Antisionismo y filosionismo antisemita, ¿la cuadratura del círculo?

Es amenazador el vertiginoso ascenso de grupos de extrema derecha extraparlamentaria en la Europa democrática liberal, así como la ofensiva contra instituciones liberales desde el interior de las esferas públicas en países de Europa Central, en la gran democracia de EE.UU., y también en repúblicas latinoamericanas. Una vez más, las minorías judías vuelven a quedar expuestas y desprotegidas en escenarios de peligrosa polarización y transnacionalización del antisemitismo, la islamofobia y xenofobia. La novedad, los antisemitas pro israelíes.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

En mayo de 2016, la Alianza Internacional para el Recuerdo del Holocausto (IHRA) adoptó su nueva definición operativa sobre antisemitismo, que legalmente no es vinculante. En esta declaración, las manifestaciones del odio antijudío son caracterizadas de “retóricas y físicas, dirigidas a individuos judíos o no judíos y / o sus propiedades, a instituciones comunitarias judías instalaciones religiosas”. (NGO Monitor, 12,1. 2017).
Ahora bien: del análisis de la declaración de la IHRA, surgen ausencias significativas. No aparecen 1) la equiparación de antisionismo necesariamente como sinónimo de antisemitismo; 2) afortunadamente, tampoco aparece tipificada como delito de odio la crítica a políticas de seguridad y a otras canalladas de gobiernos de Israel en los territorios ocupados, salvo si son homologadas con las políticas nazis; 3) felizmente no aparece la tipificación de antisemitas a ciertas críticas de prácticas discriminatorias (tipo apartheid) de Israel, a menos que se afirme que la existencia del Estado judío es una empresa racista.
Varios países europeos aceptaron los enunciados de la IHRA propiamente vinculados al delito de odio hacia los judíos, pero rechazaron las derivas referentes a Israel. A nivel continental, la Unión Europea recién adoptó la nueva definición de IHRA a fines del 2018, alarmada por el vertiginoso aumento del antisemitismo, especialmente en Francia. Y un caso de repulsa a la definición fue el dividido Partido Laborista opositor británico, liderado por el líder sindicalista Jeremy Corbyn, quien la adoptó oficialmente en septiembre 2018, pero con una declaración de protección a la libertad de expresión.
Hay otra ausencia muy significativa, imposible ser incluida en esta “hoja de ruta” de IHRA sobre antisemitismo. Es la falaz caracterización del sionismo e Israel en clave post colonial de ciertos historiadores como Ilan Pape. Pero se trata, apresurémonos a decirlo, de falacias históricas antisionistas, no de infundios antisemitas.
Sí, en cambio, fue infundio internacional la sanción de la ONU que caracteriza «el sionismo como una forma de racismo y discriminación racial”, el 10 de noviembre de 1975 en plena Guerra Fría; que recién a fin de la era bipolar fue revocado. Desde los ‘90s resultó –asimismo- procaz y ramplón equiparar el racismo del apartheid sudafricano con el discriminatorio doble estándar legal y socio económico de la ocupación civil militar israelí en los territorios ocupados de Cisjordania y Gaza.
Menos procaz, aunque igualmente falaz, es seguir equiparando la “limpieza étnica” de Serbia en Kosovo con la guerra impuesta a Israel por la Liga Árabe y el nacionalismo palestino en 1948. Tal como Benny Morris demuestra en su polémica con Gideón Levy e Ilan Pape, el éxodo de los refugiados palestinos no fue el resultado de una “limpieza étnica” sionista, similar a la deportación forzada en Kosovo, o a otras guerras poscoloniales. En los ‘90s, la traducción ethnic cleansing del serbio al inglés denotaba depuración étnica, emigración forzada, intercambio de población, y, a menudo, encubría deportación y genocidio. En cambio, Morris ha probado que los judíos en 1948 “eligieron no dejarse masacrar: aquí no hubo depuración étnica, semejante a las acciones deliberadas de los serbios en Bosnia… Lo que ocurrió fue una lucha entre dos pueblos que se disputaban el derecho a un mismo territorio. (Benny Morris, Haaretz, 18/1/2-10).
La hoja de ruta aprobada por la Comunidad Europea revela seriedad al omitir taxativamente ejemplos de antisionismo como equivalentes a antisemitismo. No hay dudas del carácter obviamente antijudío de determinados incisos; sin embargo, conceptualmente hubiera enfrentado dificultades de ensayar una definición de antisionismo. Obviamente, la ausencia de marco teórico le imposibilita a la IHRA comprender por qué, por ejemplo, para cerriles antisionistas, Israel y sus líderes, constituirían una especie de significante principal -en el mejor de los casos- pero totalmente vacío de significado positivo, si usamos la categoría analítica master signifier (significante maestro) de Žižek,1996, y Lacau, 2007. Por el contrario, para esos críticos antisionistas poscoloniales, la figura mediática de Nelson Mandela y la Sudáfrica post-apartheid operarían como un “master signifier” al que lo legitiman cargándole significados positivos, destinados a restablecer la sociedad negra fracturada y racialmente polarizada, y así imaginar una nación multiétnica post-apartheid libre.

Inversamente, esa teoría postcolonial cataloga a los líderes israelíes –sean de izquierda o derecha- como significantes vacíos a los cuales se los llena de incriminaciones destinadas a vaciar de legitimidad a la nación hebrea, condición necesaria para que puedan fantasear la construcción de una nación palestina en la era post sionista. Una era en que, definitivamente, Israel dejaría de fungir como Estado nación judío, y, además, su significante vaciado dejaría de existir como entidad “sionista.” Sería la ansiada era en la cual Israel cesara de ser una “entidad contumaz”, porque finalmente le liquidarían “la contumacia criminal sionista”, como incrimina a Israel el periodista chileno Pablo Jofré Leal (Hispantv, 26.8.2018).

Historiadores fabuladores antisionistas como Ilan Pape -pero no comparable a antisemitas encubiertos- han conseguido etiquetar a Israel como un elusivo sujeto colectivo: el Estado judío nunca podría haber devenido una nación descolonizada, condenada siempre a ser “la entidad sionista” colonial. En términos lacanianos, esa entidad funcionaria para esos antisionistas como un “master signifier”: Su existencia colectiva jamás puede ser definida por atributos positivos nacionales propios. De por vida, el sionismo culpable tiene que mostrar el estigma de aquello que le sería añadido por el campo de sentido simbólico del sujeto palestino.

Creo que la eficacia de Pape al incriminar a la entidad “sionista’ de practicar limpieza étnica radicaría menos en su demostración histórica que en haber logrado cargar de sentidos negativos a ese elusivo sujeto colectivo reducido a penar ser un “master signifier” vacío. Pape pareciera saber muy bien que las teorías postcoloniales son eficientes en la operación transferencial del Otro, al marcar con el oprobio de la limpieza étnica al “master signifier” israelí. Pero aquí es donde se detiene su antisionismo, porque muy bien sabe el historiador que la gente sabe que ese “master signifier” israelí está poblado por “judíos”. Pape no quiere avanzar más allá. Sospecha que si se metiera a conjeturar qué hacen en la “entidad contumaz” sus ubicuos parientes judíos, correría el riesgo de enredarse en el prejuicio del “complot judío”. Y doy fe de que el antisionista Pape rechaza categóricamente el antisemitismo.

Perfil ideológico de los nuevos amigos europeos de los judíos y de Israel
¿Cuál es el perfil ideológico de Sebastián Kurz, canciller de Austria, flamante presidente de turno del Consejo Europeo y nuevo amigo de los judíos desde que logró que los jefes de Estado europeos acepten un “enfoque de seguridad común para proteger mejor a las comunidades judías en Europa”, como reza una cláusula del IHRA? ¿Y quiénes son sus socios en la coalición gubernamental que aceptaron la propuesta pro-judía del canciller? En 2017, Kurz decidió formar su gobierno de coalición con el populista de extrema derecha Partido de la Libertad, fundado por neonazis, uno de cuyos líderes en la década de 1990 defendió a veteranos de las SS nazis como «hombres de carácter», y elogió a Adolf Hitler por sus políticas laborales «ordenadas». La coalición de Kurz ayudó a esos neo-nazis a instalarse en el mainstream político de Austria, blanqueando a algunas de las figuras más odiosas de la derecha europea. Florian Klenk, influyente editor austriaco, denunció en una entrevista que el pacto del ‘Trump alpino’ “habría abierto ya las puertas a los bárbaros de Austria. (…). A Kurz le gusta llamarse a sí mismo un ‘constructor de puentes. ¿Pero un puente hacia qué? ¿Necesitamos un puente para los neofascistas? No estoy muy seguro». (Time, 10.12.2018).
En contraposición, las organizaciones judías internacionales como el Congreso Judío Mundial y el gobierno israelí no dudan de la necesidad de ese puente, siempre y cuando Kurz lograse que la Unión Europea adopte la IHRA para combatir el antisemitismo. Por el contrario, ellos repudian al secretario general del laborismo británico Corbyn, acusado de antisemita, al resistírse a aceptar la definición IHRA debido a su apoyo a la causa palestina. Siete diputados abandonaron el partido laborista, arguyendo la ambigüedad de Corbyn a la hora de intentar forzar un segundo referéndum sobre el Brexit. Los reproches políticos iban seguidos de críticas a su indulgencia en sancionar a casi 700 informes de expresiones antisemitas en diez meses. (Patricia Tubella, El País, 19/2/2019; The Guardian 25/2/2019).
Pero mientras pululaban acusaciones de antisemitismo contra el líder del partido laborista opositor al gobierno conservador, las organizaciones judías se hacían las distraídas subestimando el peligro que supone la violencia de extrema derecha, atizada por la inestabilidad y peligrosa polarización a causa del debate divisivo sobre el Brexit.
Anthony Julius, un reconocido abogado británico, advirtió de su preocupación por la amenaza del actual descontento social y xenófobo, cuyos “adeptos a las redes sociales ya están aprendiendo de la derecha populista en Hungría, Polonia y también en los Estados Unidos». Los temores de Julius, autor de una historia del antisemitismo en Inglaterra, fueron respaldados por el Jewish Chronicle (Robert Philpot , Israel Today, 31.1.2019).
También Nick Ryan, del Hope Not Hate, advierte: «El antisemitismo es parte del adhesivo ideológico central que aglutina a muchos en la extrema derecha” (Nick Ryan, Nick’s Posts, 1/8/2018).

Los nuevos «amigos» de Israel entre la extrema derecha británica y centro europea
Ahora bien: un atenuante impensable en décadas anteriores parece tranquilizar a algunos líderes judíos británicos: el apoyo a Israel de extremistas de extrema derecha. En efecto, algunos de ellos han rechazado explícitamente el antisemitismo y se presentan como amigos de Israel. Entrevistado por el Jewish Chronicle en 2015, Tommy Robinson, líder de la derechista Liga de Defensa Inglesa anti Musulmana, intentó disipar el temor de que, después de atacar a los musulmanes, inevitablemente pasará a violentar judíos. No solo dio fe de filosemita: Robinson se muestra como un sionista convencido: «Si Israel cae, todos caeremos en esta batalla por la libertad, la libertad y la democracia».
El Prof. Matthew Filman cree que algunos elementos de la extrema derecha están intentando deshacerse de su asociación con el antisemitismo, acercándose a Israel: «Muchos activistas de la derecha radical en Gran Bretaña hoy en día, especialmente aquellos que no adhieren al neo nazismo u otras formas de racismo eugenésico o fascismo abierto asociado con la derecha radical antes del final de la Segunda Guerra Mundial, probablemente abrazarán a los judíos y/o Israel como una expresión de prejuicio anti-musulmán» (Robert Philpot, Israel Today, 31.1.2019). Asimismo, el profesor Matthew Goodwin, comparte esta interpretación de “matrimonio de conveniencia que se apropia del apoyo a Israel y/o la diáspora judía como forma de expresar hostilidad hacia los musulmanes en Europa” (Stephen Oryszczuk , Jewish News, 16.1. 2017).
Poco más de 18 meses después de haber participado en la cumbre de líderes del Grupo Visegrad en Europa Central (julio 2017), el primer ministro Netanyahu programó recibir en Jerusalén a los líderes de Hungría, Polonia, la República Checa y Eslovaquia en un evento multilateral muy publicitado. La cumbre en febrero 2019 iba ser un paso importante en su alianza política con gobiernos pro Israel de la autoritaria y antiliberal Europa Central, a fin de contrarrestar las críticas de Europa Occidental.
El interés electoralista del primer ministro israelí de convocar a líderes europeos, sospechosos de judeofobia, prevaleció sobre la indignación de algunos israelíes que recuerdan el pedigree antisemita de varios de ellos. Yair Lapid exigió a Netanyahu anular la cumbre y frenar su «lujuria» por las fotografías de la campaña electoral. Al primer ministro polaco Mateos Morawiecki le imputaba impulsar leyes que degradan a las víctimas del Holocausto; además, reprochaba al primer ministro húngaro, Viktor Orban, por permitir íconos antisemitas durante la campaña publicitaria de su partido Fidesz; una campaña que fue condenada por organizaciones judías de Hungría. Pero, tal como razona Aquiva Eldar, “ninguna mancha de antisemitismo puede resistir el efecto blanqueador de una ceremonia fotografiada de ofrenda floral en el Memorial de Yad Vashem”.
Por su parte, la exembajadora Colette Avital, presidenta de la organización de sobrevivientes del Holocausto, acusó a Netanyahu de proporcionar un “sello de “kashrut” a los líderes y regímenes con inclinaciones neo-nazis, lastimando a los sobrevivientes del Holocausto; (…) motivado por estrechos intereses, el primer ministro está ayudando a los que reescriben la historia: aquellos que aman a Israel pero odian a los judíos” (Akiva Eldar, “Al Monitor, 5.2.2019, subrayado del autor).

Finalmente, el cónclave Visegrad fue suspendido porque el primer ministro polaco boicoteó la prevista cumbre en represalia a declaraciones intempestivas del ministro interino Israel Katz, de que los polacos «colaboraron con los nazis» y que habrían «amamantado el antisemitismo en la leche materna”. La controversia entre historiadores israelíes y polacos sobre el intento del primer ministro Mateos Morawiecki de blanquear indulgentemente a la nación polaca, desplazó la discusión sobre el perfil nacionalista de derecha y católico del gobierno polaco liderado por el partido Ley y Justicia (Daniel Blatman, Haaretz, febrero 22, 2019).

Los nuevos amigos norteamericanos de los judíos: ¿alianza israelí con «sionistas antisemitas»?
El politólogo Yossi Shain advertía lúcidamente a fines de noviembre de 2017 sobre la peligrosa tendencia en la derecha judía norteamericana: “el abrazo israelí a los ‘antisemitas sionistas’». El profesor de la Universidad de Tel Aviv denunciaba sin pelos en la lengua: “La derecha judía en América y en Israel ya no teme al ‘viejo antisemitismo’, y los judíos progresistas son caracterizados por ella ‘como cómplices de los que odian a Israel’ (Yossi Shain, Yentes 27.11.17, 23:42).

El desencadenante de la crítica de Shaim fue la recepción que la Organización Sionista de América (ZOA) ofreció a Stephen Bannon, asesor principal del presidente Trump. La invitación cayó muy mal entre muchos judíos estadounidenses que ven a Bannon como un ideólogo radical de derecha y antisemita. En cambio, para el presidente de la ZOA, Bannon es «un gran amigo de Israel y de los judíos», tal como le aseguró el embajador de Israel en Washington.
Desde hace muchos años, el Israel oficial y judíos liberales estadounidenses han entrado en colisión sobre decisivas cuestiones referidas a estado y religión, la calidad de la democracia israelí y la ocupación civil militar en los territorios. A esa querella se suma ahora la alianza de judíos con la derecha local y la estigmatización como antiisraelí de judíos liberales y progresistas críticos que apoyan a la ONG israelí B’Tselem. El expresidente Barack Obama, percibido como representante de la postura liberal judía, sostenía que en la batalla contra el antisemitismo «todos somos judíos». Pero esta declaración hoy no agrada a la derecha judía norteamericana, tampoco al gobierno israelí: ambos procuran borrar el legado de Obama y su defensa de los derechos humanos.

Cuando en la década de 1980 fue forjada la alianza entre la derecha judía estadounidense y los cristianos evangélicos proisraelíes, los judíos liberales fruncieron las cejas: siempre habían pensado que los evangélicos eran peligrosos, ya que confiaban convertir a los judíos después de la segunda llegada y la “resurrección de Jesús». Pero la derecha judía hoy ya no teme a ese “antiguo: antisemitismo tradicional”. El profesor Shein fue sorprendido cuando Abraham Foxman, exlíder de la Liga Anti-difamación, le replicó durante la segunda Intifada:»Tenemos una alianza con los cristianos evangélicos, y recién cuando llegue Jesús, el Mesías, discutiremos con ellos la conversión religiosa “.

Afortunadamente muchos judíos, incluidos algunos políticamente conservadores, condenan duramente lo que ven como una suerte de “alianza israelí con “antisemitas sionistas». El columnista ganador del Premio Pulitzer Bret Stephens escribió en el New York Times que la alianza entre la derecha judía y Bannon era una desgracia en perspectiva histórica.

Disímiles interpretaciones sobre antisionismo han ingresado en la agenda del disenso político entre los dos grandes partidos, Demócrata y Republicano, a raíz de una oleada antisemita sin precedentes en EE.UU.

Contrariamente al mantra neoconservador de larga data, según el cual los prejuicios de la izquierda representarían una mayor amenaza para los judíos que las fobias de la derecha, una encuesta nacional lanzada por la Universidad de Quinnipiac en 2017 revela que los demócratas son considerablemente más sensibles al antisemitismo que los republicanos. La encuesta también muestra grandes diferencias en sus respectivas percepciones sobre si «el nivel de odio y prejuicio en los EE.UU. ha aumentado» desde la elección de Trump: 84% entre los demócratas, pero sólo el 42% entre los republicanos.
Jim Lobe explica que gran parte del aumento del apoyo republicano a Israel probablemente refleje la deriva hacia la derecha, por la influencia de los evangélicos sionistas, cuya teología, como eufemísticamente decía en 1984 Irving Bristol, era pro-Israel, pero «no exactamente pro judío» (Jim Lobe, 14, 3. 2017, https://lobelog.com/anti-semitism-republicans-vs-democrats/).
Jonathan Weissman, autor del libro “Ser judío en Estados Unidos en la Era Trump”, ha alertado del peligro de subvalorar el antisemitismo tradicional. Conmocionado por la masacre en la sinagoga de Pittsburg, su libro advierte de los peligros del nacionalismo creciente, la intolerancia promovida desde arriba y del odio antisemita de abajo. Sin embargo, prácticamente en la mayoría de las audiencias donde Weissman presentó su libro, encontró un rechazo airado a su advertencia: “Me han llamado judío paranoico lleno de auto-odio. El presidente Donald Trump trasladó la Embajada estadounidense a Jerusalén, anuló el acuerdo nuclear con Irán, hizo todo lo que el primer ministro Benjamín Netanyahu, le ha pedido. No, me han dicho, fanáticos dispersos en los márgenes, no debiera ser motivo de preocupación. En cambio, el movimiento de boicot, desinversión y sanciones, BDS, es la amenaza, al igual que las voces de la izquierda contra las políticas y acciones israelíes hacia los palestinos. Ah, y el fanatismo de Louis Farrakhan líder de la Nación del Islam” (Jonathan Weissman, Time of Israel, 30/10/2018).

Ahora bien: la desmitificación de Weissman sobre el peligro del antisemitismo islámico, condensado en la figura del fundador de la organización afroamericana musulmana, es mucho más que una advertencia: recuerda a los judíos en el mundo, no sólo en EE.UU., que el neo fascismo prosionista y los autoritarios populismos que procuran aliarse al Israel de Netanyahu, son un falso y peligroso aliado que hoy nos acecha (https://blogs.timesofisrael.com/its-time-for-jews-to-open-our-eyes-to-the-anti-semitism-building-on-the-right/).

Conclusiones
A pesar que la declaración sobre antisemitismo y hoja de ruta de IHRA subestima a agentes de la judeofobia tradicional, prefiriendo motivaciones y agentes del “nuevo antisemitismo antisionista”, las recientes masacres perpetradas en la sinagoga de Pittsburg y en dos mezquitas de Nueva Zelandia muestran letalmente que criminales neonazis y fundamentalistas de ultraderecha son responsables de un similar odio antijudío y anti musulmán.
En Argentina, el último Informe DAIA sobre antisemitismo 2017, parece confirmar que el antisemitismo tradicional prevalece sobre el “nuevo antisemitismo”. Así, mientras el 29% de denuncias corresponden a la categoría expresión xenófoba, el 17 % a conspiración/dominación del mundo y 16% a simbología nazi, solo fueron registradas 22% de expresiones vinculadas a Medio Oriente (“nuevo antisemitismo”) frente a un total 62% de antisemitismo tradicional.
Es amenazador el vertiginoso ascenso de grupos de extrema derecha extraparlamentaria en la Europa democrática liberal, así como la ofensiva contra instituciones liberales desde el interior de las esferas públicas en países de Europa Central, en la gran democracia de EE.UU., y también en republicas latinoamericanas. Una vez más, las minorías judías vuelven a quedar expuestas y desprotegidas en escenarios de peligrosa polarización y transnacionalización del antisemitismo, la hispanofobia y xenofobia.
Muy deplorable, que los mezquinos intereses políticos y de seguridad de corto plazo del gobierno israelí de derechas traman alianzas geopolíticas con gobiernos y organizaciones de derecha en Europa, EE. UU y América Latina, poniendo en peligro los intereses nacionales de mediano y largo plazo de las comunidades judías en el mundo.