Dos temas centrales acaparan el interés público (o por lo menos el periodístico) con vistas al nuevo comicio. Por un lado, las relaciones religión-Estado. Por el otro, el funcionamiento de las instituciones en la democracia israelí. El debate dentro de este segundo tema se enfoca principalmente en la situación personal del primer ministro Netanyahu y sus esfuerzos por influir los procesos de investigación legal en los que se encuentra involucrado. Ambos temas ya no son novedosos y las posiciones centrales de todos los partidos son conocidas. Queda por saber solamente el pronunciamiento popular y cómo se traducirá en 120 escaños.
El sistema de gobierno en Israel es parlamentario, o sea que el proceso de formación del gobierno es indirecto. Como en toda democracia, la ciudadanía elige a sus gobernantes, pero a diferencia de países presidenciales donde el titular del Poder Ejecutivo es electo directamente por el voto popular, en los parlamentarios son los miembros del Poder Legislativo quienes se deben organizar entre sí y definir al gobierno. Por lo general, el proceso es claro, y aunque no falten intrigas y negociaciones minuciosas, la composición de la nueva coalición se puede vislumbrar con bastante facilidad desde el momento en que se anuncian los resultados de la encuesta de boca de urna al finalizar la jornada electoral.
Hacia un modelo hegemónico
Así ocurrió también con el comicio del 9 de abril pasado. Los partidos que conformaban la coalición saliente recibieron juntos 65 escaños, cuatro más de los mínimos necesarios para formar gobierno. Sin embargo, Netanyahu fracasó. Este fracaso se debe a una fluctuación del mapa electoral que comenzó a manifestarse. El tema central de aquellas elecciones fue el «plebiscito» sobre la continuidad de Bibi como líder nacional y la continuidad del profundo proceso transformador que el lidera. Los opositores al Gobierno suelen menospreciar el compromiso ideológico de Netanyahu y lo tildan de oportunista cínico. Sin embargo, Netanyahu se guía por una brújula doctrinaria clara que tiene como visión la reorganización social, económica, legal e institucional del Estado. Obviamente lo primero que le interesa es su inmunidad personal. Esta es una condición necesaria pero no suficiente para sumarse a la carreta del nuevo gobierno que Netanyahu intenta establecer.
El ideal buscado, que Netanyahu viene forjando sistemáticamente en sus diez años de gobierno, se basa en un profundo reacomodamiento estructural. A nivel económico, con un sistema neoliberal a ultranza. A nivel del conflicto israelo-palestino, el objetivo es normalizar a tal punto la ocupación y la segregación nacional hasta que se conviertan no ya en transparentes sino que su gradual legalización sea aceptada como algo natural y evidente. A nivel institucional, el ideal es de un Estado jerárquico en el cual la «gobernabilidad» no se vea obstaculizada por la intromisión de los distintos contralores legales o burocráticos. En abril de 2019, Netanyahu cambió su estrategia. Será por considerar que las bases sentadas tan pacientemente están listas para convertirse en una nueva realidad, o tal vez por una sensación de urgencia de que éste será su último término al timón. Por una razón u otra, en lugar de continuar con su característico estilo lento, silencioso y sistemático a la hora de implementar sus reformas, en las negociaciones coalicionarias de mayo y junio demandó una adhesión explícita de todos sus socios al nuevo modelo.
En consecuencia, se aceleró un proceso latente que lleva años gestándose y ya había comenzado a manifestarse en los meses anteriores. En enero del 2019 fue establecido el partido Telem, liderado por el ex-ministro de defensa de Netanyahu y ex-comandante en jefe de Tzahal Moshe Yaalon, junto con Zvi Hauser y Yoaz Hendel (ambos ex funcionarios de alto rango en previos gobiernos de Netanyahu). Telem, acrónimo de Tnuá Leumit Mamlajtit, es un partido de derecha moderada que aglutina ex activistas del Likud y enarbola como bandera el principio bengurionista del funcionamiento adecuado del Estado en favor de todos los ciudadanos. Telem es uno de los socios fundacionales de la alianza Azul y Blanco junto con los partidos de Benny Ganz y Yair Lapid. Esta alianza se convirtió rapidamente en la alternativa al gobierno y si en las elecciones de abril todavía aceptaban ser identificados como líderes del bloque centroizquierdista, en esta segunda vuelta ya se posicionaron claramente como una lista de centroderecha que ofrece establecer una coalición de «unidad nacional» junto al Likud » (sin Netanyahu) como su principal promesa de campaña.
La evolución de un nuevo mapa partidario
Las fallidas negociaciones coalicionarias entre el Likud e Israel Betenu, del también ex-ministro de defensa Avigdor Liberman, no solo impidieron la creación de un nuevo gobierno sino que hicieron explícitas las diferencias ideológicas entre ambos líderes. En la campaña electoral actual, mientras que el Likud de Netanyahu sigue promoviendo las virtudes de un gobierno angosto conformado solamente por los «socios naturales», Liberman ha dicho claramente que se ve como el principal miembro del gobierno de unidad de Azul y Blanco con el Likud. Incluso firmó con Azul y Blanco un «pacto de votos excedentes». De acuerdo al sistema electoral vigente en Israel, el proceso de traducción de votos en escaños permite la unificación de los votos excedentes de dos listas representadas en la nueva Knesset, a fin de mantener el principio de proporcionalidad y reducir la pérdida de votos válidos.
El nuevo polo entre Azul y Blanco y Liberman es más que un acercamiento electoral. Es la evolución de un nuevo mapa partidario en el cual ya no hay dos bloques claramente definidos y autoexcluyentes: el «Bloque nacional» de partidos derechistas y partidos religiosos y el «Bloque por la paz» de partidos centroizquierdistas y partidos árabes. En el mapa naciente, entre 100 y 106 escaños de la 20ma Knesset (sobre un total de 120) podrían en teoría cooperar entre sí y formar un amplio gobierno. Las actitudes de Netanyahu fueron el escollo que impidió este logro sin precedentes.
Otro elemento al que se debe prestar atención en esta realidad transicional del escenario partidario es la influencia del actual porcentaje de umbral para ingresar al Parlamento. Históricamente Israel tenía uno de los umbrales más bajos del mundo. Esto, si bien generó la multiplicación de mini-partidos y subsecuentes dolores de cabeza para los primeros ministros, tenía la gran ventaja de asegurar una representatividad casi absoluta. En una sociedad fragmentada como la israelí, este umbral petiso era una fuente de inclusividad y de estabilidad. En el año 2014, a instancias de una iniciativa de Liberman para reducir la participación árabe en las elecciones, la Knesset modificó la ley electoral y subió dicho umbral al 3,25%. La consecuencia de este cambio fue un acecho tangible a muchos partidos de todo el espectro ideológico y por ende el establecimiento de innumerables alianzas electorales. En los comicios a la 21ra Knesset, casi todas las listas viables de candidatos representan entre dos y cuatro partidos distintos. Esta peculiaridad abre las puertas a una posible fragmentación, o incluso una atomización, en la composición del nuevo parlamento.
Con el tiempo, el nuevo mapa partidario se asentará y los nuevos ejes de discusión política serán más evidentes. Por ahora y hasta entonces, la puja se ve reducida a la simplista fórmula pro o anti Bibi.
El resultado matemático de las elecciones se sabrá el 17 de septiembre a las 22:00 horas. Para conocer el resultado político y la identidad de las nuevas autoridades nacionales muy probablemente deberemos esperar semanas e incluso meses.
La telenovela continúa.
* Director de la ONG Etgar y miembro de J-AmLat.