Trump e Irán se conforman y se aleja la posibilidad de una guerra abierta

Luego del asesinato del general Qasem Soleimani y del ataque iraní a bases norteamericanas en Iraq, se temía una escalada descontrolada del conflicto que mantienen Estados Unidos e Irán. Pero tras sendos gestos de ambos países, el nivel de tensión empezó a mermar para dar paso a un período de incertidumbre donde los protagonistas intentarán reacomodar sus fichas.
Por Damián Szvalb

Luego del ataque iraní a dos bases militares de Estados Unidos en Iraq y de que varios cohetes impactaran en la Zona Verde de Bagdad, el mundo se paralizó. Con lógica, muchos habrán pensado que lo que venía iba a ser mucho peor de todo lo muy malo que ya ha pasado en Medio Oriente. Parecía que estaban dadas todas las condiciones para que se desatara una guerra abierta entre Estados Unidos e Irán. Pero los temores se fueron disipando de a poco. Una primera buena señal fue cuando en la misma noche de los ataques, Donald Trump decidió no dirigir ningún mensaje a su pueblo porque solo lo hubiera hecho para anunciar que Estados Unidos entraba de guerra. Esto hacía suponer que el ataque iraní no había tenido graves consecuencias (medido en cantidad de muertos).
Todo esto se terminó de confirmar un día después, cuando Trump, sin decirlo explícitamente, dio por concluido este round. En una conferencia que dio en la Casa Blanca ratificó que no hubo víctimas fatales, que nunca iba a permitir que Irán tenga armamento nuclear y que profundizará las sanciones económicas.
Por su parte, los iraníes también parecen haber quedado conformes. Hicieron lo que tenían que hacer en estas circunstancias para cumplir con sus dos objetivos. Por un, lado se trató de un ataque directo hacia Estados Unidos, quizás el más jugado de los últimos años, para mostrarle a su gente que no se quedaban de brazos cruzados frente al asesinato de Qasem Soleimani. Por el otro, al controlar los daños que iba a generar el ataque, le dio a Trump la opción de no seguir la escalada.
Minutos después del ataque, el ministro de Exteriores iraní, Mohammed Javad Zarif, dejó en claro qué era lo que querían. Escribió en Twitter que los ataques a tropas estadounidenses habían “concluido” y que Irán no buscaba “una escalada o una guerra”.
Por eso no hay que darle mucha importancia a lo que dijeron después, sobre todo a que en el ataque murieron 80 estadounidenses, que era solo un primer golpe y que la venganza por la muerte de Soleimani recién empieza. Lo último que quieren es entrar en un conflicto abierto con Trump por una razón bien sencilla: se llevarían la peor parte.
Ahora se abre un período de incertidumbre donde los protagonistas seguramente intentarán reacomodar sus fichas. Trump sale fortalecido de todo esto. Si se mide golpe por golpe, es evidente su éxito, que seguramente le viene muy bien para encarar el proceso de impeachment que se le viene encima y la campaña electoral por su reelección.
Mientras tanto, los iraníes seguirán tratando de seguir haciendo lo que venían haciendo: ganar influencia en Siria y en Iraq, aunque ahora se cuidarán un poco más de no pegarle directamente a Estados Unidos. Seguirán pulseando con Israel y con Arabia Saudita, buscarán desafiar a la comunidad internacional con su programa nuclear y, sin duda, estrecharán aún más su vínculo con Rusia.