Llega un sobre de la Dirección de Transito del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires. Abro morosamente el sobre, como si la lentitud obrase de por si para aminorar el impacto de la mala noticia o del perjuicio económico. Una multa: la falta fue cometida en Sarmiento al 2200, entre Pasteur y Uriburu. La escena se arma rápido en mi cabeza: día de semana, tarde, esperando en el auto a mi hijo que sale de jugar al fútbol haciendo lo de siempre, esto es dar vueltas a la manzana hasta divisarlo tras una de las puertas de vidrio, parar, hacerle una señal rápida para que salga corriendo y suba al auto y emprender el regreso. Cuando se instaló el protocolo de seguridad, la orden era entrar a buscarlos a la institución. Pero el tiempo y la memoria proveen a los deslizamientos, y las ganas de volver a cierta normalidad también conspira contra el dispositivo.
Al pie figura el concepto de la multa. Dice: “Estacionar frente a objetivo israelí”.
¿Dónde nació esta gente?
Sobre el final del Acto de Memoria Activa del último 18 de Julio se proyectó el corto “Vergüenza” de Alejandro Doria, donde la actriz Susú Pecoraro interpreta de manera intensa y cargada de emoción a una víctima del atentado que narra lo acontecido durante y después de la explosión. Entre otras cosas, recuerda que el presidente Menem llamó a su par israelí para ofrecer su pésame por las víctimas del ataque, y la contestación que recibió fue “el pésame se lo doy a usted, las víctimas son argentinas”.
De la misma manera, cuando en la urgencia se diseñó el precario sistema de seguridad comunitaria local, los dirigentes prefirieron recurrir a especialistas israelíes en la materia, dejando solo la vigilancia del “afuera” a la policía local. En aquel momento comenzó una relación de mutua desconfianza con las fuerzas de seguridad argentinas, cuando ya se sospechaba que algunos efectivos podrían haber participado de la llamada “conexión local.
Con ventana a la calle
Buenos Aires arde en enero, pero el funcionario de seguridad que habla poco castellano no se afloja la corbata, ni se quita el saco. Trato de adivinar su humor, pero anteojos espejados lo impiden. Cuando termina la reunión, M, un simpático argentino que hizo aliá en su juventud a un kibutz, usa la estrategia que acostumbra para llamar mi atención: entra a la oficina y se queda parado frente a mi escritorio mirando el techo. Luego mira hacia la terraza contigua. Y me pregunta como estoy. Le digo que bien, prendo un cigarrillo y también miro hacia la terraza: ambos nos quedamos unos segundos en silencio. Me dice que la reunión resulto positiva, que se conocen de hace tiempo, que solo le hizo algunos comentarios técnicos. Me dice que le sugirió que cambiemos de oficina, que yo pase a la que va al frente, a la que da a la calle, y el venga a la que da sobre la terraza. Por seguridad, me aclara.
Tengo fresca en la memoria una escena de “La caza al Octubre Rojo”. El agente especial Jack Ryan, interpretado por Alec Baldwin, sospecha que el almirante Ramius (Sean Connery, nada menos) de la marina soviética quiere desertar y llevar a un letal y silencioso submarino atómico a aguas seguras. Un jefe de la CIA acepta su tesitura, pero el mismo Ryan debe intentar hacer contacto con el almirante ruso, para luego abordar el submarino, con el consiguiente riesgo para su vida. Jack Ryan le pregunta por qué tiene que ser él, y le lleva apenas un minuto entender:
-“Porque soy descartable, ¿no es así?”, pregunta el agente Ryan, en voz alta.
Ryan abordó el submarino. Yo no cambié de oficina.
Modelos
Todos los “bitajón” se visten de negro, y su elegancia varía de acuerdo a la ubicación geográfica. Por ejemplo, en algún templo de Belgrano la ropa puede ser provista por la institución y comprada en un shopping. En algún colegio de Villa Crespo, es posible que deba proveerse el propio guardián el abrigo, incluyendo algún sobretodo oscuro del padre.
Llevan un auricular en un oído y un pequeño micrófono pegado a la solapa del saco o sobretodo: cuando reciben un mensaje llevan sus dedos al auricular, y con otra mano acercan la solapa a su boca. Con los años los guardianes han perdido algo de la paranoia inicial y se mueven con mayor naturalidad, más aún aquellos que ya tienen unos cuantos años en el oficio.
En cierta medida la seguridad aisló a las instituciones dentro de su territorio: las separo de sus vecinos, e incluso alentó a los usuarios (alumnos, congregantes, padre, madres…) a retirarse rápidamente del lugar. Las instituciones judías en muchos casos se convirtieron en el vecino indeseable.
En los country club no existe el bitajón: la seguridad es tercerizada, cubierta por empresas que se llevan habitualmente alrededor del 50 % del total las expensas que pagan los propietarios. Lo guardias cubren 3 turnos de ocho horas, en la entrada más alguna recorrida por los perímetros. La conveniencia es explicada por los administradores porque ante una ausencia la empresa está obligada a cubrirla y en general tienen una alta rotación. A la salida de la dictadura cívico militar 1976/1983 estas empresas se nutrían de personal exonerado o retirado de las fuerzas de seguridad.
En su momento, también los clubes comenzaron a incluir en las cuotas sociales un ítem de seguridad. En el año 2014, el diario Clarín calculo que la comunidad gastaba cerca de 300 millones de pesos por año en seguridad, con dólar a 8.50, daba 35 millones de dólares al año.
Maquillajes
Hay pilotes de todo tipo: algunos, como expresa irónicamente una obra de Rudy y Pati en la estación Pasteur de subterráneo, parecen velitas de cumpleaños (de la impunidad). Otros, en un intento de humanizar el encierro, le pusieron plantas, que luego del entusiasmo inicial quedaron en tierra seca o yuyos. Otros, como la los pilotes frente a SHA, fueron convertidos en obras de arte.
Si durante años la pelea fue por ser aceptados e incorporados a la vida social del país, los últimos años, por decisión propia o por la fuerza de las circunstancias, se recorrió el camino inverso: desde el exterior no se ve la vida judía que acontece puertas adentro. Las ventanas han sido elevadas y enrejadas; las puertas blindadas.
No puedo evitar volver sobre el polémico Roger Waters y su obra “The Wall”. ¿Llegará el día en que jóvenes con mazas y martillos derriben los pilotes? Da mucho trabajo solo enumerar los acontecimientos necesarios para tal celebración, aunque de seguro, se encuentran en algún lugar del futuro.
* Diplomado en Organizaciones de la Sociedad Civil (FLACSO).