¿Cuál es el límite de la libertad de expresión?

Negación y abnegación

Netflix acaba de incorporar a su plataforma de streaming la película Negación, que fue estrenada en 2016 pero toca un tema bien actual. Dirigida por el inglés Mick Jackson y basada en un hecho real, cuenta el famoso juicio entre la historiadora estadounidense Deborah Lipstadt y el negacionista del Holocausto David Irving. Y nos ayuda a reflexionar cuál es el límite de la libertad de expresión.
Por Andrés Pascaner*

En 1996 David Irving demandó a Deborah Lipstadt por difamación luego de que ella lo llamara “fanático nazi” y afirmara que él falsificó o malinterpretó deliberadamente documentos históricos para negar el Holocausto. Irving acude a una corte del Reino Unido, donde la presunción de inocencia no funciona como tal, y la acusada debe probar que es inocente. En otras palabras, Deborah es culpable hasta que demuestre lo contrario. En el juicio hay demasiado en juego ya que –si Irving gana– eso estaría sentando un peligroso precedente: cualquiera podría negar el Holocausto sin afrontar las consecuencias legales, amparado en una trastocada idea de libertad de expresión.
A cuatro años del estreno de Negación y más de 75 del genocidio al pueblo judío por el régimen nazi, pareciera que cualquiera puede decir cualquier cosa sobre cualquier tema.

Siempre y cuando aclaren que es su opinión, los líderes del mundo desconocen hechos históricos y datos científicos contundentes. Así, en la Era del Twitter, Trump pone en duda la existencia del calentamiento global. La dictadora Jeanine Añez niega que haya habido un golpe de Estado en Bolivia. El presidente chileno se desentiende de la masacre a manifestantes a manos de Carabineros. En Argentina, altos funcionarios del macrismo relativizan la cantidad de desaparecidos durante la última dictadura cívico-militar. Y cierta exministra de Seguridad se apura a determinar que Gendarmería no tuvo nada que ver con la muerte de un joven militante durante una feroz represión al pueblo mapuche. Los multimedios naturalizan y fogonean estas “opiniones”; a veces, las presentan incluso como “hechos”, sobre todo si están en sintonía con su ideología e intereses comerciales. Un tuit, un meme o una declaración tiene –en muchos medios– el mismo peso que una verdad comprobable.

La voz del sufrimiento
Interpretada magistralmente por Rachel Weisz, Deborah Lipstadt quiere subir al estrado y dar su versión de los hechos; hechos minuciosamente documentados y científicamente comprobados. No sólo eso: quiere llamar a declarar a los testigos del Holocausto, los sobrevivientes de los campos de concentración, para que sea escuchada “la voz del sufrimiento”. Sin embargo, sus abogados defensores no creen que esa sea una buena estrategia. Temen que David Irving, un provocador mediático que se representa a sí mismo, revictimice a los sobrevivientes y remueva sus heridas.

Deborah sostiene que Irving la eligió como blanco por dos motivos muy claros: “Porque soy judía y porque soy mujer”. Irving podrá ser misógino y antisemita, pero los defensores le explican a Deborah que este caso no se trata de ella. Aquí importa sólo la verdad, y no su ideología personal. Deben ganar en nombre de las víctimas del Holocausto y de toda la comunidad judía. Para hacerlo, Deborah tiene que correrse a un lado. Debe cometer un acto de “abnegación”, que literalmente significa: renunciar de manera voluntaria a los propios deseos e intereses, en beneficio de otras personas.

Hechos, no opiniones
David Irving se justifica diciendo que la no existencia del Holocausto es “su” verdad. Él considera que muchas personas piensan igual pero no se atreven a decirlo porque eso sería políticamente incorrecto. De nuevo, amparado en una malentendida idea de libertad de expresión, Irving se ve a sí mismo como un transgresor que desafía lo socialmente aceptado en nombre de sus convicciones. El problema es que sus convicciones son el resultado de un pensamiento fanático, sesgado, que no se coteja con la realidad. La película termina con un poderoso mensaje. Deborah no está a favor de la censura ni de coartar la libertad de expresión de nadie. Pero sí exige que cada quien se haga responsable de las opiniones que emita cuando haga uso de su libertad. Y afronte las consecuencias cuando esas opiniones resulten maliciosas.

Como aconsejan los defensores de Deborah, cuando el objetivo es llegar a la verdad, la memoria y la justicia, es bueno poner a un costado las convicciones personales. No debemos apurarnos a acomodar hechos y datos científicos a nuestra propia ideología. Porque nuestra deuda es, ante todo, con las víctimas y los sobrevivientes de estos eventos históricos: el Holocausto, las dictaduras y cualquier tipo de injusticia social.

*Andrés Pascaner es guionista de televisión. Ha trabajado en la escritura de la serie Maradona: Sueño Bendito y actualmente se desempeña como autor de El Marginal.