Corona – Siete aprendizajes de una crisis sin precedentes *

Muchos abordajes de la pandemia que estamos atravesando analizan la nueva realidad focalizándose en determinados aspectos específicos. Aquí compartimos un artículo que procura una perspectiva múltiple, pensada desde Israel, que integra variables diferenciadas y combinadas vinculadas al rol de los Estados y su relación con la sociedad civil; la manera en que el neoliberalismo perjudica a la salud; la relación de la gente con los espacios en los que se desarrolla la vida; la crisis de credibilidad de las dirigencias políticas; y la evidencia de que vivimos insertos en un sistema de valores distorsionado, en el que quienes son imprescindibles están en lo más bajo de la escala.
Por Eva Illouz ** – Traducción de Yaacob Rubel

En su libro Eichmann en Jerusalén, Hannah Arendt adoptó una estrategia de análisis que podríamos denominar anti-histórica. Ella se negó a comprender el presente utilizando analogías con el pasado. Arendt rechazó el uso de categorías gastadas por el tiempo como recurso para entender un fenómeno totalmente nuevo. Este libro resultó ser la antesala de un tema al cual se dedicó hasta el final de su vida: ¿cómo debemos juzgar el presente? Su pensamiento la condujo a acordar con Alexis de Tocqueville, quien sostuvo que en épocas de crisis nuestra conciencia “se pierde en la oscuridad”.
Desde muchos puntos de vista, la crisis del coronavirus no tiene precedentes, pero ya ahora, desde la “oscuridad” podemos sacar algunas conclusiones.

1
Vivimos a la sombra de un Estado poderoso. Más de 4.000 millones de personas dejaron de moverse, de trabajar y de mantener contactos sociales regulares –y todo ello- voluntariamente, sin demasiada protesta. Más de 4.000 millones de personas resignaron voluntariamente sus libertades básicas, cuando, de hecho, aún no contamos con información sustancial. No sabemos, por ejemplo, cuántos contagiados hay y por ende, cuál es el índice real de mortandad. Millardos de personas limitadas a quedarse en sus casas (los que tienen casa), lo que corrobora lo que planteara Thomas Hobbes (ya en siglo XVII) y también otros, que el miedo a la muerte es el impulso político más fuerte y que siempre sacrificaremos voluntariamente nuestra libertad a cambio de tener seguridad.
El confinamiento de más de cuatro millardos de personas en sus casas confirmó el enorme poder del Estado en todas partes del mundo y la disposición de los ciudadanos de tantos países diferentes a obedecer sus decisiones. ¿En qué vemos el enorme poder del Estado? En la facilidad con que publicó e impuso reglas y decisiones arbitrarias.
Israel, por ejemplo, prohibió a sus ciudadanos alejarse de sus casas a una distancia no mayor a los 100 metros, mientras que en Francia, donde la cantidad de contagiados era ocho veces mayor, los ciudadanos podían moverse en un radio de 1 km de sus hogares. El primer ministro hindú, Narendra Modi, estableció de la noche a la mañana el estado de sitio a más 1.000.000.000 de personas sin permitirles prepararse mínimamente para hacer frente a esta imposición. Ello ocasionó a millones de pobres vagabundear sin rumbo por los caminos, y un número que desconocemos se vio sometido a un trágico final. Israel permitió rezar en espacios públicos, pero prohibió asistir a clases de yoga. Todas esas contradicciones demuestran el enorme poder del Estado y la gran obediencia de la población.
Los neoliberales proclamaron durante los últimos cuarenta años que el Estado es demasiado fuerte, ineficiente y dedica recursos a áreas innecesarias La crisis del coronavirus demostró lo errados que estaban. Después de décadas en que la prioridad económica promovió la agenda política, de pronto parece que la economía debió someterse a otro orden de prioridades, políticas, humanitarias, y morales.
El orden político que se avizora como consecuencia de esta crisis no tiene precedentes y no será transitorio: Deberá ser, necesariamente, una “política basada en la generación de condiciones vitales para la existencia”. Ello exigirá ocuparse más y más de desastres naturales, ecológicos y biológicos. El coronavirus solo representa un atisbo a la política del futuro, cuyo objetivo será asegurar condiciones de existencia cuando colapsen el medioambiente y el clima.

2
No todos los países utilizaron el poder de la misma manera. La crisis del coronavirus reveló el poder y la debilidad del funcionamiento de los regímenes en todos los países.
Israel se reveló tal como la conocíamos: un Estado donde los problemas de la sociedad civil se traducen en problemas de seguridad nacional. Los servicios secretos controlaron a los ciudadanos y tomaron sobre sí la responsabilidad de decidir quién debe aislarse. Así fue como nos enteramos de que el servicio secreto había reunido material sobre todos los ciudadanos durante años y la única diferencia creada por la pandemia fue que este hecho fue conocido por todos.
En EE.UU. se manifestaron características extremas del concepto de libertad. Algunos estados (Kansas, por ejemplo) rechazaron las indicaciones de aislamiento argumentando que son contrarias al derecho de reunión en las iglesias (así como el llamado del Rav Jaim Kanievsky a restituir la posibilidad de estudiar la Torá). A su vez, otros norteamericanos exigían a viva voz restituirles el derecho de salir de compras.
Israel cerró sus fronteras aún antes de la primera víctima fatal de la enfermedad en su territorio, mientras Francia dejó abiertas sus fronteras con Italia para manifestar solidaridad, aun cuando Italia ya se estaba desangrando.
Democracias no liberales como Israel, Polonia, Turquía y Hungría se midieron con la crisis del corona como si se tratara de la quema del Reichstag en la Alemania de 1933; una oportunidad de negar derechos civiles eludir la autoridad parlamentaria y el libre accionar de los tribunales de Justicia. Incluso democracias sólidas como EE.UU. adoptaron actitudes autoritarias o anti-democráticas.
Otros países como Suecia, Holanda y Alemania prefirieron basarse en la confianza y en la disciplina interna de los ciudadanos que los induciría a cuidarse a sí mismos y a los demás. Por esa razón, manejaron la crisis en base al sentimiento del deber civil de la población.
El virus no es un suceso biológico. Es, ante todo, un acontecimiento político que refleja profundamente la relación entre un Estado y sus ciudadanos. El aprendizaje que podemos concluir para el futuro es que sólo países que conjuguen una sólida democracia con un adecuado nivel de desarrollo económico podrán permitirse defender la vida de sus ciudadanos con el objeto de encontrar un equilibrio entre su libertad, su supervivencia económica y su salud.
Democracias semi-liberales o no liberales aprovecharán las crisis (sanitarias u otras) para pisotear los derechos ciudadanos y monopolizar autoridad y poder, tal como prueba el caso israelí, por ejemplo.

3
El neoliberalismo perjudica la salud. El neoliberalismo corroyó sistemáticamente los recursos públicos e incluso malversó dinero nacional en favor de los ricos. De modo que no sorprende que la mayoría de los líderes neoliberales demorara más que otros en reaccionar frente a la pandemia.
Donald Trump en EE.UU., Jair Bolsonaro en Brasil, Rodrigo Duterte en Filipinas, Boris Johnson en Inglaterra y los poderosos industriales del norte de Italia partieron de la premisa del darwinismo biológico: la supervivencia de los más fuertes. Incluso en EE.UU. (donde los servicios de salud son privados y hay una exasperante desigualdad en la posibilidad del acceso a los mismos) los ciudadanos comienzan a reclamar que el Estado asuma la responsabilidad de administrar las crisis sanitarias. El neoliberalismo socavó las bases de un acuerdo de esta naturaleza.
La gente de negocios que se fue apoderando del manejo político piensa y se comporta como gente de negocios: inversiones en sectores no lucrativos (como prevenir o evitar pandemias) contradicen el principio de cosechar ganancias y por ende, corresponde reducir la inversión en estas áreas se reduce. Trump anuló la agencia federal responsable de la administración de las pestes y aún hoy sigue recortando presupuestos destinados a evitar pestes futuras. El objetivo del liderazgo neoliberal es su crecimiento económico y por eso es indiferente a la compasión y a la preocupación por la comunidad.
El neoliberalismo convierte al liderazgo, a las relaciones sociales y a las mentalidades en más crueles. Brega por los ricos y por los políticos que sirven a sus causas. Malgasta recursos públicos, atenta contra el principio del “bien común” e incumple el pacto social entre el Estado y sus ciudadanos. Si la crisis se maneja según el modelo 2008 (ayuda a los ricos) y no según el new-deal (ayuda a todos los estratos sociales y sobre todo a los desempleados) caeremos en un neo-feudalismo que llevará a una extendida efervescencia social.

4
Seria fractura de la confianza. La mayoría de los países del mundo no estaban preparados para medirse con una pandemia y ni siquiera contaban con el equipamiento médico básico necesario. Los líderes de los países quebrantaron sistemáticamente la confianza de sus ciudadanos, aun en asuntos que no tienen que ver con el equipamiento. Netanyahu aprovechó descaradamente la crisis para eludir su presentación ante los tribunales de justicia. Trump arengó a sus seguidores en Minnesota y en Michigan a desobedecer las reglas del aislamiento que él mismo había dispuesto. El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, participó en una manifestación contra la política del aislamiento social. El ministro de salud israelí, Yaacov Litzman, no sólo se convirtió en el hazmerreír de todos demostrando hasta qué punto carece de una mínima noción de conocimientos científicos elementales, sino que está sospechado por una serie de ilícitos como soborno, fraude y quebranto de confianza. Netanyahu lo mantuvo sin embargo en el cargo y ahora le dará en el futuro gobierno el Ministerio de Vivienda, que será crucial para la recomposición de la economía.
Los ciudadanos de muchos países del mundo sienten que sus líderes los han traicionado. ¿El problema sanitario que estamos padeciendo despertará, acaso, una protesta ciudadana mundial? Es prematuro aventurar una respuesta, pero se puede aventurar con bastante aproximación a la realidad que la crisis desencadenará una gran efervescencia.

5
El hogar no es todo lo abrigado que se supone. En tiempos de guerra reina el temor a la muerte, pero nosotros lo enfrentamos junto a otros, en espacios privados y públicos. Sabemos quién es el enemigo y podemos inspirarnos en un vasto repertorio de símbolos de heroísmo para luchar y revertir las consecuencias de una crisis. En este caso, el miedo al virus nos redujo a unidades muy pequeñas y, a veces, totalmente aisladas. No hay ninguna acción que podamos realizar y carecemos casi por completo de símbolos que nos sirvan de ayuda.
La “bomba” fatal no es un arma que el enemigo pueda usar para disparar contra nosotros, sino que quizás sea algo que llevamos dentro de nosotros y que podamos traspasar a otros. Por esa razón, todos nos encerramos en nuestras casas, temerosos de algo invisible y que, súbitamente, trastocó nuestro sistema de relaciones de un momento.
Sin embargo, si algo podemos aprender de la crisis, es que nuestra casa no puede compensar la falta de espacio público: la producción y el consumo se han convertido en las únicas formas en que nuestros coetáneos reconocen su valor, mantienen relaciones sociales y hasta establecen relaciones íntimas.
El trabajo es el lugar donde ponemos de manifiesto nuestras aptitudes y donde nuestras vidas obtienen significado y sentido. En los momentos de esparcimiento vivenciamos placer, jugamos, vemos a otros y nos ven. En el aislamiento descubrimos que la casa es soportable sólo si el afuera se mimetiza entre sus muros a través del televisor, internet y el delivery. Sin todo eso, el hogar no es el nido abrigadito sino la cárcel, sobre todo para muchos que viven en viviendas pegadas unas a otras construidas para la clase trabajadora y determinados sectores de la clase media que habitan zonas urbanas y suburbanas.

6
En una crisis como ésta, el valor del trabajo y la producción se invierte. En las redes corre un chiste sobre Ronaldo, que gana millones de dólares mientras las enfermeras en los hospitales reciben sueldos misérrimos. “Ve a pedirle ayuda y tratamiento a Ronaldo”, dicen en el chiste, que refiere a la inversión del valor y el prestigio que adjudicamos a distintas cuestiones. Sobrevivimos gracias a los trabajadores de los hospitales y los supermercados. La vida continúa gracias a los barrenderos, los muchachos de los delivery, los empleados de las compañías de electricidad; ellos son los imprescindibles para nuestra sobrevivencia.
Expertos y genios de las finanzas resultaron acróbatas de ocupaciones huecas mientras muchas profesiones realmente necesarias fueron perdiendo su valor a pesar de los invalorables servicios que brindan. Si algo tenemos que aprender de esto, es que nuestro mundo “normal” tiene un sistema de valores invertido y distorsionado. Los que nos ayudaron a mantener el orden social están en lo más bajo de la escala, mientras los que están en el tope, se revelaron en su mayoría como carentes de toda utilidad.

7
Las relaciones entre laicos y religiosos no volverán a ser las que eran. Los evangelistas en EE.UU. y los ortodoxos en Israel no se destacan por el respeto a la ciencia y por su comprensión de la misma. Obedecen principalmente las recomendaciones de sus sacerdotes o sus rabinos. Se negaron a aceptar las indicaciones de los expertos y se desentendieron del peligro comunitario. El público laico se comportó con impactante comprensión civil: los jóvenes obedecieron las indicaciones del Ministerio de Salud y sacrificaron enormemente todo lo referente a la libertad individual y la supervivencia económica, con el objeto de evitar casos de muerte de los más débiles y los ancianos.
En Israel se habla desde siempre del “carro vacío” de los laicos. He aquí que fuimos testigos de un experimento en tiempo real donde quedó demostrada la extraordinaria responsabilidad civil del público laico, disciplinado, que activó redes de voluntarios. Esto debe constituir un importante mojón en la concepción de la identidad personal y autovaloración de la población secular. El comportamiento de estos sectores durante la crisis testimonia que la religión no puede argüir supremacía moral.
No debe ser fácil para muchos líderes en el mundo, conciliar el sueño en estos días. Revoluciones y sublevaciones se han desencadenado en la historia por situaciones mucho menos graves que esta crisis sin precedentes.

* Fuente Haaretz, 1/5/2020.

** Socióloga y escritora. Profesora de Sociología y Antropología. Coordinadora de la cátedra de Sociología de la Universidad Hebrea de Jerusalén e investigadora calificada en el Instituto Van Leer en Jerusalén.