En estos días en que la pandemia nos globaliza como nunca, en que lo uno, eso extraño e incontrolable aún, nos fuerza a la reclusión, es dable pensar en la articulación de lo general y lo particular, en nuestra unidad y diversidad judía.
Muy pronto llega Pésaj, la evocación de la liberación de los esclavos del Antiguo Egipto y, como tantas otras veces, aparece la pregunta: ¿Qué es ser judío?Entonces reflexiono sobre la sujeción social al lenguaje y en como la lengua nos hace actuar más sueltos o más agarrados, repitiendo o creando.Y pienso en otro virus con el que convivimos dolorosamente: el capitalismo, en su etapa neoliberal, que tanta gente se ha llevado y que estoy segura alguna vez, más temprano que tarde, también se podrá superar con la vacuna de la praxis que deviene de la conciencia. Nada es para siempre.Recuerdo cuando leí en una edición reciente del diccionario Espasa Calpe la acepción de “avaro, usurero”.Y de gitano, “embaucador”.¿Definiciones?Estigmas.Con el peso de supuesta verdad que conllevan al provenir de la academia, lo esos significados han estereotipado y condenado a millones de personas.De católico, me sorprendió la alternativa “persona sana”, definición espasacalpeana inesperada, en la línea de un no ser patológico, una normalidad hegemónica, al menos para la parte del planeta en que pensamos y hablamos en castellano.No sé si hubo modificaciones en las ediciones de esos magnos libros.
La lengua es viva, cambiante, dinámica y, felizmente, el habla y la escritura son mucho más ricos y más libres que su cristalización en una enciclopedia. Las palabras no siempre concuerdan con lo que dicen los libros, por más que los avalen reales academias. Están en lucha, en conflicto, cambian. El saber es poder y es poseer, no es inocente ni objetivo, tiene un porqué y apunta a algo de.Descubrir aquellos significados impresos me enojó entonces, pero pensar que detrás suyo había detentadores de poder dar sentido, un sentido sesgado, me devolvió cierta racionalidad. Las palabras nunca son neutras, portan y construyen cosmovisiones, en su invención en la calle, en su uso cotidiano, en sus múltiples posibilidades, en su cambiante vitalidad. Y en la academia, claro, aunque allí llegan ya cerraduras, casi inflexibles, como verdades sagradas.Por eso, por su dinámica social e histórica, no hay una única definición de judío. Están quienes sostienen causas biológicas, ancestrales, por la vía materna. Otros tienen una perspectiva más libre, abierta, plural. ¿Hay autopercepción en el judaísmo? ¿Sentimiento? ¿Emoción? ¿Reconocimiento desde el afuera? Seguramente mucho más.¿Quién tiene la autoridad para determinar la judeidad de cada quien? Venimos de las tribus pero a esta altura creo que es decisión personal, singular, soberana, que encuentra (o no) una intersección comunitaria.Parece relativismo absoluto, pero debe haber tantas formas de ser judío como judíos habitamos el planeta, con la fuerza vital que se opone a la homogeneidad de la globalización y su pretendida neutralización de las diferencias, esa que pone en riesgo la diversidad y la existencia humana misma. Como tantas otras identidades étnicas, culturales, sociales, está atravesada por la alegría y por lo atroz, marcas más suaves o enérgicas según tiempo y lugar en que se vive y se vivió.Entonces: ¿nú judaísmo?Provisorio y modesto, voy a remitirme a mi experiencia particular, mi judaísmo personal.Puentes que unen
Mi apellido sugiere una filiación con Jaime y con Jai, vida, sustantivos propio y común de origen hebreo, pero otras cuestiones se articulan con un grado cero y un recorrido contradictorio, con encuentros, siempre en construcción, gerundial. Judía y atea, me dijeron desde chica, en los sesenta. Para mí era lo mismo. A los 4 años me mandaron al kinder club CIR y a los seis a aprender idish, al shule, solo un año. Es que la rama progre, el Icuf, eliminó su enseñanza para «abrir» puertas, una renuncia a lo histórico propio, extraño acto de soberanía. Me quedé sin entender la decisión ni el significado de lo que hablaban en ese idioma los grandes de la familia, enlazado con melancólicas músicas que fueron la banda de sonido que compartió en casa mi padre en 33 revoluciones: Rozhinkes mit mandlen, My idishe momme o Alef Bet, entre otras queridas canciones.El hebreo entonces ganaba por goleada en la comunidad, era el idioma de Israel, el que no remitía al genocidio, el del Libro sagrado, el oficial. Progres y no alejándose del idish parecían querer ignorar algo del pasado comunitario.Aprendí cómo se hacían el guefilte fish y los knishes. La bobe sorbía tei con limene y nos contaba como había corrido a la policía, palo de amasar en mano, cuando se llevaba a sus hijos por pintar una consigna antifascista en una pared porteña. El zeide nos enseñaba los nombres de las facturas, invenciones irónicas de sus camaradas anarquistas: bolas de fraile, vigilante, suspiros de monja.Mi madre hojeaba el libro con fotos de la Shoá que tía Luisa había traído de la Polonia comunista: oficiales gozando de cortar barbas de ancianos, hombres y mujeres raquíticos en los campo de exterminio, familias completas con la estrella de David cosida en sus pobres ropas, imágenes siniestras al alcance de la mano de las niñas de casa.Videla y sus secuaces no habían asaltado el poder pero ya sabíamos qué querían decir tortura, vejación, violaciones. En anteriores dictaduras, mi padre enterró en el jardín los libros de Marx y de Lenin y el simple de Carlos Puebla, Se acabó la diversión, sobre la revolución cubana. Mentí que tomé la comunión porque me daba terror ser distinta a mis compañeros de la escuela pública.La insistente negación de la revista icufista Tiempo sobre la persecusión de los líderes comunistas de Moscú a los judíos llamó mi atención. Y confirmé con viajeros amigos en la URSS que los confinamientos antisemitas en Siberia existían, también las ejecuciones, como en tiempos de los zares.En casa, lectura y pensamiento crítico eran presupuestos básicos, más allá de algunos dogmatismos de época. Por otra parte, ¿cómo entender que en Israel las víctimas del pasado ahora en el gobierno eran victimarios de los palestinos? ¿Cómo era eso de “pueblo elegido”, que sonaba tan superior, tan ario? Extremos que se tocan, relación amo- esclavo requiriendo de un movimiento dialéctico, histórico y colectivo que empujamos y… aún esperamos que se plasme en un nuevo orden político y social más amable.Los 19 de abril, papá estaba al frente del acto que recordaba el levantamiento del gheto de Varsovia y yo me aprendí de escuchar tantas veces el poema de Gelman, Zapatitos, y el nombre de los valientes jóvenes Mira Fuchrer y Mordejai Anilevich, de Hashomer Hatzair, que ofrendaron sus vidas intentando la liberación. Cantábamos Nunca digas esta senda es la final, el himno de la resistencia.Ser judía fue leer la pintada «Haga patria mate a un judío», que se me estruje la panza y escuchar a una vecina policía decir «entre ustedes no hay ladrones». También fue pronunciar Israel con doble erre, juntar monedas en una alcancía para mandar al pueblo de mis ancestros y sentir que era justicia un territorio propio para Israel e injusticia que no lo hubiera para los palestinos.
Rusa y judía fueron lo mismo. Abuelos en la Argentina huyendo de los pogroms, de los cosacos antisemitas. No entró en los planes de mis padres mandarnos a Israel y me quedé con las ganas aunque Tapuz lo hacía barato y mis compañeras del Normal 7 se iban.Mi abuelo materno fue una paradoja, sionista de Jabotinsky, pionero en Palestina, traductor de Buber y Spinoza, periodista de Judaica, editorial Israel y Morgen Zeitung. ¿Qué teníamos en común? El amor por mi madre y la escritura. Cada uno a su modo era judío.Adulta, me convertí en una solitaria sin institución, aunque en las fechas de celebraciones anuales evoqué, leí, canté, comí y me reuní con otros judíamente (agregaría y judíacuerpa). Lloré, marché, repudié, padecí los atentados a la embajada y la Amia, la injusticia vigente, las mentiras. Y seguí buscando judaísmo como en la utopía del cineasta Fernando Birri. “Camino dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá”.Investigar para escribir la novela de autoficción El legado de Aarón intensificó una sensación de incumbencia. También la muerte de mi padre, que me religó de un modo renovado con el teatro, al que se dedicaba, y con el eslabón atávico, el nosotros de la cadena.Preguntar, abrir sentido, cuestionar dogma, permanecer y viajar, emanciparse, pensar en fragmentos, reconocer tradiciones y ser moderno, bucear en denominadores comunes sin encontrar pero seguir buscando, éstas son algunas de mis formas judías, lejos de una identidad fija e igualitaria, bailando freilaj.Una identidad con puentes y puntos de encuentro, con respeto y asombro complacido frente a las diferencias, una singularidad humana que se hermana con otras por una vida mejor, con menos consumos, sin explotación. Tal vez el virus de la corona, que pone en cuestión nuestra actual forma de vivir, nuestros valores, algo tenga para decirnos.¿Aprenderemos?