No, no percibimos a las 9 y 53 el sísmico estruendo que conmocionó al barrio de Once y otras zonas porteñas, pero el eco de la explosión que demolió al edificio de la AMIA recorrió –también- el mapa de Israel cuando un «break» radial trajo el siniestro argentino a nuestras calles, habituadas ya a la guerra y al terror.
De pronto, desaparecieron los doce mil kilómetros de distancia: Israel estaba ahora en Pasteur y Viamonte, como estuvo –dos años antes- en Arroyo y Suipacha. El impacto colectivo excedió el sentimiento de solidaridad y preocupación; así como en el atentado contra la Embajada de Israel, el atentado contra la sede central de la judeidad argentina transladó el campo de batalla del Oriente Medio a otro escenario, a otras latitudes.
Sin embargo, el ámbito del atentado ya había sido escena de muerte y terror: hace cien años, en enero de 1919, veinte años antes de la Kristallnacht, judíos fueron golpeados yarrastrados por sus barbas allí mismo, en Azcuénaga y Lavalle, Corrientes y Junín, Tucumán y Ecuador. El 18 de julio de 1994 resucitó el Koshmar, la pesadilla de la Semana Trágica, no sólo el horror de la agresión: algo tal vez peor, el encubrimiento y la impunidad.
NUEVA SION fue el primero en advertir la sombra de la impunidad, en la nota editorial publicada tras el atentado, exigiendo al Presidente Menem cesar la desinformación.
A veinticinco años del atentado, el reclamo de justicia tiene otro enemigo sigiloso: el olvido.
El olvido se oculta, quizás, en los modos mismos de conmemoración: el establecimiento de fechas y lugares de recuerdo puede confinar el acontecimiento –la masacre y la destrucción- a un espacio de simbólica rememoración, cuando, en realidad, se trata de algo más que el abrazo a los familiares de las víctimas. Aquí –en Argentina, en Israel, en el mundo entero- se trata de elevar el sentido de la memoria: como dice el historiador Yosef Jaim Yerushalmi «poder enfrentar a los traficantes de documentos, revisionistas de las enciclopedias, conspiradores del silencio»
Memoria del atentado a la AMIA como mensaje que trascienda generaciones, que no se quiebre ante el silencio cómplice, que no se rinda al dolor de la espina. Ese mensaje, es, en definitiva, un Nunca Más a todos los que mantienen la injusticia y la impunidad, a todos los que todavía pregonan odio y discriminación.