En el caso palestino, un estudio de la ONU afirma que el 37% de los habitantes de los territorios ocupados tuvieron problemas para adquirir comida durante el 2005.
Según la Oficina Central de Estadísticas de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), el 16% de los palestinos viven cada día con 7 shekels (1,50 dólares), porcentaje que el Banco Mundial alerta que podría crecer el próximo año hasta el 35%.
El paro alcanza el 28%, y el 57% de los considerados pobres trabajan, lo que significa que su sueldo es inferior al de la línea de la pobreza (2 dólares por persona y día). El estudio de la ONU afirma que el alto porcentaje de desempleo se debe en gran medida a las restricciones de movimiento ocasionadas por los cierres de poblaciones y carreteras.
La economía palestina está subsidiada por la comunidad internacional. Durante el 2005, solo la ONU invirtió más de 600 millones de dólares en ayuda humanitaria y en desarrollo, a lo que hay que añadir el dinero procedente de donantes como la Unión Europea, Estados Unidos o Japón.
La AP, en realidad, gestiona la ayuda internacional, ya que no dispone de las herramientas económicas (control de aduanas, una moneda propia, un mercado con límites claros…) con las que elaborar políticas económicas, por no hablar de la destrucción de las infraestructuras y del tejido social tras más de cinco años de Intifada.
La situación de Israel tampoco es favorable. En los últimos dos años, con Binyamin Netanyahu al frente del Ministerio de Economía, el Estado judío ha salido de una grave crisis económica y ha pasado de un crecimiento negativo del 0.7% en el 2002 al 6% en el 2005, y de una tasa de paro del 10% al 8.9%. Pero las recetas neoliberales de Netanyahu -reducción de los gastos sociales, privatizaciones, precarización del trabajo, etc.- han tenido efectos devastadores.
Según un informe del Centro Ajvá para la Información en Igualdad y Justicia Social, las diferencias entre pobres y ricos en el país han aumentado hasta niveles «peligrosos».
El Informe Ajvá afirma que el 20% más rico de la población se reparte el 44% de los ingresos del país, y que un tercio de los considerados pobres tienen empleos por los que reciben un sueldo por debajo del mínimo (unos 550 dólares al mes por familia). El estudio prueba que el crecimiento económico ha beneficiado solo a unos sectores determinados -judíos de origen ashkenazí, que se dedican a profesiones liberales-, y que los judíos de origen sefaradí y los árabes israelíes cada vez están más lejos.
El gobernador del Banco de Israel, Stanley Fischer, afirmó que el 40% de los pobres de Israel son árabes o judíos ultraortodoxos.
El recorte del gasto social en una sociedad en la que aumentan las diferencias entre ricos y pobres tiene unas consecuencias fácilmente imaginables. Por eso, Fischer recomendó que los próximos presupuestos aumenten las partidas para educación en las capas más desfavorecidas, incluyan cursos de capacitación para adultos y asistencia a parados y a la tercera edad.
Pero estas decisiones de tipo político no son fáciles en un país que dedica entre el 1,5% y 3% de su PBI a la seguridad civil y al que la ocupación de los territorios palestinos le supone un gasto descomunal.
Otro informe del Centro Ajvá sostiene que entre 1967 y el 2003, Israel invirtió en los asentamientos en Gaza y Cisjordania la «módica suma» de 45.000 millones de dólares.
Los colonos cuentan hasta hoy con beneficios fiscales y subvenciones especiales. La media de las compensaciones que reciben las algo más de 2.000 familias evacuadas de Gaza oscila entre los 350.000 y 750.000 dólares. Entre 1987 y el 2005, el Ministerio de Defensa ha recibido partidas extraordinarias para las dos Intifadas valoradas en 6.500 millones de dólares añadidos a los presupuestos ordinarios. El costo del Muro de Cisjordania ha aumentado, al agregarle 350 kilómetros dentro de la Línea Verde, lo que eleva la inversión en la barrera a 700 millones de dólares.
Como se puede observar, el precio de la conquista y la ocupación, que en los años ´60 y ´70 despertó la euforia y el delirio de grandeza en muchos sectores de la sociedad israelí y sus dirigentes, es mucho más caro -en todos los parámetros- de lo que ambas partes pueden soportar.