Dominique Vidal, intelectual francés de origen judío, analiza el conflicto israelo-palestino. Primera entrega

“Se pasó de la colonización a la pura y simple anexión”

Dominique Vidal (París, 18-6-50), es hijo del profesor Haïm Vidal Sephiha, de una familia judeoespañola de origen turco. Arrestado en 1943, Haïm fue deportado a Auschwitz-Birkenau, donde permaneció hasta 1945. Diplomado en historia y filosofía; periodista de larga trayectoria (fue redactor jefe adjunto de Le Monde Diplomatique), Dominique Vidal se ha especializado en el conflicto israelo-palestino, al que ha consagrado numerosos artículos y libros. También es autor de una síntesis sobre los trabajos de los nuevos historiadores alemanes acerca de la Shoa. Desde 2009 dirige, junto a Betrand Badie, la edición anual de “El estado del mundo”, de ediciones La Découverte. Su trayectoria, en particular el listado de sus numerosos trabajos, puede consultarse en Wikipedia.
Por Carlos Gabetta*, desde París, para Nueva Sión

-Mi primera pregunta será de carácter general. ¿Cuál es el eje, o los ejes, de tu combate en defensa del Estado de Israel y, al mismo tiempo, de agudas críticas a la política del Estado de Israel?
-Es una pregunta esencial. La historia ha querido que ese Estado fuese creado en 1948, luego de que el movimiento sionista preparase su creación desde 1897, al cabo del primer congreso y, en particular, desde el momento en que los británicos, primero con la Declaración Balfour y enseguida con el mandato sobre Palestina, definieron como estratégica la creación de un Estado judío, tal como Teodoro Herzl había propuesto.
Por supuesto, el Estado fue creado porque había ocurrido la Shoa y porque luego del genocidio había que encontrar una solución para los sobrevivientes. La mitad de los judíos de Europa y un tercio del total mundial habían sido exterminados… De varias centenas de millares de sobrevivientes, en 1945 muchos aún permanecían en los mismos campos de concentración donde habían sido martirizados. La única diferencia es que ya no los custodiaban los nazis, sino los soldados aliados. Un verdadero problema…

-Bien cuidados y alimentados, pero siempre en los campos…
-Así es. Se los llamaba «DP»; «Deplayced persons». La mayoría no podía regresar a sus países, en particular los que procedían de Rusia, ya que se vivía un período de incertidumbre respecto a los judíos en la Unión Soviética. Las primeras dificultades aparecieron allí entre 1946/47. En Polonia era mucho peor: los pogromos continuaron hasta los años ’50. Cuando los sobrevivientes llegaban y pedían recuperar sus casas, sus negocios, simplemente los asesinaban. Era más práctico que devolverles sus bienes. En Polonia no se puede hablar siquiera de todo eso, ya que existe una ley que prohíbe mentar la colaboración polaca con el ocupante nazi. Es como si en Francia se prohibiese hablar de Vichy…
De modo que muchos, casi todos, no solo rusos y polacos, al no poder regresar a sus países querían ir a Estados Unidos. Hay muchísimos testimonios sobre esto. Pero Estados Unidos no otorgaba visas desde 1924, cuando se votaron las leyes Taft, que no apuntaban solo a los judíos, sino a cualquier tipo de inmigración. De modo que la única solución era que fuesen a Palestina. Las organizaciones sionistas pronto organizaron la inmigración clandestina.

-Todo inicio, cualquiera sea, determina en buena medida los desarrollos posteriores…
-A eso voy. Lo que ocurrió luego es que se creó un Estado de Israel, pero no así el Estado de Palestina árabe, previsto por las Naciones Unidas el 29-11-1947. Ese es el problema mayor, que existe desde el principio. Lo que debería haber sido, mejor o peor, un Estado binacional donde los dos pueblos gozaran de los mismos derechos; o bien dos Estados limítrofes, no necesariamente con las precisiones definidas por la ONU, pero en todo caso, dos Estados vecinos. En lugar de eso, como se sabe, pero es importante subrayarlo, se expulsó de Palestina al 80% de la población árabe. Ese vicio fundacional determina desde entonces toda la historia del Estado de Israel.

-¿Cuál es la razón por la cual el Estado palestino no fue creado, a pesar de la resolución de la ONU?
-La razón es simple: en lugar de aplicarse la resolución de la ONU, hubo una guerra. Como en todas las guerras, las responsabilidades fueron compartidas. De un lado, los dirigentes árabes de los países vecinos y los autoproclamados dirigentes palestinos no querían compartir el territorio; no querían un Estado judío. Del otro, los dirigentes sionistas pensaban que una guerra los favorecería; un Estado judío más grande. Al cabo, el territorio judío aumentó en un tercio.

-Sigue siendo el caso…
-Hoy es mucho más que un tercio. Y sobre todo, el de Israel es un Estado homogéneo, como se decía en esa época. Lo que quería decir: no solamente un Estado judío, sino también una mayoría judía muy clara en el Estado judío. Es evidente que la guerra interesaba a los dirigentes sionistas; allí obtuvieron lo que buscaban. En cambio, la guerra no interesaba a los países árabes, que tenían otras preocupaciones; en particular los conflictos inter-árabes. Hoy se sabe pertinentemente que el principal conflicto era entre el régimen jordano (hoy se la llama Jordania; entonces Transjordania), que quería apropiarse de Cisjordania, sobre parte de Palestina, y los otros países árabes…

-Hay que decir que los países árabes, con alguna excepción, no han hecho gran cosa para obligar a la comunidad internacional, política, moralmente…
-Es lo menos que puede decirse. Si uno observa toda la historia, hasta hoy, acaba comprobando que los países árabes han sido feroces enemigos de la independencia palestina. Desde los años 20/30 del siglo pasado, cuando la gran revuelta palestina, hasta hoy, cuando el futuro rey de Arabia Saudita está listo para entregar (ni siquiera a vender), Jerusalén a los israelíes… Es en efecto una larga y compleja historia.
El Estado de Israel sufre aún de su “pecado original”, como lo llamé hace tiempo en un libro…

-En sentido metafórico…
-Moral, por supuesto; no en el sentido religioso. El pecado original es que debía haber dos Estados para dos pueblos coexistiendo en esa tierra, simplemente por razones históricas, más allá de las cuestiones de justicia. Del mismo modo, los países árabes, que deberían haber sido solidarios con sus hermanos palestinos; ayudarlos a conquistar su independencia como vecinos de Israel, no lo hicieron.
Mencioné a Arabia Saudita, pero también podemos hablar de los Assad, padre e hijo, que sin dudas mataron más palestinos de los que jamás mató Israel. Si uno piensa en las masacres cometidas por el padre en El Líbano -la de Tal al-Zaatar- hasta las del hijo durante las guerras civiles, verifica esa continuidad.
A nivel de la política israelí, todo lo que vino después fue y es una especie de fuga hacia adelante, que agrava el problema en lugar de resolverlo. En 1967 se ocupó el resto de Palestina, que hasta entonces estaba en manos árabes. Jordania había anexado Cisjordania y Jerusalén Este; Egipto ocupaba la Franja de Gaza. Pero en ese tiempo, ni Jordania ni Egipto crearon un Estado palestino…

-¿Debe entenderse que la amenaza de invasión de Israel por Egipto dio la excusa para la anexión de Cisjordania por Israel?
-Se puede decir que sí. Claro que siempre es posible discutir la historia, pero hoy se sabe que la de «los seis días» no fue más que una guerra preventiva por parte de Israel. En pocas horas, los israelíes redujeron a nada a la aviación egipcia. Es por eso que la guerra duró solo seis días. Lo que se nos presentaba como el riesgo de un nuevo Holocausto, era en realidad el del Estado judío: una proclama de propaganda. En seis días, el ejército israelí ajustó cuentas con todos los ejércitos árabes y, de paso, ocupó todo el resto de Palestina…

-Pero esa acción preventiva, ¿estaba justificada o no?
-No. Hoy sabemos que Nasser no pasaba, no podía pasar, de amenazas verbales; que no había ninguna posibilidad real de guerra. Evidentemente, ni el ejército egipcio ni el sirio estaban listos para la guerra. Hoy sabemos que la guerra preventiva fue llevada a cabo inteligentemente por Israel, sirviéndose de los errores de propaganda de Egipto; en particular de Nasser, al solicitar el retiro de los «cascos azules» de la ONU y bloquear el Canal de Suez. Israel tenía todos los pretextos que necesitaba.
Al término de esa guerra, si se la puede llamar así, Israel conquistó todo el resto de Palestina, más el Sinaí y el Golán, con lo que cuadruplicó su territorio. Hay que recordar que los dirigentes israelíes, su Primer Ministro Levi Eshkol y su ministro de Relaciones Exteriores, Abba Eban, declararon entonces: «No hay motivos de inquietud. La ocupación de Palestina, Jerusalén Este y la Franja de Gaza, son sólo cartas de negociación. Las devolveremos, pero a cambio del reconocimiento del mundo árabe».
Pero en lugar de cumplir con esa promesa, repetida muchas veces, Israel empezó a colonizar. A finales de junio de 1967, Jerusalén Este fue oficialmente anexada, uniéndola a Jerusalén Oeste, capital de Israel; hoy reconocida por Donald Trump. El primer plan de colonización fue el del viceprimer ministro Yigal Alón. Hoy, más de medio siglo después, en las zonas entonces ocupadas se pasó de cero colonos a más de 700.000; de los cuales 470.000 en Cisjordania y 230.000 en Jerusalén Este. En Gaza había 8.000, pero se fueron cuando, en 2005, Ariel Sharon se retiró unilateralmente.
Por lo tanto, Israel ha pasado a apropiarse de territorios que habían sido conquistados. Con una excepción: el Sinaí, que fue entregado por Menahem Begin a Annouar El Sadat en el marco del acuerdo de paz con Egipto, el primero de Israel con su principal enemigo de entonces. En 1994 firmará otro, esta vez con Jordania.

-Y ahora, hoy, ¿dónde estamos?
-Pues hemos llegado a lo qué está ocurriendo desde 2015. La derecha y la extrema derecha israelíes, que por primera vez monopolizan el gobierno, han pasado de la colonización a la anexión pura y simple. No hay fuerzas centristas. Hay fuerzas religiosas que participan de la política, pero no hacen política. Lo que exigen los partidos religiosos ultra ortodoxos es dinero para financiar su sistema de enseñanza independiente; que los rabinos reciban un salario; que las leyes religiosas sean aplicadas; que los israelíes no coman cerdo; que se respete el sábado… en fin, que la ley religiosa se aplique cada vez más estrictamente en Israel. Esos partidos no se ocupan de las grandes cuestiones políticas; funcionan como partidos-bisagra.

-Puede ser, pero constituyen un fuerte, real apoyo político a la ultraderecha.
-Por supuesto, eso no les quita importancia política y, a largo plazo, cultural. Son aliados regulares de la extrema derecha desde 1977, con excepción del período de Isaac Rabin, elegido en 1992 y asesinado en 1995. Pero desde 2015, ya no hay partido de centro. El de Yahir Lapid, Yesh Atid (Hay futuro), ya no está en el gobierno, de modo que allí no hay más que derecha y extrema derecha.
Es así que el 5 de febrero de 2017, en la Asamblea, la Knesset, se aprobó una ley de anexión. Por el momento, esta ley ha sido congelada por la Corte Suprema, pero fue votada, y en cualquier momento puede ser puesta en ejecución.
La Corte viene siendo amenazada por el gobierno, que la considera demasiado independiente. Todos los populistas piensan que la justicia debe estar a las órdenes del poder político, en lugar de ser independiente. No es solo el caso de Israel; el fenómeno se reproduce hoy en medio mundo.
Existe, por lo tanto, un proyecto de anexión, claramente ratificado en los discursos de varios dirigentes de la extrema derecha israelí. Y lo más importante, a mi criterio, es que a la ley del 5-2-17, se le agrega un proyecto de nueva ley fundamental, de Constitución. En este punto, hay que recordar que en Israel no hay Constitución. David Ben Gurión no quería enfrentar a los partidos religiosos. Fue así que en 1947 se llegó a un compromiso, justamente llamado el «statu quo», que define las relaciones entre religión y un Estado sin Constitución, ya que los religiosos sostenían que la única Constitución es la Ley Divina. Pero para un poder laico como el de Ben Gurión, la Ley Divina no podía ser una Constitución. De modo que hasta 1992, cuando por fin se dictó una ley que define al Estado de Israel como «judío y democrático», Israel vivió bajo las «Leyes Básicas», en definitiva, una serie de reglas de convivencia.
Se podría decir que lo de «judío y democrático» resulta un oxímoron. Si uno imagina, por ejemplo, que un día hubiese mayoría de población árabe (lo que no es el caso, por largo tiempo), entonces o bien el Estado no sería democrático, o no sería judío… O simplemente que se diese en el futuro el caso de un Estado con mayoría no creyente, judía, pero que no se considerase obligada a respetar la Ley Divina. Pero al menos hasta hoy figuraba la palabra «democrático». Ahora, en la nueva ley votada el 19 de julio de 2018, ya no figura esa palabra. Asombrosamente, la ley se llama «Estado-Nación del pueblo judío». El artículo primero –tengo un fichero con los detalles a tu disposición- dice que: «En Israel, solo el pueblo judío tiene derecho a la autodeterminación nacional». O sea que los otros pueblos no gozan de ese derecho.

-¿No tienen derechos políticos?
-Exacto, salvo el derecho al voto, una vieja conquista. Hay otro artículo, el 4, que determina que el árabe ya no es una lengua de Estado. Eso se acabó. Y para los que a pesar de todo no entendieron, el artículo 7 dice que el Estado considera que la colonización judía es un valor a promover.

-Una ley imperialista…
-Asombrosa. En ninguna parte se precisa cuáles son las fronteras de Israel. Por lo tanto, se puede considerar que esta ley apunta a establecer el marco legal post anexión. O sea, que una vez que Cisjordania sea anexada, no será necesario un marco legal, porque ya existe. Resulta claro entonces que, por primera vez desde 1967, los dirigentes de derecha y de extrema derecha israelíes han decidido enterrar la solución de dos Estados. Solo el Estado de Israel.

-Muy ampliado, además.
-Ampliado, y ante un gran problema: ¿cuál será el estatus de los palestinos anexados junto con sus tierras? Sabemos que los palestinos de Israel tienen el derecho a elegir y ser elegidos, tener partidos políticos. En Cisjordania viven 2,5 millones de palestinos, pero si se aplica la Ley Estado-Nación, no tendrán esos derechos. De modo que eso sería un apartheid de hecho: dos pueblos viviendo bajo la misma estructura de Estado; uno gozando de todos los derechos y el otro privado de la mayoría de ellos, sobre todo políticos.
Muy pocos dirigentes de derecha, sobre todo de extrema derecha, ponen en cuestión esta política. Salvo uno, pero muy importante, ya que se trata de Reuven Rivlin, presidente del Estado de Israel, miembro del Likud y favorable a la anexión, pero que sostiene que «si se anexa, las leyes deben aplicarse a todos, sean árabes o judíos».

-Algo es algo…
-Un Presidente que dice eso es un grave problema para las derechas. Dice muchas otras cosas, pero eso en particular. Es la razón por la que, desde 2015, yo hablo de radicalización de la política israelí. Pasa algo que no es precisamente continuidad, sino un cambio importante: la voluntad de que Israel se transforme en un Estado-Nación del pueblo judío y que su ley, su soberanía, se extienda a lo que queda la Palestina ocupada desde 1967.

-Y también tenemos el problema Jerusalén…. ¿Cuál es actualmente la opinión en Israel, ante toda esta complejidad?
-Jerusalén está anexado desde el ’67. No así Cisjordania, por ahora. Hoy es difícil determinar el estado actual de la opinión en Israel. Grosso modo, un tercio de la población está por la solución de dos Estados; un 11% sostiene la anexión de Cisjordania, pero con derechos iguales para los palestinos; luego, un 15% también por la anexión, pero solo con derechos para los judíos; luego, otro 15% que está por la anexión de la llamada «zona C», el valle del Jordán y sus colonias, lo que representa el 60% de Cisjordania. Un 30% no sabe o no contesta.
Por último, otro dato importante: hoy, la mayoría de los palestinos está por la anexión, pero con todos los derechos.

-¿Ya no están por los dos Estados?
-Ya no. Siempre lo estuvieron, pero hoy la mayoría piensa que es mejor la anexión, con derechos para todos.

-Es decir que están de acuerdo con el Presidente de Israel…
-Exacto. Pero también están de acuerdo con muchísimos palestinos que ya no quieren saber nada de Mahmoud Abbas ni de Hamas; que desean un cambio total. Bien mirado, para la mayoría, sean árabes o judíos, el problema de los dos Estados es hoy nada más que un espejismo. Hace tiempo que eso no existe; nunca existió. Es en nombre de ese espejismo que se entablan negociaciones que siempre terminan en la nada. Así, muchos israelíes, árabes o judíos, y muchos palestinos de Cisjordania, hoy piensan que la mejor solución será un solo Estado, con los mismos derechos para todos los ciudadanos.
«Para bailar un tango, hacen falta dos», como dicen con razón ustedes, los argentinos. La metáfora es perfectamente aplicable a nuestro tema, porque en ese conflicto no hay dos dispuestos a bailar. Nos guste o no, el hecho es que, desde 2015, los dirigentes israelíes han enterrado la solución de los dos Estados. Por lo tanto, no se puede seguir ignorando esa realidad.

(Continuará con una segunda entrega, analizando la evolución de la situación interna luego de las últimas elecciones en Israel y la de la opinión los judíos del resto del mundo).

* Periodista y escritor. Fue director de Le Monde Diplomatique y El Periodista