Amos Oz y yo

El 28 de diciembre pasado se cumplió el primer aniversario de la muerte de Amos Oz. Según la tradición judía, ha culminado el año de duelo. Un momento adecuado para una reflexión personal.
Por Tamara Rajczyk

En 2011, Amos Oz visitó Filadelfia y un colega norteamericano que fue a escuchar su conferencia le pidió que autografiara para mí el libro Una historia de amor y oscuridad, que yo había leído en hebreo cuando se publicó. Así de interesante es la literatura: un libro escrito en Israel, traducido en España, comprado en Estados Unidos, llega por correo para ser leído y disfrutado en Buenos Aires. Lo amé en hebreo y volví a deleitarme con él en castellano. Sentí una gran emoción al tener en mis manos el objeto libro que el mismísimo autor había sostenido durante unos minutos en las suyas.
Mi primer contacto con este libro fue en Jerusalén, en diciembre de 2002. Un día frío y lluvioso, una apasionada profesora de literatura israelí nos habla en su clase sobre el nuevo libro de Amos Oz recientemente publicado: es una novela, pero también un libro de memorias. Es autobiografía y a la vez ficción. Leemos en clase sus primeras páginas, que son muy prometedoras: “Al cabo de los años supe que la Jerusalén bajo el Mandato Británico, en los años veinte, treinta y cuarenta, era una ciudad culturalmente fascinante; había grandes comerciantes, músicos, intelectuales y escritores: Martin Buber, Gershon Scholem, Agnón y muchos otros…”.
La pluma de Amos Oz nos guía por la historia y la geografía de esta ciudad en la que estamos estudiando, con un intervalo de decenas de años; nos hace escuchar los diálogos (inventados) entre los personajes que conoció; nos permite entrar en alcobas ajenas y nos cuenta secretos bien guardados. Nos habla de los recuerdos de infancia que tiene un adulto. El libro no es una narración cronológica, sino que, como la memoria misma, convoca los recuerdos aleatoriamente. Y así van enlazándose en esta novela los grandes acontecimientos que se sucedieron en Israel antes de la creación del Estado, y también en sus primeros años, con las vivencias del pequeño Amos y sus padres. La Gran Historia entretejida con los hechos de la vida cotidiana.
Muchos años antes yo había leído otra novela de Amos Oz que también transcurre en Jerusalén: Mi marido Mijael, publicada en 1968. En este caso, Jana, la narradora, relata la historia de un matrimonio y su ruptura durante los años cincuenta con la ciudad como escenario: la Universidad Hebrea (en ese entonces funcionaba en el edificio Terra Sancta), el Monasterio Ratisbonne, la calle King George, el viejo cine Edison. El universo interior de Jana va revoloteando por estos paisajes urbanos en los que se entrelazan la historia antigua y la contemporánea de la ciudad: “Mijael y yo nos citamos esa misma tarde en el café Atara, en la calle Ben Yehuda. Se desencadenó una tormenta tan fuerte que parecía querer poner a prueba las paredes de piedra de Jerusalén… Por la noche, en invierno, los edificios de Jerusalén parecen espectros de color gris gélido sobre una cortina negra. Un paisaje de violencia contenida. Jerusalén sabe ser una ciudad abstracta: piedras, pinos y hierro oxidado”. Y así, gracias al relato de Jana, pude imaginarme cómo era la vida en la ciudad dividida, cómo eran los barrios de Mekor Baruj, Ajvá, Kerem Abraham y Musrara, las calles del centro donde solían encontrarse los jóvenes de esa época. Comprendí que en aquel entonces “en cada barrio, en cada suburbio, hay una realidad oculta por una alta muralla… Me pregunto si alguien podría integrarse en Jerusalén, aunque viviera en ella cien años”. Como toda buena literatura, este libro tiene la capacidad de adentrarnos en mundos desconocidos y llevarnos de paseo por rincones de Jerusalén alejados del recorrido turístico.
Volviendo a los recuerdos de infancia que Amos Oz desgrana en Una historia de amor y oscuridad, además de sus vivencias en torno a hechos históricos como la votación en la ONU del 29 de noviembre de 1947 y el sitio a Jerusalén durante la Guerra de Independencia, escribe largamente sobre sus padres y el amor que sentían por los libros: “Lo único abundante en casa eran los libros: había libros de pared a pared, en el pasillo, en la cocina, en la entrada, en los alféizares de las ventanas, en todas partes…”. Cuando tenía seis años, le hicieron lugar en la biblioteca familiar para que acomodara sus propios libros. “Fue toda una ceremonia de iniciación. Abracé todos mis libros, que hasta ese día habían estado tendidos en una banqueta junto a mi cama, los llevé en brazos hasta el estante de mi padre y los puse de pie, como es debido, de espaldas al mundo exterior y de cara a la pared”. Mas la reacción del padre fue una sorpresa para el pequeño Amos: “´Dime una cosa, ¿te has vuelto loco? ¿Los has acomodado por tamaño? ¿Acaso los libros son soldados?´… Mi padre empezó a descubrirme todas las cosas de la vida. Me inició en los misterios de la biblioteconomía: los libros se pueden ordenar por título, por autor, por colección y editorial, por orden cronológico, por idioma, por tema, por género y campo. Depende. Y así aprendí los secretos de la variedad: la vida está hecha de diversos caminos. Cada cosa puede ocurrir de una forma y también de otra. Esta lección me ha acompañado todos estos años”.
Vi la película “Una historia de amor y oscuridad”, dirigida y protagonizada por Natalie Portman, y es obvio decirlo, pero… me gustó mucho más el libro. La imaginación siempre es más rica.
Hace tiempo adopté la sugerencia del padre de Blume, personaje de Una historia sencilla, de Shmuel Yosef Agnón: “Cuando el mundo de una persona es oscuro, lee un libro y ve otro mundo”. Amos Oz es un excelente guía para visitar otros mundos.