Partiré del hecho sucedido cuando el senador Miguel Ángel Pichetto, quien hasta ese momento fungía como jefe de la bancada peronista, se alió con el partido gobernante como candidato a vicepresidente y en oportunidad de opinar públicamente sobre el candidato a gobernador de la provincia de Buenos Aires, ahora del principal partido de la oposición, dijo: “El peronismo de la provincia de Buenos Aires lleva a un hombre del PC (Partido Comunista) como candidato. Estoy hablando de Axel Kicillof”. En varias entrevistas radiales y televisivas confirmó que lo dijo acerca de Kicillof fue descriptivamente y como una especie de función pedagógica, ya que su función es alertar a los peronistas sobre el origen de Kicillof en agrupaciones estudiantiles y que ello era ajeno al sentir del peronismo de la provincia de Buenos Aires.
Argentina es un país que debate permanentemente modelos, por un lado, el Nacionalismo Territorial, de naturaleza corporativista, algunas veces adopta el formato del conservadurismo y otras veces un populismo moderado y, por el otro, un internacionalismo liberal. Ambos son de naturaleza sociológica, es decir, carecen prima facie de un principio constitutivo que aplican permanentemente y, por el otro de principios derivados que utilizan para garantizar aquel.
En la columna “El antisemitismo invade la grieta nacional”, sostuve que la polémica que existe entre el modelo extractivo (agropecuario y minero de explotación primaria) y el industrialista, estaba lapidado en la figura del exministro de economía Gelbard (1973/1974) y que si bien, éste no fue el mayor exponente se lo identifica con él, siempre que engloba la figura del judío y comunista que intenta destruir el ser nacional que lo consideran de naturaleza estrictamente estractivo.
Precisamente, una de las características del conservadorismo, hoy en día personificado en el actual gobierno de la coalición de derecha “Cambiemos”, conformada por el PRO, Coalición Cívica, Procrear, Partido Demócrata, Federal, el ala antipersonalista de la Unión Cívica Radical, y el ala más nacionalista y conservadora del peronismo, es su mentalidad extraccionista y su desconfianza hacia el modelo industrialista; mientras que en el otro lado se encuentra la figura del primer gobierno de Juan Perón, seguido por Cámpora y del matrimonio Kirchner.
Si bien se desdibuja entre estas personificaciones quién ocupa el lugar del industrialismo, lo que no me cabe dudas es que la manifestación del nacionalismo territorial se expresa sin hesitación alguna en el gobierno actual.
Frente a esta situación, más propia de una amalgama creada por un alquimista mágico, que confunde primero a su público para poder entregar sus trucos que en nada pueden pasar la prueba de una cadena causal, surgen las palabras del asesor de imagen Jaime Duran Barba y su admiración por el propagandismo de Joseph Goebbels, ahora, con el candidato a vicepresidente propuesto para las elecciones de 2019.
Una de las manifestaciones propias del nacionalismo territorial vernáculo es la idea que todos los males que este territorio sufrió y sufre son el producto de fuerzas ajenas, una voluntad omnímoda que tiene como objetivo sustancial arruinar y atacar al país en particular y a Latinoamérica en general.
Una de esas fuerzas extrañas al ser nacional es la masonería en general y la judeo-sionista en particular, identificada con la figura de los judíos inmigrantes comunistas o anarquistas que destruyeron con sus levantamientos al modelo agroexportador. Claros ejemplos de estas formas de pensar y actuar fueron las llevadas a cabo por las falanges de la UCR durante la Semana Trágica, de febrero de 1919, donde se hizo el primer ensayo de la Noche de los Cristales que después se llevó a cabo en la Alemania nazi.
En Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina, Daniel Lvovich sostiene que el pogromo sucedido durante la Semana Trágica fue la exteriorización del miedo “colectivo de las clases dominantes argentinas”. Esas clases altas y el gobierno en curso en esa época, representado por las falanges del radicalismo, manifestaron un fuerte sentimiento antisemita ya que se colocaba a los inmigrantes judíos como sujetos escatológicos responsables de la organización obrera socialista, anarquista o comunista. Como apunta Lvovich, la confusión entre judíos y rusos exacerbó el problema: los judíos eran rusos y por ende también bolcheviques.
La idea del judío banquero, chupasangre de las masas obreras, que no se somete al Estado, es acuñada con la idea del denominado “jázaro”; mientras que la del sindicalista anarquista o comunista está asociada al nacionalismo territorial vernáculo.
Indudablemente, esta segunda versión está enderezada al tipo de inmigrante, ya que la inmigración judía provino de Europa del norte, sustancialmente de Polonia, Rusia, Estonia, Letonia, Lituania, Hungría, Rumania, Croacia, entre 1886/90 y hasta 1905/6.
La participación de estos inmigrantes en actividades políticas, y su filiación más sionista, los hizo tildar primero de socialistas y, después de 1917, de sovietizantes. De allí que el atributo de pertenecer al pueblo que asesinó a Cristo pasó a ser una entidad intelectual que pretende quedarse con el territorio nacional para crear su Estado propio, parte de una voluntad común masónica denominada “sinarquía” internacional, y la vocación profética de los Protocolos de los Sabios de Sion, entre múltiples sandeces por el estilo.
Tercera posición histórica
Ya en la década del ‘30, el gobierno del radical antipersonalista Roberto Ortiz (1938/40) intentó detener el ingreso del comunismo, que es lo mismo que decir de los judíos, a través de la adopción de la Circular MREyC Nº 11/1938, mediante la cual el canciller Cantilo le ordenaba a las embajadas y consulados rechazar visados de los inmigrantes proveniente de Europa y perseguidos por el régimen de Hitler y sus SS. Posteriormente, desde 1943, con los gobiernos de Arturo Rawson, Pedro Pablo Ramírez y Edelmiro Farrell, del cual Juan D. Perón es un emergente, se comenzó a sostener la tercera posición histórica, mediante la cual se rechazaba al capitalismo que colocaba al hombre como explotado por su par y al comunismo que lo sometía a un igualitarismo inadmisible y del Estado, razón por lo cual justificó la verticalización de los sindicatos para terminar con una u otra posición identificada con el judío.
A pesar de que Perón no tuvo actitudes antisemitas, su entorno más cercano hizo del argumento de la tercera vía una apotema constitutiva de su movimiento. Como todo partido de corte sociológico, el peronismo mantiene a la vez y en permanente contradicción posiciones que toma del entorno local (Latinoamérica) o internacional (el Tercer o Primer Mundo), las cuales se pueden observar en las diferentes tendencias que su propio líder fue tomando desde su primera a tercera presidencias.
Desde sus posiciones como secretario del gobierno fascista de Edelmiro Farrell hasta su discurso de expulsión de los Montoneros el 1 de mayo de 1974, Perón siempre fue un socialcristiano y un conservador popular, anticlerical y un defensor de la separación de la Iglesia y del Estado. Sus proyectos en general fueron tomados del socialismo no marxista (Partido Socialista) que defendía los derechos de los trabajadores, la protección de los sectores vulnerables, el voto femenino, la inclusión de sectores marginales, la función social de la propiedad privada, los impuestos progresivos; pero, con un tinte diferente al principio solidario de aquel partido, su finalidad siempre fue la de un Estado muy fuerte y corporativo, y la expulsión de los marxistas de los sindicatos, para la cual pudo servirse de sectores vinculados a la floreciente inmigración neonazi que parte de su entorno favoreció.
Subtexto xenófobo
La derecha laica peronista no es esquiva de utilizar cualquier tipo de argumento para enfatizar la ideología corporativista de la tercera vía. Uno de sus efectos fue encarnar en la figura del judío oficial comunista y masónico el modelo industrialista que se detesta y descarta.
El argumento xenofóbico es: el modelo industrialista es judeo-comunista, de modo tal que se opone al modelo extraccionista, que es el impuesto por la Corona Española Evangelizadora desde la conquista.
Ahora bien, decir que un candidato x, léase el Dr. Axel Kicillof, es de origen comunista, y que serlo implica necesariamente que no se corresponde con el ideario del peronismo, reviste hacer una operación de implicancia. Por lo tanto, el modelo industrialista es comunista y judío.
La sola afirmación de que Kicillof es comunista implica, en la liturgia de la tercera vía, la aseveración de que es judío, lo cual también lo equipara con Gelbard. Sin dudas, una afirmación antisemita y lapidaria que descalifica al sujeto por su condición y no por sus actos.
La afirmación del senador Pichetto, en el contexto y espacio del consultor de campaña del partido gobernante: Jaime Durán Barba, demuestra la intencionalidad de lograr el fin electoral a cualquier costo, inclusive sacando a la luz discursos propios del antisemitismo vernáculo. Muy a pesar de la intención evidenciada por el candidato, ello implica un subtexto xenófobo utilizado sin escrúpulos, muy propio del gobierno de derecha y parte sus socios ortodoxos dentro del propio judaísmo.