Elecciones Israel 2020:

Entre la derecha y la derecha, ganó la derecha

El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, habría logrado, junto a sus actuales aliados (dos partidos ultraortodoxos y Yamina, de extrema derecha) 59 de 120 escaños de la Knéset. Sólo dos puntos menos que la cifra mágica que buscó en los dos comicios celebrados en el 2019. Con el triunfo que asomaría hoy, Netanyahu estaría condiciones de dirigir al Estado de Israel en el mismo rumbo que lo hace desde hace casi una década: hacia una profundización de la desigualdad social, de priorización de los intereses de sectores los ortodoxos, de deterioro de los sistemas de educación y salud, de endurecimiento en su relación con los árabes israelíes y con los palestinos.
Por Ricardo Schkolnik *

Así se veía la previa

Aparentemente, a pocas horas de iniciar los comicios, el tono de la campaña, las acusaciones mutuas entre Netanhayu (Likud) y Gantz (Azul y Blanco), las denuncias por corrupción, por afectar la seguridad nacional al actual Primer Ministro y la enorme posibilidad de un nuevo empate técnico con su consecuente bloqueo político; terminaron por aburrir y cansar al electorado israelí en lo que vislumbra como los comicios con menor participación de votantes en décadas.

Desde las últimas elecciones se ha producido una novedad importante: el procesamiento de Benjamin Netanyahu. A pesar de estar bajo investigación durante años, recién a finales de enero, Netanyahu fue acusado formalmente por cargos de soborno, fraude y abuso de confianza, en tres casos separados de corrupción. Su juicio comenzará 15 días después de las elecciones.

La tan dramatizada tercera ronda electoral israelí en menos de un año, podría quedar en una simple anécdota política si no fuera que el resultado de los comicios, en cualquiera de sus variantes posibles, no se enfrenta con los verdaderos problemas de la sociedad israelí: El sistemático cercenamiento de derechos básicos de gran parte de su población; la siembra permanente de la semilla del odio con la consecuente aparición de episodios de xenofobia entre la población judía, racismo hacia la población árabe palestina y la naturalización del estado de guerra permanente.

Con los dos principales partidos – Azul y Blanco y Likud- encaramados en campañas tendientes obtener una supremacía política en base a los votos de la derecha nacionalista y apoyando el Plan de Paz de Donald Trump, lo único que los diferencia es la alianza con los partidos religiosos ortodoxos por parte del Likud y la pretendida imagen liberal de Gantz.

Ambos partidos sumarían, según las encuestas previas- alrededor de 33 escaños parlamentarios cada uno. Sobre un total de 120 lugares en la Kneset, la mayoría se consigue con 61 plazas. La definición quedará en manos de los posibles socios en alianzas y frentes en los que se negocia cada banca.

Detrás de ellos se alinean más de una decena de partidos que van desde SHAS, dela ultra ortodoxia religiosa, al Movimiento Liberal Cristiano con algo más de 600 adherentes en las encuestas.

El tercer partido en importancia es La Lista Conjunta, una alianza de cuatro partidos árabes de obtendrían entre 12 y 15 bancas. El sorpresivo éxito de esta alianza se lo atribuyen al empeño de Netanyahu en señalarlos como enemigos de Israel.

Cuatro lugares más atrás, después de partidos y alianzas de la derecha religiosa recién aparece el Laborismo con Laborista-Guesher-Meretz ,una lista conjunta del Partido Laborista Israelí y el partido centrista Guesher. La plataforma de la lista se centra principalmente en las cuestiones sociales y económicas. La lista está encabezada conjuntamente por Amir Peretz, del Partido Laborista Israelí. Podría obtener 6 escaños.

En estas bancas se sintetiza la decadencia de la izquierda israelí, que ha caído a su nivel más bajo en la historia de Israel, con una sociedad cada vez más conservadora. Con apenas un 9,1% de los votos en conjunto, el Partido Laborista y la lista pacifista de Meretz sumaron por separado apenas 11 diputados en una Kneset de 120 escaños, en las legislativas celebradas en septiembre pasado.

Las fichas están jugadas

A pocos minutos del cierre de las urnas en Israel, se pudo saber que, contrariamente a lo vaticinado por la mayoría de las encuestadoras, el porcentaje de votantes superó el 65%, el más alto desde las elecciones de 1999. Las consultoras y los medios también erraron en sus cálculos acerca del resultado de los comicios.

Poco después del cierre de las urnas, explotaron los festejos en el cuartel general del Likud. El Primer Ministro Netanyahu, eufórico, agradeció a sus votantes. Las primeras muestras a “boca de urna” daban al Likud 37 mandatos, que sumados a los del resto del bloque de derecha alcanzaban  holgadamente los 60 escaños. Se supo que inmediatamente el Premier inició una ronda de negociaciones que los líderes de la derecha y partidosultraortodoxos religiosos tendientes a formar un gobierno de inmediato. Las Elecciones 2020 habían quedado atrás hacía sólo 40 minutos.

Dos horas más tarde, los números empezaron a variar, pero no lo suficiente.

De acuerdo a los últimos sondeos a boca de urna, la noche electoral podría acabar con un año de bloqueo político. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, habría logrado, junto a sus actuales aliados (dos partidos ultraortodoxos y Yamina, de extrema derecha) 59 de 120 escaños de la Knéset. Sólo dos puntos menos que la cifra mágica que buscó en los dos comicios celebrados en el 2019.

En sus novenas elecciones desde 1996, Netanyahu ha superado a un rival encabezado por tres ex jefes del Ejército y la sombra de corrupción que se traducirá el próximo 17 de marzo en un tribunal de Jerusalén con la lectura de las causas por soborno, fraude y abuso de confianza.

‘Azul y Blanco’ se centró en las ciudades más seculares como Tel Aviv, Haifa o RamatHasharon, donde son mayoría, mientras el Likud se volcó en sus feudos como Jerusalén o BeerSheva, donde Netanyahu ha sabido revertir las acusacionesen su contra en arma electoral al proclamar que es víctima de una persecución de la élite para poner fin al Gobierno derechista.

Los 6.453.255 electores tenían en sus manos decisiones importantes sobre la relación entre el Estado y la religión o la situación del estamento judicial después de que el Likud prometiera enormes reformas para reducir su poder. El conflicto con los palestinos ha quedado relegado a un segundo plano porque no hay negociación para despertar el dilema entre derecha e izquierda y porque la izquierda o las fuerzas pacifistas, reducidas a su mínima expresión, dejaron de ser un factor a ser tenido en cuenta a la hora de diseñar las políticas de Estado.

Con el triunfo de hoy, Netanyahu está condiciones de dirigir al Estado de Israel en el mismo rumbo que lo hace desde hace casi una década: hacia una profundización de la desigualdad social, de priorización de los intereses de sectores los ortodoxos, de deterioro de los sistemas de educación y salud, de endurecimiento en su relación con los árabes israelíes y con los palestinos; en otras palabras, el electorado israelí proveyó las herramientas para ser conducido a nuevas y más terribles tempestades.

Mientras se esperan los resultados definitivos, la indignación del presidente Reuven Rivlin acaparó el protagonismo de la tensa e incierta jornada. «Normalmente es un día festivo pero hoy no tengo nada que festejar. Solo un sentimiento de vergüenza ante vosotros ciudadanos israelíes. Sencillamente no nos lo merecemos. No merecemos otra campaña electoral terrible y sucia como la que finaliza hoy».

* Periodista. Dirigente comunitario