Por primera vez en la historia del Estado de Israel se realizó una segunda vuelta electoral y el resultado de la misma ha dejado un panorama incierto sobre el futuro político del país. Ninguno de los dos bloques, tanto la derecha como la centroizquierda, cuentan con la posibilidad de sumar alianzas para llegar a los 61 escaños y así formar gobierno. Panorama no muy distinto del obtenido hace apenas cinco meses atrás.
En el primer llamado a elecciones del pasado mes de abril, el Likud encabezado por Netanyahu no logró formar coalición. Su fracaso en la consolidación de un quinto período de gobierno estuvo basado en el interés personal por tender una red legal que lo salvara de las gravísimas acusaciones de corrupción que lo tienen en jaque, por las que seguramente lo enjuicien el año próximo. Este empecinamiento personal sumado a la intransigencia del ultraderechista Liberman que no estuvo dispuesto a ceder ante los partidos religiosos ortodoxos, arrastraron al país a la nueva contienda electoral.
Las chances de la centroizquierda para formar gobierno en este segundo llamado no parecían muchas y así lo confirmaron los resultados. A pesar de la leve ventaja obtenida por Benny Gantz de Kajol Lavan, la distribución de fuerzas de los bloques lleva a un empate que no permite a ninguno formar coalición de gobierno. Hoy por hoy, Liberman, otrora aliado natural del bloque de derecha, se convierte una vez más en factor clave en la determinación del gobierno de Israel.
Sin embargo, lo que dejó esta última elección, más allá de la humilde victoria de Gantz, ha sido la tremenda derrota de Netanyahu. El líder de la derecha, el candidato imbatible de la última década, ha quedado malherido y es probable que ya no vuelva a la casa de calle Balfour en Jerusalén. Pero más allá del revés personal y político, sería deseable pensar que lo que empieza a esbozarse es el ocaso de una ideología y de una forma de hacer política en Israel.
Cabe preguntarse si estamos frente a un nuevo horizonte que pueda devolver al sionismo los pilares y valores que los gobiernos de derecha del siglo XXI se encargaron de vapulear.
La última década generó discriminación extrema hacia el otro, hacia los árabes en primer lugar, pero también hacia los refugiados, los trabajadores extranjeros, la comunidad etíope y la comunidad LGTB. ¿Comenzará el tiempo del respeto y la igualdad dentro de la sociedad?
La Corte Suprema de Justicia y el periodismo fueron demonizados y presentados como traidores. Se perdió de vista la función de custodio de garantías y de crítica al régimen que cada uno de ellos debe llevar adelante. ¿Se restablecerá la confianza en los jueces y en la prensa?
En los últimos años se construyó una narrativa de miedo y de odio con la mirada puesta solo en el pasado. ¿Habrá llegado el momento de permitir a la nueva generación crecer con menos violencia y volver a hablar de paz?
En estos ejes basó Netanyahu sus campañas electorales y muchas de sus acciones de gobierno. Hoy los resultados electorales nos permiten ser tímidamente optimistas respecto a los interrogantes planteados.
Las posibilidades concretas para que del nuevo Parlamento surja un gobierno hablan de unidad nacional entre Kajol Lavan y Likud, aunque la figura de Netanyahu se vuelve un obstáculo dada la negativa del partido centrista de pactar con el actual Primer Ministro.
Las perspectivas para consolidar una propuesta política alternativa que pueda comenzar a reparar la tan dañada sociedad israelí aparecen como bastante inciertas y podrían desembocar en una insoportable tercera contienda electoral.
* Sheliaj Hashomer Hatzair.