Bibi Netanyahu encontró un aliado inesperado para intentar mantenerse en el poder: el Coronavirus. Primero le sirvió para demostrar que sigue intacta su capacidad de gestionar la cosa pública. La reacción ante la primera oleada de casos del virus que llegó a Israel fue muy eficiente. Pudo contenerlo rápidamente y eso le dio tiempo para después tomar medidas más estrictas.
Según algunos analistas, esa buena gestión inicial fue uno de los elementos que influyeron para que en las elecciones del 2 de marzo, Bibi mejorara su performance electoral y ganara la elección por una diferencia mayor de la que vaticinaban las encuestas.
Sin embargo esa ventaja no le permitió conformar, junto a sus socios religiosos y de extrema derecha, un bloque mayoritario para formar gobierno bajo su liderazgo. Cuando terminó de convencerse de que no había forma de sumar ni un escaño más a la mayoría insuficiente de 58 parlamentario, empezó a dedicar todos sus esfuerzos a evitar una sola cosa: que la oposición se una. Primero para que ésta no pueda llegar a la presidencia del Parlamento, desde donde podría habilitar, con una nueva mayoría, una votación para impedir que un procesado como él pueda asumir como primer ministro. Después, para que no pueda, conformar gobierno ya que todos juntos, quienes los rechazan llegan a 62 parlamentarios.
Y para conseguir ambos objetivos, Bibi no tuvo ningún límite, ni político ni moral, y el coronavirus se transformó en un inesperado socio. Todo comenzó cuando se conoció que la primera decisión del bloque opositor era desalojar a Yulo Edelstein, del Likud y presidente en funciones del Parlamento, para poner al frente de la Cámara a un diputado de Azul y Blanco, el partido de Benny Gantz, recién designado candidato a formar Gobierno.
Con esto se pretendía dar prioridad y votar una legislación que impidiera que un imputado por la Justicia como Netanyahu, acusado por el fiscal general en tres casos de corrupción, pueda aspirar al cargo de primer Ministro. Pero Edelstein, con el argumento de los peligros que la pandemia podía generar a quienes trabajan en el Poder Legislativo, decidió la paralización parlamentaria y no hubo ni cambio de autoridad ni votación.
Y mientras su socio Edelstein hacía lo suyo y anulaba el congreso, Bibi y todo el arco de derecha siguieron estigmatizando a la Lista Conjunta árabe, como una amenaza a la condición judía de Israel. El miedo otra vez como principal herramienta política de Netanyahu.
¿Una coalición imposible?
Esa alianza de partidos árabes se transformó en un actor clave en toda esta historia. Es la tercera fuerza política del país y con sus 15 escaños es clave para apoyar a Gantz en el Parlamento, tanto para evitar que Bibi pueda reasumir como primer Ministro como para formar un nuevo gobierno.
La alianza que pretende liderar Gantz es lo más parecido a una coalición imposible que, por ejemplo, deberá a contener en un mismo espacio a los partidos árabes -que todos los días reivindican los derechos de los palestinos a tener su Estado- y a Avigdor Lieberman, un dirigente de derecha que ha llegado a defender la deportación de población árabe del territorio israelí al futuro estado palestino.
Pero por ahora parecen estar de acuerdo en un tema clave: sacar a Bibi del poder después de más de 10 años. Todos en ese espacio insisten en equiparar al líder del Likud con el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, quien no tiene como una de sus virtudes el respeto del estado de derecho. “No vamos a permitir que Israel se torne en una dictadura”, dijo Moshe Yaalon, ex general y socio de Gantz.
Gantz recibió el apoyo de todos los partidos que integraban la oposición al gobierno de Netanyahu. Quizás le puede alcanzar para evitar en el Parlamento que Bibi pueda asumir, pero no le será fácil formar gobierno. Se lo impediría la presencia de tres parlamentarios en el bloque de centroizquierda que se niegan a apoyar un nuevo gobierno que tenga el apoyo de los partidos árabes. Dos de ellos son del partido de Gantz y la tercera rebelde increíblemente pertenece a la coalición de laboristas y pacifistas. Se trata de una crisis inesperada que hoy hace prácticamente inviable su investidura.
La democracia está en juego
En un contexto de extrema tensión en Israel y en gran parte del mundo y en apenas 48 horas, Bibi se las arregló para cerrar el Poder Judicial y el Legislativo. No solo le ordenó a Edelstein anular el Parlamento y no respetar el resultado de las elecciones sino que logró posponer su proceso judicial al pedirle a su ministro de Justicia cerrar los tribunales. Esto hizo que se postergara la declaración de Bibi que estaba prevista para el martes y aplazada hasta el 24 de mayo.
En Israel hay indignación por como Bibi está aprovechando la crisis del Coronavirus y el temor que genera entre la población para aferrarse al poder. El mismísimo Presidente de Israel, Reuven Rivlin, ya le advirtió a Edelstein que la paralización parlamentaria «socava la democracia» en plena emergencia sanitaria.
El número dos de Gantz, el antiguo presentador de televisión Yair Lapid, fue más mas duro al denunciar que el Presidente del Parlamento y Netanyahu habían “clausurado la democracia”.
La paralización del Parlamento, que en principio será hasta el lunes, no solo impidió que la oposición asuma la presidencia de ese cuerpo sino que no permitió la constitución de las comisiones que debían supervisar la crisis por la pandemia. Es decir que el bloqueo ha impedido hasta ahora la constitución de una comisión especial para abordar la expansión de la Covid-19, mientras los ciudadanos se encuentran ya en situación de confinamiento casi total.
Israel está sufriendo dos crisis en paralelo. La más visible es la del Coronavirus, para la que se están tomando medidas eficientes que han permitido controlarlo. La otra es la del sistema democrático, a la que es necesario también prestarle atención ya que sus consecuencias también pueden ser irreparables.