Opinión:

El islamismo nacionalista

Todos sabemos que el Islam radical aspira a restablecer el Califato, que rechaza el “Estado” por occidental y ajeno a la supuesta tradición musulmana, y que no considera otra opción en su relación con la Vieja Europa y el Nuevo Mundo que la conversión a la fe verdadera. Sin embargo, sería un error pensar que el conjunto del mundo radical comparte la misma estrategia. Hay distintas formas de llegar al mismo objetivo.

Por Florentino Portero (GEES)

Al Qaeda recrimina a Hamas el haberse presentado a unas elecciones, porque el propio procedimiento es corrupto. También les echa en cara su apego a la causa nacional palestina, cuando es la “Umma” quien debería preocuparles. La sola posibilidad de que inicien un diálogo con Israel, aún manteniendo su negativa a aceptar la existencia del Estado de Israel, escandaliza a los seguidores de Osama.
Sin embargo, la realidad es que la aproximación maximalista de Al Qaeda no para de cosechar fracasos, mientras que el pragmatismo de los Hermanos Musulmanes está comenzando a recoger importantes éxitos.
Al Qaeda impresionó con los atentados de Nueva York y Washington, pero tuvo que pagar el alto precio de perder Afganistán, sufrir el desmantelamiento de cuadros y células, ver cómo caía Irak y, por último, tener que sufrir la crítica y el desprecio de los suyos por los crímenes contra musulmanes en Jordania e Irak. Al Qaeda ha ganado popularidad, pero sólo eso.
El islamismo más convencional tuvo que aprender a la fuerza de las experiencias de Argelia y de Turquía.
Entonces comprendieron que las Fuerzas Armadas y Occidente no tolerarían su triunfo en las urnas. Se adaptaron a un nuevo entorno, bajaron el volumen de su discurso, adoptaron un tono más conciliador, se fueron infiltrando en la estructura del Estado con el fin de hacerse más fuertes e impedir nuevos golpes en su contra.
Hoy, muy probablemente, ganarían elecciones en lugares tan importantes como Marruecos y Egipto, siempre aunando el fervor de los fieles con el sentimiento de rechazo de todos aquellos hartos de corrupción, injusticia e incompetencia.
Hamas no es un ejemplo de islamismo moderado, de la misma manera que la Autoridad Palestina no es un ejemplo de estado árabe tradicional. Pero esta variante palestina de los Hermanos Musulmanes no deja de ser eso, una variante local, que en lo fundamental sigue la estrategia común.
Buscan llegar al poder por medios electorales, prohibir los partidos que no representen la justa vía del Islam -como en Irán-, imponer la ‘Sharia’ o ley coránica y dar un giro a la política seguida durante las últimas décadas. Ellos buscan y necesitan que un abismo nos separe y harán todo lo posible para crearlo. Su triunfo en el medio y largo plazo depende de que el musulmán medio entienda que el Islam y Occidente son incompatibles, que nosotros no los respetamos, que tratamos de dirigirlos en favor de nuestros propios intereses y que la relación sólo les llevaría a la decadencia por corrupción. Una idea que no es en absoluto nueva, pues no deja de ser una variante de la doctrina leninista sobre las relaciones entre la Rusia Soviética y el bloque “capitalista”.
Soviéticos e islamistas se sienten débiles en su relación con el mundo libre. Intuyen con razón que la libertad es una fuerza devastadora, capaz de hacer volar por los aires los artificios racionales de los primeros y los ensueños melancólicos y fanáticos de los segundos.

Crisis del futuro

Dos crisis diplomáticas van a ser fundamentales en este sentido. La iraní y la palestina.
Occidente trata que Irán abandone su programa nuclear y que el gobierno palestino reconozca el derecho a existir de Israel, renuncie al terrorismo y negocie la paz. En ambos casos los mulás chiítas y los imanes sunitas tratarán de presentar nuestras presiones como casos flagrantes de injerencia en sus asuntos internos, ejemplos de neocolonialismo. Regarán así la planta de la frustración, que les lleva a culparnos de cualquiera de sus problemas. Toda la responsabilidad recae inexorablemente sobre nuestras espaldas.
El general Franco trasformó la Resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas de 12 de diciembre de 1946 -que condenaba a su Régimen, recomendaba la retirada de los embajadores y amenazaba con sanciones económicas- en una fiesta de sentimiento nacional ofendido, que acabó convirtiéndole en el hombre providencial capaz de garantizar la dignidad nacional frente a la intromisión exterior. Otro dictador de estirpe gallega siguió sus mismos pasos y hasta el día de hoy combina en Cuba el sentimiento nacional con el marxismo-leninismo. Como él mismo ha reconocido, sólo gracias a la supuesta amenaza exterior es posible justificar el fracaso del régimen. El “bolivariano” Chávez apunta maneras semejantes, aunque en esta ocasión con petrodólares, una diferencia sustancial.
Iraníes y palestinos tienen sus maquinarias propagandistas preparadas. Saben que si lo hacen bien las presiones y condenas occidentales pueden transformarse en un instrumento de cohesión política utilísimo para sus fines estratégicos. No sólo se convertirán, como Franco en 1946, en los valedores de la dignidad y la soberanía nacionales, además robarán a las fuerzas políticas tradicionales -nasseritas, baasistas, Al Fatah…- e incluso a las monarquías tradicionales una de sus señas de identidad: la causa nacional.

Acuerdos posibles

La convergencia entre radicalismo religioso y nacionalismo abre nuevas vías políticas donde los Hermanos Musulmanes tienen mucho que ganar. Por esta razón en la gestión de ambas crisis debemos ser tan firmes en la defensa de nuestras posiciones como cuidadosos en las expresiones.
La clave está en dejar claro desde un primer momento cuáles son los términos de un posible acuerdo y su razón de ser. Hay que dirigirse al conjunto de la población musulmana y explicarlo. La característica ambigüedad diplomática es, en esta ocasión, extraordinariamente nociva, por el control que los radicales tienen de los medios de comunicación. Ellos están en condiciones de tergiversar la realidad y aprovecharán cuantas oportunidades se les presenten.
Ni Europa ni Estados Unidos pueden ceder a un gobierno que niega el derecho a existir del vecino y hace gala de su práctica terrorista parte del dinero recaudado a los ciudadanos, como es el caso de Palestina. Ni Europa ni Estados Unidos pueden permitir que Irán, violando el Tratado de No Proliferación Nuclear, desarrolle un programa nuclear con fines militares, poniendo en peligro a sus vecinos, haciendo saltar por los aires el régimen de no proliferación y forzando a otros estados a seguir el mismo camino para garantizar su seguridad.
Esto se puede y se debe explicar, limitando los beneficios que los extremistas esperan obtener.