Una lectura desde el film Solos en Berlín, proyectado en el Festival Internacional de Cine Judío en Argentina 2019

La rebelión es el sentido

¿Pueden unos pocos granos de arena arrojados en los engranajes de una omnipotente maquinaria política lograr que se atasque? Con toda seguridad, no. Pero, ¿si se persiste? ¿Si se repite el pequeño acto una y otra vez, durante días, meses, tal vez años, puede ocurrir que los dientes de las ruedas dejen finalmente de girar? Es probable que no, al menos en el tiempo de nuestras vidas. Entonces, ¿por qué arriesgarse a hacerlo?
Por Eduardo Wolovelsky

Berlín 1940
Calles marcadas por la euforia. Los hombres y las mujeres comunes definen el ánimo de la ciudad agitando banderas con la esvástica mientras gritan y vociferan hurras al führer y a la Wermacht. El avance del ejército alemán, que en tan solo en unos pocos días conquistó Francia, muestra que la superioridad que el nazismo pregona parece ser algo más que una declaración. La humillación de la Gran Guerra parece haber concluido. Europa Central y Occidental están ahora marcadas con los símbolos del nazismo. El III Reich no parece encontrar freno alguno a su expansión.
Otto Quanguel, capataz en una empresa maderera, creyó en la promesas de Hitler, lo apoyó como lo hicieron millones de trabajadores pero ahora permanece aislado. Necesita el refugio del silencio, debe pensar, intenta entender. Él y su mujer acaban de recibir un telegrama en el que le informan que su único hijo ha muerto en el frente occidental. Quangel, no solo comprende ahora las falsedades que portaba el nazismo, percibe la tragedia por venir, la que aún no se ha expresado en toda su profundidad. Finalmente decide con su mujer, quien pertenecía a la Asociación de Mujeres Nacionalsocialistas, que no cabe otra posibilidad que la de sabotear al régimen. Deberán comenzar por arrojar puñados de arena en las piezas de la maquinaria política del poder totalitario de Hitler y deberán hacerlo una y otra vez hasta que el mecanismo se atasque. Escribirán postales denunciando los crímenes del nazismo, las firmaran con el lema “Prensa Libre” y las dejarán en lugares públicos. Pero en sus pensamientos más íntimos saben que no podrán tener éxito, que los engranajes no se habrán de trabar. La pregunta del inicio regresa. ¿Por qué lo hacen? ¿Por qué intentarlo si en ello arriesgan sus vidas?

Munich 1943
Otto y Anna Quangel no son los únicos que desafían al régimen con el rigor de la palabra. En Munich se organiza un movimiento universitario que convocará a jóvenes que intentarán una forma de resistencia no violenta denunciando a través de cartas y panfletos las atrocidades cometidas por las SS tanto en Francia como en el este de Europa al tiempo que lo harán también sobre la forma tiránica del poder nazi. Entre sus integrantes se encuentran Hans y Sophie Scholl. El 18 de febrero dejan panfletos en la universidad y Sophie arroja muchos de ellos desde el tercer piso. La observan y la detienen junto a su hermano. Por imprudente que pueda haber parecido esta última acción era evidente que frente a un régimen tan poderoso era imposible no ser descubiertos, habría de ocurrir tarde o temprano. La fuerza de su idealismo contrasta con la posibilidad de mellar o herir a la autoridad, que eran mínimas por no decir nulas. ¿Por qué condenarse a la muerte con una acción política que no podía erosionar ni siquiera la superficie más externa de un ominoso poder? El texto esparcido desde lo alto de la universidad puede darnos la respuesta y por ello lo reproducimos aquí:
¡Compañeros, compañeras!
Conmocionado, nuestro pueblo ha tomado conocimiento de la muerte de nuestros hombres en Stalingrado. La genial estrategia del gran cabo de la guerra mundial ha lanzado a trescientos treinta mil alemanes a la muerte y a la destrucción sin ningún sentido y en forma totalmente irresponsable. ¡Gracias, Führer! Entre el pueblo alemán crece la agitación: ¿vamos a seguir confiando el destino de nuestro ejército a un diletante? ¿Vamos a sacrificar el resto de la juventud alemana a los bajos instintos de poder de un grupo partidario? ¡Jamás! Ha llegado el día de saldar las cuentas, las cuentas de nuestra juventud alemana con la tiranía más vil que nuestro pueblo jamás soportó. En nombre de la juventud alemana reclamamos al Estado de Adolf Hitler que nos devuelva la libertad personal, el bien más preciado de los alemanes, que nos ha sido arrebatado de la forma más vil. Hemos crecido en un Estado que nos ha privado de toda posibilidad de manifestar nuestra opinión. Durante los años más fructíferos de nuestras vidas las Juventudes Hitlerianas, las SA, y las SS han intentado uniformarnos, revolucionarnos, narcotizarnos. «Entrenamiento ideológico» se llamaba el despreciable método de asfixiar todo atisbo de pensamiento y valoración independientes, sumiéndonos en una espesa niebla de frases huecas. Una selección de dirigentes, imposible de imaginar más diabólica y estúpida al mismo tiempo, educa en sus academias a futuros caciques partidarios, explotadores y asesinos impíos, sinvergüenzas y siniestros, adiestrados en un ciego y estúpido seguimiento al Führer. Nosotros, supuestos «trabajadores del espíritu» apenas serviríamos como recaderos de esta nueva generación de dirigentes. Supuestos dirigentes estudiantiles, aprendices de futuros jefes distritales, se atreven a reprender a soldados que luchan con sus vidas en el frente, cual si fueran colegiales. Con chistes obscenos, jefes distritales ensucian el honor de las estudiantes. En la Universidad de Munich, las estudiantes alemanas han sabido dar una respuesta respetable a la ofensa de su dignidad; estudiantes alemanes han defendido el honor de sus compañeras. Ha llegado la hora de luchar por nuestra libertad y autodeterminación sin la cual no es posible crear valores espirituales. Nuestro agradecimiento es para con nuestros valientes compañeros y compañeras que han sabido iluminarnos con su actitud ejemplar. Para nosotros sólo existe una consigna: luchar contra el partido. Salir de los cuadros partidarios en los que se nos quiere seguir silenciando políticamente. Salir de las aulas de los oficiales y suboficiales de las SS y de quienes se arrastran ante el partido. Nos importa la ciencia verdadera y la genuina libertad del espíritu. No habrá amenaza que nos haga retroceder. Tampoco lo conseguirá el cierre de nuestras universidades. Se trata de la lucha de cada uno de nosotros por nuestro futuro, por nuestra libertad y por nuestro honor en un Estado consciente de su responsabilidad moral. ¡Libertad y honor! Durante diez largos años, Hitler y sus consortes han vaciado hasta la repugnancia las dos palabras alemanas más preciadas, las han tergiversado, vulgarizado como solo son capaces de hacerlo diletantes que tiran por la borda los supremos valores de una nación. Lo que les vale la libertad y el honor lo han demostrado más que suficiente en diez años de destrucción de toda libertad material y espiritual, de todas las sustancias morales en el pueblo alemán. El terrible baño de sangre que han generado y a diario siguen generando en nombre de la libertad y del honor de la nación alemana en toda Europa, le ha abierto los ojos hasta al alemán más necio. El nombre alemán quedará deshonrado para siempre si la juventud alemana no se levanta por fin, escarmienta y purga al mismo tiempo, destruye a sus verdugos y alza una nueva Europa espiritual.
¡Estudiantes! El pueblo alemán dirige su mirada hacia nosotros. Al igual que en 1813 cuando esperaba que se quebrara lo napoleónico, espera en 1943 que sepamos quebrar el terror nacionalsocialista desde el poder del espíritu. Desde las llamas de Beresina y Stalingrado los muertos nos convocan.

Nuestro pueblo se alza contra la esclavización de Europa a manos del nacionalsocialismo en una nueva irrupción de libertad y honor

Ejecuciones
Sophie y Hans Scholl serán “juzgados” y rápidamente condenados a morir guillotinados. Los asesinan el 22 de febrero. Exactamente un mes antes Otto y Elise Hampel, en cuya historia está inspirado el relato de Otto y Anna Quangel, son juzgados por “socavar la moral militar” y por “alta traición” y condenados a ser guillotinados, sentencia que se ejecuta el 8 de abril. También se cumple el dictamen de una de sus postales: “¡La Guerra de Hitler es la muerte de los trabajadores!”. La historia del matrimonio Hampel fue narrada por el autor Hans Fallada en su novela “Todo hombre muere solo” la que fue llevada al cine en varias ocasiones. La última versión fue realizada en 2016 y estrenada con el título “Solos en Berlín”.
Los actos de Otto y Anna Hampel, quienes decidieron arrojar puñados de arena sobre la gran maquinaria nazi, y la de los jóvenes Sophie y Hans Scholl, quienes supieron leer el espíritu de muerte del mundo hitleriano, poseen un valor por sí mismos, no por el posible éxito que pudiesen lograr en la correlación de fuerzas para vencer a un sistema opresivo o porque su acción no portase severos riesgos, incluso el de ser asesinados. Lo que comprendemos por sus actos es que en ciertas circunstancias la propia rebelión es el sentido, más allá de los logros y los riesgos, porque es allí el único lugar donde reside la vida. Es lo que supieron quienes se alzaron el 19 de abril en el Guetto de Varsovia. Esta es la respuesta al riesgo por acciones contra un régimen opresor. La lectura más reveladora de lo que fueron estos actos de resistencia, y de lo que demandan a través de la memoria, la encontramos en las palabras del filósofo español Reyes Mate en su obra El tiempo tribunal de la historia: “El resultado está ahí a la vista, los hay hundidos y los hay salvados. El problema es que, para la memoria hay una relación entre la fortuna de los salvados y el infortunio de los hundidos. Por eso los vivos tienen que hacerse cargo de los muertos, los ricos de los pobres y los que tienen esperanza de los desesperados. Sin echar sobre nuestras espaldas las causas de los demás, nosotros, los felices, los vivos, acabaremos reproduciendo la muerte, la miseria y la desesperación sobre la que se ha fraguado nuestro bienestar”.