La figura de Gelbard en el debate de los modelos económicos antagónicos de Argentina

El antisemitismo invade la grieta nacional

La perenne discusión sobre la aciaga época de los ‘70 en Argentina vuelve cada tanto. En el plano de la política económica, más allá de sus aciertos, errores o sus intenciones, para ciertos sectores José Ber Gelbard representa al apátrida, el no muerto, el vampiro puntual que justifica su expulsión y, quien lo nombre está tan maldito como aquello que representa como personaje escatológicamente justificado en la historia. El recambio del modelo industrialista, encabezado por Gelbard, por el agropecuario extractivo vino acompañado de un fuerte sesgo antisemita.
Por Gustavo Lázaro Lipkin

El discurso de la expresidenta Cristina Elisabet Fernández de Kirchner al presentar “Sinceramente”, un libro con sus pensamientos y reflexiones que causó un revuelo de inesperados efectos, ya que el mismo fue arengado por la propaganda del gobierno del Ing. Mauricio Macri como parte de las contradicciones a la que se enfrentaría la sociedad de volver ella al poder, y un sinnúmero de lectores espontáneos que salieron a comprarlo.
En aquel discurso de lanzamiento de esa “obra literaria”, CFK mencionó al Sr. José Ber Gelbard, quien ocupó el ministerio de Hacienda y Finanzas en el gobierno de Cámpora y Solano Lima, asumido en mayo de 1973, hasta su renuncia en octubre de 1974, durante el mandato de María Estela Martínez, pasando por el de su esposo, Juan Domingo Perón, en una etapa de extrema vulnerabilidad nacional e internacional por la que el país y la región transitaba.
Esta columna no trata hacer un análisis histórico, político, micro o macroeconómico de la posición que el Sr. Gelbard representó y representa en la aciaga dialéctica de las “historias” en Latinoamérica. En primer lugar, advertiré que ya escribí sobre el particular (El huevo de la serpiente, Nueva Sión, 18/11/2013, ), donde mencioné que el recambio del modelo industrialista encabezado por el ministro Gelbard, por el agropecuario extractivo preparado por su reemplazo, Celestino Rodrigo, vino acompañado de un fuerte sesgo antisemita, aprovechando el origen judío de Gelbard.
En un mismo sentido, ahora se reproduce ese mismo discurso, bajo las apotemas de ambas posiciones y que encierran otra matriz escalonada de violencia. Cada posición podría ser escatológicamente representada, pero en esta espiral no hay maquinismo histórico, hay posiciones irresolubles, absolutamente incompatibles, tanto como el enorme fracaso argentino, en especial después del presunto contra-modelo que intentó aparentar la alianza de centro y de derecha denominada “Cambiemos” que recibió a todo el cúmulo de la derecha antipersonalista que tuvo como representante al expresidente Jaime G. R. M. M. Ortiz y su canciller también radical José M. Cantillo, el que instruyó en 1938 a sus cónsules en Europa a negar visados a todos los judíos provenientes de ese continente, denominándolos como “indeseables o expulsados”, los partidos conservadores como el Demócrata, Liberal, Federal, PROCREAR y peronistas más conservadores.
Pero más allá que cuesta realmente tener como uno de los antagónicos en esta espiral de personajes escatológicos, lo cierto es que representan precisamente al modelo agroexportador que se impuso al industrialismo personificado por Gelbard.
Veamos, los modelos industrialistas en Argentina fueron tan atípicos como lo es su economía. Intentaron emular a los europeos, más desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y la aplicación del denominado Plan Marshall, el modelo implicó una agresiva intervención del Estado en la economía, utilizando las enormes ganancias que el modelo extraccionista brindaba, intentando primero un desarrollo vinculado a la fabricación y mantenimiento de la industria armamentista: proliferaron proyectos (pocos intentos) de fabricación de buques, aviones, armas de todo tipo, tanto de empresas del Estado, como de pequeños emprendimientos vinculados a ello, después fue mutando a la idea de fabricación y reparación de los recientemente estatizados ferrocarriles (1946 -Francia- y 1947 -Inglaterra-).
Gelbard, desde la Confederación General Económica, sufre una gran caída cuando sus socios de la Revolución Libertadora optaron por el modelo agroexportador en lugar del industrial, al que consideraban un producto de la sinarquía internacional, enemigo del ser nacional y de sus clases más genuinas.
Perón ya instalado en Europa, bajo la protección de la España franquista, se vincula con Gelbard, el cual le plantea sus ideas vinculadas con la Argentina industrial, fascinado con la evolución de los países después de la guerra que llevaron a su autoabastecimiento que termina por subsidiar al campo para evitar su colapso (Francia), del modelo educativo “ingeniere”, consistente en jóvenes egresados de la escuela técnica y que los coloca en posición de llevar adelante desde grandes obras como carreteras de montaña, reconstrucción de ciudades destruidas, pero más: desde pequeños electrodomésticos hasta automotores, barcos, trenes.
La idea de llevar al paroxismo el proyecto del Ing. Torcuato Di Tella, Guido Allegrucci y sus hermanos, era la base, pero el sesgo de venganza contra el sector agroexportador pudo más.
Así, dos modelos incompatibles tenían un fuerte recelo. Uno representaba a los mancebos de España, los hijos dilectos de la Revolución de Mayo, los líderes de la República. Y el otro, a los extranjeros, aquellos que vinieron a servir y se hacen de la cosa pública para sí, cuando no los extranjeros que vienen a quedarse con el territorio e implantar a la judería internacional y sus bancos y manejar el país.

Un modelo industrialista
El gobierno de Arturo Frondizi comenzó un proceso sobre la base de un mensaje de desarrollo industrial destinado a la extracción de riquezas, como ser minerales, como alternativa a la patria ganadera y agroexportadora, un comienzo para que los grandes capitales nacionales produzcan bombas para su extracción, barcos para su exportación e infraestructura para su transporte. Los ferrocarriles fueron sustanciales para los conservadores del agro, ya que el Estado les construía ramales secundarios para llevar el grano directamente a los corredores centrales y los centros de acopio de las Juntas Nacionales que manejaban los precios de exportación.
Este modelo, cayó inmediatamente, fue clausurado por el gobierno de Arturo Illía, quien dejó una inflación entre el 25 al 30% anual.
Gelbard pretendió superar los fracasos del pasado, desde sus experiencias en el proyecto FATE (Leiser y Manuel Madanes y Carlos Varsavsky), de donde surgen las ideas de implantar grandes empresas ultra-electrodependientes, que transformen los minerales y produzcan aluminio (ALUAR) e incentivar el denominado Proyecto Cifra, división electrónica de FATE (1969) que fabricaba calculadoras de escritorio y de mano, hasta la primera computadora con componentes nacionales, la CIFRA 1000.
Para llevar adelante tal proyecto de país industrial era necesario contar con la generación y producción energética, más aún cuando había que transformar el modelo extractivo-exportador de los hidrocarburos e intercambiarlos por productos elaborados.
El rol del Estado a través de sus empresas fue de vital importancia. Aguas y Energías Eléctricas, Yacimientos Carboníferos Fiscales y Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF) tenían un rol fundamental ya que no solo se encargaban de la extracción o generación eléctrica, sino de su producción, regulación y manutención de toda la infraestructura productiva del país. El rol no era ser superavitarias, sino contribuir a que el sistema lo sea.
El sistema solo podría ser exitoso en su generalidad si permitiera sustituir las importaciones de los bienes manufacturados y generar suficiente empleo de calidad para el consumo interno, favoreciendo la proliferación de PyMes con emprendimientos genuinos y una producción de tal magnitud que convierta al país en un espejo del socialcristianismo italiano.
Por tanto, el modelo industrialista que impulsó Gelbard podía subsistir si y sólo si existía un consentimiento de todos los actores sociales para llevar adelante tal empresa. Ese consentimiento implicaba un acuerdo expandido entre el “capital, los terratenientes y el trabajo” representado por el Estado, las PyMes, el escaso empresariado local, las confederaciones agrarias y los sindicatos.
Esta visión de sistema general macro y microeconómico, implicaba una economía sustentable, pero cerrada, con un mercado lo suficientemente grande y autónomo como el europeo, por ello la inclusión de Latinoamérica era sustancial.
El resto de la infraestructura se limitaba a la interconexión, transporte y logística y, por último, puertos para los excedentes exportables.
La visión de Gelbard, sus antecesores y colegas, entre los que cabe mencionar, entre muchos otros, a los economistas Aldo Ferrer, Roberto Lavagna, el rector de la UBA Julio H. G. Olivera, el periodista J. Timerman y su amigo y cercano Graiver, estaba destinada a una mejora en la alicaídas condiciones de vida de los trabajadores y jubilados en cuanto a salarios, salud, seguridad social, al brindar una estabilidad económica, controlar el proceso inflacionario endémico y una sustitución de las empresas extranjeras y del modelo agro-exportador y extractivo.
La muerte de Perón, el poder de López Rega y su control sobre la presidenta María Estela Martínez viuda de Perón (Isabelita) llevaron a la renuncia de todo el equipo económico en octubre de 1974.
En suma, la gestión de Gelbard, industrialista por un lado, pero a la vez ortodoxa, llevó un exitoso plan para eliminar la inflación (del 80% recibida en 1973 al 30% al momento de su renuncia) a través de su diálogo y pacto social, donde los salarios se ajustaban dos veces al año y el resto permanecieron congelados, duplicó las exportaciones de bienes primarios y manufacturados y dejó reservas suficientes en el Banco Central como para pagar el 50% de toda la deuda pública externa y las variables macroeconómicas controladas, sin ajuste por los salarios y una pax monetaria.
Pero las visiones conspirativas de López Rega, la implantación de un modelo anticomunista a ultranza, la visión de que Gelbard y todo su grupo constituían un frente del Partido Comunista en el poder real, lo llevó a imponer primero a Alfredo Gómez Morales como ministro de Economía por un lapso de nueve meses, hasta que nombró a Celestino Rodrigo en el año 1975. Estos terminaron con el diálogo social, con el modelo industrial y la promoción de las exportaciones industriales, para mantener a la paridad Peso Ley 19188-Dólar baja. Para ello, liquidó las reservas, aumentando el déficit de la balanza comercial, ajustó precios, pulverizó los salarios, hasta que, en junio de 1975, asumieron los miembros de “la secta de los Caballeros del Fuego”: Ricardo Zinn, Pedro Pou y Celestino Rodrigo, que produjeron el Rodrigazo con el apoyo de José Alfredo Martínez de Hoz” (El Economista, 29/6/2012, Columna de Carlos Leyba).
El golpe de mercado de carácter monetario denominado el “Rodrigazo” implicó una devaluación en el orden del 118% en cuestión de horas, ajuste de tarifas, destrucción de los salarios y sepultó el acuerdo económico y social.

Un modelo agropecuario
El modelo contrapuesto al industrialista está basado en el proyecto extractivo de materias primas y su exportación, iniciado primero en el agropecuario (ganadero y mercado de granos) de escaso valor agregado y una apertura al mundo abriendo sin arancel alguno la importación de bienes manufacturados. Las variables se ajustan por cuestiones estrictamente monetarias, siendo la inflación un fenómeno exclusivo de este tipo.
La idea del Estado mínimo choca con el hecho de que los grandes capitales se niegan a invertir en infraestructura, exigiéndola para favorecer el transporte y exportación de sus bienes, para lo cual exigen endeudamiento.
El mercado interno consume producción extranjera y aquella nacional que pueda competir, siendo el sector servicios el único productor de empleos.
Así, el modelo monetarista se impuso, casi sin solución de continuidad desde junio de 1975 hasta la actualidad, con algunos fallidos intentos en el medio, como la gestión del ministro del presidente Raúl Alfonsín, Bernardo Grinspun (1983-1985), quien fue creador del movimiento de Renovación y Cambio de la UCR, un proyecto socialdemócrata (miembro de la Internacional Socialista de Francfurt) en el marco de un partido conservador en lo económico y liberal moderado en lo político ,y durante el gobierno del peronista Néstor Kirchner, con el ministerio de Economía a cargo de Lavagna.
Cualquier intento de reivindicación de la política industrial posterior al gobierno de Arturo Frondizi, choca con argumentos emotivos que enfocan su artillería en la figura de José Ber Gelbard, acusándolo de judío jázaro (falso judío), representante del proyecto de la sinarquía internacional, afiliado al Partido Comunista, acusándolo junto con Graiver de apropiación de acciones de empresas, influencias en inversiones, proyectos inmobiliarios fallidos, apropiación de empresas vitales, etc., etc.
El punto es que el proyecto monetarista extractivo (agroexportador y minero) es el único que representa el ser nacional, es un amparo frente a la chusma e inmigrantes que pretenden apropiarse de las instituciones y de la Iglesia y que junto con la judería internacional socavar el ser nacional y apotemas de estilo. Claros ejemplos son la columna “JOSÉ BER GELBARD, SINARCA Y AGENTE SOVIÉTICO” (La voz nacionalista, 30/12/2012), con las constantes demarcaciones de la revista Cabildo, vinculada al nacionalismo territorial católico, acusando a Gelbard de pertenecer al pueblo que asesinó a Cristo y demás apotemas de estilo.
Ahora bien, el modelo industrial de Gelbard, salvo por un hipotético pacto económico y social ya no es posible. Después del plan económico de la última dictadura encabezado por Martínez de Hoz, y refrendado por el gobierno de Menem, destruyeron por completo la idea de una visión general de la economía. El monetarismo ve con desdén la sola idea de una planificación en esta materia, piensa que las propias variables del mercado solucionarán las asimetrías.
Así, el monetarismo, como esquema para la globalización y basado en la filosofía posmoderna dejó esa visión general de una economía en desarrollo industrial para pasar a una atomización de cada unidad productiva de modo tal que aquella que es deficitaria debe ser eliminada de la ecuación y, la única variable de ajuste posible está en la masa salarial y el sostén del sistema salud, seguridad social y derechos sociales en general.
La tensión entre ambos modelos siempre da lugar para agujeros en el sistema que permiten beneficios, prebendas, altas comisiones, desajustes, presión tributaria excesiva, capitalismo de amigos, en uno y otro bando, lo que hace de la misma algo necesario para mantener el statu quo.
El hecho de personificar el plan desdeñado en la figura del judío oficial es razón suficiente para ser descartado. Gelbard, más allá de sus aciertos, errores o sus intenciones, representa al apátrida, el no muerto, el vampiro puntual que justifica su expulsión y, quien lo nombre está tan maldito como aquello que representa como personaje escatológicamente justificado en la historia.
Su negación es la afirmación de los prejuicios que su modelo implica y quien lo cite o explique en esta dialéctica estará tan maldito como él.
Hoy en día el país mantiene un modelo extractivo a ultranza, con masiva destrucción del empleo, corporativo y con un 30/32% de pobreza extrema, muy diferente a ese estado de cosas de la década del ‘70, aquí no hay pacto alguno que realizar ya que entre la pobreza y el trabajo clandestino no hay entidades con las que pactar, el empresariado es un capitalismo de amigos que esperan el beneficio del Estado para hacer negocios y la proliferación de funcionarios son CEO de empresas de un sólo cliente, la más de las veces consultoras que brindan sus servicios a sus propios esquemas en el complejo del organigrama del Estado pergeñado por gobierno de turno.
Gelbard fue expulsado de la Argentina con revocación de su nacionalidad, vivió en EE.UU. hasta su muerte en 1977, quizás un epitafio para el país que primero le brindó cobijo.