Aquí y allá en la Tierra de Israel, versión 2019* - Tercera entrega

De regreso a la Jerusalén terrenal

Durante su infancia, Haim Beer correteaba por el barrio Kerem Abraham –en el que también creció Amos Oz- donde convivían espiritualmente lo sacro y lo mundano. Rabinos, investigadores, escritores y poetas vivían unos junto a otros creando una cultura hebrea fresca en los albores del siglo XX. En la actualidad, ese mismo barrio es totalmente diferente y la pequeña plazoleta con inscripciones cristianas que Beer visitaba con su madre se convirtió en un complejo jasídico. Justamente allí, en una mezcolanza de religiones y naciones, tal vez se encuentre la llave para la reconciliación.
Por Haim Beer**

Fragmento del libro de Amos Oz, “Aquí y allá en la Tierra de Israel”, 1983.
En el barrio Geula, en la calle Rab Meir, sobre la tapa de metal de una cloaca está grabada la inscripción en inglés: “City of Westminster”. Recuerdo del Mandato Británico. También se encuentra aquí el almacén que existía hace 40 años. Otro hombre está allí sentado estudiando la Mishná. Después de las fiestas en Jerusalén, en Geulá, en Ajvá, en Kerem Abraham y en Makor Baruj todavía se ven restos de sukot en los patios. Las ramas ya perdieron el color. Ya está un poco fresco. A lo ancho de las callejuelas, entre un balcón y otro, se extienden las sogas con la ropa tendida: blanca y de color. Esa es la permanente floración matutina del barrio en el que crecí.

Cuarenta años después de haberme marchado de este lugar, logré superar finalmente mi antipatía y decidí regresar a la “Piazza delle Columbario” para hacer una visita corta. Así solía nombrar mi madre, con bastante sorna, a la pequeña plazoleta creada en medio de la calle Ovadia en el corazón del barrio Kerem Abraham de Jerusalén, cuando se refería a la cueva romana oculta en el sótano de la “Casa Finn”(1), ubicada en el extremo norte de la calle. Esta antigua construcción de piedra -la casa de James Finn, el segundo cónsul británico de Jerusalén, y su mujer Elizabeth Anne- es para mí el corazón del lugar en el que nací, donde pasé mi infancia y adolescencia y al que me estoy dirigiendo en este momento, en pleno mes de Elul, cuando hasta los peces en el agua tiemblan por el temor al cercano Día del Juicio que viene acompañado de un creciente deseo de conciliación.
“¿Puedes imaginarte que cien años atrás había aquí un viñedo abandonado que se llamaba El viñedo amado?”, me preguntó mi madre, cuando llegamos por primera vez durante uno de nuestros paseos, en los tempranos años cincuenta del siglo pasado. Señalando con su mano desde la “Casa Finn” hacia el oeste, hacia las casas que rodeaban la plazoleta y que dejaban entrever trozos de la amenazante muralla de piedra que rodea el “Campamento Schneller”(2), me contó que ese terreno pedregoso, en el que antiguas vides se recostaban sobre las piedras que se extendían hasta el vado en la cuesta de Tel Arza, fue adquirido hace cien años por el cónsul Finn y su mujer para levantar allí una granja agrícola llamada “Kerem Abraham” con el propósito de rescatar a los judíos de Jerusalén de una pobreza indigna.
“Imagínate que aquí, por primera vez en sus vidas, antiguas y orgullosas familias a quienes el hambre y la penuria habían roído sus fuerzas, abandonaron las casas de estudio, oponiéndose a las opiniones de quienes dirigían esas instituciones -sospechaban del cónsul y especialmente de su mujer, por ser hija de un importante misionero británico y creían que ella quería atraerlos a su religión-, para venir desde la Ciudad Vieja cada mañana y con sus delicadas manos de estudiosos quitaban piedras y construían terrazas y plantaban olivos y viñedos y tejían cestos y recogían aceitunas…”.
Con los ojos llenos de lágrimas volvió su mirada a los oxidados carteles militares que se balanceaban sobre el frente y la cerca que la rodeaba y dijo que todos los historiadores que investigan Jerusalén determinaron por unanimidad que esta fue la primera casa construida en este lugar, fuera de las murallas, y tal vez más importante que eso era el hecho que esa casa fue la primera que judíos habían construido con sus propias manos en Eretz Israel. Y después agregó, con un dejo de orgullo en su voz, que era muy probable que alguno de nuestros antepasados haya colocado una fila de piedras en alguna de las paredes.
Mi madre me llevó detrás de la casa para mostrarme por donde se accedía al columbario, pero la entrada estaba clausurada por unas tablas y por eso se contentó con la piedra angular debajo de la cual estaba grabada la frase: “Danos hoy el pan necesario”. Después volvimos sobre nuestros pasos y cuando llegamos al frente mi madre me leyó lo que estaba grabado sobre la puerta: “El temor a Dios es el valor supremo”. Me explicó el significado de esas palabras y agregó después que la utilidad que se desprende del temor divino es algo que la vida me obligará a dilucidar alguna vez. Me observó sofocando una risa curiosa por ver qué impresión causaba en mí su comentario hereje, ya que era alumno de una escuela con orientación religiosa.

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Esta mañana, cuando subía por la cuesta de la calle Amos en dirección a la “Piazza delle Columbario”, iba rodeado por un tempestuoso mar de hombres y mujeres en todos los matices del negro y el gris para quienes la orden citada en la primera epístola de Timoteo es el pan cotidiano. Asustados como peces atrapados en la red, van de un lado a otro sin detenerse en una especie de trajinar extraño en el que se entreveran lo sacro y lo mundano. De acá para allá y de allá para acá, del mikve(3) a la sinagoga y de la sinagoga a la tienda y de la tienda a la casa de estudios y de la casa de estudios a la enfermería y de la enfermería a los jardines de infantes y guarderías, “llevan comida a su familia y ración a sus criadas”(4) mientras se precipitan sobre un “Amén, que Su Nombre sea bendito” y “Bendito Sea y Bendito Su Nombre”. Las calles estrechas y los muros de las casas -empapelados con infinitos carteles(5) que son testigos de “las cebras” de Toldot Aharon(6) y de los cosacos de Guer(7) que pasan delante y de la indiferencia de los jóvenes de la Escuela Talmúdica de Hebron y de Mir y de los estudiosos de Porat Yosef- aún recuerdan el eco de los pasos y la melodía de las voces de los habitantes de la primera república hebrea que existió aquí a comienzos del siglo XX y que fue desintegrándose lentamente después del nacimiento del Estado.
En el barrio Kerem Abraham, ubicado en el extremo noroeste de la pequeña república de la cultura que se desplegaba en el oeste de Jerusalén sobre 12 km2, convivían los hijos de una élite cultural multicolor, variada y excepcional: escritores y poetas, pensadores religiosos y científicos, jueces y funcionarios, entre los que se encontraban Israel Zarhi y su hija Nurit, Zelda, mi amado maestro Nahum Arieli y Amoz Oz; el Rab Tzvi Yehuda Kook, hijo del Gran Rabino Abraham Isaac Kook, y el Rab David Cohen apodado “el nazareno”; el Gran Rabino Abraham Schapira y el Rebe de Drohovitch, llamado el “Rebe dibujante”, padre del poeta Sh. Shalom y del Dr. Itzjak Schapira, director de la Escuela Reali de Haifa. El juez de distrito, Prof. Yaakov Bezek, presidente del tribunal que juzgó a los acusados de la resistencia judía clandestina; el filósofo Prof. Avishai Margalit, el Prof. Haim Ernst Wertheimer, galardonado con el Premio Israel de Medicina; el arqueólogo Baruj Knahal y también Israel Dorion, conocido con el pseudónimo literario B. Einan, creador del “pan Einan” y traductor al hebreo del utópico Popper-Lynkeus. En los márgenes del barrio vivían el Rab Shlomo Yosef Zevin, editor de la “Enciclopedia Talmúdica” y el Rab M. M. Kasher, editor de “Torá Shlemá” (la Torá completa), abuelo de los profesores Assa Kasher y Rimon Kasher; el Rabino Mayor de Jerusalén Rab Zvi Pesaj Frank y el líder de Agudat Israel, diputado Itche Meir Levin; el filósofo Prof. Meshulam Groll, uno de los fundadores de la Universidad de Tel Aviv, y su mujer, la egiptóloga Sara Groll. Y no podría olvidarme de Yaakov David Abramsky, el número uno, bibliófilo y polemista, la personalidad más enigmática del paisaje jerosolimitano en cuya tarjeta de presentación decía: “Escritor prolífico de la nación, descendiente de nuestro patriarca Abraham Mapu” y que saludaba a viva voz a todos los pasajeros del ómnibus cuando descendía.
Frente a la tienda de periódicos del Sr. Kaleko, que al compás de los vientos que soplaban en los comienzos del estado hebreizó su nombre a Barkali (tienda en la que se podían encontrar todos los diarios, desde “Al Ha-mismar” hasta “Lamerjav” y “Ha-boker” y “Jerut” y si los dueños tenían ganas, también “Ha-olam ha-ze” y “Bul”) decido detenerme un rato. El Sr. Kaleko y también su variedad de periódicos que se exhibían allí ya no existen más y en su lugar se alza una tienda de “ropa de calidad para hombres y jóvenes” que lleva el nombre “BS´D(8) negro y blanco”. Se puede decir que este nombre es la síntesis de los procesos atravesados por Kerem Abraham Besiyata Dishmaya. Arriba del local, en la casa que habitaba hace años el periodista Uzi Benziman y el diseñador de modas Jerry Melitz cuelgan de una soga, como en un minián, pequeños talits y un talit grande de lana.
Subo hacia la izquierda, en el sentido sur de la calle Ovadia, pero cuando mis ojos se topan con un cartel de cartón atado a las rejas de una ventana que declara “el pueblo judío contra la existencia del estado sionista” y llama a boicotear las elecciones impuras, doy marcha atrás y regreso a la calle Amos. Junto a la casa Nº19, en la puerta de un local abandonado que está en alquiler, me detengo (años atrás vendían allí artículos de electricidad para el hogar y recuerdo las cajas de cartón azules y rojas de los ventiladores que se apilaban contra las rejas a ambos lados de la puerta). Aquí atrás, en un pequeñísimo departamento subterráneo tallado en el costado de la montaña, vivió en los años cuarenta y comienzos de los cincuenta del siglo pasado un niño -como lo testimonia Dov Sadan- que colgó un cartel en la puerta de su habitación con la inscripción: “Amos Klauzner, escritor”. Y así es como Amos Oz, nacido de ese hermoso niño que Dov Sadan conoció en el departamento de Fania y Yehuda Klauzner, supo describir en sus libros no solamente la pequeña congregación de “tolstoianos” salida de una novela de Dostoievski que pasó por Chejov y fijó su vida en Kerem Abraham, sino también a los otros habitantes del barrio -bibliotecarios, maestros, funcionarios y encuadernadores- cuyas mejillas se ruborizaban con los vientos de la utopía y el frenesí mesiánico en sus diferentes matices.
Frente al edificio en el que vivían, uno sobre el otro, el juez Bezek, el rabino “nazareno” y Ruth y Nahum Arieli, (en su casa conocí a la poetisa Zelda), doblo a la izquierda. En la esquina, en lugar de la filial de Kupat Jolim General, fortaleza del movimiento laborista y de la Histadrut -durante mi infancia flameaba allí cada primero de mayo la bandera roja junto a la bandera azul y blanca- está ubicado un instituto llamado (no podría ser de otro modo) “Escucha nuestra voz”. “Escucha nuestra voz, Adonai Elokeinu…”(9), recito para mí, mientras empiezo a subir hacia el norte, por la calle Ovadia, hacia la “Casa Finn”. Paso por la vivienda en la que vivió el Rab Tzvi Yehuda Kook, posteriormente rabino de Gush Emunim, el mismo de cuyo bolsillo asomaba el carnet de la “Liga contra la coerción religiosa” (tal como lo contó el Sr. Eliashiv), el empleado del correo en la filial Tnuva de mis padres, y frente al edificio en el que vivía la rabina Rokaj con su pequeño hijo, viuda del rabino de Bilgoray y cuñada del Admor de Belz.
La “Piazza delle Columbario” de mi madre ya no es lo que era. La mayoría de los árboles de moras, higueras y granadas que había fueron cortados. Sobre los difuntos canteros de flores estacionan los autos, se instaló un patio de juegos para niños sobre una superficie de pasto sintético ensuciado con plásticos descartables y con tachos de residuos con forma de ranas verdes que, en palabras del profeta, “exhalará su hedor y subirá su pudrición”(10). Las cercas de piedra se hundieron en la tierra mientras que las hermosas construcciones fueron afeadas con la anexión de un montón de apéndices “que no tienen belleza ni esplendor”(11) -balcones, ascensores externos, buhardillas y tabernáculos colgados- y que parecen salidos de una pintura de Hundertwasser. Ningún habitante de la calle Ovadia puede imaginar que el transeúnte que lleva un sombrero de paja blanco, acompañado por una fotógrafa que luce falda y blusa recatadas -o sea, yo- jugaba al “stange”(12) con un niño gordito llamado Bérale, el hijo huérfano de la viuda de Rokaj, hasta el día en que llegó a su casa una delegación de “ángeles destructores”(13) encarnados en una pandilla de viejos jasídicos que lo declaró “Ianuka”(14), lo alejó de su madre y lo capacitó para desempeñarse como el “Admor” que ocupe el trono de su tío y quien más adelante consolidará el movimiento jasídico de Belz y lo convertirá en uno de los movimientos más importantes de Israel.
Mientras espero en la puerta de la Casa Finn que el guardia me permita entrar, reflexiono acerca de la historia de esta construcción de piedra en cuyo muro se destaca la inscripción “Villa educativa Beit Braja, Centro educativo para señoritas Stolin-Karlin”, una construcción cuya historia se revela ante mí como un corte arqueológico.
Se aparecen ante mis ojos los jóvenes del antiguo Yishuv, que conmovían por su rareza y su agotamiento, que se conchababan aquí en todo trabajo asalariado por tres piastras y media al día; la mujer del cónsul sentada en su casa de verano conversando en hebreo y en idish, aprendidos en la casa de su padre, con sus vecinos que llenaban los baldes con agua de su pozo; los jóvenes delincuentes -“los niños bandidos”, en el lenguaje de Zuta y Susnik- apresados aquí en el ocaso del Mandato británico, durante la Segunda Guerra Mundial; la estación de la Policía Fronteriza y la base de la Gadná(15), anexados al contiguo Campamento Schneller que estuvo activo en los comienzos de la década del cincuenta y, especialmente, el tribunal militar distrital que juzgó aquí, en 1957, a los once oficiales y soldados de la Policía Fronteriza involucrados en la masacre de Kfar Kassem. Siendo niño, recuerdo el alboroto de dimensiones que se producía alrededor de nosotros día y noche hasta el momento en que el juez Biniamyn Halevi sentenció qué es una “orden efectivamente ilegal”, izó sobre ella una bandera negra y no dejó ningún lugar a dudas que esa es una orden que todo ser humano debe negarse a cumplir.

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A comienzos de los ochenta la casa fue adquirida por el movimiento jasídico de Stolin-Karlin, el más antiguo de los jasídicos en Israel. El Rab Yaakov Perlov, hijo del Rab Aharon “el grande”, emigró a Israel hace aproximadamente doscientos años, en 1770, siete años antes que los discípulos del Baal Shem Tov, y desde entonces continúa la actividad iniciada por él.
En contraposición con las bienvenidas desconfiadas que recibo en casi todas las instituciones ortodoxas, Abigail y yo fuimos recibidos aquí afablemente. El guardia nos invitó a recorrer libremente el predio mientras llegaba nuestro jasid anfitrión. En el pulcro patio trasero encontramos sorprendentemente un parque arqueológico muy cuidado: un marco decorado con el relieve de un candelabro de siete brazos proveniente de una sinagoga de la Galilea, la boca de un pozo, columnas, bases de columnas y capiteles. Quien se ocupó de trasladar estos elementos a “Beit Braja” -lo supe durante mi época de columnista en “Davar”-, no fue otro que el finado comandante Amir Drori, quien fundó el “Organismo autónomo de antigüedades”, lo dirigió y también fue conocido por sus enfrentamientos con los ortodoxos por las excavaciones en sitios donde había sepulturas antiguas y eso le granjeó amenazas de muerte que hasta provocaron una crisis dentro de la coalición gobernante.
El movimiento jasídico Karlin se preocupó por cuidar la mayor parte de la casa y sus alrededores preservando su aspecto arquitectónico histórico bajo las directivas del organismo y de la Municipalidad de Jerusalén. Pero las inscripciones cristianas que estaban sobre ambas entradas les resultaron demasiado espinosas y decidieron quitarlas. La inscripción “Danos hoy el pan necesario” fue escondida tras el cubículo del guardia que dormita allí y la inscripción “El temor a Dios es el valor supremo”, del Nuevo Testamento, fue reemplazada por “El temor a Dios es fuente de vida”, del libro de Proverbios. Otro ejemplo de personas de buena voluntad que saben separar lo esencial de lo suplementario y de cómo comer la torta y a la vez dejarla entera.
Mi anfitrión, así como el Patriarca Abraham en su momento, nos recibió cálida y cordialmente y hasta se ofreció a prepararnos alguna bebida fría o caliente, relató que ellos reciben a todos los visitantes con cortesía, fraternidad y amistad, tanto a hombres como mujeres, tradicionalistas o laicos absolutos. “Como estamos en el umbral de ´los días solemnes´, te diré cómo interpretó Rabí Aharon el Grande, fundador de nuestro movimiento jasídico y discípulo del Maguid de Mezeritch, el concepto de ´Iom truá’(16): un día de amistad entre el hombre y su prójimo”, dijo el jasid. Además, detalló que en ese predio funcionan dos instituciones educativas para señoritas: “Beit Braja”, donde concurren aproximadamente mil alumnas de la propia comunidad -cuenta con guardería, jardín de infantes, escuela primaria y secundaria y también un seminario- y “Bat Tzion”, escuela secundaria estatal religiosa que es un internado de alto nivel académico destinada a la absorción de jóvenes inmigrantes de la ex Unión Soviética. “La educación que reciben las alumnas -agregó el anfitrión- es símbolo y ejemplo de una educación religiosa auténtica que no contiene indicios de lo que en nuestros días se denomina “religionización”, según el espíritu recatado y humilde de la comunidad Karlin-Stolin que tiene un legado singular de amor a Israel y amor al prójimo”.
Le conté a mi anfitrión que, a comienzos de los ochenta, cuando él era un niño o tal vez ni había llegado al mundo, una marcha de ese pequeño movimiento jasídico, destinada a obtener el apoyo financiero oficial para sus escuelas por parte del Ministerio de Educación de la Nación, despertó la ira de la “congregación ortodoxa” que excomulgó a sus antepasados y publicó pancartas amenazantes contra ellos. En esa contienda -agregué- también hubo un drama familiar que atrapó a todo el que siguió el episodio. La hija de Uri Bloya, hijo del Rab Amram Bloya y quien heredó el cargo de su padre como dirigente de Neturei Karta, estaba casada con un jasid de Karlin. Su hija, es decir, la nieta de Uri, asistía a una guardería en la Casa Finn y de ese modo, los transeúntes que pasaban por la “Piazza delle Columbario” pudieron ver en la puerta al Rab Uri envuelto en un saco con cenizas y con una estrella de David amarilla con la inscripción “judío no sionista” manifestando contra su nieta que disfrutaba del dinero de los herejes sionistas. Mi anfitrión se conformó con sonrisa lacónica, evitando intencionalmente despertar a los fantasmas, y acto seguido nos preguntó si deseábamos bajar al columbario.
“Esta es una de las maravillas de la Jerusalén terrenal, de la ciudad oculta a los ojos”, dijo el jasid a quien algunas hebras plateadas ya adornaban su barba, mientras bajábamos por las escaleras talladas en la piedra y nos pedía andar con cuidado para no resbalarnos.
“Y Beit Braja, la casa de la bendición, es una de las maravillas de la Jerusalén celestial, de una ciudad cuya belleza es interna -le respondí emocionado por haber decidido finalmente venir hasta aquí a pesar de mi reticencia-. Porque acá ordenó el Bendito Sea la bendición y la vida eterna”.

* Publicado en Yedioth Ahronot, 8-10-2019
** Escritor y editor nacido en Jerusalén en 1945. Ha publicado siete novelas, un poemario y tres libros de no ficción. Es profesor en la Universidad Hebrea.
Traducción: Tamara Rajczyk

 

1. Una de las primeras casas construidas fuera de las murallas de la Ciudad Vieja de Jerusalén en los años cincuenta del siglo XIX.
2. Antiguo orfanato sirio, convertido más tarde en base militar del Mandato Británico y posteriormente de IDF, cerrado en 2008. Actualmente es un barrio ortodoxo.
3. Espacio donde se realizan los baños rituales.
4. Proverbios 31: 15.
5. En los barrios ortodoxos la información circula a través de carteles que se pegan en las calles.
6. Alusión a la vestimenta que usan los hombres de esta dinastía jasídica.
7. Otra dinastía jasídica.
8. Acrónimo en arameo de Besiyata Dishmaya: “con la ayuda del cielo”.
9. Uno de los rezos que integran la Plegaria dieciocho (Tfilat shmone esre).
10. Joel 20:2.
11. Isaías 53:2.
12. Juego infantil parecido al fútbol que se juega de a dos.
13. Salmos 78:49.
14. Del arameo: bebé. Denominación del Admor, líder espiritual, coronado antes del bar mitzva.
15. Programa de entrenamiento militar que prepara a los jóvenes para el servicio militar obligatorio en las Fuerzas de Defensa de Israel.
16. Uno de los nombres de Rosh Hashaná, que aparece en Levítico 23:24. “Habla a los hijos de Israel y diles: El primer día del séptimo mes tendréis día de descanso, una conmemoración al son de trompetas y una santa convocación”.