Diana Sperling

“En la vida no hay fórmulas”

El judaísmo es una cultura que tiene reglas y modos de regular la vida. Como todas las culturas, tiene pensamientos singulares que proponen maneras de (con)vivir. Diana Sperling sugiere que la singularidad del judaísmo está en su atención en la alimentación, la sexualidad, el trabajo y, también, en una concepción “legal” de los cambios. La escritura de Sperling rescata lo mejor de la filosofía y lo mejor del judaísmo: de la primera, su invitación por la pregunta, su convocatoria al pensamiento como salida de la compulsión al acto y su repetición automática; del segundo, el carácter material de su ética que entiende a las relaciones terrenales como ‘mitzvot’. “Pensar, afirma Sperling, es soportar la espera, la incertidumbre, dejar que la pregunta te trabaje y abra nuevos caminos en tu cabeza. En la vida no hay fórmulas” Presentamos aquí su diálogo con Nueva Sión.

Por Jorge Iacobsohn

“Empecé estudiando la carrera de Letras y luego me pasé a Filosofía. Estaba como “a caballo” entre la escritura literaria, la narrativa concretamente, la ensayística y teórica, así que cada vez más me pasé a Filosofía. Sin dejar de lado lo literario, me incliné mucho más hacia lo ensayístico, hacia lo filosófico, porque entiendo que la escritura filosófica es parte de la literatura.

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¿También tuvo formación judaica?

Sí, fue bastante rara porque fui unos años al ‘shule’ pero mi formación no viene de allí. Mi padre era un hombre versado en temas bíblicos. Sabía hebreo, idish… de algún modo él no transmitió explícitamente esto porque mi casa era supuestamente laica, de izquierda. Así que todo ese saber estaba un poco censurado. Mi mamá no hablaba idish, y cuando mi padre lo hablaba ella se enojaba. Sin que yo lo supiera, él me transmitió mucho de eso y en realidad fue de grande cuando superé esa censura y se me pasó la alergia a lo judío.
Tengo la edad de cuando la izquierda todavía disponía referentes como la Unión Soviética o Cuba. En aquella época todo lo que tuviera algún tufillo religioso era mala palabra. Entonces, por avatares de la vida -porque me convocan a un congreso- comencé a reconectarme con lo judío y comencé mi formación más orgánica en el Seminario Rabínico Latinoamericano. Eso corrió de la mano de mi formación filosófica.
En mi primer libro, ‘La metafísica del espejo’, donde trato la ética de Kant -de mucha afinidad con el judaísmo- se expresa mi encuentro entre mi formación filosófica y mi formación judaica.

Sin embargo, la tradición judía siempre sospechó de la filosofía.

Sí, tanto como la filosofía del judaísmo… Esas son las visiones maniqueas, ¿no? Concretamente Spinoza, Cohen, Rosenzweig, Mendelssohn ¿qué son? ¿Son filósofos, o pensadores judíos? A esta altura no se puede seguir manteniendo esa oposición, es una falsa disyuntiva, me parece que el pensamiento filosófico gana muchísimo en su contacto con el judaísmo y viceversa.

Las preguntas que uno se hace trascienden a los marcos de la filosofía y del judaísmo

Totalmente, las preguntas van más allá de lo que estudiamos
Eso es la vida, la muerte, la ley, la filiación, las maneras de inmortalidad que buscamos los humanos, la trascendencia, etcétera…

La filosofía tiene inquietudes que van más allá de su estudio mismo ¿cuáles son las inquietudes que usted tuvo para movilizarse a pensar algunas cuestiones?

Personalmente no entiendo a la filosofía como especulación teórica. Fíjese lo que ocurrió en uno de los grupos de estudio que coordino: un grupo compuesto por gente adulta, profesionales de distintas disciplinas, de la abogacía a las disciplinas corporales, están haciendo por primera vez en su vida filosofía. Es un grupo de iniciación filosófica, los meto de cabeza en los textos filosóficos. Leemos, por ejemplo, a Nietzsche sin ningún manual de por medio, el contacto con la filosofía es directo. Allí se empezó a discutir si la filosofía tiene que ver con las preguntas o con las respuestas. Yo dije que la filosofía puede dar respuestas, pero no es lo más importante ¿por qué? Porque las preguntas atraviesan el tiempo, independientemente de las respuestas que reciban en el texto. Las preguntas que hizo Platón son provocadas por su circunstancia, y las respuestas que se dio eran pertinentes para su época. El encontró un modo peculiar de organizar la sociedad expuesto en “La República”. Por ahí a mí no me sirve esa respuesta, pero me queda picando la pregunta: ¿cuál es la mejor manera de organizar la vida de una comunidad?
Cuando pregunto esto, una de las alumnas me dice: – cada vez que vengo a clase me voy muy contenta. Otro, un muchacho con una formación judía ortodoxa, sintió interés por esta otra manera discursiva, y dijo: – yo me voy contento, porque desde que vengo aquí no tengo la urgencia de responder a todo lo que me pregunto, puedo soportar la incertidumbre y quedarme con la cuestión, con el interrogante.
La filosofía enseña a esperar, a frenar la compulsión al acto. Pensar, entonces, es soportar la espera, la incertidumbre, dejar que la pregunta te trabaje y abra nuevos caminos en tu cabeza.

Es que estamos acostumbrados al productivismo, a la velocidad, todo lo que hacemos tiene sentido si encaja en un producto.

Claro. La vida de las sociedades posmodernas está profundamente inclinada a la compulsión, rápidamente tenemos que hacer, dar respuestas, resolver, producir. La filosofía tiene otros tiempos, te permite tolerar, bancarte que hay algo que no sabés cómo se resuelve, ni por dónde o cómo se va. Una cosa que enseña la filosofía es a despegar, a discriminar, a darle una forma a la angustia. Aprender a preguntar, ¡vaya tarea!

Es la pregunta por la pregunta misma…

Pero saber preguntar es un paso enorme, porque muchas veces uno tiene inquietudes, angustias y está todo pegoteado. Entonces la posibilidad de discriminar, de separar, es decir: – bueno, lo que me inquieta es esto. Entonces acá hay una pregunta, y a lo mejor la tengo que sostener como pregunta, pero ya no es todo una masa amorfa.
Entonces, esa posibilidad de desarmar el pensamiento, de no quedarse con las fórmulas, con las frases hechas, con los slogans, los clichés, con lo que a uno le viene ya dictado por la cultura. Hay que tirar eso sobre la mesa, desarmarlo, desarticularlo, discriminar, ver qué es lo que uno selecciona para quedárselo y qué es lo que no sirve.

¿La filosofía sería, además del psicoanálisis, otra manera de tratar el malestar en la cultura?

Justamente, la filosofía nace como terapéutica, y esta nueva onda de la filosofía terapéutica no tiene nada de nuevo. De hecho, Sócrates la inventa. Esto está en ‘El Banquete’ donde propone, cuando empieza su diálogo con los discípulos, que ellos vayan armando sus preguntas y les muestra que no saben ni siquiera lo que están buscando, que están llenos de respuestas “pre hechas” pero no saben preguntar. Sócrates dice que ese es un camino de “cuidado del alma”.

La diferencia de la filosofía antigua con esta moda ‘new age’ es que no se trata de una técnica terapéutica. El cuidado del alma está mediado por las preguntas y la búsqueda, no es una receta de restauración del yo.

¡Claro! En la moda ‘new age’ parece que todo tiene su respuesta. Acá no, para nada, al contrario, por eso hablo de tolerar la incertidumbre. Esto es la vida, no hay fórmulas. La enseñanza de la filosofía tiene algo en común con el psicoanálisis y es el rescate de lo singular. No hay una respuesta única para todas las cosas, en cada caso hay que volver a preguntar, hay que situar no sólo el texto, sino el contexto. Pero me parece que la filosofía, tal como yo la practico y la enseño, va muy de la mano con el judaísmo.
Aprender a leer quiere decir no sólo comprender un texto sino la vida, el mundo, cada situación. Y un gran maestro de esto es Spinoza. El nos enseña a no buscar causas truchas. Atribuir causas falsas a fenómenos que a lo mejor no tienen explicación, pero -como dice Nietzsche- lo que el hombre no tolera no es el sufrimiento sino la falta de explicación del sufrimiento.
Cuando le encuentra una explicación se encuentra tranquilo… Spinoza tiene un pensamiento muy claro en este sentido, dice que muchas veces, ante la desesperación por no saber por qué y cómo se producen las cosas, uno inventa una causa y se queda tranquilo, pero resulta que esa causa no explica nada.
Encontrar adecuadamente la conexión de causa y efectos, eventualmente quedarse sin la causa y, sin embargo, entender que ese fenómeno es un acontecimiento con el que puedo, tal vez, hacer algo. Eso es filosofía.

En términos sociológicos, ¿qué relación existe entre el campo judío y la filosofía?

El campo judío es muy amplio, porque hay judíos religiosos y laicos. Entre los primeros hay ortodoxos y no ortodoxos, dentro de ambos sionistas y no sionistas; dentro de los laicos, de izquierda o menos de izquierda. El fundamentalismo puede estar sobrevolando todos estos sectores. Las relaciones son mixtas, también depende mucho de las épocas.
Sabemos lo que le pasó al pobre Spinoza por ejemplo. La relación entre filosofía y judaísmo es conflictiva en el sentido de que constituyen distintas estrategias de discurso.
La filosofía como tal, si nosotros tomamos el término filosofía, desde el punto de vista técnico es una tradición que se origina en Grecia hace 2.500 años y en un contexto y un paradigma griego. En algún punto ese paradigma o esos principios que rigen el quehacer filosófico son intraducibles a lo judío y viceversa ya que el lenguaje judío parte de la Torá. Por ejemplo, la filosofía nace y se despliega hasta Heidegger como la pregunta por el ser, lo que para el judaísmo es imposible porque incluso en su idioma, el hebreo, no se conjuga el verbo ‘ser’ en presente. El discurso judío no es un discurso ontológico.

¿Y cuál era el discurso del judaísmo oficial en la época de la excomunión de Spinoza?

Lo que pasa es que el discurso judío en muchos momentos de la historia, incluso cuando adquiere cierta postura ortodoxa o fundamentalista, es una postura paradojalmente muy poco judía. Y en la época de Spinoza la comunidad estaba muy influida por la estructura de la Iglesia, constituían a la sinagoga como Iglesia, porque ¿quiénes expulsan a Spinoza?: los jerarcas de la sinagoga de su época que habían adoptado un sistema verticalista, donde no hay posibilidad de discusión.
El Talmud, por ejemplo, dice “Procúrate un corazón de muchos cuartos, para que tengas la posibilidad de alojar en él distintas opiniones que convivan”. Esto es judaísmo, este es el espíritu más propio de lo judío.
Este consejo talmúdico nos está diciendo que no hay posibilidad de ejercer un predominio o una dictadura desde la verdad única. Por eso los judíos decimos: la verdad discurre a través de la letra. Y la letra es lo más disperso que hay, es diaspórica. Sin embargo, el judaísmo no es puro, está indefectiblemente mezclado con las culturas, con los contextos. Entonces se adoptan, muchas veces, estructuras que no son “originarias” sino que pertenecen a las culturas del entorno. Esta ‘cristianización’ del judaísmo produce estructuras papales que intentan tener la hegemonía de la verdad.

¿Continúa esto hoy en día?

Siempre hay sectores así. Por ejemplo, hoy en día en el Estado de Israel…

Explíquelo un poco más

Yo vengo, ahora, de un viaje -a Israel- sumamente interesante donde fui convocada a participar en un ‘workshop’ para discutir y aportar ideas para lo que va a ser la Constitución (se está elaborando un proyecto, hay una comisión que viene trabajando desde hace dos años). Es un proyecto resistido por la ortodoxia porque aspira a democratizar, por ejemplo, los matrimonios, las conversiones y la Ley del Retorno. La ortodoxia -en Israel- tiene el patrimonio de dictaminar quién es judío y quién no y de legislar sobre todos esos aspectos. Según esta Constitución, el que se quiere casar por civil no tendría que ir más a Chipre para no tener que pasar por la Jupá religiosa ortodoxa. Esta postura clerical es la hegemonía de una casta que intenta tener poder absoluto sobre una enorme cantidad de ámbitos en la vida de la gente.

Es la negociación que hizo Ben Gurión con la ortodoxia de ese momento…

Se equivocó porque nunca supuso que la ortodoxia iba a tener semejante crecimiento político. ¿Cuál es el problema del judaísmo que deja a la ortodoxia legislar sobre aspectos de la vida familiar? Justamente, en el judaísmo, la vida civil y política no está separada de la vida privada y familiar como en Grecia. En Grecia tenías el ‘oikos’, que era lo privado, y la ‘polis’, que era lo público. En el judaísmo nunca existió semejante división. La familia, directamente, es el fundamento de lo político. Abraham es padre de pueblos. Simultáneamente era padre y líder político. Y su nombre lo dice: ‘Ab’ , Padre y ‘raham’, de muchos pueblos.
En el judaísmo no hay esa división que existe en los estados cristianos entre gobierno celestial y gobierno terrenal. El cristianismo es dualista, el judaísmo no.

En la revista ‘Jabad Magazine’, del grupo religioso ortodoxo Jabad Lubavitch, hay mucha insistencia en una cosmovisión celestial, con muchas imágenes de nubes, mucha insistencia en el nombre de Dios

En el judaísmo se hace hincapié en la Ley. Y la Ley atraviesa la vida concreta mundana, no es una Ley para el más allá. En la Torá misma se dice: la Ley que te prescribo no está en los cielos, ni más allá en el mar, está al alcance de tu corazón para que guíes tu vida en la tierra.

Implicaría entender a Dios en términos simbólicos y no imaginarios.

Por supuesto.

¿Y el Padre que está arriba y nos protege?…

Claro. Esa idea del Dios que premia y castiga es una distorsión, un antropomorfismo. Como Ley, Dios es inmanente, como dice Spinoza, porque versa sobre la vida concreta de los hombres. En la Torá no hay un mundo otro.

Los religiosos hablan del “olam habá” como el mundo venidero…

Eso es profético, no está en la Torá. Y se elaboró, supuestamente, como consuelo por las desgracias sufridas.

Además, esto se cristianizó como la vida después de la muerte…

Exactamente. En la Torá no hay tal cosa, por eso es tan complejo de resolver en el Estado de Israel. Si vos pensás cuáles son las mitzvot (preceptos) esenciales, ves que son la kashrut (leyes de alimentación), las leyes de pureza sexual y el shabat -que tiene que ver con el trabajo y el descanso incluso la naturaleza una vez por semana-. Son los tres ejes de la ‘halajá’ que se dirigen a las actividades más mundanas y concretas del ser humano en su vida. No hay vida espiritual separada.

Tampoco hay un dictamen halájico sobre qué formas políticas son necesarias para la vida. Tenemos unas tres pautas como fundamentales, ¿lo político está librado a la construcción?

Pero es una construcción que tiene sus pautas, porque cuando el pueblo pide un rey, Dios manda a decir que no sean tontos. – ¿Quieren un rey? ya van a ver lo que les va a pasar.
Hay indicaciones en la Torá de que la mejor forma de gobierno es lo que nosotros llamamos, actualmente, democracia. Es lo mismo que plantea Spinoza en su ‘Tratado Político’ que queda inconcluso ya que él muere justamente cuando iba a escribir la última parte dedicada a la democracia.

¿Dónde se formula como tal?

A lo largo de toda la Torá, con leyes bíblicas, está muy presente el tema de la justicia, los modos de administrarla que van de la mano de un régimen democrático porque implican una prohibición de la apropiación del otro. El otro no es un objeto para tu satisfacción. Esta enseñanza inspira a Spinoza y a Levinas. Esto implica una horizontalidad, en términos de una potencia distribuida igualitariamente donde cada cosa y cada ser humano, es un punto de la potencia.
No hay uno que pueda apropiarse de esto para someter a sus semejantes. Esta es la forma más concreta en que se puede efectuar como práctica la democracia.

Si a esa horizontalidad se la deja librada a la potencia, ¿no caemos en un anarquismo?

No, porque la potencia y la horizontalidad se conjugan de tal manera que una no puede negar a la otra. Cuando Spinoza dice que el hombre tiene deseo, es decir: apetito con conciencia, y que además es la forma de perseverar en su ser, quiere decir que tiene alguna herramienta para organizar ese apetito y saber que si excede cierto límite, termina siendo perjudicado él mismo.
Esa herramienta es la razón, como si fuera el chip que permite articular los deseos colectivos y no permitir ser sometidos por una potencia extranjera. No hay peor desgracia para el hombre que estar sometido por otros hombr