Análisis de la temporada 3 de la serie israelí Fauda

Nuestra maldición

La nueva temporada trae una mayor complejidad ética, nuevos dilemas y un creciente tono desesperanzador para el ya conocido grupo de combatientes israelíes. (Esta nota contiene spoilers de la temporada 3 de Fauda).
Por Kevin Ary Levin

La temporada 3 de Fauda, ya disponible en Netflix, nos ofrece como eje central a Bashar Hamdan, un palestino visto al inicio como un interés de la inteligencia israelí. Desde ahí, su vida se arruina gradualmente: la relación paternal con su entrenador se revela como una mentira, su primo es asesinado por su culpa, sus aspiraciones en boxeo son destrozadas, su novia beduina rompe la relación por miedo, su padre recientemente liberado de prisión es obligado a volver a la acción y su única chance de reinsertarse socialmente, a través de la toma de dos rehenes israelíes es, frustrada por la omnipresente intervención de Dorón y sus compañeros. El único otro personaje palestino que recibe tanta atención es Jihad Hamdan, también llamado por el kunya Abu Bashar (padre de Bashar), que refleja la dificultad de dejar la violencia de lado y reconstruir una nueva vida alejada del conflicto.
Del lado de los protagonistas israelíes, el drama personal, otrora reservado a Dorón y su entorno, es ahora generalizado: Steve tiene que equilibrar entre la depresión de su mujer, la crianza de un bebé y sus responsabilidades hacia el resto del equipo. Avijai, el francotirador, accidentalmente mata a un soldado en un operativo y lucha con las implicancias éticas de su trabajo. Un momento revelador de la temporada ocurre cuando Avijai se lamenta con Eli por haber matado a una persona y Eli le responde que, por más desagradable que sea decirlo, Avijai mató a muchas personas: el hecho de que este era israelí y los demás palestinos generaba toda la diferencia para Avijai entre muertes justificadas y muertes imperdonables.
Dorón, el protagonista de la serie representado por el co-creador de la serie Lior Raz, se hunde aún más en su decadencia, habiendo fracasado primero como esposo y ahora como padre, ante la negativa de su hijo de verlo incluso durante esporádicas visitas supervisadas. En los dramáticos capítulos finales, Dorón parece abrazar ese estilo de vida: hablando con Steve afuera de la casa de su compañero muerto, plantea esa vida de violencia y venganza como la maldición con la que todos deben lidiar. El problema es que la intervención de Dorón y el equipo al final de la temporada demuestra que no se mejoró la vida de nadie, sino todo lo contrario.
En la humilde opinión del autor de estas líneas, la temporada 2 había sido víctima de un problema común en el género de acción cuando se encuentra una fórmula ganadora: la necesidad percibida de aumentar los riesgos y las proporciones del drama para poder continuar manteniendo el interés. Así, la temporada 2 introdujo al ISIS entre los palestinos, uno de los factores que la hizo parecer menos realista que la primera temporada. La temporada 3 parece intentar volver a lo verosímil: el conflicto palestino interno que muestra es entre Hamas y Fatah, aunque se centra mucho más en Hamas por motivos lógicos. Se le agregó ahora el ingreso a Gaza, donde los personajes no se sienten cómodos como lo hacen en Cisjordania. Sin embargo, resulta poco creíble la facilidad con la cual los palestinos ingresan a Israel y se mueven entre Gaza y Cisjordania por túneles: si fuese así, tendría que ser mucho más común en el mundo de Fauda, que pretende ser el nuestro.
Otro aspecto relevante es un lugar un tanto mayor para los palestinos en la trama. La temporada 1 fue criticada (justificadamente) por mostrar sólo una perspectiva israelí donde los palestinos eran más portadores de violencia y sed de venganza que seres humanos reales. La temporada realiza un trabajo algo mejor en intentar mostrar el drama palestino, como hacernos sentir el dolor de una familia por la destrucción de su hogar (práctica habitual del Ejército israelí) y, particularmente, al retratar algo de las condiciones de vida de Gaza, al reiterar el problema de la falta de electricidad e insumos médicos. En un momento de particular tensión en Gaza, cuando Avijai se está muriendo, se compara la predisposición de los israelíes de morir por su patria con la voluntad de los palestinos de ser mártires: fuera del discurso nacionalista de uno y del discurso nacional del acto, puede no haber una diferencia fundamental desde los ojos del combatiente. El sufrimiento palestino sigue ocupando un lugar menor que el israelí y los villanos de esta temporada suelen tomar matices caricaturescos y orientalistas, sobre todo cuando están enojados: Fauda es, a fin de cuentas, una serie israelí que se enfoca en una mirada israelí.
No recomendaría la temporada 3 de Fauda para entender mejor la motivación de un palestino para realizar un atentado: si esto es acaso posible en el formato, vemos al menos un trato más profundo del tema en películas como Paradise Now (2005) u Omar (2012). Para una mirada cinematográfica sobre conflictos intrapalestinos o sobre los palestinos trabajando con los servicios israelíes, es recomendable Bethlehem (2013), con actores ya conocidos para los fans de Fauda.

Dilemas identitarios
Uno de los aspectos más interesantes de Fauda sigue siendo la cuestión identitaria que emerge de la trama. La unidad de Eli, Dorón y compañía es elocuentemente clasificada como mistaarvim, palabra que viene del árabe musta’aravin y no significa más que «arabizado». Para su trabajo, fingen ser palestinos y cuentan con un árabe levantino impecable, sumado al aprendizaje sobre costumbres y formas de expresarse propias de los palestinos. Pero la arabización (¿o judeización?) no termina en el trabajo: a menudo se entrecruzan con historias familiares e individuales. El caso más notable de esto es Gaby/Capitán Ayoub, un personaje cuyo verdadero nombre desconocemos por la importancia de su cargo. Gaby maldice y habla en árabe ocasionalmente hasta con judíos y se ve sosteniendo relaciones cálidas con palestinos a lo largo de la serie. Cabe preguntarse si Gaby “presiona un botón” para pasar de su modo árabe (Ayoub) al judío (Gaby) o si ambas identidades son partes integrales de su autopercepción.
Los dilemas de identidad no terminan ahí: en esta temporada hay dos personajes árabes con ciudadanía israelí obligados a enfrentarse a cuestiones de lealtad. Safaa, la novia beduina de Bashar, elige romper el vínculo con su novio y cuidar los «beneficios» que le otorga su ciudadanía israelí. Fahed, el fisioterapeuta de Gaby, intenta colaborar con Hamas en el asesinato de Gaby, aunque no queda claro si es por decisión o por coerción.
Fauda brilla cuando hace que sus personajes deban tomar decisiones imposibles. De forma notable en esta temporada, múltiples palestinos se ven obligados a elegir entre su definición de lealtad nacional y su preocupación por su familia, como en el caso de Abu Rami, el miembro de Fatah que está en deuda con Abu Bashar de Hamas, o Abu Iyad, el palestino de Gaza que actúa como colaborador de Israel en el operativo de rescate de los rehenes y es asesinado. Será interesante ver si la inclusión, al final de la temporada, de un francotirador druso como parte del equipo de protagonistas llevará a nuevos debates sobre lealtad y pertenencia en la temporada 4.
Algo queda claro al ver Fauda: la situación actual, si bien implica ventajas comparativas para los israelíes, toma la dinámica de una espiral de violencia, donde una generación de shahidin (mártires) funciona como motivación e inspiración a otra generación de shahidin. Como menciona un exjefe del Shin Bet en el documental Shomrei Hasaf (conocido también como The Gatekeepers en inglés o Los Guardianes en español), hay soluciones tácticas, pero no estratégicas. La falta de decisión a nivel político sobre un acuerdo de paz solo lleva al sufrimiento del de abajo y la obligación, de parte de los operativos de seguridad, de manejar una situación de seguridad a la larga inmanejable. No hay solución militar, sólo hay solución política. Mientras tanto, Fauda puede romantizar a los expertos en seguridad e inteligencia que ponen en peligro sus vidas: el éxito de la serie a nivel internacional evidencia que hay un mercado para eso. Pero en el medio, puede darnos un pantallazo sobre dramas realistas a ambos lados de las fronteras.
La tercera temporada de Fauda comienza y termina como un espejo: al comienzo Abu Bashar, «el padre de los prisioneros», es liberado de una prisión israelí luego de cumplir su sentencia de dos décadas. Luego de varias muertes y mucho sufrimiento en ambos lados, su hijo Bashar, ahora sin padre y destruido moralmente, es ingresado por el mismo pasillo de la prisión. Frente a lo cíclico del relato, el televidente queda con más preguntas que respuestas: ¿qué se ganó? ¿Valió la pena todo? Y la más importante de todas: ¿terminará algún día?