Episodios antisemitas en medio de la pandemia: tres asedios desde la literatura

Al igual que cualquier otro género, los mitos antisemitas pueden ser analizados como objetos de la literatura. La maldad intrínseca, la esencia conspirativa, el espíritu quintacolumnista, una biología no del todo humana, el odio contra el no-judío y la victimización como método extorsivo son algunos de los tópicos que se retoman y se recrean más habitualmente en la literatura antisemita. Como era de esperarse, y del mismo modo que sucedía en la Europa medieval, la actual pandemia de coronavirus viene también acompañada de diversas expresiones antisemitas.
Por Diego E. Niemetz *

Agrupaciones neonazis invitan a quienes estén contagiados de COVID-19 a abrazar a judíos para enfermarlos, mientras se mofan de la Shoá con el neologismo “Coughlocaust”. Muere un rabino argentino y los comentaristas del diario (de cualquier diario) arriesgan hipótesis que van desde un castigo divino por ser judío hasta la ironía de no haber sobrevivido “a pesar de creerse el pueblo elegido”. El encierro, el miedo y la perplejidad que conllevan una situación global como la que atravesamos, permiten que viejos mitos antisemitas vuelvan a instalarse con cierta facilidad en el maleable espectro de la opinión pública.
En este sentido, el mayor escándalo en Argentina se produjo hace pocos días, cuando en una emisión del canal C5N se presentó un informe donde se invocaban argumentos conspirativos acerca de la comunidad judía. Concretamente, se culpaba a “los judíos” de haber participado en la organización de la pandemia de coronavirus. Se trata de un argumento clásico, aggiornado a los tiempos que corren: ahora, la hipótesis apunta a la difusión del virus COVID-19, pero en la Europa medieval los judíos ya eran acusados de envenenar los pozos de agua potable para perjudicar (nunca se explica muy bien por qué) a sus vecinos gentiles.
Independientemente del rastreo histórico de sus orígenes (y de la necesaria denuncia, visualización y castigo de estos discursos que son crímenes de odio), los mitos antisemitas, en tanto relatos ficcionales, pueden ser analizados como objetos de la literatura.

Los Protocolos de los Sabios de Sion

He aquí, un breve muestrario procedimental.

Primero: Sobre la distinción aristotélica entre lo veraz y lo verosímil
a- Hechos (lo veraz)
1) Meses atrás, en el mundo pre-pandémico, tuve que cambiar de peluquería. Encontré una que me pareció buena cerca de mi casa, pedí un turno y fui. En ese momento no había en el salón ningún otro cliente. El peluquero y yo estábamos teniendo una de las típicas conversaciones exploratorias, donde se dan los primeros pasos para construir esa especie de intimidad-entre-extraños necesaria en dicha circunstancia. En un determinado momento él me dijo, riéndose sin malicia (y sin saber que yo soy judío), que tenía un amigo tan tacaño que lo apodaban “el judío”.
2) La semana pasada, un amigo me envió un breve video donde el periodista Tomás Méndez trataba de pedir disculpas por haber reproducido un informe que, además de falso en sus planteamientos generales y muy irresponsable dadas las circunstancias actuales, era antisemita. En su descargo, previsiblemente, hablaba de miles de errores cometidos no solamente con la comunidad judía, sino “hasta con personas” [sic].
3) Emannuel Taub, tuvo que ocuparse de escribir un descargo para el INADI en el que explica por qué la sarta de estupideces que expuso dicho periodista en su programa, constituye un acto de discriminación peligroso e inadmisible (el descargo puede leerse aquí).
4) Como cualquiera hubiera hecho, Taub publicó el link de este descargo en su muro de Facebook para difundirlo.
5) Unos días más tarde, me encontré con su posteo y lo leí. Un texto claro, con referencias a una serie de autores y temas que me interesan. El nivel de argumentación es elevado, preciso y, por sobre todas las cosas, es necesario. Es un acto de docencia y es el tipo de respuesta que me parece más digna frente a este tipo de barbaridades.
6) Después de leer la nota, volví al muro de Facebook y noté que había cuatro comentarios en la publicación. Pulsé para leerlos. ¿Sorpresa?: en su página personal (no en la página del INADI o en la de algún periódico, en la suya propia), al pie del mismo posteo que intenta desmantelar con argumentos y fuentes sólidos el discurso aberrante y poco ético de un comunicador social, alguien (ignoro si son amigos, conocidos o si es un NN con el que alguna vez intercambiaron solicitudes de amistad) le escribió el siguiente mensaje: “Las pruebas están para los que las quieran ver. Lo que dice el sujeto en cuestión [se refiere al periodista de televisión] no es falso. Ya el rol de víctima expone tal dedo tapando el sol [sic]… No les creemos más!”.

El judío internacional

b- Ficción (lo verosímil)
La intervención recién citada es un ejemplo claro sobre cómo se monta el mecanismo que sustenta este tipo de ideas. A pesar de la pobreza de su redacción, el comentarista recurre a tres dogmas básicos del discurso antisemita:
1) Las pruebas existen.
2) Los judíos se “victimizan” y eso es una estrategia de manipulación.
3) Ahora estamos atentos, somos conscientes, y no les vamos a permitir que nos sigan manipulando.
Constituido a partir de este tipo de consignas huecas, el antisemitismo (como cualquier otra superstición) se asienta en un relato que siempre es incomprobable en su totalidad pero que, al mismo tiempo, es parcialmente irrefutable. No quiero decir que sea irrefutable porque alguna de las ideas expuestas sea real, sino porque, de alguna manera, el enunciado mismo se sustenta sobre una base cuya negación sería caer en el absurdo. En otras palabras, y apelando a un ejemplo extremo, sería como decir que los judíos son peligrosos porque “parecen” humanos comunes y corrientes… Aunque pueda parecer divertido, esa lógica perversa, logra instalar una idea tan deshumanizada del colectivo que, en determinadas circunstancias y en la perspectiva de ciertos individuos, ya no parece tan absurdo decir, como dijo Méndez, que se cometen errores con judíos y también con personas.
La utilización de ese tipo de formulaciones supone la naturalización de ideas arbitrarias, su conversión en bloques monolíticos que se aceptan como verdades (dogmas de fe) y que, por lo tanto, ya no precisan análisis.
En la tradición aristotélica lo literario (la póiesis) se define a partir del concepto de lo verosímil. En efecto, los medios para representar lo “real” (lo histórico) y lo “ficcional” (lo literario) son exactamente los mismos, solo que tienen orígenes y propósitos diferentes: lo ficcional no se puede evaluar por su veracidad (es decir, su valor no está en cuán fielmente se representan los hechos respecto a una situación previa), sino por su verosimilitud (es decir, por proceder como si lo representado fuera verdadero, aunque no lo sea).
Es claro que los géneros antisemitas confunden, intencionalmente, lo veraz con lo verosímil y que sus adeptos no pueden (o, más probablemente, no quieren) distinguir entre lo real y lo ficticio.
Sería un error pensar que esto ocurre solamente con “los judíos”. Siempre que se puede definir un otro para culparlo de algo, aparece algún tipo de violencia segregadora. Sin embargo, es absolutamente cierto que en contra del colectivo judío ocurre de una manera muy particular y desde hace demasiado tiempo.

El Kahal-Oro

Segundo: el antisemitismo como género literario y como modalidad ficcional
El antisemitismo tiene una dimensión genérica que se relaciona con lo narrativo y, posiblemente, allí resida su capacidad mutante (Pierre Bourdieu diría que esa propiedad se debe a la creciente independencia que adquiere el campo literario, frente a la realidad del campo social donde se produce). Más allá de cuáles sean sus orígenes históricos, que se remontan -como explica muy bien Emmanuel Taub en el texto que dio origen a esta meditación- a un pasado lejanísimo, la realidad pragmática nos enseña que existe una serie de tópicos y de estructuras narrativas, propios del género antisemita, que aparecen como códigos perdurables en el acervo intelectual de sus productores y de sus consumidores (es decir, constituyen un “repertorio” tal y como lo define Itamar Even-Zohar en su Teoría de polisistemas).
Esta idea es fácil de verificar en su dimensión textual: como cualquier género literario, el género antisemita tiene una historia marcada por sus clásicos (es decir, sus modelos) que va desde ciertas interpretaciones muy sesgadas de los Evangelios hasta Mein Kampf, pasando por Los protocolos de los Sabios de Sion, La Francia judía de Drumont (y su émulo local: La bolsa de Julián Martel), El judío internacional de Henry Ford y, para mencionar otro ejemplo criollo, El Kahal-Oro de Hugo Wast (que todavía hoy sigue siendo uno de los libros más vendidos en la historia editorial argentina).
Al igual que cualquier otro género literario, la modalidad antisemita se conforma a través de tópicos que se retoman y se recrean y se aumentan entre sí: la maldad intrínseca, la esencia conspirativa, el espíritu quintacolumnista, una biología no del todo humana, el odio contra el no-judío o gentil, la victimización como método extorsivo.

La Francia judía

Cualquiera, con los conocimientos mínimos, que se adquieren y se desarrollan con la lectura de las obras pertinentes, es capaz de identificar las subdivisiones del género antisemita y de organizar sus modalidades de la ficción según la lógica ya instalada en el campo literario. Cabe destacar que el lector de estas obras adquirirá un vocabulario específico (goy, Talmud, sinarquía, etc.), que le permitirá acrecentar la ilusión de verdad revelada entre expertos o iniciados, tal y como sucede con el metalenguaje de cualquier disciplina.
Algunos ejemplos:
1) Obras cuyo eje gira en torno a conspiraciones, que están siempre a punto de triunfar y cuyo objetivo es la creación del caos y la dominación y sometimiento del mundo. El héroe de estas historias suele ser un carácter noble y no corrompido, que descubre repentinamente la punta del hilo y comienza su investigación. En su intento por desenmascararlas, estará en gran peligro (incluso, en algunos casos, perderá la vida) aunque se las arreglará para dejar una pista sobre su descubrimiento, para que alguien más desenmascare a los judíos conjurados (policial de enigma y policial negro);
2) Obras donde se representan situaciones complejísimas, que incluyen concilios con ceremonias secretísimas, poderes sobrenaturales y resoluciones inclasificables (fantástico);
3) Obras donde los judíos ya son abiertamente dueños monopólicos de los medios de producción capitalista. Los amos del mundo someten a la población “goy”, corrompida por el poder del oro y, además, artificialmente embrutecida mediante el hábil uso de los medios de comunicación… también en manos hebreas (distopía);
4) Obras donde se describen seres extraños, deformes, moral y genéticamente diferentes, a veces venidos de otros planetas, a veces surgidos directamente desde el Infierno, con el objetivo de mortificar a la humanidad a través de diversos medios muy sofisticados. Los judíos adoran al “Talmud”, una especie de dios-libro vivo, que les confiere poderes extraordinarios y que los conforma como una unidad orgánico-comunitaria (ciencia ficción).

Tercero: el antisemitismo como cuento tradicional con moraleja
En los cuentos tradicionales como “Caperucita roja” solamente hay que dar comienzo a la narración para que el auditorio pueda reponer el resto de la trama, que apunta todo su efecto hacia la función pedagógica, condensada en la moraleja final: nos guste o no, crecimos escuchando narraciones que contribuyeron a modelar nuestra moral de una forma determinada, con unos valores precisos (que, de ese modo, se convirtieron en valores naturales o, más propiamente, en el sentido común) en desmedro de otros (que se volvieron repudiables). En otras palabras: la moraleja es el epicentro del sentido común de la cultura donde esos cuentos se producen y re-producen.
Aunque pueda contener algunas variaciones más o menos significativas, la escucha de ese tipo de cuento infantil es, fundamentalmente, una confirmación de lo que ya se sabía desde siempre (casi nadie puede recordar la primera vez que oyó una de estas historias). Del mismo modo, escuchar en boca de un nuevo narrador las

Mi lucha

ficciones antisemitas conocidas (que son también ficciones que pretenden conjurar los miedos a través de la conversión del judío, es decir “el otro”, en un ser siniestro), solamente sirve para que muchos de sus destinatarios se limiten a revalidar sus ideas previas, realimentando el círculo vicioso del sentido común.

Le pregunté al peluquero del comienzo a cuántos judíos tacaños conocía. Su respuesta, previsiblemente, fue que no conocía a ningún judío (ni tacaño ni dadivoso). Sin embargo, había estado dispuesto a afirmar que los judíos eran, característicamente, tacaños. Una explicación de cómo llegaron a apodar a su amigo de esa manera, entonces, es que ese tipo de ideas folklóricas sobre los judíos están sembradas, nutridas y crecidas en el sustrato del peligroso sentido común.
A otra escala de lo que sucedió con el peluquero, es este mecanismo el que explica por qué un programa periodístico, que pretende hacer investigación, no duda en poner al aire un informe que acusa al “judaísmo internacional” (como si tal cosa existiera) y a sus aliados de plantar un virus. Enfocado el asunto de este modo, la ficción antisemita no ha mutado tanto: como señalé al comienzo, en algún momento de la Edad Media se acusó a los judíos de envenenar los pozos de agua, ahora se los acusa de organizar una pandemia.
La ficción antisemita no ha evolucionado tanto. La humanidad, mucho menos.

* Doctor en Letras. Investigador del Conicet. Director de la Cátedra Libre de Cultura Judía de la FFYL (UNCuyo-Mendoza).