Pesaj en tiempos de coronavirus

Dar cuenta del pasado y del presente

La autora de esta nota nos propone un abordaje de la festividad a partir del poema “Sobre los cuatro hijos”, de Lea Goldberg. “¿Los cuatro hijos son cuatro personas diferentes o somos cada uno de nosotros en diferentes momentos?”, buen interrogante para pensar/nos en este Pesaj en contexto de pandemia.
Por Tamara Rajczyk

Cada año, al preparar la comida que me comprometo a llevar para el Seder de Pesaj familiar, me asalta el mismo pensamiento: en este mismo momento, en los más diversos puntos del planeta, hay judíos como yo cocinando, horneando o ya sentados alrededor de la mesa que, según palabras de Amos Oz y su hija Fania, es “ese hogareño dispositivo familiar transmisor de textos a lo largo de generaciones”(1). La Hagadá de Pesaj que leemos cada año es el mayor exponente del mandato judío de transmisión. En ella encontramos el orden que guía el ritual, la historia del Éxodo, las canciones que recrean y hacen más amena la lectura y hasta una búsqueda del tesoro (el afikomán), para entretener a los niños. Se cree que la Hagadá fue ordenada después del cierre del Talmud, en el siglo VIII de nuestra era, y en el siglo X adquirió su forma actual. La primera Hagadá completa que se conoce es la del Rav Saadia Hagaón.
La primera Hagadá impresa fue publicada en Guadalajara, España, en el año 1482 y desde entonces son numerosas y variadas las ediciones que circulan por el mundo y que preservan su núcleo central, pero están enriquecidas con creaciones propias, ilustraciones, reflexiones. Cada Hagadá se inscribe en esa tensión entre lo antiguo y lo nuevo, entre lo común a todos los judíos y lo propio de cada lugar en el que residen. Según palabras de Jacques Hassoun: “Si la repetición inerte implica con frecuencia una narración sin ficción, la transmisión reintroduce la ficción y permite que cada uno, en cada generación, partiendo de un texto inaugural, se autorice a introducir las variaciones que le permitirán reconocer en lo que ha recibido como herencia, no un depósito sagrado e inalienable, sino una melodía que le es propia. Apropiarse de una narración para hacer de ella un nuevo relato, es tal vez el recorrido que todos estamos convocados a efectuar”(2).
En este contexto, quiero centrarme en el poema “Sobre los cuatro hijos”, de Lea Goldberg.
Leemos en la Hagadá: “La Torá hace alusión a cuatro clases de hijos: uno sabio, uno malvado, uno simple y uno que no sabe preguntar”. Lea Goldberg toma el texto original para crear otro, familiar y extraño a la vez. Los cuatro hijos de la Hagadá nos presentan dos cuestiones fundamentales para el judaísmo: la pregunta y el diálogo intergeneracional. En este caso, el padre es el que propone la pedagogía de la transmisión, pero a la vez le pide al hijo que pregunte, abre el debate y habilita la polémica. Lea Goldberg (poeta, escritora, dramaturga, crítica literaria y traductora, de quien se cumplieron cincuenta años de su fallecimiento el 15 de enero pasado) invierte el orden que nos propone la Hagadá y presenta en la primera estrofa de su poema a “Aquel que no sabe preguntar”, que es un sobreviviente de la Shoá y como no sabe preguntar, habla: “También esta vez, padre, y solo por esta vez, / mi alma se volvió de lo profundo del Sheol(3), / del Sheol se escapó y de su furia. / Porque no alcanzan mis palabras para explicar el Sheol, / ni hay refrán que explique la muerte. / Y menos yo, aquél que no sabe preguntar, / soy torpe de lengua setenta veces siete”. Este hijo es un sobreviviente que exige respuestas a su padre (¿a Dios?): “… tampoco reclamé venganza, / no tengo ni hermano ni ángel, / y he llegado hasta ti / entero, pero solo, / para que tú me lo expliques, si puedes”. El hijo desafía al padre, le exige explicaciones, aunque no lo cree capaz de darlas.
En este poema, publicado en 1950, el hijo malvado dice: “Padre mío, mi padre, / yo no quiero apiadarme, / se han secado mis lágrimas, se me endureció el corazón / al ver lo que con vosotros hicieron”. Como en la Hagadá, este hijo malvado se excluye de la comunidad, pero interpela al padre. ¿Y qué palabras pone Lea Goldberg en boca del hijo simple? “Todas las noches, frente a un cielo oscuro y purísimo / y a una luna enloquecida, sonámbula, y a una Vía Láctea, / pasean por oscuros jardines, entre pesadilla y calma, / tristes y grandes fantasmas de días pasados”. La Hagadá nos propone enseñar a los hijos de acuerdo al nivel de comprensión de cada uno, por ello, a este hijo, al que acechan pesadillas y fantasmas, es necesario explicarle lo que pasó.
La última estrofa del poema está dedicada al hijo sabio (en la Hagadá es el primero): “Y el padre cerró las puertas con postigo, / no se levantó más a abrirlas. / Sólo se inclinó a mirar los ojos muertos, / los ojos sin vida de su hijo el Sabio”. ¿Hay un dolor mayor para un padre que la muerte de un hijo? ¿Justamente el hijo que pregunta, que entiende, que se interesa? De algún modo, la poeta nos remite a la pregunta formulada por muchos durante y después de la Shoá: ¿Dónde estaba Dios? Sin hacer preguntas, el poema nos plantea muchos interrogantes. Continúa la tradición judía del diálogo entre padre e hijo, entre maestro y discípulo, una tradición que estimula al alumno a levantarse contra el maestro, a estar en desacuerdo con él, a pedir explicaciones, a interpretar.
Con su lirismo tranquilo y suave, Lea Goldberg nos invita a pensar temas existenciales que angustian a los seres humanos. Recurre a ese bagaje cultural que nos acompaña hace tanto tiempo y que integra la “Biblioteca judía”. Nos estimula a pensar en los cuatro hijos de los que habla la Torá: ¿Los cuatro hijos son cuatro personas diferentes o somos cada uno de nosotros en diferentes momentos? Nunca más claramente que en estos días de pandemia esta pregunta tiene una respuesta contundente: a veces somos sabios, otras simples, a veces somos malvados y muchas otras no sabemos preguntar. Quisiéramos un padre con respuestas, pero no lo tenemos y tal vez no exista. Como enseña la tradición judía, solo podemos vivir en comunidad y todos somos garantes unos de los otros.
Cuando bebamos las cuatro copas en el Seder de Pesaj íntimo o virtual que podamos hacer este año, propongo citar al cantautor Meir Ariel que expresó en una de sus canciones: “Durante un tiempo anduve sin rumbo, / sin norte ni compromiso. / Perdí altura y conciencia, / pensé quizás en alguna definición que me diera una respuesta clara e inequívoca. / La situación es mala y yo estoy insensible, / no tolero todo lo que transmite la pantalla. / Pero… Si sobrevivimos al faraón, sobreviviremos también a esto”.
¡Jag Pesaj sameaj! ¡Salud y a cuidarse!

1) Amos Oz y Fania Oz Salsberger (2013), Los judíos y las palabras, Ed. Siruela, Madrid.
2) En Los contrabandistas de la memoria (1996), Ediciones de la Flor, Buenos Aires.
3) La palabra Sheola parece numerosas veces en el Antiguo Testamento y se refiere al mundo de los muertos, un mundo de tinieblas.