Alianza de Netanyahu y Gantz para formar gobierno

¿Crisis electoral o estrategia política de Bibi para profundizar un régimen populista de derecha?

La estrategia del Likud de cara a la tercera ronda electoral le permitió a la derecha incrementar su representación en la Knesset. Con todo, más efectiva aún fue la manipulación de Netanyahu para politizar al coronavirus y así convencer a Gantz de asociarse en un “gobierno de emergencia nacional”. Los ardides del primer ministro acusado de soborno, fraude y abuso de confianza fueron más allá, al sumar al convite también a miembros de Avodá. De esta manera, el rey Bibi logró desarticular a la frágil alianza conformada únicamente con el fin de destronarlo. Del otro lado del espectro político, la izquierda sionista está huérfana de un discurso que pueda configurar una alternativa de gobernabilidad frente al gobierno derechista. No obstante, están surgiendo algunas iniciativas que se proponen unir fuerzas que puedan llenar el actual vacío político israelí. Una de ellas es la de Yosi Beilin, quien reclama crear una alternativa progresista de coalición política y social judeo-árabe cuyos objetivos se basarían en su concepción liberal republicana inclusiva de un Estado judío y democrático.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

La depresión de muchos analistas durante el coronavirus acentúa la moda de emplear eufemismos y cambiar palabras para caracterizar la profunda crisis. También los israelíes, además de la amenazadora pandemia, no saben bien cómo llamar a la crisis electoral después del 2 de marzo.
Porque no sólo la Lista Árabe Unificada hizo una excelente elección alcanzando 15 bancas, dos más que en setiembre del año pasado. También el Likud de Benjamín Netanyahu realizó una muy buena elección: subió de 32 votos en septiembre de 2019 a 36 en marzo de 2020. Su estrategia populista durante la campaña electoral fue certera al reclutar votos en ciudades y barrios judíos poblados por sectores populares religiosos, mayoritariamente oriundos de Medio Oriente; en conclusión, el bloque de derecha de partidos religiosos y nacionalistas liderado por el Likud de Netanyahu controla 58 de las 120 bancas de la Knesset. Bloque de derecha con un acentuado perfil nacionalista mesiánico y fundamentalista xenófobo.
Pero a las pocas semanas de este tercer round, Bibi logra su victoria más imprevista gracias al coronavirus, cuarto y letal round en la presente crisis política israelí. Esta vez Bibi no azuzó el peligro “existencial” por el peligro nuclear de Irán, ni metió miedo ante el solapado terrorismo de Hamas y la amenaza de Hezbollah. El manipulador populista de derecha montó sobre el pánico israelí y politizó el coronavirus: comprendió que para neutralizar la amenaza de empate con la lista Azul y Blanco liderada por su excomandante del Ejército, debía tentarlo con tramoyas para enfrentar juntos la pandemia. Entonces lo invitó a un “gobierno de emergencia nacional” cuya conducción rotará entre los dos. Pero en los primeros 18 meses Netanyahu -con causas por tres delitos graves- será primer ministro, y así tendría chances de zafar de comparecer en Tribunales y de poder completar la anexión de los Territorios con ayuda de Trump antes de las elecciones de noviembre. Gantz pisó el palito e, inmediatamente, hizo efecto el truco de brujería populista. De 33 diputados que la esperanzada alternativa política había conseguido contra Netanyahu el 2 de marzo, apenas le quedaron 15 ni bien su líder aceptó entrar a la coalición de “emergencia nacional” con 36 ministros. Sus socios, Yair Lapid y Moshe Yaalon no se tragaron el cuento de que Azul y Blanco no tenía otra alternativa que entrar al gobierno para combatir el COVID-19; el periodista Akiva Eldar caracteriza la situación con una pregunta capciosa sin eufemismos: ¿“gobierno de emergencia nacional o de salvación personal”?
La decisión de Gantz de asociarse con el primer ministro interino acusado de soborno, fraude y abuso de confianza, provocó el instantáneo quiebre de ese frágil rejunte electoral que es Azul y Blanco, nacido con una sola consigna: “No más Netanyahu”. A nadie sorprende, pues, que los engañados admiradores laicos de Lapid y las huestes del general Yaalon se pasen a la oposición para combatir al gabinete más inflado de la historia parlamentaria israelí, 36 ministros y 16 diputados viceministros.
Netanyahu consiguió el designio de desprestigiar a su temido adversario electoral, provocando que la mitad de sus 32 diputados abandonen el partido, porque acusan a Gantz de haber traicionado el mandato del millón y pico de votantes que confiaron en su promesa de desalojar al primer ministro corrupto.
Pero el sagaz truco populista no termina en Azul y Blanco: Bibi también hechizó al secretario general de Avodá, Amir Peretz, y a su segundo, Itzjik Shmuli, proponiéndoles las carteras de Economía y Bienestar Social. Enseguida se fracturó la masa de afiliados laboristas, quienes sienten haber sido traicionados en su buena fe de votar a Gantz para terminar la era Netanyahu.
Sin embargo, suena insensato creer que el laborismo fue arrastrado a la coalición de derecha por el partido centrista Azul y Blanco. En la asamblea extraordinaria del Comité Central reunida el 26 de abril, 64% de los afiliados apoyaron la decisión de su secretario general para que el partido ingrese al gobierno Netanyahu-Gantz. El crack de Avodá se produce en el peor escenario imaginable. Si los partidos de centroizquierda sionista habían logrado por separados once diputados en el segundo round electoral de setiembre de 2019, juntos obtuvieron apenas siete en el tercer round de marzo de 2020, ya que la alianza electoral Laborismo-Meretz-Guesher repugnó a sus votantes. El 36% de militantes laborista sienten que sus votos simplemente han sido robados. Primero por Orly Levy-Abekasis, del partido de centro derecha Gesher, y luego por el propio Peretz, junto con el número dos, Itzjik Shmuli.
De tal modo, al confinar a la ciudadanía israelí en cuarentena, la pandemia acaba de “coronar” la solución a la crisis política israelí mediante un “gobierno de emergencia nacional”, precipitando la liquidación del histórico partido laborista israelí, que hoy consigue apenas 3 (¡!) diputados. Merav Michaeli, líder de la oposición parlamentaria de Avodá, advertía patéticamente a sus javerim, en vísperas de la reunión del Comité Central, que transformar a Avodá en apéndice del centrista en desintegración Azul y Blanco “es un acto final de suicidio por parte del Partido Laborista” (M. Michaeli, “Un minuto antes del suicidio definitivo del Partido Laborista”, Haaretz. 24.4.2020).

El Laborismo israelí, ¿en vía de desaparición?
Pero llamemos al pan, pan, y al vino, vino: la crisis laborista tiene razones históricas, y no se precipitó durante la última década porque habría sido ‘arrastrada’ contra su voluntad a formar parte de coaliciones de la derecha israelí. Asimismo, no es la pandemia la que arrastra ahora a Avodá a la coalición de derecha, sino que operan las mismas razones históricas de su abdicación ideológica y política de la social-democracia.
Ehud Barak llevó al partido a una victoria decisiva en 1999, poniendo fin al primer mandato de Benjamín Netanyahu como primer ministro. Sin embargo, la derrota de Barak a manos de Ariel Sharon en 2001 marcó el inicio del declive de los laboristas en la política israelí. La creación del partido Kadima por Arik Sharon en 2005 alejó a varios legisladores laboristas prominentes del partido, aunque también atrajo a algunos de sus votantes, que se sintieron cómodos con el General por su decisión de acometer la evacuación unilateral de colonos israelíes en la Franja de Gaza.
Después de su derrota electoral en 2001, Barak desapareció de la política israelí durante varios años, sólo para resurgir en 2005. En 2007 derrotó al entonces cacique del partido Amir Peretz en una carrera por el liderazgo, y retomó el cargo de secretario general. Pero su decisión de llevar a los laboristas al gobierno del Likud liderado por Benjamín Netanyahu después de las elecciones generales en 2009 condujo a muchos a evaluar que el partido había perdido el rumbo socialdemócrata y creó hondas tensiones y escisiones internas. En esas elecciones de 2009, Avodá, liderado una vez más por el ex primer ministro Ehud Barak, ganó solo 13 escaños de la Knesset, convirtiéndose en el cuarto partido político detrás del Likud de Netanyahu, Kadima de Tzipi Livni e Yisrael Beiteinu de Lieberman.
Finalmente, en las elecciones de setiembre de 2019 Avodá no consiguió más que 6 diputados, y en marzo pasado, pese a su alianza con Meretz y Guesher, toda la lista conjunta obtuvo solo 7 escaños.
El laborismo israelí, no obstante enunciar un discurso de pluralismo social e igualitario, hace años abandonó el viejo compromiso ideológico de apoyar medidas socio-económicas conforme a los principios de la socialdemocracia europea; por el contrario, desde la década de 1990 comparte con el Likud una economía neoliberal de libre mercado y de privatización de empresas y servicios públicos esenciales. Y en la esfera política, luego del asesinato de Rabin, el partido dejó de dar prioridad a los acuerdos de Oslo y Anápolis, apoyando el estatus quo sine die de la ocupación cívico militar en los territorios palestinos. Estas inconsistencias provocaron la pérdida de toda la fe pública de miles de laboristas en el camino de la ex socialdemocracia israelí fundadora del Estado de Israel.

La caída de la izquierda sionista: ¿quo vadis Meretz?
La declinación de los 10 diputados que Meretz consiguió en 1999 corresponde en particular a los 11 años del populismo de derecha de Netanyahu que no cesaba de vilipendiar a la izquierda sionista de “traidores y cortejadores del voto árabe”. Pero mucha de la culpa la debe asumir también una izquierda sin discurso contra la ocupación de los asentamientos y que básicamente le preocupaban los derechos civiles y la democracia dentro de la Línea Verde. En 2003, Meretz bajó a 6 escaños, y a 5 en 2006. En 2009 no logró más que 3; pero repuntó en las elecciones de 2013 con 6 diputados; sin embargo, desde 2015 nuevamente desciende a 5 diputados y en marzo 2019 a 4. En las elecciones pasadas de setiembre, la lista Unión Democrática de Meretz consiguió 5 bancas, gracias al voto de más de 40.000 ciudadanos árabes reclutados por el diputado árabe Issawi Frej; sin embargo, en las elecciones de marzo de 2020 Meretz sacrificó al aliado árabe, y también marginó en su lista al exlíder laborista Stav Shaffir y al subjefe del Estado Mayor Yair Golán, ambos ingresados al partido en el segundo round electoral. Por supuesto, Meretz pagó el precio al preferir concurrir a elecciones dentro de la lista unificada con Avodá y Gesher liderado por Orly Levy-Abekasis, exdiputada del partido nacionalista secular Israel Beiteinu. No sorprende, pues, que Meretz haya obtenido sólo 2 escaños, cuando esperaba 5.
¿Por qué el discurso de la izquierda sionista no ha sido eficaz para sumarse siquiera al bloque de oposición de la sociedad civil contra los gobiernos liderados por el Likud en más de una década? En su lugar, una sucesión de partidos y coaliciones de centro y centroderecha lo vienen intentado pero no han logrado derrocar a Netanyahu desde que regresó al poder en 2009, quien profundiza su régimen populista de derecha en la arena política, económica, social e institucional; la oposición de centro liberal en los últimos años intentó salir al cruce de los embates de Netanyahu contra las instituciones democráticas, en especial, denuncia sus ataques contra el poder judicial, los medios de comunicación y los intelectuales, además de la desembozada campaña de deslegitimación de la minoría árabe israelí. Después del reciente tercer round, la izquierda sionista ha quedado sin fuerza electoral mínima para servir siquiera de aliado ideológico auxiliar de la oposición centrista parlamentaria anti Netanyahu, quien está logrando dividirla.
Pero la izquierda sionista también está huérfana de un discurso sobre temas culturales y civiles capaz de ser oído por los jóvenes. Porque no es sólo político el fracaso de Azul y Blanco de no haber podido ser la alternativa de gobernabilidad al actual gobierno de derecha populista. Gantz no fue meramente el jefe de un nuevo partido político de oposición sino que, por defecto, en el curso de tres campañas electorales, su discurso pretendió ser oído como el de un líder que toma posición en la actual kulturkampf, resistiendo a delirios teocráticos del bloque de Netanyahu y a sus justificaciones mesiánicas para camuflar la opresión sobre los palestinos. Además, Gantz hizo oír su voz reprobando la campaña contra el Poder Judicial, y a intelectuales como Gadi Taub, quien pretende justificar desde la filosofía política y no religiosa la anexión propuesta por Trump a Israel. (Gadi Taub, “Requiem for the Israeli Left’s apartheid argument”, February, 11, 2020).
Más aún: desde hace tiempo Meretz no reelabora su discurso político e ideológico sobre la legitimidad de ampliar los derechos de ciudadanía de la minoría árabe en el Estado judío. Una mirada a las encuestas de judíos israelíes más jóvenes arroja rápidamente agua fría sobre la esperanza de que la izquierda sionista sea escuchada por un público joven sobre estos temas.

La izquierda sionista, los ciudadanos árabes y los palestinos
Mucho se ha escrito sobre cómo podría ser una coalición árabe-judía. De hecho, de alguna manera, ya existe en la Lista Unificada Árabe; pero Jadash, el partido mayoritario dirigido por el presidente de la Lista, Ayman Odeh, no se presenta oficialmente como judío ni como árabe, sino como una alianza política no sionista que incluye el Partido Comunista de Israel (Maki) y también a otras organizaciones islamistas y nacionalistas palestinas anti sionistas.
Pero aun así, un movimiento político unificado comprometido con la construcción de una sociedad israelí plurinacional y religiosa compartida sigue siendo esquiva también para la plataforma de Meretz, ni hablar de Avodá y Azul y Blanco. Sin embargo, luego del último fracaso electoral y la desintegración de la alternativa de Azul y Blanco, están surgiendo algunas promisorias iniciativas, tanto de árabes israelíes –Issawi Frej- y de ex líderes de Meretz -Yosi Beilin, exministro de Justicia de Rabin- a fin de unir fuerzas y crear una alternativa progresista judeo-árabe.
Las reflexiones y propuestas de Yosi Beilin surgen de la necesidad impostergable de llenar el vacío político tras el colapso de Azul y Blanco en constituir una alternativa, además de la desaparición del Partido Laborista (hoy solo tiene tres miembros de la Knesset, dos de los cuales han acordado servir bajo Netanyahu mientras que la tercera prefirió permanecer en la oposición).
Beilin acierta que este vacío reclama crear bases para una alternativa de coalición política y social judeo-árabe cuyos objetivos políticos se basarían en su concepción de liberal republicana inclusiva de un Estado judío y democrático. De ahí que Beilin abominó la repulsiva promesa de Gantz de no considerar el apoyo de la Lista Conjunta Árabe, ni siquiera como parte de su bloque de centro a fin de bloquear al bloque de la derecha de Netanyahu. Pero Gantz no cumplió del todo con su negativa, ya que empezó a explorar con Odeh posibilidades de apoyo parlamentario de su Lista Conjunta a un eventual gobierno de minoría liderado por Azul y Blanco, a cambio que dos comisiones parlamentarias fuesen dirigidas por diputados árabes. Seguramente Beilin, al pensar su alternativa de coalición política y social judeo-árabe, desea, como sionista de izquierda liberal, conferir legalmente a la minoría árabe de Israel derechos de ciudadanía, mucho más allá que una mera dignidad pública que Gantz empezó a negociar, pero se detuvo a mitad de camino.
El objetivo más importante en la propuesta de Beilin será regresar a la mesa de negociaciones con la Autoridad Palestina sobre la base de acuerdos y planes anteriores, con el objetivo de preservar a Israel como un país judío y democrático que conviva con un Estado palestino independiente y no militarizado. La propuesta de Dos Estados de Beilin no descarta lograrla directamente o bajo el paraguas de una confederación palestino-israelí. (Yosi Beilin,»Fail of Blue and White Party leaves opening an Israel political map”, Al Monitor, 20.4.20).
Su diagnóstico del sistema político israelí coincide con ponderaciones de Bernard Avishai, según las cuales la derecha sionista consiste en aproximadamente el 40% del electorado pero no puede ganar elecciones sin el apoyo de los ultraortodoxos no sionistas, mientras que la izquierda y el centro sionistas también representan aproximadamente el 40% de los votantes, pero no pueden ganar elecciones sin el apoyo de la Lista Árabe antisionista. Los resultados electorales y los tamaños de los bloques han variado poco en los últimos años. En las últimas cuatro décadas, el número de votos oscilantes fue tradicionalmente pequeño: pocos votantes cambian las alianzas de un bloque a otro. Esto significa que la victoria o la derrota dependen de la capacidad de un partido para atraer votantes por primera vez y de reavivar el entusiasmo de los partidarios veteranos. (New Yorker, 31 march, 2020. “Health Crisis, Israel’s Opposition Leader Shocks Everyone by Ceding Power to Netanyahu”).
Ahora bien, este diagnóstico carece de una caracterización analítica sociológica de los cambios estructurales e institucionales que el régimen populista de derecha de Netanyahu ha logrado que sean aceptados, los cuales están afectando a la democracia y una sociedad civil israelí en pánico, tanto por el coronavirus como por el tremendo costo de recuperación de la crisis económica.
El segundo objetivo de la propuesta, asediada por la dramática amenaza del coronavirus, es garantizar una red de seguridad social sólida y confiable que permita a la clase media baja y los estratos débiles de la sociedad enfrentar los desafíos de las crisis. Sin embargo, los límites del pensamiento liberal de la propuesta de Beilin le impiden criticar a fondo el fracaso del modelo neoliberal y de privatización capitalista salvaje en Israel de servicios sociales universales, la salud, la educación y las prestaciones asistenciales. En cambio, la socióloga franco israelí Eva Iluz, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, no tiene pelos en la lengua para desmitificar el fracaso del neoliberalismo de la era Netanyahu, incapaz de medirse hoy con la crisis sanitaria y la económica (Eva Iluz, “Precio de sangre de la mentira neo-liberal”, Haaretz, 3.4.2020).
Sin embargo, tal vez en algunas ideas de la futura sociedad civil judeo-árabe sean donde la propuesta de Beilin podría resultar más atractiva. Especialmente, luchar por la independencia de los Tribunales y contra cualquier intento de limitar su autoridad; monitorear la violación de los derechos humanos, dentro y más allá de la Línea Verde, o su paquete de propuestas sobre leyes de familia y matrimonio civil que sean reconocidos por el Estado, para judíos, musulmanes, cristianos y drusos.
Quizás las bases de Beilin para una alternativa de coalición política y social judeo-árabe, y pese a sus limitaciones, son un aliciente para reflexionar sobre el Estado hebreo en este Yom Haatzmaut 72, en la esperanza de que el diálogo Israel-Palestina deje de ser una mera utopía.