El populismo de derecha israelí en vísperas de elecciones

La esquizofrenia que actualmente caracteriza a la sociedad israelí es una las consecuencias más preocupantes de los distintos gobiernos liderados por Netanyahu durante la década de mayor crecimiento económico del país. No obstante, en la previa de las próximas elecciones a realizarse en septiembre de este año, resulta aún más peligrosa la posibilidad de que el populismo derechista consiga finalmente anular la salida de Dos Estados establecida en Oslo, y con ello bloquear cualquier posibilidad de coexistencia entre israelíes y palestinos en su disputa por una misma tierra.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

Miles de manifestantes protestaron el último sábado 25 de mayo, en Tel Aviv, contra los ardides del primer ministro Benjamín Netanyahu de conseguir inmunidad parlamentaria para evitar ser juzgado por casos de corrupción, fraude y soborno. El jefe indisputable de la coalición de derecha israelí más peligrosa califica tales acusaciones “caza de brujas” política, convenciendo a la mayoría de los sectores populares y colonos que se trata de una “conspiración” tramada por la izquierda laborista, los intelectuales y los medios. En breve: tramada por las elites israelíes, esas mismas contra las cuales Netanyahu debutó exitosamente, primero con sus reformas neoliberales desde el ministerio de Finanzas (2003-2005); luego como primer ministro durante una década para boicotear todo vestigio de negociación según los acuerdos de Oslo.
Resulta significativo de que los partidos de oposición (Azul y Blanco, Laborismo y Meretz), organizadores de la reciente multitudinaria manifestación, hayan renunciado gritar consignas para poner fin a la ocupación y la opresión de los palestinos. Su eslogan “Escudo defensivo por la democracia” para denunciar al líder populista del Likud de implantar una autocracia “al estilo turco” de Erdogan, fue purgado de condenas al estancamiento político con los palestinos.
El Prof. Zeev Sternhel, al criticar esta ausencia, sostiene que el más importante logro del populismo de derecha en la era Netanyahu (1996-1999; 2009-2013; 2013-2015; 2015-2019) es haber instalado la esquizofrenia política en la ciudadanía israelí durante la década del más alto crecimiento económico del país. Los israelíes conviven, por un lado, con una variación interanual estupenda del PIB del 3,2-4%, con instituciones de democracia liberal, un sistema judicial occidental independiente, avanzada oferta cultural, expansión de la comunidad LGBT, amen de ser potencia científico- tecnológico de punta, pero únicamente dentro de la Línea Verde; y por el otro, a su sociedad civil no le molesta de que su envidiable start up and scale up nation en mercados globales coexista con un colonial régimen de apartheid en territorios palestinos , y que ni siquiera la represión semanal a manifestantes de Gaza haya sido evitada durante el aclamado festival Eurovisión en Tel Aviv.(Sternhel, Zvi, “Discapacidad de la política israelí”, Haaretz, 31.5.19).
Pese que tal esquizofrenia política entre activistas del laborismo y sectores críticos liberales ha sido denunciada y analizada desde hace tiempo, en cambio poco se indaga sobre el éxito populista de la política neoliberal y el sistema de alianzas de Netanyahu con partidos etno-nacionales (laicos y religiosos), al extremo que tiene chances de conquistar su quinto mandato.
No importa que el primer ministro en funciones haya fracasado en integrar una coalición con mayoría suficiente a los partidos de la derecha, no obstante las graves acusaciones de corrupción formuladas por el asesor jurídico gubernamental. Los dos partidos ultra-ortodoxos judíos (16 escaños en la Knesset) rechazaron de plano el proyecto de ley impulsado por Lieberman para el reclutamiento forzoso de estudiantes de yeshivot. Después de haber obtenido recientemente su victoria electoral, a pesar del fiasco de no lograr una coalición, el populista Bibi rápidamente decide convocar elecciones con el designio de impedir que el presidente Rivlin pudiera encomendar la formación de gobierno al líder opositor Beny Ganz.
Aun en el hipotético escenario de que el Likud obtenga en las elecciones de setiembre próximo menos de los 35 mandatos ganados en abril, nadie en la fragmentada derecha israelí logrará arrebatarle a Netanyahu su liderazgo populista. La razón es simple: ninguno de los otros políticos, tanto del campo de centroizquierda como de la derecha, han sabido jugar como Bibi la carta populista en la política israelí. Pruebas al canto: Benet, flamante líder de la Nueva Derecha, ni siquiera pudo superar el umbral electoral del 3,25% del voto y quedó fuera de la Knesset.
Si el populismo nacionalista, estatista, caudillista y antiimperialista se consolidó durante su primera ola latinoamericana con una fuerte carga autoritaria, líderes neopopulistas de la segunda ola en los ‘90 implantaron reformas neoliberales de ajuste y privatización según el consenso de Washington para desmontar el Estado Benefactor. El tardío neopopulismo de derecha de Netanyahu corresponde a esta ola neoliberal, cuyo vertiginoso éxito económico se explica por el entramado de Israel en redes de globalización trasnacional.
Pero a diferencia de líderes neopopulistas reformistas latinoamericanos, el líder populista israelí nunca alcanza a superar el 30 % de respaldo popular. En las elecciones parlamentarias de 2009, el Likud ganó el segundo lugar en número de escaños, siendo superado por el partido Kadima de Tzipi Livni apenas por un escaño. Algunos partidarios del Likud desertaron a favor del Yisrael Beiteinu de Avigdor Lieberman. Netanyahu, sin embargo, se adjudicó la victoria sobre la base de que los partidos de derecha ganaron la mayoría de los escaños, y el 20 de febrero de 2009 fue designado primer ministro para suceder a Ehud Ólmert. No obstante que los partidos de derecha ganaron la mayoría de 65 escaños, Netanyahu actuó con olfato populista y armó una coalición centrista más amplia, invitando a Livni, quien se negó. Pero logró atraer a su rival laborista Ehud Barak, para unirse como ministro de Defensa en su segundo período (2009-2013).
Por primera vez en mucho tiempo- septiembre de 2010-, Netanyahu accedió, presionado por Obama, a entrar en conversaciones directas con los palestinos y forjar el marco de un oficial «estatus de los asentamientos» mediante la formación de una solución de Dos Estados, uno judío y el otro palestino. Sin embargo, contradictoriamente, tras finalizar el 27 de setiembre negociando el plan de 10 meses durante los cuales Bibi aceptó interrumpir la construcción de asentamientos, su gobierno aprobó nuevas edificaciones en la Ribera Occidental, así como también en Jerusalén oriental.
Luego de formar gobierno, este líder populista siempre es conciente de la enorme inestabilidad del sistema político israelí, influido por dos características interrelacionadas: un sistema electoral muy proporcional y una sociedad enormemente fragmentada. Las consecuencias son, por un lado, que un gran número de partidos obtenga representación parlamentaria (entre diez y quince para tan solo 120 escaños); y, por el otro, la Knesset no alcanza a cumplir con su término parlamentario. Por tanto, Netanyahu permanentemente se guarda un as en la manga para adelantar elecciones a mitad de mandato.
En las elecciones anticipadas de enero 2013, su partido Likud había perdido 11 escaños al lograr solo 31. Y en la tercera compulsa electoral de marzo 2015, obtuvo el 23,40% del voto, y apenas 30 escaños. Estos triunfos ajustados del líder populista confirman la tradicional fragmentación de la Knesset. En las elecciones de 2015, únicamente la fuerza más votada logró superar el 20% del voto y la segunda lista se le acercaba con el 18,67%. Y siete de los partidos que obtuvieron representación parlamentaria recibieron menos del 10% del respaldo popular.
Además, los resultados de las elecciones en las cuales Netanyahu triunfó cuatro veces consecutivas, confirman que el sistema político multipartidista para el acceso a parcelas de poder no lo es para el acceso a la jefatura de gobierno israelí. Netanyahu aprovecha esta reiterada situación cuando forma gobiernos de derecha: en 2013 anticipó nueve meses las elecciones y formó gobierno con el Likud – Israel Beitenu en una sola lista (30 escaños, 18 eran del partido de Bibi y 12 del partido de Liberman), Bait Yehudi (12), los ultrareligiosos Shas(11) y Yahadut Ha-Tora (7). En 2015, tras menos de dos años de la Knesset, Netanyahu decidió adelantar las elecciones para corregir los malos resultados anteriores que lo obligó a alinearse con un partido de centro (Yesh Atid, 19 escaños) y evitar ser rehén de partidos ultrareligiosos. Sin embargo, pese a que el Likud consiguió el mayor número de parlamentarios (30), el populista Bibi incorporó a los ultrareligiosos Shas (7, perdió 4 escaños) y a Yahudt Ha-Tora (6, perdió un escaño), reemplazando al centrista Lapid (11, perdió 8 escaños) por el otro centrista Kajlon (10), escindido del Likud.

Meter miedo: estrategia discursiva populista de Netanyahu
La estrategia fundamental discursiva de Netanyahu, que caracterizó a sus campañas electorales populistas de derecha, fue sembrar el miedo en la masa electoral ante dos fantasmas: uno interno, la exigencia de Dos Estados de la Autoridad Palestina; y otro externo, la amenaza nuclear de Irán.
Ejemplo del primero fue la campaña electoral de 2015. Lo que parecía iba a ser un cómodo triunfo del Likud se complicó luego de que el laborista Herzog y la líder Livni de T’nuá formaron una coalición electoral de centroizquierda, el “Campo Sionista”. Netanyahu no dudó entonces de propalar el miedo de que tales líderes supuestamente de “izquierda” ganasen las elecciones: su estrategia fue movilizar a la derecha, alertando del peligro de que Herzog-Livni hicieran concesiones a los palestinos; tal estrategia benefició al Likud, que consiguió mucho más escaños que sus socios, al quitarle votos especialmente al partido” de ultraderecha “Casa Judía” de Benet ( 8 escaños, perdió 4), y del partido Israel Beitenu de Liberman (6 escaños, perdió 7). Sin embargo, sus alarmas resultaron infundadas: apenas ayudó a la coalición opositora de centroizquierda a aumentar tres escaños de los 24 obtenidos en 2015, respecto de los 21 que separadamente consiguieron en 2013 (15 escaños el laborismo y 6 el partido de Livni). El nada carismático Herzog fracasó en atraer a los electores de ‘Yesh Atid’, de Meretz e incluso de la facción centrista que prometía un programa social liderado por Moshe Kahlon. En cambio, Netanyahu utilizó una decisiva retórica racista populista antiárabe para meter miedo al electorado de derecha israelí. El mismo día de los comicios, Bibi alarmaba en Facebook dramáticamente: “Los votantes árabes están acudiendo en masa a las urnas. Organizaciones de izquierda los están transportando”.
Tal demagógico ultimátum según el cual la división del voto en el bloque derechista catapultaría al laborista Isaac ‘Buji’ Herzog, tuvo un éxito rotundo: “Hay peligro real de que la izquierda suba el poder. Herzog cederá enseguida ante las presiones externas», machacaba Bibi con tono de alarma consiguiendo así la movilización masiva del llamado ‘Campo Nacional’ a favor del Likud, especialmente en los territorios ocupados (Sal Emergui, Tel Aviv, Especial para El Mundo, 18.3.2015).
Gracias a la retórica populista, decisivo fue el debate televisado Netanyahu -Herzog sobre temas de seguridad y defensa: su difusión interpelaba al público ver un mini duelo ante la imagen de un rival laborista sin carisma ni años de experiencia gubernamental, en oposición total al astuto primer ministro.
Aún más decisiva fue la estrategia populista en política internacional.
El ancho flanco nacionalista de la derecha israelí convirtió la campaña populista anti Obama en un patriótico duelo entre Netanyahu y el presidente norteamericano, semanas antes de las elecciones israelíes, cuyo designio era impedir la firma del acuerdo nuclear con Irán.
Netanyahu se hizo invitar a Washington por el presidente de la Cámara de Representantes, y no por la Casa Blanca que conduce la política exterior: la oposición republicana en el Congreso aprovechó para usar al premier israelí como megáfono para criticar lo que consideran un peligroso distanciamiento con su principal aliado en Medio Oriente. Sin embargo, la interpelación populista de Bibi ante el pleno, interrumpido más de 40 veces con aplausos de los republicanos opuestos a la ronda de negociaciones de Obama con Irán sobre el programa nuclear, fue dirigida mucho más al electorado israelí que a la opinión publica norteamericana.
La obcecada oposición a la firma en 2015 del acuerdo con Irán gozaba del consenso popular de los israelíes, temerosos de la amenaza atómica de los ayatolás. Asimismo, la denuncia contra Irán fue manipulada por Bibi también para demonizar a Obama, etiquetándolo como presidente poco amistoso hacia Israel y equivocado en su política ‘naif’ en Medio Oriente

Terminar con la propuesta Oslo de Dos Estados: plan estratégico del populismo de derecha israelí
Las diferentes tácticas discursivas, alianzas electorales, pactos de coalición y maniobras internacionales de Netanyahu persiguen un solo designio estratégico: terminar con la propuesta Oslo y liquidar la posibilidad del establecimiento de un Estado palestino.
Netanyahu se opuso a los acuerdos de Oslo desde el inicio. Durante su mandato como primer ministro a finales de 1990 renegó sistemáticamente de los compromisos internacionales asumidos por los gobiernos israelíes anteriores como parte del proceso de paz (Beinart, Peter, 27 de septiembre de 2010, «How U.S. Jews Stymie Peace Talks». The Daily Beast).
Líderes históricos del Likud, como Ariel Sharon, también torpedearon, astuta y cautelosamente, mediante asentamientos, el proceso de negociación internacional abierto por los frágiles acuerdos de Oslo garantizados por EE.UU. Por el contrario, la era Netanyahu culmina con una coalición populista de derecha, religiosa y laica, que consigue luz verde de la primera potencia mundial para sabotear Oslo, y la solución de Dos Estados legitimada por el derecho internacional: Palestina al lado de Israel. En efecto, la alianza de Netanyahu con Trump procura la protección del presidente republicano populista de derecha que viene violando las normativas del derecho internacional en todo el mundo.
El récord de violaciones de la ley internacional de Donald Trump es denunciado por diferentes organizaciones mundiales como Amnesty y países de la Unión Europea. Recordemos el escándalo que provocó el anuncio de Trump al retiro de Washington del pacto nuclear entre Irán y los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de la ONU (EE.UU., Rusia, China, Francia y el Reino Unido) y Alemania, a pesar de la reiterada petición europea de continuar respetándolo. En junio de 2017 Trump anunció la retirada de su país del acuerdo climático de París, firmado en 2016; en enero de 2017 retiró a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica; y también abandonó el Pacto Mundial de la ONU sobre Migración y Refugiados; así como boicotea a la Unesco. Además, prevé salir del Tratado de Libre Comercio para América del Norte, un acuerdo comercial entre este país, Canadá y México.

La alianza estratégica Bibi-Trump sirve al populismo de derecha israelí no sólo para el incumplimiento de acuerdos internacionales sino para legitimar hechos consumados ilegítimos: desde la instalación de la Embajada norteamericana en Jerusalén, la anexión ilegal de territorios palestinos ocupados, hasta el reconocimiento de la soberanía israelí en el Golán. El momento elegido por Trump en reconocer el Golán no fue casual: el desembozado timing del presidente de intervenir en las elecciones israelíes, fijadas para el 9 de abril, intentaba apoyar a un Netanyahu acusado de corrupción y amenazado de ser derrotado por el partido rival, Azul y Blanco.
Ahora bien, resta por ver hasta qué punto la comunidad internacional seguirá tolerando a Trump los incumplimientos y violaciones del derecho internacional, tomando en cuenta la gravitación de la superpotencia americana.
En cuanto al gobierno de Jerusalén, algunos expertos israelíes creen que la comunidad internacional no aceptará la continuación de la violación de Netanyahu del derecho internacional. Tzvi Barel cree muy plausible el escenario de anexiones territoriales en el área C de Cisjordania por parte de Israel, pretextando el previsible rechazo de la Autoridad Palestina al gran “acuerdo del siglo” de Trump (Tzvi Barel, ”Se terminaron los pretextos: anexion achora, Haaretz, 12.6).
Por su parte, el Prof. Shaúl Arieli cree en la factibilidad de que la comunidad internacional imponga no solo sanciones: también exigirá al gobierno israelí conferir igualdad de derechos a los palestinos en un facto Estado binacional que surgiría con aprobación de la Knesset. Arieli recuerda que aun antes del reconocimiento internacional de la partición de Palestina, el proyecto estatal sionista históricamente se alineó junto a la comunidad mundial, respetando el derecho internacional. En efecto, tal observancia de la ley internacional constituyó fuente de legitimidad de Israel y también demográficamente le resultó beneficiosa: basta comparar el reconocimiento en 1988 de Israel por la OLP cuando aceptó la resolución 242 de la ONU sobre una superficie israelí ampliada del 78% del territorio del Mandato de Palestina, respecto de aquel 55% territorial de la partición en noviembre 1947. La conclusión paradojal de Arieli es que la alianza política militar estratégica de ambos populismos de derecha, el de Trump y el de Netanyahu, lograría finalmente realizar el sueño palestino de un solo Estado árabe, desde el Mediterráneo al Jordán, con una minoría judía en su seno (Shaul Arieli, “Netanyahu y Trump concretarán el sueño palestino”, Haaretz, 31.5.19).
He aquí solo uno de los temerarios riesgos que se juegan en las próximas elecciones: el populismo israelí juega con fuego de guerra para bloquear la salida Oslo bi-estatal israelo–palestina; pero también procura quemar todo vestigio de la fraterna utopía sionista buberiana de coexistencia entre ambos pueblos en su disputa por una misma tierra.