Durante esta “sobredosis de tv” y pantallas a las cuales nos vamos resignando, en estas semanas, varios mensajes recomendaban verla serie de Netflix, “Poco Ortodoxa” (Unorthodox). Con entusiasmo la devoré la primera vez, y también la miré una segunda, a fin de captar más detalles y prestar especial atención al mítico barrio de Williamsburg en Brooklyn.
Ciertamente, y a pesar de algunas “idealizaciones” o “exageraciones”, típicas de una película, me pareció excelente. Entiéndase: no es un “documental”, sino una obra artística, una producción fílmica basada en hechos reales. En este sentido, me pareció estupenda, un canto a la liberación, a los derechos de las mujeres y muestra muy bien la opresión que ejercen las sectas religiosas. La judía esta de moda, pero se aplica a cualquier grupo religioso que vive bajo estrictas reglas y castiga a los “desviados”, y enfáticamente a las mujeres.
Lo que me provocó pensar después de verla y me ocupa desde hace tiempo es lo que la sociedad “no judía” entiende por “judío”. Pertenezco a una familia y crecí en instituciones laicas progresistas. Soy nieta de entrerrianos judíos, nunca aprendí religión, ni hebreo, ni ídish, ni la historia de Israel, pero adoraba los knishes de mi abuela, compartía la pasión soviética de mi abuelo y amaba ir cada día a mi club I.L.Peretz de Villa Lynch. Nada me resultaba y me resulta más extraño y ajeno que la vida que llevan los ortodoxos. No obstante, siempre supe que había algunos en mi familia lejana. Sinceramente, no hay forma de que me sienta identificada con lo que piensan o hacen, ¿puedo aún considerarme judía?, ¿quién puede decir que no? Y ¿con qué argumentos?
Durante muchos años de investigación, buscando y ensayando respuestas para estas preguntas, encontré cientos de historias que me permiten sostener que no existe una medida exacta de “judeidad”. Lo judío vive y es de diferentes maneras, se encuentra con ideales religiosos, políticos y filosóficos, con geografías, nacionalidades y costumbres distintas y se va transformando con el paso del tiempo. Entonces, si algo caracteriza a la “colectividad” del presente es su enorme diversidad, y las estadísticas muestran que, justamente, los grupos ultraortodoxos son minoritarios. Los judíos laicos e integrados completamente a la sociedad podemos reconocer las diferencias entre unos y otros, pero ¿qué estigmas siguen operando en la conciencia colectiva, para que nos visualicen como una “unidad”, una “corporación”, una “nación” o una “religión”? o, más aún,“gente que piensa y actúa de la misma manera”. Lo sabemos bien, nada más lejano que eso.
En reiteradas ocasiones, personas cercanas con buenas intenciones, me han preguntado algo utilizando la introducción: “¿ustedes, los judíos son…?”, o “¿ustedes, los judíos hacen…?” Ahí suelo explicar que hay una diversidad, que muchos no sabemos rezar, no vamos a las sinagogas, no veraneamos en Israel, ni en Estados Unidos, y ni siquiera en Miramar, pero aún así hay un preconcepto de una identidad unívoca que resiste. Comentando la serie, este tipo de preguntas se reactivaron. Se supone que uno está más familiarizado con algunos rituales y puede brindar una explicación más amigable que Wikipedia; pero, cuando alguien me preguntó: ¿y vos tenés amigas ortodoxas? me sentí incomprendida .
A pesar de que la serie muestra un contrapunto interesante entre la protagonista y la chica israelí (súper moderna y competitiva), aun así, es extremadamente insuficiente para caracterizar a esta colectividad. Los personajes me hicieron sentir que persiste una concepción de lo judío que busca encontrar “unidad”o formula simplificaciones; los judíos en Israel hablan hebreo y viven en guerra, los judíos en Nueva York hablan ídish, son religiosos y viven en guetos. Claro que, y esto es un común denominador con ribetes internacionalistas, la bobe y la ídishe mame no conocen distinciones religiosas, ideologías ni fronteras.
La serie es muy buena. Empero, su impacto masivo muestra a la opinión pública una visión claramente restringida a un grupo extremo aún dentro de los ortodoxos, lo cual potencia concepciones simplistas de lo judío. Quienes valoramos nuestro pasado idishista laico y trabajamos para dar a conocer la riqueza de esta cultura e idioma, sabemos de su importancia; la historia de nuestros gauchos judíos que labraron esta tierra, la de marxistas y revolucionarios de habla ídish en el movimiento obrero; la de escritores y artistas que nutrieron la cultura nacional; o la de quienes no creyeron formar parte de “un pueblo elegido”, sino de toda la humanidad. En tiempos dónde lo “judío ortodoxo” se ha puesto de moda, es necesario seguir trabajando para mostrar que no se puede visualizar lo judío sólo desde sus posiciones más extremas y estereotipadas, sino desde una valiosa e inacabada diversidad.