El adiós a Ágnes Heller

Un doble homenaje de adiós a la filósofa húngara judía Ágnes Heller. El primero de la Prof. María Gabriela Mizraje (Argentina) y el segundo, que ella presenta a continuación, del Prof. Philippe Despoix (Francia-Canadá). Ágnes Heller, discípula de Georg Lukács, gestora de la Escuela de Budapest –corriente crítica del marxismo–, figura de la disidencia comunista y opositora al actual régimen de Viktor Orbán, murió el 19 de julio, a la edad de 90 años.

Ágnes Heller y las agitadas aguas de la historia

De compromiso intelectual ampliamente reconocido, Ágnes Heller fue una mujer honda, de una lucidez extraordinaria y a contrapelo del poder. Este artículo nos trae rasgos fundamentales y algunos datos prácticamente desconocidos de la vida y la obra de esa humanista crítica y combativa hasta el último instante. Y nos permite dimensionar los distintos tipos de recepción que tuvo en la Argentina a través del tiempo.

Por María Gabriela Mizraje

Lecciones y elecciones de vida

Ágnes Heller nos recordaba que el sistema es una mentira y que estamos arrojados a la incertidumbre pero también, con ella, a la libertad. Alertas, sobre la contingencia, tenemos en las manos nuestro destino.
Distintos intelectuales del mundo le rinden homenaje en estos días. Tras el impacto por su muerte, el Dr. Philippe Despoix, de la Universidad de Montreal, especialista en literatura comparada y pensamiento europeo y particularmente alemán, marca a tinta viva y veloz un perfil de la intelectual húngara, traducida ampliamente al castellano y conocida en la Argentina por la profundidad de su obra. En 2017 había visitado nuestro país, con motivo del Doctorado Honoris Causa que le brindara la Universidad Tres de Febrero y nos había estimulado con sus conferencias.
Aparecido en Le Monde (22/7/2019), el artículo que presentamos a continuación del nuestro, con algunas variantes respecto del que publicara aquel diario, siguiendo el texto original que el profesor Despoix nos entregara, condensa la trayectoria de la autora de obras tan fundamentales como Historia y vida cotidiana: aportación a la sociología socialista; Crítica de la Ilustración: las antinomias morales de la razón o Anatomía de la izquierda occidental. Estos, entre tantísimos otros textos decisivos de la sociología, la historia de la cultura y la política, la filosofía y los lenguajes, que permitieron revisar desde las esferas personales de los individuos hasta el socialismo real, las necesidades y los valores; desde los sistemas aristotélicos hasta los sentimientos y las matrices posmodernas, y desde el Renacimiento hasta las revoluciones europeas y los esquemas totalitarios.
Con el péndulo de los tiempos que la llevó de la historia al futuro una y otra vez y del cuerpo a la ética, Heller deslumbra por todo el trazo de una filosofía de la historia y la política que hace repensar las izquierdas encarnadas y el arco del fenómeno del arte, con la literatura y las diversas expresiones creativas que lo constituyen.

Guerra y paz, y nunca jamás
Algunos de los premios que recibiera honran su trayectoria mientras la inscriben en una serie que habla por sí misma, al establecer una filiación intelectual y humana que no requiere glosa: la distinción académica Hannah Arendt o el Premio Primo Levi, que le fue concedido en 2012. Estos nombres enlazados al suyo condensan lo mejor de los aportes a las reflexiones del siglo XX, conjurando lo más siniestro del mismo, focalizan una línea de pensamiento y no dejan olvidar el horror que late detrás.
A ellos cabe sumar, entre otros, el premio Carl von Ossietzky que otorga la ciudad de Oldenburg, en memoria de aquel escritor y pacifista alemán. Del título y el espíritu del movimiento que él fundara en 1922, Nie Wieder Krieg, aunque no suele decirse –al menos, personalmente, no lo escuché ni lo leí– parece haberse nutrido la CONADEP de la democracia, cuando elaboró el famoso informe de investigación por las violaciones a los Derechos Humanos perpetradas durante la dictadura (1976-1983), conocido como Nunca Más (Nie Wieder), suprimiendo la palabra “guerra” (Krieg) por razones obvias, dado que nuestros desgraciados sucesos no se encuadraron en una guerra sino que constituyeron un crimen de Estado.
Aquella misma dictadura prohibió aquí libros de Heller que ya habían llegado, como La revolución de la vida cotidiana –lo cual era lógico, no porque a los militares los amedrentara su humanismo, dado que por supuesto no la habían leído, sino por mera pereza e ignorancia, de escala nominalista: la sola palabra “revolución” que aparecía en el título presentado en la edición castellana era motivo más que suficiente para una censura–.
Lo que ahora queremos destacar es que la responsable de Sobre el pacifismo (ensayo realizado con Férenc Fehér, su segundo esposo) también recibe dicho premio Carl von Ossietzky y la Wallenberg Medal, de la Universidad de Michigan, en memoria de otro justo, el diplomático sueco Raoul Wallenberg, quien salvara la vida de miles de judíos húngaros durante la Segunda Guerra Mundial (se dice que cerca de cien mil), arriesgando la propia.

Ese sucio secreto
“Me prometí a mí misma resolver el sucio secreto del siglo XX”, desafía en A Short History of My Philosophy (2010).
En cierto sentido, todo lo que escribe es en búsqueda de esa respuesta, vuelve a ese núcleo de la Shoá y al interior de las masacres, como Arendt, en el intento de desentrañar lo más oscuro, horrorosamente desconcertante e imperdonable de la condición humana.
Su padre, Pál Heller, abogado y escritor, ayudaba a escapar a sus compatriotas y fue devorado en Auschwitz, al igual que otros parientes y amigos de infancia y juventud de Ágnes. Ella y su madre, Angela Ligeti, temblaban en Budapest con la sensación perpetua de inminencia de ser ejecutadas pero ambas se salvaron.
Después del levantamiento húngaro de 1956, sofocado por la Unión Soviética y luego de que Lukács fuera deportado y ella perdiera su puesto de profesora en la Universidad de Budapest, Heller confiesa que lo extraño para sus sentimientos no fue la marginación ni que, por ejemplo, antiguos compañeros o conocidos se cruzaran de vereda al verla venir para no saludarla, sino que lo verdaderamente extraño fue que nada de lo acontecido destruyera ni por un minuto la confianza que tenía en sí misma.
Templada, a toda prueba y con el núcleo del ser interior intacto desde los años de la dolorosa adolescencia en medio del nazismo, sobre la experiencia de los traumas asevera con poética imborrable: “No lo olvidarás, incluso si quieres olvidarlo. Lo que más quieres es olvidarlo, lo que menos puedes es olvidarlo”. Palabras penetrantes como un tatuaje y precisas como un epitafio.

La libertad, la lucha, los legados
Con energía admirable, Heller brinda lucidez para fortalecer una tradición humanista y una concepción democrática –para la que revisa los mecanismos y alcances de esa forma de gobierno–.
La fuerza de la vida, nutrida de la indignación de quien conoce por propia experiencia la oscuridad del genocidio, la lleva a no quedarse intelectual ni físicamente quieta. Recorre ciudades, da conferencias y escribe hasta el final.
Resultado de esas travesías son los últimos legados, que aún queman de tan recientes y tan vivos.
Por un lado, un ensayo que acababa de salir en una revista académica de prestigio; por otro, nada menos que un libro que recién se echaba a andar y constituyó un acontecimiento en la mira de su prioridad continental: Paradox Europa (2019).
El ensayo apareció en New York, en la misma institución donde ella enseñara durante tantos años, la New School for Social Research, para el número de primavera de Social Research on Political Transitions Revisited: “Hungary: How Liberty Can Be Lost” («Hungría: cómo se puede perder la libertad») (Spring 2019).
Desde allí la despide en una evocación rápida y afectuosa la ex-decana Judith Friedlander, autora de A Light in Dark Times: The New School for Social Research and Its University in Exile (2019), en cuyo último capítulo se detiene en su colega y amiga.
En dicha colaboración, Heller aborda las problemáticas de la situación europea contemporánea y las de Hungría, en particular, bajo el gobierno de Viktor Orbán, señalando la mutación de los paradigmas electorales, con reflexiones que sirven a todos por doquier, incluso a nosotros para pensar aquí y ahora, en la Argentina del agobio de los fraseos electoralistas, la conformación y turbulencia de nuestros partidos políticos.
Nos advierte que los partidos tradicionales pueden seguir algunos de los usuales caminos previos, signados por las afiliaciones de clase (con salarios, impuestos, etc.) y las tradiciones familiares, que fueron históricamente los más decisivos para los votantes, sin embargo ya no funcionan de la misma manera. “Incluso la renovación de la promesa del Estado de bienestar no logra atraer la atención del electorado. Los viejos lemas suenan vacíos. Los pobres no son una clase unificada, por lo que no tienen intereses de clase. Como resultado, los partidos tradicionales perdieron apoyo (tanto conservadores como socialistas) y aparecieron nuevos partidos de la nada. La estabilidad del sistema multipartidista se perdió; todo se volvió fluido y lábil. Las ideologías comenzaron a ocupar el lugar de los intereses. Una vez más suena la alarma de peligro”. Y entre esos peligros, nos alerta contra el populismo xenófobo.
Heller pone el ojo certero sobre la política de identidades. Por avidez intelectual responsable estaba al tanto de cuanto podía, también de las dinámicas de la China, que había visitado en 2018, o de nuestra América del Sur, y venía de recorrer, entre otros textos, el libro de Francis Fukuyama, Identidad, de 2018.
Para pensar los tiempos actuales y seguir denunciando los malos rumbos de su propio país, entre otros destinos, comienza aludiendo nada menos que al Éxodo. Empieza con esa evocación bíblica y la de Hanna Arendt como dos referencias principales para reflexionar sobre el fenómeno personal y político de la libertad, para aclarar con maestría la distancia que existe entre liberación y libertad y cómo las instituciones de ésta deben antes ser constituidas.
Junto a quien se convertiría en su primer esposo, István Hermann, se había separado de su sionismo inicial y unido al Partido Comunista en 1947, luego se separaría también del comunismo, con una sincera crítica de sus formas.
De algún modo, en Heller, el sionismo fue respuesta al nazismo, el comunismo respuesta al sionismo, la disidencia respuesta al comunismo, el exilio consecuencia de la disidencia; la democracia radical, resultado del exilio así como de lo anterior y posterior; y todo ello junto, una palpitación constante por la vida.
Pues tras las experiencias de los totalitarismos, para ella el porvenir de todas las naciones liberadas dependía precisamente del éxito o el fracaso para transformar la liberación en libertad.
Sobre Europa en su conjunto asegura en ese último ensayo de la N.S.S.R. que “La Unión Europea es la última oportunidad para que Europa continental siga siendo un actor político y culturalmente importante en el teatro mundial. Si la Unión falla, Europa tendrá un pasado pero no un presente, y mucho menos un futuro. Se transformará en un museo”.

Las páginas que siguen
A la lista fecunda, viene a sumarse aún un libro inédito. Acababa literalmente de terminarlo, antes de ir a tomar sus vacaciones de verano en el sitio habitual; era/ es/ será el volumen final de su historia de la filosofía, destinado a los estudiantes húngaros.
La delimitación de ese público constituye, sin duda, una apuesta a la esperanza, una rúbrica sobre su patria. Y si bien fue escrito por y para ellos, es decir, de cara a los jóvenes húngaros, es imposible no pensarlo a su vez como una herencia final que prolija y ordenadamente dejó para todos, y no sentir que con su aparición póstuma sin dudas volverá a asombrarnos.
Podemos conjeturar algunas directrices de su pensamiento en el mismo, vislumbrar su énfasis en la ética y detenernos atentos con su uso jamás caduco del concepto de libertad, pero acaso nos tendrá reservadas algunas sorpresas, un último regalo, como agua generosa sobre la tierra seca. O como una voz que continuará sonando para el futuro de Hungría y que nos seguirá hablando, concreta, desde aquí pero también casi situada desde otro lugar, atreviéndose a decir y rememorar incluso más de todo lo que ya había dicho, propuesto y recordado, con mayor libertad aún, si acaso eso fuera posible, con un salto más allá de la tapa de la vida.

Un mono en bicicleta o una epicúrea entra al mar
El periodista alemán Willi Winkler, crítico literario del Süddeutsche Zeitung, cuyo libro recientemente aparecido revisa el ensamble entre el nazismo y la construcción exitosa de la R.F.A. (Das braune Netz. Wie die Bundesrepublik von früheren Nazis zum Erfolg geführt wurde/ La red marrón. Cómo la República Federal fue llevada al éxito por ex-nazis, 2019), traza una estampa aguda y conmovedora de Heller en su necrológica del 21 de julio. Y allí subraya que para ella la única revolución socialista genuina hasta el presente había sido el levantamiento de Hungría en 1956, que constituyó “el evento político más importante de su vida”, según sus propias palabras.
Siguiendo esta línea de razonamiento, entendemos que la Segunda Guerra Mundial no sería interpretada como tal, el horror del nazismo no podría ser nombrado como “evento político” sino que alcanzaría otra definición y abriría otro capítulo.
Por su Teoría de las emociones, Winkler la define como “una epicúrea declarada, [pues] su cuerpo tenía que estar más cerca que cualquier ideología”. Así encarna Heller su recorrido por la vida cotidiana y así podemos imaginar nosotros a aquella niña que deseaba ser famosa como Marie Curie convertida en mujer de altos ecos.
En sus memorias de 1999 (Der Affe auf dem Fahrrad: Eine Lebengeschichte), tempranas para todo lo que seguiría viviendo, había afirmado que «Un filósofo debería al menos buscar proposiciones teóricas que no ignoren sus experiencias de vida, las busqué y las encontré». Y a sus 88 años, en una retrospectiva aseguró: «Incluso los filósofos tienen una historia de vida». Por supuesto que nadie podía dudarlo, máxime mirando, por ejemplo, la suya, pero sin duda estaba diciendo algunas otras cosas: invitando a la coherencia entre las reflexiones y las acciones, entre las palabras expresadas y las formas vivenciadas, y sacando de algún gabinete temida y tímidamente gélido ciertos derroteros de filósofos. El título magnífico ya es una alerta en tal sentido: El mono en bicicleta.
El último 12 de mayo, en un restaurante de Buda, 120 personas a las que estaba ligada por el afecto brindaron por su vida: Ágnes estaba cumpliendo 90 años y su hija había organizado la fiesta. ¡Lejaim!

Así, prolífica, original, honda, esta mujer a contrapelo del poder, escritora inmensa, discípula de Georg Lukács e inspiradora de generaciones, que se salvó del fuego de los campos nazis, el 19 de julio entró al lago Balaton, frente a la casa de descanso de la Academia de Ciencias y ya no salió de él. Tragada o entregada a las aguas de su Hungría natal, acaso fue más allá, en busca de nuevos horizontes.

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La muerte de Ágnes Heller. Filósofa, judía y demócrata radical

La filósofa Ágnes Heller, que había sido tentada por un momento al sionismo, hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, se hizo comunista y se convirtió en una figura importante del marxismo humanista reformador de la década de 1960. Más tarde, se tornó disidente y conoció el exilio. En sus últimos años, esta gran intelectual se pronunciaba contra la política del primer ministro húngaro, Viktor Orbán. Se opuso como mujer, filósofa, judía y demócrata radical.

Por Philippe Despoix
Traducción de María Gabriela Mizraje

Es imposible dimensionar hoy lo que la posteridad recordará de la obra de Ágnes Heller y de la Escuela de Budapest que ella contribuyó a formar, pero ya percibimos cómo su carrera y sus trabajos singularizan un pensamiento de nuestra época.
Después de haberse salvado rozando del genocidio nazi que eliminó a parte de su familia, Ágnes Heller comenzó sus estudios en la Universidad de Budapest en 1947 y optó por la filosofía. El encuentro con el entonces gran maestro marxista, Georg Lukács, la deslumbra. Empieza un doctorado bajo su dirección en 1953, se convierte en su asistente y comienza a enseñar en 1955. Es testigo del gobierno reformista de Imre Nagy, en el que participa Lukács, y del levantamiento popular aplastado por los soviéticos. Heller resulta expulsada del Partido Comunista, luego también de la Universidad en 1958, y no podrá reanudar sus estudios sino hasta 1963, cuando ingrese en el Instituto de Sociología de la Academia de Ciencias.
Luego inicia las reuniones del círculo de estudiantes de Lukács, que se conocerá bajo el nombre de escuela de Budapest, en la cual, junto a sus colegas y amigos György Márkus, Mihaly Vájda y Férenc Fehér, cruzará antropología filosófica, teoría del lenguaje, fenomenología, sociología y estética. Renovando la teoría crítica de la sociedad, el grupo deconstruirá multilateralmente el paradigma marxiano de la producción material. Heller se convierte en una de las principales figuras de la corriente del «marxismo reformista humanista» que se desarrolla en Europa del Este.

Exilio en Australia
Siguiendo sus trabajos sobre Aristóteles y el antiguo “ethos” (es decir, la usanza, el hábito, la moralidad) y luego sobre el hombre del Renacimiento, Heller dirige su reflexión hacia la reproducción cotidiana como lugar de lo social por excelencia, alejándose de la filosofía tardía de su maestro y sin reconectarse con el romanticismo revolucionario que había caracterizado su juventud. Ella esboza la idea de un entrecruzamiento fundamental de las racionalidades materiales, simbólicas y morales, que resultan más amplias que el cambio de paradigma centrado en la única comunicación lingüística propuesta más tarde por Jürgen Habermas.
Las posiciones pro-reformativas de Heller y sus amigos se volvieron cada vez más insostenibles por la intervención soviética contra la «Primavera de Praga» en 1968. Después de la muerte de Lukács en 1971, su grupo fue marginado por el gobierno húngaro, lo que llevó a la dispersión de la mayoría de los miembros de la escuela y al exilio de Heller y de una parte del grupo en Australia a partir de 1977.
Durante este período, Heller desarrolla la idea de una defensa de las «necesidades radicales» (Bedürfnis) liberadas de la única restricción de la reproducción cotidiana para reformular una teoría de los valores y de su puesta en debate. Al mismo tiempo, ella profundiza con su marido, Férenc Fehér, una crítica interna del «socialismo realmente existente» entendido como una «dictadura de las necesidades», incompatible con cualquier forma de democracia (Para una filosofía radical y Marxismo y democracia).

Ambivalencia de la herencia europea
Desde su exilio en Australia, Heller publica principalmente en inglés y será elegida, en 1986, para ocupar la cátedra Hannah Arendt, de la New School for Social Research en Nueva York. Sus trabajos giran en torno a la imperativa defensa de la pluralidad de valores, cuestionan las irreductibles antinomias de la Modernidad, así como el necesario fundamento ético (kantiano) de toda política democrática. Abogando por una verdad de disenso, está interesada en el vínculo entre la ética social y las formas de justicia tendientes al desarrollo de los potenciales creativos y políticos de cada ciudadano, pero también a cuestiones estéticas, como el cómic, entre otras.
Su compromiso intelectual fue ampliamente reconocido y recibió numerosas distinciones internacionales, entre ellas el Premio Lessing de Hamburgo, la Medalla Goethe y, hace poco, el Premio Manes Sperber de la ciudad de Viena.
Al regresar a Budapest en la última década, Heller se convirtió en una de las figuras críticas más feroces del primer ministro Viktor Orbán. Relacionó las recientes manifestaciones autoritarias con un fenómeno de “refeudalización” y, sensible al problema de los refugiados, advirtió contra los fantasmas «étnico-nacionalistas» que socavan Europa.
Invitada a París a fines de 2018, Heller insistió en la ambivalencia de la herencia europea, rica en sus ideales humanistas y democráticos, pero también portadora de horrores coloniales y genocidas. Un cauteloso escepticismo parece flotar sobre sus últimas posiciones: al sugerir que la eliminación de la alienación, aunque sea deseable, sigue resultando imposible, se preguntaba si «la esperanza no es, en última instancia, una pasión tan triste y dañina como el miedo”. El antidogmatismo y el racionalismo a la vez utópico y pragmático de esta rara mujer filósofa permanecerán como una de sus huellas de la época. El 19 de julio, ella no regresó de un baño en el lago Balaton.