Podría ser una novela escrita por un argentino, por un conocedor de la vida judía que viva en nuestro país.
“El salmo de Kaplan” está muy cerca nuestro. El texto comienza con esta frase: “El rabino Goldman se arregló la barba con la punta de los dedos, bebió un sorbo de agua y caminó con aire pomposo hasta el atril de madera que dominaba el centro del púlpito.”
– Un libro sobre Daniel Goldman, Chau, me dije al leer. – ¿Se habrá inspirado en el rabino de Bet El? Me pregunté, con la tan persistente como inútil pregunta que nos hacemos quienes queremos adivinar sobre las personas reales que inspiran los personajes de las novelas.
Al finalizar la lectura queda bien en claro que Goldman es otro rabino. Sin embargo, al conocer mejor esta novela de Marco Schwartz se comprende que habla sobre la vida judía, la ética, la sabiduría de los mayores (y por qué no, también, sobre sus delirios), la continuidad de la identidad judía, los nazis, los soñadores. Está novela, que transcurre en el Caribe, nos resulta más cercana aún.
Marco Schwartz nació en Colombia, en 1956, y a los 30 años se fue a España. Desde entonces vive allí y actualmente trabaja como corresponsal diplomático de El Periódico, de Cataluña. Es decir, se ocupa de temas relacionados con la política exterior de su país (digamos, España) y así ha viajado por casi todo el mundo siguiendo a José María Aznar y, desde que asumió como Presidente, a Rodríguez Zapatero.
Pero ahora hablemos de “El salmo de Kaplan”
¿Qué parecido hay entre la ciudad donde transcurre todo y el lugar donde vivió su infancia?
Hay rastros de la comunidad de Barranquilla en la novela, claro. Una comunidad judía chica y, lógicamente, un tanto asfixiante.
¿Cómo definiría al judaísmo que mamó allí?
Bueno, allí crecí como un verdadero judío caribeño. Una singular mezcla de lo exótico y exuberante del Caribe con la racionalidad del judaísmo.
Probablemente allí, como aquí en Buenos Aires, son muchos los que se preguntan por la supervivencia del pueblo judío y se preocupan por los matrimonios con no judíos, como lo hacen personajes de su libro.
No sólo se preguntan por el posible fracaso de la transmisión de la identidad sino que la padecen. El recorrido histórico de los personajes los lleva por esas preocupaciones tan actuales.
El libro cuenta cómo su personaje escucha una transmisión de radio donde Simon Wiesenthal explica cómo fue la captura de Eichmann en Argentina. En un momento, cuando Kaplan decide salir a buscar un nazi que vive cerca de su casa, su esposa le dice que ya está Wiesenthal para eso… ¿se leerá distinto esa frase, ahora que ‘el cazador de nazis’ ya no está?
Eso fue impactante para mí. Wiesenthal murió cuando yo llegué a Colombia para recibir el premio y recordé esa frase de mi personaje. Aquellos nazis que buscaba Wiesenthal ya están muy viejitos o murieron, quizá habría que ver ahora los nuevos fenómenos del neonazismo.
No puedo evitar preguntarle sobre alguna persona en la que se haya inspirado para crear alguno de los personajes de su novela.
Mi abuelo paterno. El escapaba de un país que se estaba desintegrando, Polonia, fue a un país que estaba por nacer, en Palestina, y finalmente recaló en Colombia, un país que ahora se está desintegrando.
FRAGMENTO
Aquí va una pequeña porción para no perder la sonrisa. Es un fragmento de un diálogo entre el anciano Kaplan y su Sancho Panza -un agente de apellido Contreras que bien podría ser un oficial de la policía bonaerense-, su compañero en la quijotesca aventura de localizar al nazi:
-¿Qué pasa? ¿Es que nunca has visto unos pies?
Contreras alzó la vista hacia su interlocutor y dijo con la excitación de quien acaba de realizar un descubrimiento feliz:
-No tiene cascos.
– ¿Cascos? ¿Qué burradas dices?
– En el colegio nos enseñaron que los israelitas tienen cascos y cuernos por lo que le hicieron a Cristo -dijo el agente sin salir de su sorpresa-.
– Pues ahora vas a ver mis cuernos -dijo Kaplan-.
El viejo se inclinó sobre la mesa, de modo que el asustado agente pudiera contemplar su testa, y al apartarse con las manos el cabello gris quedó al descubierto una cicatriz enorme que le surcaba el cráneo.
– Tremenda raja -dijo atónito el policía-. ¿Cómo se la hizo?
– Peleando con los árabes en Palestina ¿Y sabés por qué peleé con los árabes en Palestina? Porque me fui de Polonia. ¿Y sabes por qué me fui de Polonia? Porque allá no dejaban en paz a los judíos diciendo que teníamos cascos y cuernos y bebíamos la sangre de los niños polacos en nuestras fiestas. Por eso me fui de Polonia. Porque no tenía ningún futuro. Esta raja que ves son mis cuernos.