Purim

Deseo, contención y frustración. Meguilat Ester, un relato de ahora y siempre.

Aprendizajes devenidos de los excesos del Rey Ajashverosh
Por Rabino Eliyahu Peretz.

En muy pocas semanas comenzará la primavera en Israel y con ella llegará la fiesta de la libertad. Hasta su llegada deberemos exponernos nuevamente al contenido de las interpretaciones pretendidamente aceptadas de la meguilá y, junto a ellas, a todos los mitos y fantasías patriarcales y heteronormativos que las mentadas lecturas contienen.

Muchas son las conclusiones cargadas de moralina que nos han suministrado desde la infancia. Desde entonces hasta hoy portamos sobre nuestros ojos una venda y, con nuestros sentidos disminuidos, caemos año tras año en una trampa. Ha llegado el tiempo de salir de la oscuridad hacia la luz y de descubrir las perspectivas que aún no hemos contemplado, de esta manera juntes llenaremos de resplandor el palacio de lo transmitido en el que fuimos educados.

Con el fin de alcanzar nuestro objetivo, renovarnos y renovar, tenemos permitido e incluso estamos obligades a ayudarnos con múltiples herramientas de análisis, entre ellas también el anacronismo. De esta forma podremos enriquecer el discurso mítico de nuestro tiempo e imprimir en él una huella visible que refleje nuestras vivencias, las particulares y las colectivas. Es sabido que nuestra sociedad, que intenta aparentar ser iluminada y racional, tiende a desdeñar las narrativas míticas. Lo hace a pesar su imponente fuerza, la cual se encuentra a nuestra disposición en nuestra lucha en pos de la igualdad y la justicia.

Mordejai, Haman, Ester, Vasti y Ajashverosh, junto con el resto de los personajes de la megilá, se reúnen frente a nosotres en cada lectura y, entre líneas, nos cuentan el relato de nuestras propias vidas. Es posible que se nos parezcan tanto, o que nos parezcamos tanto a elles, que el texto nos cautiva y a un tiempo despierta nuestro temor.

Destaquemos en esta ocasión la figura de “el rey”: Ajashverosh. He de aclarar de antemano que no pretendo justificar sus acciones en absoluto. Si obrara así también estaría defendiendo los muchos crímenes cometidos contra la humanidad, tanto pasados como presente, y no pretendo hacer esto. Por lo tanto no vengo a decir que Ajashverosh era un chico malo como resultado de una difícil existencia, tampoco pretendo afirmar que permanecía indiferente ante los asesinatos y genocidios como resultado de una voluntad perturbada o que se relacionaba con las personas como si fueran de su propiedad por ser un niño-grande caprichoso. Vengo a expresar que entre nosotres y él hay mucho en común, que todes debemos aprender de la descripción de sus cualidades puesta a nuestra disposición en el texto.

Comencemos destacando el apodo “el rey”. Ésta denominación no es casual, viene a testificar sobre su codicia y lujuria insaciables por las que parece ser objeto de burla en la megilá. En ella son registradas las carísimas materias primas con las que estaba construido y adornado su palacio (1), así como se mencionan también los utensilios de oro empleados en los banquetes (2). Aprendemos de estos inventarios que Ajashverosh no se conformaba con hacer acopio de su inmenso tesoro, sino que deseaba mostrar su grandeza a todo ser viviente, tal y como era costumbre entre los gobernantes de la época.

Incluso una colección de mujeres tenía y también sobre ellas derramaba sus riquezas en forma de perfumes hasta que estaban suficientemente adornadas y aromatizadas para su gusto y entonces se les permitía acudir ante él respondiendo a su exclusivo deseo (3). Cuán habitual y conocido es este comportamiento, también en nuestros días. Recordemos que sobre este tipo de reyes ya nos advirtió la Torá (4) y en ella, por ejemplo, se prohíbe que un rey de israel tenga demasiados caballos (5), mujeres (6) y también plata y oro (7). Cuán peligrosa es la persona que posee todo y cuyo goce y fuerza son ilimitados. No hemos de extenderemos en este asunto pues se explica por sí solo.

Encontrémonos ahora con la cualidad más amenazadora del rey Ajashverosh, aquella de la que podemos encontrar en nosotres. Estando sumergido en la abundancia nada podía saciarle y acallar su pasión, no había forma de aliviar el potente deseo que le generaba un infinito dolor. El exceso le impedía saborear o probar experiencias tales como el amor fundamentado en la libertad del ser amado. Al contrario Ajashverosh vivía afligido, perseguido y siempre deprimido. Lamentablemente también esta historia la conocemos demasiado bien.

Es posible que todo evento de la cotidianeidad del rey fuese tan grande y majestuoso que resultaba imposible generar un acontecimiento similar de nuevo, así transcurrían sus días y sus noches. Hay quienes señalan que el exceso y la imposibilidad de reproducir un suceso concreto son las características básicas de la crueldad (8). Entonces, junto con toda la belleza y la abundancia, Ajashverosh coexistía con la crueldad, una vida sin compasión hacia los demás y también hacia sí mismo. El rey reproducía los mismos patrones de relación que él experimentaba, también con su reina Vasti. Recordemos nuevamente que no venimos a justificar su actuación, sino que pretendemos advertir sobre el peligro de copiar su camino, su voraz opulencia y ansia de dominación.

A continuación repasemos lo sucedido con Vasti. En el principio ella era “la reina” (9) y todas las posesiones del rey estaban a su disposición, disfrutaba de los mismos deleites y grandezas con las que se deleitaba Ajashverosh (10). Su vida, la de ella, repleta de riquezas y a cambio debía aceptar el yugo de las normas del juego plenamente y subordinarse a su señor el rey. Un día la furia capturó el corazón del rey pues ella rehusó satisfacer una petición del monarca, un excesivo y humillante precepto (11). Su enojo vino acompañado de perplejidad, era sabido que todas las personas habían de subordinarse y responder a las peticiones del soberano. En aquel momento el rey se aconsejó con sus sabios y ministros, siendo que fue decidido y decidió el rey neutralizar a su reina, expulsarla (12). Resulta evidente que así obró como resultado de su status de género, aunque debemos centrarnos y reflexionar sobre la fuerza de su pasión y la incapacidad para gestionar su deseo.

La eliminación de sus oponentes era el resultado del intento de ser ininterrumpidamente saciado, pretensión improbable e imposible. Como resultado de ello poco tiempo después descubrió el rey que la reina Vashti había dejado en él un vacío y se decidió seleccionar para él una nueva reina para sustituir a la depuesta (13). El rey y sus sirvientes salieron a la caza, buscando una nueva presa con la que saciar el deseo y la pasión del rey. Él quería más, necesitaba más, como podría suceder a cualquier otra persona de nuestro tiempo, otra historia habitual.

El deseo ajashveroshiano que hemos descrito hasta aquí se encuentra en cada persona y como él no siempre logramos gestionarlo. Hay quienes inhiben todo deseo y lo esconden bajo la alfombra hasta que explota, también hay quienes se esconden detrás de su deseo para justificar sus actos correctos e incorrectos. Éstos son solamente los extremos, junto a ellos convive la posibilidad de llevar a cabo una negociación continua e interna con el fin de filtrar nuestros próximos objetivos. De esta manera el deseo nos sostiene y salva nuestras vidas, no lo debemos temer sino regocijarnos en él y con él.

Ajashverosh el cruel, el indiferente, el vividor, el machista, el antojadizo, él era el dueño de la corona, del reino, del cetro, del deseo y de la imposibilidad de lidiar con la insatisfacción. El rey arquetipo del camino del cual debemos alejarnos. Ojalá que sepamos perseguir el equilibrio entre el vivificador deseo y las equilibrantes satisfacción y frustración, todo gracias al aprendizaje dentro del relato del rey Ajashverosh.

1 Megilat Ester 1,6.

2 Megilat Ester 1,7.

3 Megilat Ester 3.

4 Devarim 17, 15-20.

5 Devarim 17, 16.

6 Devarim 17, 17.

7 Idem.

8 Ovejero, J. (2012). La ética de la crueldad. Editorial Anagrama.

9 Megilat Ester 1, 9.

10 Idem.

11 Megilat Ester 1, 11-12.

12 Megilat Ester 1, 12-22.

13 Megilat Ester 2.