Los medios continúan irritados con formulaciones críticas al estancamiento -por segunda vez en menos de un año- a los dos grandes partidos israelíes por su fiasco en formar gobierno. El acta de acusación del Fiscal General contra el Primer Ministro y el inmediato contraataque de Benjamín Netanyahu para deslegitimar al Poder Judicial, precipitan aún más la crisis. Primeramente fueron sarcasmos de moderado tenor crítico: “Bochornoso fracaso electoral”, “Derrumbe del sistema político”, “Impotentes de pactar un gobierno de unidad nacional”, “Mezquino choque de egos para acordar la rotación entre ambos políticos”. Sin embargo, inmediatamente después del veredicto del Fiscal General contra Netanyahu, las acusaciones injuriosas y las alarmas se tornaron amenazantes teorías conspirativas: el acusado premier denuncia al Poder Judicial nada menos que de urdir “un golpe de Estado” en marcha para destituirlo; por su parte, Benny Ganz, líder de la oposición de centroizquierda Kajol Lavan, acusa a Netanyahu de ser un impostor que invierte su condición de acusado en acusador contra la justicia. En el clima de violenta incitación verbal de odio y desobediencia civil, enrarecido como nunca antes -al menos desde el asesinato de Yitzhak Rabin-, Netanyahu arremete contra los medios, la policía, el Fiscal General, los funcionarios del poder judicial y también contra los intelectuales: exige una ley de inmunidad parlamentaria que lo proteja del rigor de los Tribunales.
Para mayor confusión, el mismo Fiscal General Avichai Mandelblit, en respuesta a preguntas de la oposición, cree que Netanyahu puede legalmente seguir siendo Primer Ministro en funciones, pero en una tercera vuelta electoral, analizaría si también podría presentarse como candidato del Likud.
En realidad, el líder populista de la derecha israelí se viene preparando hace tiempo para seguir en el poder, y hoy nos encontramos en una escena política convulsionada en la que el personaje central sigue siendo él, ya que todo gira en torno a lo que hace y deja hacer Netanyahu.
Bibi ha rechazado la propuesta de Gantz de ser el primer jefe de gobierno de un gobierno de unidad nacional con el Likud y tampoco ha aceptado rotar recién a los dos años, cuando le sucedería en el cargo, a condición de resolver sus problemas con la justicia. Gantz replicó denunciando que Netanyahu aspira ser el primero en la rotación para ganar tiempo y persuadir a una mayoría de la Knesset de votar una ley de inmunidad cortada a su medida.
Netanyahu disemina un inédito discurso populista en el espacio público: el argumento propalado en redes sociales y en los medios para perpetuarse en el poder es que la democracia tiene que estar por encima de todo; e insiste que es el mismo pueblo que le dio el mandato quien ahora debe decidir en plebiscito por encima de las leyes; es decir, desconociendo las imputaciones de cohecho, fraude y abuso de confianza. Tal giro populista lo inició antes. Desde la segunda ronda de negociaciones para la formación de la coalición gubernamental, Netanyahu introdujo proyectos de reformas legales que garanticen inmunidad procesal al Primer Ministro y limite las competencias del Tribunal Supremo que en Israel revisa también la constitucionalidad de las leyes aprobadas por la Knesset.
Y si el líder de Kajol Lavan acusaba al líder del Likud de torpedear cínicamente las negociaciones hacia un gobierno de unidad nacional porque especulaba que en el próximo tercer round conseguirá más votos para desempatar, en el hermético bloque de los 55 parlamentarios pro Netanyahu el Likud blande viejas armas blancas, mientras otras armas nuevas son empuñadas por colonos de los Territorios Ocupados. Los primeros contraatacan con la acusación a Gantz de maquinar su alianza electoral con la “quinta columna” de los 13 árabes de la Lista Unificada. Odiosa incitación ya conocida de la tradicional derecha del Likud para ilegalizar a la minoría nacional de palestinos israelíes, etiquetándolos de enemigos internos, pese a que conforman el 20% de la ciudadanía. Los segundos escriben en Makor Rishon, periódico del núcleo ideológico fundamentalista de colonos que apoya a Netanyahu, alarmados de la profunda crisis política a la cual algunos de sus juristas califican de «constitucional», y exigiendo modificar todo el sistema político para hacerlo presidencialista. Esta nueva arma que Bibi viene portando desde hace tiempo apunta al blanco de su carisma populista de derecha que como Primer Ministro goza entre las masas populares y sectores medios: Netanyahu ahora confía que a la señal del disparado proyectil populista, el pueblo israelí lograría movilizarse para elegirlo en elecciones de voto directo.
Sin embargo, su exigencia de reforma electoral es solo una entre otras armas que integran el arsenal de medidas legislativas y judiciales que el líder populista fragua para su mega objetivo estratégico: refundar un nuevo orden republicano autoritario israelí al frente del cual Netanyahu profundizaría en su nueva investidura presidencial. Yair Lapid, número dos de Azul y Blanco, viene denunciando públicamente “que Netanyahu se transforme en un dictador como Erdogan (presidente de Turquía) y se encarame por encima de la ley”.
Tal es su proyecto más ambicioso que se juega Netanyahu en la actual contienda electoral, pero que impulsa desde hace tiempo. Primeramente, mediante la serie de leyes que su bloque parlamentario aprobó con apoyo de ultraortodoxos y partidos laicos de derecha; legislación que culminará después con la aprobación de la Ley Fundamental: Israel, Estado-nación del pueblo judío, discriminatoria para los ciudadanos árabes israelíes, musulmanes, cristianos o drusos.
Desde 2013 la ofensiva legislativa de la derecha populista logró sancionar la reforma política para limitar la presencia de los partidos árabes y de la izquierda en la Knesset. Reuven Rivlin, el presidente parlamentario, había condenado esa reforma y advirtió que el proyecto “representa la destrucción de la democracia. La minoría quedará sin derecho de acción y voces de la sociedad serán expulsadas de la Knesset”. A su turno, el diputado comunista Dov Khenin denunció que la derecha sionista “se había asustado con el crecimiento de la protesta social multitudinaria (en 2011) y el riesgo de mayor resistencia palestina en Israel y en los Territorios Ocupados”; además, Khenin reveló que Netanyahu manipuló con el designio que los partidos pequeños de las minorías étnicas y políticas perdieran representación institucional, y de esta forma “no sirvan de drenaje de las luchas populares y nacionales”.
Asimismo, esa derecha se había asustado del lenguaje combativo de parlamentarios árabes israelíes, y decidió silenciarlos con una nueva ley destinada a expulsar a aquellos por “mal comportamiento”. En virtud de la nueva “Ley de expulsión”, un miembro de la Knesset no tiene por qué ser condenado en un Tribunal Penal para ser expulsado. La sola criminalidad establecida por la ley penal demuestra su culpabilidad más allá de toda duda razonable.
Tzvi Barel interpreta el violento fuego cruzado en la actual situación de derrumbe del pactismo político en Israel, y nos alerta dramáticamente desde su columna en Haaretz: “Ya hay guerra civil en Israel”; y pese a que inmediatamente el periodista aclara que no se parece a la guerra civil durante 15 años en Líbano, su diagnóstico continúa sombrío: “Aún no hay derramamiento de sangre. Pero en las plazas de Tel Aviv los enfrentamientos en los disturbios amenazan transformarse en manifestaciones multitudinarias de ambos bandos a favor y en contra de Netanyahu (…). Una sensación de desconfianza, frustración y desesperación está creando el caldo de cultivo necesario para estallidos civiles” (Tzvi Barel, “Comenzar el proceso de rehabilitación,”: Haaretz, 4.12.19).
Me pregunto si la reacción de este periodista israelí, valorado por su ecuanimidad, acaso resulta un exagerado exabrupto. Y me pregunto además cómo calificar las advertencias de políticos árabes y judíos temerosos de un nuevo crimen político en ciernes.
Sin dudas, hoy la espesa polarización política en Israel es total y no está nada claro si un hipotético acuerdo in extremis sería capaz de conjurar crímenes de odio. Pero para entender este peligroso embrollo sin precedente que amenaza colapsar al sistema político electoral, es menester recordar cómo se ha aglutinado el actual bloque de derecha israelí, en el cual solamente el partido Kadima de centroderecha laico sufrió un serio revés en las urnas, y su líder Moshé Kahlon, el ministro de Finanzas, se plantea regresar a la disciplina del Likud de donde se fue en 2013.
Estratagemas populistas de Netanyahu para capear el temporal
Con 35 diputados sobre un total de 120, el partido Likud de Netanyahu es la fuerza derechista dominante, aunque dista de liderar el bloque de una derecha fragmentada. La Unión por la Torá y el Judaísmo (askenazi, 8 bancas) y Shas (sefardí, 9 bancas) son las dos fuerzas políticas religiosas ultraortodoxas más votadas por los jaredíes. Estos exigen que se mantenga la exención general de reclutamiento al Ejército para estudiantes de las yeshivot. El Tribunal Supremo fijó el mes de julio pasado como plazo límite para la aprobación definitiva de una ley que garantice igualdad de obligaciones entre los ciudadanos frente al servicio militar. El bloque se galvanizó con el llamado de Netanyahu a que la extrema derecha racista se incorpore por primera vez, resurrección del partido de Meir Kahana, Poder Judío, proscripto por la Knesset hacía 30 años. El líder de la alianza ultraderechista Unión de Partidos de Derecha (nacionalistas religiosos, 7 escaños) es Rafi Peretz, antiguo rabino jefe de las Fuerzas Armadas. Netanyahu decidió coaligarse con representantes de los colonos radicales en Cisjordania, abiertamente impulsores de la anexión y la legalización israelí del apartheid de facto.
La alianza entre Likud y el líder del partido Nueva Derecha, Naftali Bennett, nombrado nuevo ministro de Defensa, radicalizó aún más a la coalición de derechas. El acuerdo incluye la unión de los grupos parlamentarios en la Knesset de Likud y Nueva Derecha hasta el final de la presente legislatura. Sin embargo, el nombramiento de Bennett es temporal y tendrá que abandonar el cargo una vez que se forme nuevo gobierno. Su imprevisto nombramiento fue una maniobra de último momento de Netanyahu luego de enterarse que Gantz mantenía conversaciones preliminares con Naftali Benett y Ayalet Shaked; mediante este ardid , el líder populista bloqueó definitivamente la posibilidad de cualquier gobierno de minoría de Kajol Lavan , empujando a Israel a nuevas elecciones en las se acepte una votación directa entre Netanyahu y Gantz. Su designio es evitar la crispación de la negociación de pactos postelectorales en un país profundamente polarizado, y con unos equilibrios de coalición sobre la cuerda floja dado la fragmentación de las derechas.
Por su parte, el ultranacionalista Avigdor Lieberman, disconforme por el alto el fuego en la Franja de Gaza, había renunciado en noviembre 2018 como ministro de Defensa y exigió elecciones anticipadas. El gobierno de Hamas celebró su salida mediante un comunicado en el que calificaba la renuncia de Lieberman como una “victoria política para Gaza”. Pero también fue celebrada por los partidos religiosos la renuncia de su archienemigo secular. Porque a diferencia de Lapid, el ultranacionalista de derecha y laico Liberman les había declarado la guerra a los ortodoxos desde el gabinete para bloquear la aprobación gubernamental del proyecto de ley de supermercados promovido por el ministro del Interior y líder de Shas, Aryeh Deri.
58 intendentes municipales adjuntos y concejales de ciudad del partido Israel Beitenu de Liberman comenzaron a recoger firmas de funcionarios locales de todo el país para evitar que se aprobara el proyecto de ley que prohibía la actividad en sábado. De todas maneras, la peor ofensiva anti Liberman de los partidos religiosos, dentro y fuera del gobierno, fue lanzada en el primer round electoral debido a su ultimátum de ley de conscripción obligatoria para los estudiantes de yeshivot. Liberman se opuso a una anodina ley de compromiso para el alistamiento en el Ejército pactada entre Netanyahu y los partidos ortodoxos, denunciando que el acuerdo preveía la separación física entre hombres y mujeres. La cuestión del alistamiento legal significó el cisma definitivo de Liberman con Netanyahu para apoyar con sus ocho bancas un gobierno minoritario; acusó a Bibi de oportunista porque “le es muy conveniente” formar coaliciones con los ultraortodoxos, “ya que no intervienen en asuntos de seguridad o política exterior, solo dicen amén y esperan que los cheques lleguen. Volvemos a votar (en setiembre) porque Netanyahu se rindió”. Además, otro slogan que le atrajo votos a Liberman fue su exigencia de sancionar la ley civil israelí”. ¿Cómo es posible –preguntaba- que en Israel no sea posible celebrar un matrimonio civil?”.
Las bases sociales del populismo de derecha de Netanyahu
El populismo de derecha de Netanyahu logra apoyo, además de colonos y ultraortodoxos, en el clientelismo de sectores populares orientales (básicamente marroquíes y sus descendientes), quienes tradicionalmente votaron al partido de Beguin y desde siempre odiaron a los askenazis del Laborismo. La interpretación más difundida es que la adhesión populista a Netanyahu de la así denominada “Segunda Israel” es de índole afectiva-emocional y no racional , Bibi supo sacar rédito al manipular la política de identidad (pese que su familia es de la rancia elite askenazi y no sefardí) cuando oye (y es visto) como “David Melej Israel’; también sabe que esa históricamente discriminada “Segunda Israel” ama su carisma de líder antipalestino y anti Irán, y se enorgullece por el fulgor internacional de su estrella política mimada por Trump y temida por Putin. Netanyahu, acusado por la justicia, sabe demagógicamente transformar su debilidad de imputado en fuerza política populista cuando exige que sea el pueblo quien lo juzgue en votación directa, o mediante una ley de inmunidad en la Knesset, o negociando un deal atenuante. La policía, los fiscales y los jueces serían los principales representantes de las elites, acusados de controlar la economía, los medios y las corporaciones; ellos defenderían intereses que no son los del pueblo ni tampoco de la democracia, sino de las élites del poder askenazí que durante décadas habrían gobernado por encima del Parlamento, bloqueando las leyes aprobadas por la mayoría de los “diputados del pueblo” que saldrían a votar a Bibi.
Sin embargo, significativamente, no son sefardíes sino intelectuales askenazíes pro Netanyahu de quienes los sectores populares oyen los argumentos político-económicos y sociales populistas de derecha. Uno de esos intelectuales askenazíes es Gadi Taub, profesor universitario, novelista, guionista televisivo y periodista político de opinión en diarios israelíes. Taub se ha posicionado como uno de los críticos más abiertos de la Corte Suprema, a la que acusa de haber usurpado el poder de las ramas electas del gobierno israelí (las ramas ejecutiva y legislativa), a partir de la revolución judicial del juez Aharón Barak.
Pero es en el área del conflicto israelí-palestino donde Taub colabora intelectualmente con Netanyahu para explicar por qué se debe terminar de cancelar completamente lo que aún subsiste del proceso de paz Oslo I y II. Precisamente, la contribución más controvertida suya al discurso público en Israel gira en torno a la desilusión respecto de las perspectivas de paz entre israelíes y palestinos. Desde entonces, Taub se ha convertido en un enérgico crítico de lo que caracteriza como recalcitrante rechazo palestino a la paz, respaldando la tesis de Netanyahu que la Autoridad Palestina no es socio legítimo para negociar con Israel. Ejemplo de la supuesta obstinación palestina a negociar, Taub lo encuentra en el reciente rechazo al plan de paz económica de 50 mil millones de dólares propuesto en el “deal del siglo” por el presidente Trump (Gadi Taub, “Significación de la rendición”, Haaretz, 22.11.19; y “La oligarquía venció a la democracia”, Haaretz, 27.9.19).
Y mientras sectores populares de la Segunda Israel escuchan argumentos de intelectuales como Taub, simultáneamente altos mandos militares y exjefes de los servicios salen al cruce de las denuncias de Netanyahu de ser víctima de un fantaseado golpe de Estado. Ejemplo reciente es Yuval Diskin, exjefe del Shabak designado en 2005 por Ariel Sharon, quien niega terminantemente que Netanyahu sea víctima de un golpe para destituirlo. “La víctima no es el acusado. Nosotros somos la víctima, nuestro futuro y el futuro de nuestros hijos están todos en juego aquí. Porque el acusado está dispuesto a hacer absolutamente cualquier cosa para demostrarnos que hay un intento de golpe de Estado contra él. Está incitando contra el imperio de la ley y contra los medios de comunicación, y pide a sus partidarios que salgan a las calles y plazas en violación del estado de derecho en el Estado de Israel (Yuval Diskin,“Netanyahu is not the victim, we are” – Ynetnews 2.12.19).
Por último, si bien no es lo más importante, en la Autoridad Palestina no ocultan los temores de que Netanyahu se lance a aventuras punitivas que aumenten la represión en Gaza con el solo designio de usufructo electoral.
En declaraciones a Al-Monitor, Wasel Abu Yusuf, miembro del Comité Ejecutivo de la OLP, dijo: “La Autoridad Palestina está observando una orientación cada vez más de derecha en la calle israelí, lo que tendrá un impacto en las próximas elecciones (….). Tememos publicitada la anexión del Valle del Jordán antes de las elecciones israelíes, después que el Secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, reconociera la legitimidad de los asentamientos israelíes porque “No constituyen una violación del derecho internacional’. Cuando Israel se enfrentó a la posibilidad de una tercera elección, hubo una escalada repentina en la Franja de Gaza después de semanas de calma. El asesinato el 12 de noviembre del líder de la Yihad Islámica, Bahaa Abu el-Atta, fue seguido durante dos días de disturbios donde mataron a 34 e hirieron a 111 palestinos (…). Muchos palestinos creen que el momento de la reciente escalada en la Franja de Gaza fue una estratagema para aumentar el apoyo a Netanyahu durante la crisis (“¿Quién es terrorista?, Haaretz, 2.12.19).
¿Quo Vadis?: a modo de colofón
Ante el nuevo llamado a comicios es imprevisible que Netanyahu logre transformar la futura contienda en elecciones directas. Pero no hay dudas que arriesgará jugarse el todo por el todo para triunfar, ya que para él no será una mera cuarta victoria consecutiva. En las próximas elecciones se juega si tendrá o no continuidad el proyecto populista de derecha de Netanyahu para su sueño de la segunda refundación nacional de Israel, dentro y fuera de sus fronteras. Adentro, Israel sería una república con un Poder Ejecutivo autoritario a expensas de profundos déficits democráticos, imposible de ser compensados por el Estado judío transformado en patria exclusiva de sus ciudadanos judíos; además, la transformación de tal república hebrea en una potencia neocolonial que impone el apartheid a los palestinos en los Territorios, liquidará definitivamente el Estado sionista que una vez aspiró convivir con un Estado árabe palestino; pero tampoco los déficits democráticos del Israel deseado por Netanyahu se compensan con un Israel potencia tecnológica, la economía con mayor número de start ups por habitante, y con más empresas de alta tecnología que cualquier otro lugar del mundo, con excepción de Silicon Valley. Y hacia fuera, Netanyahu sabe que en las próximas elecciones la potencia militar israelí arriesga también su mega plan de Israel potencia militar regional, capaz de intervenir militarmente e imponer un delirante plan de reestructuración de Medio Oriente a su medida, desde Líbano, Siria e Irán.
Fronteras afuera, este desvariado proyecto internacional populista de derecha de Netanyahu, si llegara a ganar, transformaría peligrosamente a Israel en el talón de Aquiles del Occidente imperial de su admirado amigo Trump.