“Las mujeres del Talmud. Piadosas, sabias y rebeldes”

La nena se hace fuerte, la nena no llora *

Como bien destaca el rabino Uriel Romano en el prólogo de su libro, mujeres y Talmud es un oxímoron: son dos términos que no pegan, no van, no enganchan juntos. Las mujeres han ocupado un lugar marginal en las fuentes judías, sobre todo en el Talmud. De las veinte mujeres que integran el corpus del texto rabínico, sólo cinco de ellas tienen nombre propio. Las demás son “la esposa de”, “la hermana de”, “la hija de”, e incluso “la criada de”. Estas son las historias de algunas de esas mujeres.
Por Laura Kitzis **

Me estremecieron mujeres
que la historia anotó entre laureles.
Y otras desconocidas, gigantes,
que no hay libro que las aguante.
Me han estremecido un montón de mujeres,
mujeres de fuego, mujeres de nieve.
“Mujeres”, Silvio Rodríguez

 

Nada nuevo bajo el sol del patriarcado
¿Cuál es la función, pedagógica, ejemplificadora, de disciplinamiento social en estos personajes femeninos que Uriel Romano aborda en “Las mujeres del Talmud. Piadosas, sabias y rebeldes”?
No son tópicos habituales, no son la esposa sufrida, la madre sacrificada, la sierva fiel… o sí, pero además son otra cosa, algo que tiene que ver con lo disruptivo, con lo que cambia el orden lógico y esperable de los vínculos. Lo que instala algo excepcional. Evidentemente -al igual que para Freud- para los venerables rabinos del Talmud (la extensa Torá Oral basada principalmente en debates rabínicos), la mujer también era un “Dark Continent” y como él deben haberse preguntado: “¿Qué quiere una mujer?”.
Al igual que ese sabio judío, ateo y vienés del siglo XIX, los sabios de las academias babilónicas del siglo I captaron que lo femenino se emparenta con los componentes más ingobernables de la pulsión. Por eso, este texto habla de Rabí Elazar ben Durdaya, que cruza siete ríos para allegarse a una prostituta que cobra por sus servicios un dinar. Habla de la hija de Rav Jisdá, que sabe que su esposo piensa en otra mientras la acaricia. Habla de Bruria, la más instruida, la más intensa, la más temible, y tal vez por eso su final, el más desgraciado.
Un dato a destacar: la recopilación de la información y el fino trabajo de traducción revelan años de investigación y lectura, mucho antes de que la nueva ola verde formara parte del mar, este libro había sido soñado. No pretende ser un libro feminista, no pretende analizar ahistóricamente vínculos que hoy –hijos e hijas de nuestro tiempo- nos resultan ajenos, extraños e incomprensibles. Sin embargo, todas las historias del mundo son historias de amor. En el siglo I y en el XXI. Tal vez esto sea lo que más interpela e inquieta de estas páginas.
“Las mujeres del Talmud” pretende, y lo logra, ofrecernos con generosa rigurosidad, un material que para los legos es de casi imposible acceso. Eso es lo que hace un rabí (que no quiere decir otra cosa en lengua hebrea, que maestro).
20 mujeres, hace 2000 años, aquí van algunas (sólo algunas) de sus historias.

Jaruta, la esposa prostituta
“Rabí Jia bar Ashi solía decir: ‘Que el Misericordioso me rescate del Ietzer Hará (los malos instintos)’. Un día su mujer lo escuchó. Se dijo a sí misma: ´Si por tantos años él se abstuvo de mí, ¿cómo puede decir tales cosas?’. Un cierto día se encontraba estudiando en el jardín. Ella se vistió (se produjo/se disfrazó) y desfiló delante de él. Él le dijo: ´¿Quién eres tú?´. Ella dijo: ´Soy Jarutá, y acabo de regresar hoy´. Él se le insinuó. Ella le dijo: ´Ve y tráeme una granada de la copa del árbol´. Él saltó y se la trajo. Cuando regresó a su hogar, su mujer le estaba agregando combustible al horno. Él se metió dentro y se sentó. Ella le dijo: ´¿Qué haces?´. Le contestó: ´Sucedió esto y aquello´. Ella le dijo: ´Esa era yo´. No le creyó hasta que le mostró la evidencia. Él le dijo: ´Aun así, mi intención estaba en algo prohibido´. Por el resto de sus días el hombre sufrió de una gran angustia. Ayunó repetidas veces, hasta que finalmente murió”.

Interesante historia. Rab Jía pide dominar su impulso sexual, la realidad es que no necesita hacerlo. Está casado, y en el marco del judaísmo las relaciones sexuales están por demás avaladas (recordemos: “creced y multiplicaos”). ¿Qué impulso intentaba dominar?, ¿El impulso por otras mujeres?, ¿Tal vez más jóvenes? O tal vez sólo otras…
“Jarutá” se relaciona con el término hebreo “jerut”, que es libertad. Varias libertades se condensan aquí. La de una esposa que quiere disfrutar de la sexualidad y de una sexualidad no atada a la reproducción ni a la maternidad. La liberación del deseo sexual de Rab Jía por otras mujeres, por cualquier mujer que no sea la suya. Imagino la felicidad de la esposa del Rab, su excitación. Pintándose, probándose ropa, perfumes, en fin, produciéndose como una hembra -el equivalente a la mucamita o a la enfermera, en el año 280 de la Era Común-. Diciendo, como mucho tiempo después diría Sartre: “Soy mi jerut”, “soy mi libertad”. Y como hembra obtuvo y brindó placer, jugó a ser otra y ni siquiera se lo reprochó a su marido. Sólo le dijo: “esa era yo”. (“Esa fui yo. Puedo ser todas las mujeres que quieras para vos mi amor, mi amado esposo”).
En lo personal, creo que Rab Jía no murió de arrepentimiento. Murió de susto nomás.

La criada de Rabí Iehuda HaNasi, hebraísta y fiel
“… la heroína de este capítulo es su criada. (La de Rabí Iehuda HaNasi) ¿Quién era esta criada? No lo sabemos y nunca lo sabremos. La misma es mencionada en varias oportunidades en diversas historias en ambos talmudim. Su nombre, como el de la mayoría de las mujeres que son mencionadas en el Talmud, sin embargo, nunca aparece. La misma es siempre mencionada como ´la criada/sirvienta de la casa de Rabí Iehuda HaNasi´. Su origen incluso es desconocido, no sabemos si es judía, conversa o gentil. Algunos sugieren que dada la confianza que le tenían en la casa del patriarca y la estima que le tenían debía haber sido judía o convertida a una temprana edad. Las diversas historias en las cuales aparece nos dan una imagen de una mujer fuerte, inteligente, piadosa y de suma confianza para la casa de Rabí.
En el día de la muerte de Rabí, los rabinos decretaron un día de ayuno y pidieron misericordia al Cielo. Dijeron: ´Toda aquella persona que dice que Rabí ha muerto, será muerto por la espada´. La sirvienta de Rabí ascendió al techo y dijo: ´Los de arriba desean a Rabí, y los de abajo desean a Rabí. Sea Tu voluntad que los mortales dobleguen a los inmortales´. Cuando ella vio cuantas veces Rabí iba al baño y se ponía y se sacaba los Tefilín con mucho dolor dijo: ´Sea la voluntad de Dios que los inmortales dobleguen a los mortales´. Los sabios no se callaban y no paraban de rezar. Ella agarró una jarra y la arrojó al suelo; y la gente dejó de rezar. Y así Rabí murió.”
Los ángeles y los alumnos de Rabí se disputan su vida. Sólo la criada lo ve sufrir, ve su humillación corporal, su dolor. Hay una palabra que se usa mucho últimamente: soltar. La criada de Rabí lo soltó. No sabemos de ella nada, no sabemos si era judía, gentil o conversa, pero podemos suponer que seguramente lo amó mucho, lo suficiente como para que Rabí dejara de agonizar aún a costa de perderlo. Lo suficiente como para haber sido en los primeros años del Siglo III de la Era Común, una de las precursoras de la muerte digna. Quiero creer que se encontraron en el cielo.

Yehudit, una madre que dijo basta
“Yehudit, la esposa del Rabí Hiyya, tuvo dolores intensos al parir. Se cambió de ropa y se presentó ante Rabí Hiyya. Ella dijo: ´¿Se le ordena a una mujer que sea fructífera y se multiplique?´. Él le dijo: ´No´. Ella fue y bebió una poción de infertilidad. Eventualmente, el asunto fue revelado. Él le dijo: ´¡Si tan solo hubieras dado a luz un vientre más para mí!´”.
Todas las mujeres parimos con dolor, pero el texto se encarga de aclarar que Yehudit tuvo “dolores intensos”. Seguramente mucho más intensos que aquellos que -“parirás con dolor”-nos deparó el Génesis. Esta mujer verdaderamente sufría.
Por otra parte, no es la primera vez que en las fuentes judías encontramos que una mujer se disfraza para no ser reconocida por su marido y obtener de él algo que le corresponde por derecho propio. En este caso, dejar de parir, dejar de sufrir. Dejar de ser “un vientre” No hacía falta que Yehudit se ataviara con otros ropajes. Rabí Hiyya de todas formas, no la conoció nunca.
Te imagino hoy, Yehudit con glitter en la cara y un pañuelo verde atado a la muñeca, luchando por la potestad de tu cuerpo, acompañada por miles.

Bruria, la erudita
“Bruria es una de las pocas mujeres con nombre propio e independiente en la literatura rabínica clásica. Aunque en muchas oportunidades es llamada ´hija de´ o ´esposa de´, en un gran número de fuentes Bruria aparece solamente con su nombre, mostrando así su fortaleza individual y su singularidad en un mundo donde el liderazgo es predominantemente masculino. Bruria fue una erudita en una sociedad donde el estudio y la enseñanza era un espacio exclusivo de los hombres. ¿Quién era Bruria? Descubrámosla juntos.
Rabí Iosi HaGelili estaba caminando por el camino y se encontró con Bruria. Él le preguntó: ¿Qué camino debemos tomar para llegar a Lod? Ella le respondió: Galileo tonto, ¿acaso no dijeron los sabios: ´No extiendas la conversación con la mujer´? Deberías haber simplemente dicho ´¿Para dónde Lod?´”.
Ella le pide a él que hable menos, siendo ella quien alarga la conversación. Ella lo insulta innecesariamente, llamándolo ´Galileo tonto´. Ella, con muchas palabras de más, le cita aquella máxima (misógina) de la tradición oral. Y lo peor de todo: ¡Nunca le responde para donde estaba Lod! A Bruria le gusta jugar con los límites, le gusta hacer gala de su conocimiento y mostrarse superior al establishment rabínico”.
Bruria es lo que hoy en día algunos llaman una mujer “fálica”. Es también la protagonista de un relato siniestro: mientras su marido, Rabí Meir, se encontraba en la casa de estudios, sus hijos fallecieron. Era Shabbat. Rabí Meir llega y pregunta por ellos, Bruria lo distrae con vaguedades: “salieron”, “ya llegarán”, logra que la ceremonia de Shabbat finalice con alegría para su marido. Luego le formula una pregunta:
“‘Rabí, más temprano vino un hombre y me dejó un depósito, ahora está viniendo a recogerlo nuevamente, ¿debo devolvérselo o no?´ Le dijo: ´Hija mía, quien tiene un depósito con él debe devolvérselo a su amo´. Ella le contesto: ´Rabí, sin tu consentimiento yo no se lo hubiera devuelto´. ¿Qué hizo entonces? Lo agarró de la mano, lo llevó hasta aquella habitación, lo acercó a la cama, les sacó la sábana de arriba de ellos, y él pudo ver a ambos muertos acostados sobre la cama. En aquel momento ella le dijo a Rabí Meir: ´Maestro, ¿acaso no me dijiste que debía devolverle el depósito a su amo?´. Él dijo: ´Adonai dio y Adonai quitó: ¡Bendito sea el nombre de Adonai!’”.
Hay algo de temible, de inhumano e inquietante en este relato, que suele ser ejemplo de temple y entereza. La devota esposa judía arrasa absolutamente con la madre. Bruria es demasiado. Una mujer así genera sentimientos contradictorios y ambivalentes. Pero hay más: “Por cuanto cierta vez ella se burló del dicho rabínico ´Las mujeres son de mente frágil´… Para poner su virtud a prueba, (su esposo) le encargó a uno de sus discípulos que tratara de seducirla. Después de repetidos esfuerzos ella cedió, y luego la vergüenza la llevó a suicidarse. Rabí Meir, torturado por el remordimiento, huyó de su casa”.
Pobre Bruria. No la quiso su marido que la entregó a otro hombre. No la quiso su amante que la sedujo por encargo. Creo que Bruria no se suicidó por vergüenza, creo que Bruria se suicidó por amor. La más alabada en la tradición judía por su ingenio, su fuerza de espíritu y su inteligencia, la que tal vez hubiera querido ser hombre para disertar de igual a igual en las casas de estudios. Una Yentl en Babilonia. Bruria es –decididamente, incluso hoy- demasiado.

Mucho he aprendido de mis maestros, más de mis colegas, pero más aún de mis discípulos
Por estas páginas desfilan mujeres con nombre propio, otras anónimas, otras seductoras, fieles, aristócratas, sumisas, rebeldes, ardientes. El trabajo de recopilación realizado por el autor (a quien tuve la oportunidad de conocer en el Seminario Rabínico Latinoamericano) posee en ese sentido la misma riqueza de los textos que aborda. Por eso, muy acertadamente, el libro no se llama “La mujer en el Talmud”. Sino “Las mujeres del Talmud”, tan diferentes entre sí como los rabinos que han escrito sobre ellas. Gracias Uriel Romano, por acercarnos sus historias, sus pasiones, sus vidas.

* “La nena no llora”, Cuarteto de Nos.
** Psicoanalista (UBA).