El ángel exterminador

Con la calma que es posible transmitir en el contexto de una emergencia sanitaria sin precedentes, el presidente Alberto Fernández anunció el Aislamiento Social Obligatorio en todo el territorio nacional, vigente desde las cero horas del viernes 20 de marzo, extendido ahora hasta el 26 de abril próximo. En el encierro, los días se suceden iguales a sí mismos. ¿Qué se puede hacer salvo ver películas?
Por Mariano Szkolnik

De manera inédita en la historia argentina contemporánea, un decreto de necesidad y urgencia confinó a la población a las cuatro paredes de su casa (exceptuadas, claro está, las personas que desempeñan tareas consideradas “esenciales”). Un virus del cual apenas tuvimos alguna vaga noticia durante el verano, estaba haciendo estragos en Europa. Frente a la evidencia, y a la cortísima experiencia acumulada en los países más afectados, el gobierno decidió interrumpir la circulación interna de personas y sellar límites fronterizos.

A diferencia de las pestes antiguas y medievales, sabemos que la actual pandemia no se explica por castigos divinos, aires venenosos o conjuros mágicos, sino por un agente patógeno que en tanto esencial, permanece invisible a los ojos. Aún así, los efectos virales sobre el comportamiento humano no distan mucho de los provocados por la creencia en la hechicería. Bueno, algún avance hubo: sabemos que esta crisis no se resuelve con una hoguera. La única prevención posible, según toda la comunidad profesional de la sanidad es, por el momento, el aislamiento.

Nos quedamos en casa

En términos generales, la ciudadanía viene acatando la medida: ahí está la puerta, no tiene llave, podemos abrirla como todas las mañanas, girando el picaporte y dando un leve empujón. La luz del día ingresa al living… pero no hay manera: hemos asumido que no es posible dar “ese” paso. Nuestra voluntad se estrella contra una barrera intangible, como el temor a una nevada cuyos copos aniquilan Buenos Aires. El decreto autoriza salidas transitorias, en trayectos cortos, para adquirir bienes de la canasta básica. Al volver, no quemamos nuestras ropas a falta de incinerador: nos desvestimos, nos duchamos, y mudamos nuestras prendas como si practicáramos un extraño ritual de purificación. Sólo así recuperamos la calma, o controlamos nuestra angustia ante la presencia de una entidad microscópica.

Y los días con sus noches pasan… hemos renunciado a contabilizarlos. Nos conforta la idea de que no practicamos esta religión en soledad: todas las personas de nuestro entorno también se han convertido a la nueva fe.

Nos ocupamos: mantenemos reuniones virtuales, teletrabajamos, efectuamos llamados telefónicos de duración poco habitual, atendemos nuestras casas de un modo obsesivo, encontrando latas de productos vencidos hace tres años. Necesitamos ordenar nuestras vidas en un contexto desquiciado. Y aprovechamos el ¿tiempo libre? para ver películas en formato streaming.

El fantasma de la libertad

Este aislamiento social, preventivo y obligatorio, tiene todos los componentes de un déjà vu. Una película estrenada en la ciudad de México en 1962 anticipó nuestro presente. Se trata de “El ángel exterminador”, con guión y dirección del español Luis Buñuel, en donde un grupo de personas cultas y atildadas, integrantes de la alta burguesía, se reúne para cenar en la mansión del matrimonio Nóbile, luego de asistir a la ópera. La velada transcurre sin mayores sobresaltos, respetando los modos y las normas de etiqueta que distinguen a la clase social a la que pertenecen. Finalizado el encuentro, algo extraño sucede: por una misteriosa razón, nadie se retira del recinto. Los comensales argumentan toda clase de excusas: “juguemos una partida de póker”, “fumemos un último cigarro”, “conversemos un poco más”, “¿cómo me voy a retirar?, ¡sería descortés ser el primero en hacerlo!”.

En principio, el espectador creería que se trata de una excentricidad de la clase alta, que por pura diversión opta voluntariamente por pasar la noche sobre sillones y alfombras, como jugando al escoutismo. Pero los días pasan, y nadie abandona el lugar, a pesar de que no existe obstáculo físico que impida traspasar el umbral de la puerta de salida, la cual se encuentra abierta de par en par. La diversión de la primera noche deja paso a una degradación generalizada: ya no tienen nada para comer ni beber, utilizan un placard como improvisada letrina, perforan las cañerías de las paredes para obtener agua, sus ropas pierden el brillo original, huelen como animales, y el trato interpersonal es ahora despiadado, lejos de la cordialidad original. Fuera de la casa, la policía duda, y no se decide a ingresar por la misma razón que impide a los enclaustrados salir. Para cubrir las necesidades de los burgueses confinados, las autoridades envían un rebaño de corderos, los cuales son sacrificados en el recinto de manera cruenta, para luego ser asados al calor del fuego del parquet.

Lo notable de la película es que la tensión dramática está puesta en una imposibilidad: personas que no pueden escapar de una pesadilla, y autoridades que no pueden rescatarlas de un encierro surrealista.

Volver al futuro

 El aislamiento no será para siempre. Algún día, no muy lejano, el umbral de la puerta no ofrecerá resistencia a nuestro paso. El paisaje improbable de una ciudad con sus calles vacías, sus comercios cerrados, reticulada para el control policial, será historia. Habrá cines, bares, se dictarán clases, festejaremos cumpleaños, los vagones del subte y del tren nos llevarán –honrando su tradición– asardinados. Quizás el futuro depare una mayor preocupación colectiva por la sanidad pública: los gobiernos actuarán en consecuencia, engrosando los presupuestos del área… aunque no mucho más allá de la próxima generación la cual, de no mediar una reforma estructural profunda, cuestionará el elevado gasto fiscal frente una amenaza que habrá quedado en el olvido.

Mientras tanto, algunas preguntas que no tienen respuesta: ¿Cuándo y ante cuál nuevo ángel exterminador tendremos que volver a enclaustrarnos?; ¿Existe algún modo de prevenir estas miasmas posmodernas?; ¿De qué manera podrá nuestra sociedad retornar a cierta normalidad?