debía ocupar cada individuo dentro de la sociedad, constituyéndose en un nuevo instrumento dentro del mundo del trabajo que interesó a empresarios como Di Tella. Y aun con claros rasgos filofascistas, podía reconocerse en el eugenismo argentino un espectro ideológicamente variado entre sus integrantes. Formaron parte de esa institución liberales como Saavedra Lamas, Juan B. Terán, Juan Garraham o Pablo Pizzurno, conservadores como Víctor Mercante, católicos como Martínez Zubiría y socialistas como Germinal Rodríguez o Ángel González.
En 1945 esa institución eugénica se disolvió y Carrillo la absorbió desde el área de Salud a su cargo, dándole nuevas formas. Primero se creó el Instituto Nacional de Biotipología, en 1947 la Dirección de Eugenesia y en 1949 el Instituto Nacional de Biometría. El traspaso del eugenismo argentino a la órbita del Estado no fue directo, como tampoco era homogénea su composición ni las ideas que animaban a sus miembros. En este sentido, cabe señalar que aunque la orientación principal seguía los lineamientos de la eugenesia latina que rechazaba los “excesos” de la anglosajona, hubo quienes se interesaron en el plano teórico por acercarse a esta última. No fue el caso de Carrillo. Y entre los que apoyaron ideas menos moderadas, fue mayor el número de los que confluyeron en una nueva Sociedad Eugénica creada por fuera del Estado y con un perfil marcadamente antiperonista que comenzó a funcionar en 1945, para alcanzar su momento de esplendor tras el derrocamiento de Perón. Tras integrar el sector beneficiado en la disputa entre enseñanza “libre” o “laica”, ellos pudieron inaugurar lo que sería la primera Facultad de Eugenesia del mundo expidiendo títulos que siguen siendo reconocidos al día de hoy.

Facetas que componen al personaje
Otro aspecto de Carrillo tiene que ver con sus problemas de salud, que lo fueron dejando sin fuerzas cuando en 1954 debió enfrentar tensiones dentro y fuera del gobierno de Perón. Ese año se desató una epidemia de polio y, acusado por las consecuencias del brote, Carrillo debió renunciar. Nada mejoró en el desarrollo de esa epidemia en los meses siguientes y después del golpe de Estado de 1955 se terminó el brote recién un año después. Con la Revolución Libertadora en el poder, Carrillo fue acusado de enriquecimiento ilícito y malversación de fondos, debiendo dejar el país para dirigirse a los Estados Unidos. Finalmente se radicó en Belem, Brasil, donde sumido en la pobreza encontró la muerte el 20 de diciembre de 1956.
En definitiva, Carrillo es una figura muy relevante en la historia argentina por poseer distintas facetas, que se suman y aportan una significativa complejidad al personaje. La historia también condensa el legado que emerge de ese poliedro con las distintas facetas que lo componen. Y si, por caso, nadie podría poner en duda que el legado de Sarmiento estará siempre de algún modo asociado a la creación de escuelas públicas, el de Carrillo debería asociarse primariamente a la creación de hospitales.
No quisiera terminar sin añadir una consideración más. Ni Carrillo ni los eugenistas argentinos aquí mencionados tuvieron expresiones performativas de adhesión al nazismo u otras formas explícitas de exterminio de poblaciones. En cambio, esto sí podemos hallarlo en Winston Churchill, quien nunca ocultó su racismo. De hecho al producirse una hambruna en Bengala durante el año 1943, que terminó con la muerte de tres millones de personas, justificó la decisión de impedir que su país le exportara alimentos aduciendo su “odio a los indios”. Sin embargo, la BBC recuerda que en 2002 los ingleses lo eligieron como “el mejor” personaje de su historia, valoración que parece mantenerse a la luz de la reciente incorporación de su figura en un billete del Reino Unido en 2017. Quizás el Embajador del Reino Unido al sumarse a las polémicas desatadas en estos días no se estaba refiriendo a los billetes argentinos que podrían emitirse, sino a los que efectivamente ya están en circulación en su país con la cara de quien fue en una de sus facetas un indisimulado cultor del racismo.

* Investigador Independiente del CONICET. Doctor en Historia por la UNLP (2006). Profesor en las Universidades Nacionales de La Plata y Tres de Febrero.