Los términos feminismo e Islam suelen ser temas de debate ya que en muchos casos se los muestra como contradictorios, o producto de una elaboración histórica. Esta pregunta es la que se realiza Zahra Alí, compiladora de la obra.
Alí se pregunta sobre la intencionalidad política de este enunciado, “ya que no nos preguntamos con tanta frecuencia por las mujeres en el judaísmo y tampoco por la cuestión de la mujer en el cristianismo”. “(…) No cabe duda que sólo las musulmanas son designadas por su religión y que se imputa al islam una influencia fundamental en sus condiciones de vida; (…) hablar del mundo musulmán y de la mujer en el islam parece tratarse de una evidencia y ser un eco de los prejuicios e ideas preconcebidas sobre el islam y los musulmanes”.
Todo este prejuicio se debe a la ignorancia sobre la diversidad y la complejidad sociológica de las sociedades de las mayorías musulmanas, así como los factores socioeconómicos, políticos e históricos que afectan a estas comunidades. “Muchos consideran que el islam es la principal causa del subdesarrollo el arcaísmo y el retraso del mundo musulmán”, sostiene la compiladora de este trabajo.

Según las feministas musulmanas, las protestas y los cuestionamientos de las mujeres respecto de su rol y lugar en la naciente sociedad musulmana se remonta a la época de la revelación coránica. Uno de los ejemplos más elocuentes ha sido la pregunta de Umm Salamá, la esposa del profeta Mahoma, de por qué el Corán se dirigía a los hombres, así como su pedido de que la revelación se dirija también directamente a las mujeres. Del mismo modo, las feministas musulmanas demuestran, por ejemplo, que la sociedad de Medina era mucho menos patriarcal que la sociedad de la Meca, de la que deriva la primera comunidad musulmana; numerosos hadices (dichos y acciones del profeta Mahoma relatados por sus compañeros y compilados por aquellos) relatan que, durante el establecimiento de los musulmanes en Medina, el profeta Mahoma aprobó y apoyo el cambio de costumbres y mentalidad sobre las mujeres. Más tarde, tras la muerte del profeta, muchas mujeres cuestionaron las tradiciones sexistas y denunciaron la voluntad de los hombres de imponer sus interpretaciones masculinas del Corán y de la tradición profética.
En lo que respecta a la formulación moderna, se puede considerar que hubo feminismo endógeno en las sociedades musulmanas: primero, como movimientos intelectuales reformistas que surgieron a fines del siglo XIX; y luego, bajo la forma de movimientos sociales en el marco de las luchas nacionalistas y anticoloniales de principio del siglo XX. La cuestión de los derechos de la mujer en el islam ha sido planteada por los pensadores reformistas musulmanes, entre los que se destaca Muhammed Abduh, un jurista, ulema, activista político y masón que se esforzó por reducir la brecha entre el islam y Occidente.
Durante los años ’70, en las sociedades de mayoría musulmana comenzaron a surgir nuevas figuras femeninas, a menudo cercanas a la militancia islamista, que desarrollaron nuevas prácticas de militancia, donde iban promoviendo un discurso sobre las mujeres, poniendo el referente religioso en el primer plano de su compromiso social y político.
A medida que el discurso del islam político ganaba impulso, aparecieron discursos que alentaban una modernidad musulmana que incluía una serie de reivindicaciones de carácter feminista en determinadas mujeres islámicas. Un fenómeno importante para que esto ocurra fue el aumento del nivel educativo de las mujeres, ya que cada vez más comenzaron acceder a la universidad.
Las mujeres en las revueltas del 2011
Más recientemente, algunos analistas consideraron que las revueltas árabes que comenzaron en 2011 no sólo impulsaron un cuestionamiento hacia el autoritarismo sino también hacia el islam del poder y las autoridades religiosas tradicionales. La presencia masiva de mujeres en las filas de manifestantes y el peso de su implicación en los procesos revolucionarios colocaron a las cuestiones de género en el centro de los movimientos sociales y populares.
Las feministas musulmanas consideran que hay que liberar el pensamiento religioso musulmán de las lecturas interpretaciones sexistas de los ulemas. Los ulemas son hombres que se arrogaron una autoridad casi divina al imponer su lectura patriarcal del Corán y la Sunna. Para las feministas musulmanas esto constituye una traición del potencial emancipador del mensaje de la revelación coránica.
Durante estos últimos años, el activismo de las feministas musulmanas se desarrolló en torno a la mezquita como lugar simbólico, en donde se puso en juego la autoridad religiosa, y como lugar físico, en donde se materializa el patriarcado. Así pues, las activistas han puesto en marcha iniciativas en mezquitas alternativas para denunciar el hecho de que la dirección de las mezquitas y las oraciones colectivas, así como el liderazgo en las comunidades musulmanas, siguen estando reservado a los hombres. Estas feministas musulmanas defienden el imanato femenino y promueven su rol como líderes de las comunidades y grupos a los que pertenecen. Así fue cómo surgió la iniciativa de las mezquitas inclusivas que promueven la igualdad de género y la igualdad entre sexualidades.
En un ensayo de la compilación denominado El islam más allá del patriarcado: una lectura de género e inclusiva del Corán, Amina Wadud sostiene que “el patriarcado es más antiguo que la historia del islam y la vida del profeta Mahoma. Al igual que en otras religiones, el islam abordó y dio por sentado las normas patriarcales vigentes en aquella época”.
Para esta autora, existe una obligación doble. Desde el interior, las feministas deben enfrentar la persistente inferioridad de la condición de la mujer en las leyes y en las culturas comunidades y países musulmanes, y al mismo tiempo tienen que hacer frente a las ideas importadas de las culturas no musulmanas según las cuales “el islam no es capaz de participar del pluralismo global y el universalismo, ni cumplir con los requisitos de la democracia y los Derechos Humanos. No es que no somos capaces: somos más capaces y abordamos estas cuestiones dentro de un marco islámico. De esta manera podemos luchar contra el patriarcado y avanzar para integrar nociones y prácticas más igualitarias en la sociedad civil musulmana, tanto de los Estados-nación de mayoría musulmana como las minorías musulmanas de la diáspora en América del Norte y Europa”, sostiene Wadud.

La respuesta al patriarcado no es ni que las mujeres gobiernen sobre los hombres, ni que las mujeres hagan lo que los hombres han hecho históricamente; se trata en cambio de pasar de la dominación a la colaboración. Por consiguiente, la respuesta al patriarcado se comprende mejor con el término de la reciprocidad.
La reciprocidad es un valor moral fundamental que está presente en varias religiones, culturas y filosofías. Es un principio ético universal que establece el derecho al trato justo y la responsabilidad de ser justo con los demás. Las enseñanzas del islam ofrecen muchas fuentes y ejemplos sobre la ética de la reciprocidad.
La mirada occidental esencialista
En otro de los capítulos de Feminismo e islam, Margot Badran define al feminismo islámico como un «discurso y una práctica feminista articulada dentro de un paradigma islámico que deriva su comprensión y mandato del Corán, busca derechos y justicia para mujeres y hombres en la totalidad de su existencia”.

Los feminismos nacieron en situaciones geográficas particulares y se expresan siempre en términos locales. La historia de las mujeres como campo de investigación que se construyó en los años ’60 y que cobró impulso en la década de los ’70 y los ’80 analiza la multiplicidad de feminismos que emergieron en diversos lugares del mundo.
A pesar de la abundante literatura que circula sobre este tema en diferentes lenguas y en todas partes del mundo, la idea de que el feminismo es occidental aún continúa propagándose por personas que desconocen la historia y que utilizan esta idea desde una óptica de deslegitimación. La manera esencialista, monolítica y estática en que algunas personas hablan de feminismo refleja una percepción occidental y exportadora de un proyecto político que apunta a sabotearlo. “El feminismo por el contrario es una planta que sólo crece en su propia tierra, lo que no quiere decir que las ideas y los movimientos feministas estén herméticamente cerrados”, sostiene Badrán.
Asimismo, la autora sostiene en sus escritos y conferencias que el discurso feminista islámico produce exactamente lo contrario: reduce las brechas y muestra una comunidad de intereses y objetivos, comenzando por la reivindicación de la igualdad de género y la justicia social. La idea de un supuesto choque ente el feminismo radical y el feminismo religioso “es el resultado de una falta de conocimiento histórico o, en muchos casos, de una estrategia políticamente motivada para impedir el crecimiento de la solidaridad femenina”.
Por su parte, Asma Lamrabet produjo un texto denominado “Entre el rechazo del esencialismo y la reforma radical del pensamiento radical”, que comienza con la cita de la frase de Einstein acerca de que «es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”. Este es precisamente el caso de los prejuicios que atañen al islam y a las mujeres. A pesar de las mejores intenciones, las sospechas persisten y resulta casi en vano pretender ponerle fin a esta visión estereotipada de las mujeres y el islam.
Por eso, la autora se pregunta: “¿Cómo se explica la ausencia de la mujer en la historia del islam cuando en realidad el Corán las liberó, las emancipó y les otorgó derechos que hoy resultarían inconcebibles en determinados países musulmanes?”.
¿Por qué mujeres como Aicha y Umm Salamá, primeras eruditas del islam, y tantos otros cuyos nombres fueron marginados no tuvieron influencia alguna en la historia de la civilización islámica?

Uno de los principales historiadores del islam, Ibn Hajjar, encontró que en el siglo tercero de la hégira existían 300 docentes mujeres en ciencias islámicas. “¿Quién conoce a esas mujeres en la tierra del islam?, ¿acaso alguien reconoció su trabajo?, ¿dónde están sus escritos sus enseñanzas?”, se pregunta la autora.
En las obras clásicas o modernas no hay ninguna huella femenina. Estas mujeres indudablemente debieron haber aportado sus propias experiencias e interpretaciones femeninas a las lecturas, pero los enfoques posteriores basados en prácticas e interrogaciones esencialmente masculinas ignoraron por completo estos aportes y continuaron reflejando el entorno patriarcal de las primeras sociedades.
Tal exclusión tuvo consecuencias políticas. En determinado momento de la civilización islámica las mujeres dejaron de participar en la producción intelectual del saber religioso, como si se hubiesen vuelto incapaces de reflexionar sobre estos temas. Desde entonces sus aportes y reflexiones desaparecieron por completo de pensamiento islámico.
Las mujeres musulmanas desconocen mucho de sus derechos, sobre todo aquellos que el islam les ha concedido. Esta ignorancia hace que acepten discriminaciones supuestamente impuestas por Dios, cuando en realidad se trata de simples interpretaciones islámicas o humanas que con el tiempo se han vuelto sagradas. En este sentido la relectura de los textos sagrados podría constituir un punto de partida para que renazca esta parte amputada de la herencia musulmana, amputada por la ausencia y el silencio de las mujeres.
En Mujeres musulmanas y opresión. Leer la liberación a partir del Corán, Asama Barlas señala: “La comunidad musulmana cuenta con más de mil millones de personas que viven en todas partes del mundo en condiciones de extrema diversidad política, social y cultural. Por lo tanto, es razonable suponer que las mujeres musulmanas se enfrentan a diferentes tipos de problemas según el lugar y las condiciones en que viven. Al mismo tiempo, resulta evidente que a pesar de la diversidad cultural las mujeres de distintas sociedades musulmanas deben hacer frente a formas similares de desigualdad y discriminación sexual”.
La autora no sugiere que sea necesario o que se pueda explicar la opresión por la condición social de las mujeres musulmanas únicamente en términos del Corán o de las fuentes islámicas, a menudo tomadas fuera de contexto. Como han señalado muchos investigadores, los modelos patriarcales y sexuales que se encuentran vigentes en los países musulmanes dependen asimismo de la naturaleza de sus Estados, la economía política, las prácticas culturales que en ocasiones tienen que ver con el islam, la historia de una sociedad particular, la clase social a la que pertenecen las mujeres, las posibilidades que tienen, etc.
Malasia y Egipto
En la última parte del libro aparecen dos trabajos referidos a países como Malasia y Egipto. El primero, escrito por Zaina Aimar, expresa que actualmente en Malasia las mujeres representan la mitad de los estudiantes en las universidades públicas y un porcentaje aún mayor de los diplomados, dado que la tasa de abandono es más elevada entre los hombres.
En 2004, la fuerza laboral femenina alcanzó el 47% y va en aumento. Es de esperar que las mujeres con un nivel educativo mayor y económicamente independiente tengan más confianza y valor para denunciar las injusticias. Si las injusticias se cometen en nombre de la religión, entonces las mujeres deben ir a la fuente original para comprobar, por sí mismas, si una religión noble como el islam puede realmente ser tan injusta con la mitad de sus fieles.
En los años 1990 y 2000, el gobierno de Malasia introdujo nuevas leyes o enmiendas a la legislación vigente, que en su conjunto resultan más privativas y discriminatorias hacia todos los musulmanes, pero hacia las mujeres en particular. Hay estados donde los gobiernos locales del partido islámico de Malasia aprobaron las leyes que codifican las penas tradicionales del hudud, que son las establecidas para determinados crímenes. Estas leyes contienen polémicas cláusulas que defienden los castigos, tales como los azotes, la amputación de miembros, la muerte por lapidación o la crucifixión.
En el 2005, el Parlamento adoptó nuevas enmiendas discriminatorias hacia la mujer, pero, irónicamente, se utilizó un lenguaje neutro en términos de género. Estas extienden al hombre los derechos que tradicionalmente se le concedían a la mujer, como por ejemplo el derecho al divorcio. Sin embargo, la legislación ya garantizaba al hombre el derecho unilateral a divorciarse de su esposa en todo momento y sin ningún motivo. La única razón que explicaría esta facilitación del divorcio para el hombre es evitarle el pago de una compensación si el divorcio se produce por culpa de la mujer. Aunque la mujer obtiene el derecho a reclamar su parte de los bienes matrimoniales, incluso si el esposo se casa con una segunda mujer.
Estas enmiendas discriminatorias de la ley de la familia islámica se aprobaron en el mismo momento en que el gobierno, en respuesta a solicitudes realizadas desde hacía mucho tiempo por los movimientos feministas, estaba tomando medidas para modificar una serie de leyes discriminatorias hacia la mujer en la esfera pública. En nombre del islam, las mujeres musulmanas no podían gozar de los mismos derechos legales concedidos a mujeres de otras creencias. Por ejemplo, a comienzos del año 1999 se modificó la ley sobre la custodia de los hijos para otorgar a las madres no musulmanas los mismos derechos que tenían los padres, pero no se instauró ninguna enmienda similar en la ley de la familia islámica para acordar estos derechos a las madres musulmanes.
En un artículo denominado El feminismo islámico y la producción de conocimiento: perspectivas en el Egipto posrevolucionario, Omaima Abour Bakr sostiene que la revolución de 2011 en Egipto tuvo un impacto leve para las mujeres. Por un lado, estas manifestaciones pusieron de relieve la importante visibilidad y presencia de las mujeres egipcias en las huelgas, las sentadas y los disturbios en las calles, recordando así la memoria cultural y su participación activa en la revolución de 1919 y en otros levantamientos. Esto les permitió a las mujeres revolucionarias y a las activistas políticas redescubrir y reanimar su fuerza para movilizarse en la esfera pública como parte integrante y vital de la resistencia del pueblo. Por otro lado, la ironía histórica ha llevado a la exclusión de las mujeres del proceso político que tuvo lugar a continuación y a la marginación de las cuestiones de género, consideradas una vez más no prioritarias en la agenda nacional.

Asimismo, bajo el pretexto de que las recientes conquistas jurídicas de las mujeres en Egipto fueron apoyadas y aplicadas por la ex primera dama y, por lo tanto, están vinculadas con un régimen derrocado y corrupto, los islamistas y otras corrientes políticas no islamistas intentaron atribuirse dichas revoluciones legislativas, que fueron en realidad el resultado de años de activismo por los derechos de la mujer. No hay duda de que los activistas no son responsables del régimen autoritario de Mubarak y de la ex primera dama, sino que ellos mismos fueron quienes han utilizado y se han apropiado de estos esfuerzos para celebrar su propia política, que pretendía ser progresista y favorable a las mujeres.
En las conclusiones, la compliadora Zahara Ali reconoce los trabajos de Edward Said sobre el orientalismo, que mostraron como se ha construido la imagen repulsiva de un Oriente caracterizado por el arcaísmo y el oscurantismo, para crear la de un progresismo, moderno e igualitario. Esta representación de Oriente ha permitido justificar la dominación colonial, presentada como una misión civilizadora. Said mostró la manera en que el tema de la opresión de la mujer musulmana, sobre todo mediante la cuestión del velo, ha sido la punta de lanza de esta supuesta misión civilizadora.
La colonización, en cambio, fue presentada como una misión civilizadora cuyo objetivo principal era “liberar” a las argelinas del patriarcado musulmán del que eran víctimas, quitándoles el velo. En este sentido, el velo, además de poseer una lógica religiosa propia definida por la ortodoxia musulmana, ha sido utilizado por las argelinas como signo de resistencia a la colonización francesa y, más tarde, por las mujeres islamistas para manifestar tanto su rechazo al modelo occidental como su defensa de una modernidad islámica alternativa. Incluso hoy en día, en Francia, las mujeres reislamizadas lo usan para protestar contra la conminación integracionista.
Las principales cuestiones feministas, como la violación, la violencia doméstica, el acoso sexual, la desigualdad salarial, el reparto desigual de las tareas domesticas, el sexismo del mundo publicitario y de las representaciones normativas e infantilización de la mujer, la mercantilización de sus cuerpos, entre otras, son aspectos comunes a las mujeres en su vida cotidiana. Las omnipresencias de estos asuntos muestran la urgencia de renovar el feminismo para construir un feminismo sin fronteras que incorpore las cuestiones sociales y raciales a su crítica de la dominación masculina.