Amos Oz vivió y murió en la tribu correcta. Aharon Appelfeld no *

La muerte de Oz fue el merecido espectáculo mediático-político para un digno hijo de la izquierda que representa a los sabras ilustrados. Un año antes falleció, en un silencio insoportable, Aharon Appelfeld, uno de nuestros grandes escritores, un outsider. Ambos fueron gigantes, pero la diferencia es estridente.
Por Mishka Ben David **

En enero del año pasado fui al cementerio en Givat Shaul para participar del entierro del escritor Aharon AppelfeldZ”L. En la modesta ceremonia no estuvo presente, ni lo despidió, ningún miembro importante de la cultura o el gobierno, fuera de la Presidenta del Tribunal Superior Ester Jaiut que contó acerca de la amistad que los unió. Para mi asombro, tampoco identifiqué allí escritores (los pocos medios presentes debieron contentarse con este humilde servidor). Estuvieron el Prof. Igal Schwatrz, que investigó y editó durante muchos años los libros de Appelfeld, y representantes de las editoriales en las que los publicó. No identifiqué intelectuales ni otras personas relacionadas con la literatura.

A fin del año pasado falleció Amos Oz Z”L y los medios están llenos de necrológicas de los líderes nacionales más importantes, desde el Presidente Rivlin para abajo, ministros, miembros de la Kneset, escritores. Incluso los medios de comunicación extranjeros acompañaron el duelo. El féretro de Oz fue expuesto en Tzavta y ante él desfilaron cientos de personajes honorables y también lectores antes de que la caravana partiera al entierro mediático en el kibutz Hulda.

A pesar de la estima que siento por Amos Oz escritor, no me conté entre ellos. Fue difícil para mí soportar la diferencia entre el modesto entierro de Appeleld y lo que se programó para Oz a partirdel mismo momento de su muerte.

Como escritor, Appelfeld no fue menos que Oz en nada. Tal vez fue al revés. Oz, ni ningún otro escritor, logró hacer el aporte virtuoso a la Literatura Hebrea que hizo Appelfeld: trajo a ella, en su modo contenido y singular, las vivencias de la generación de la Shoá -antes de los hechos- y de la generación de los sobrevivientes y sus sufrimientos durante la adaptación en Israel. Aun observando la estructura de la novela, el estilo y la frase aislada, no descubriremos que Oz -o cualquier otro escritor hebreo contemporáneo- haya sido más importante que Appelfeld. No me baso únicamente en mi opinión literaria para hacer esta afirmación, sino en decenas de críticas sobre los libros de ambos, una crítica que aceptó a Appelfeld pero estuvo dividida con respecto a Oz y hasta fue cruel con él desde el principio de su carrera.

Me gustaron mucho algunos libros de Oz y otros menos, pero lo considero un gran escritor. Creo que una selección de básquet de la Literatura Hebrea contemporánea debería estar integrada por Oz junto con Appelfeld, Yehoshua Kenaz, A. B. Yehoshua y por el quinto puesto podrían competir otros excelentes escritores: Sami Mijael, David Grossman, MeirShalev, Haim Beer. Nuestra selección tiene un maravilloso banco de suplentes. Creo que personas no provenientes del campo literario se abstendrían de ubicar a Kenaz y a Appelfeld entre los cinco titulares: ambos evitaron las entrevistas políticas y la expresión pública de sus opiniones -aunque Kenaz aportó su nombre para el final de la lista de Meretz- y por ello se les negó el “valor agregado” que adquieren quienes se plantan como voceros de la izquierda y se aseguran un lugar en el proscenio público como intelectuales y escritores de avanzada.

Appelfeld y Oz llegaron a la escritura desde profundas heridas sin sanar y no es mi intención tratar de compararlas o clasificarlas. El primero perdió a su madre en la infancia durante la Shoá y se vio forzado a sobrevivir, abrirse camino y darle forma a su vida en una realidad sabra, extraña y alienada. El segundo perdió a su madre que se suicidó cuando él era un niño y pasó su adolescencia como unjoven externo sensible en una sociedad kibutziana áspera. Ambos añoraron a sus madres hasta el final de sus vidas, lo expresaron en sus escritos y gracias a la fuerza del inmenso talento literario que ambos tuvieron transformaron el dolor en literatura prodigiosa. Ambos obtuvieron el título de Profesor de Literatura y dictaron clases en Israel y en el extranjero. Tuve el honor de ser alumno de Appelfeld, disfrutar del silencio vibrante que lo envolvía y de la música singular con la que leía lo escrito. También los alumnos de Oz lo describen como un maestro atento y sensible.

¿Por qué, entonces, la enorme diferencia entre el silencio que acompañó la muerte de Appelfeld (con pocas y bellas expresiones en los medios) y -sepan disculpar- el festival alrededor de la muerte de Amos Oz? La aparente y obvia explicación según la cual Oz era un personaje público mientras que Appelfeld permanecía oculto no concuerda con el hecho que Oz fue recordado una y otra vez después de su muerte como uno de nuestros más grandes escritores, candidato al Premio Nobel de Literatura y galardonado con una larga e impresionante lista de premios. En ambos casos la sociedad enterró a un gran escritor. El primero, en absoluto silencio; el segundo, con mucho alboroto. Esto no se entiende.

Es necesario buscar la verdadera explicación en la diferencia entre las dos tribus de la sociedad israelí que representan Oz y Appelfeld: una es la tribu blanca, sabra e ilustrada, que enterró a quien había coronado como su sumo sacerdote. Oz no huyó de esta definición y escribió casi diez libros de ensayos que reforzaron su status como tal. La segunda es la tribu no amalgamada de sobrevivientes de la Shoá, inmigrantes y sus hijos, cuyos miembros viven como seres solitarios -cada uno con sus propias pesadillas-y oscilan entre un pasado europeo o mediterráneo amputado y los barrios de inmigrantes en los que intentaron construir una nueva vida y criar a una nueva generación; esta tribu de desarraigados no pudo agruparse detrás de Appelfeld (me considero parte de esta tribu, a pesar de algunas características que bien podrían hacerme pertenecer a la primera. En cada una de las tribus, y también fuera de ellas, hay todo tipo de amantes del libro que llegaron a los entierros por el amor dispensado a estos escritores y a sus libros y no por una pertenencia tal o cual).

Una definición más amplia y precisa de la tribu que Oz representaba es la que dio el sociólogo Prof. Baruj Kimerling: A.L.V.S.N. (ashkenazíes, laicos, veteranos, socialistas y nacionales). Según su definición, hay en esta tribu derechistas e izquierdistas en la cuestión palestina-israelí y en las posturas económicas, como también religiosos y descendientes de judíos provenientes de países árabes, si han aceptado las concepciones y el modo de vida de los A.L.V.S.N. (ubicados socioeconómicamente en la clase media media y media alta). Es muy posible que en la tribu encolumnada detrás del féretro de Oz se encontraran todos estos tipos, pero me concentraré en tres características ya señaladas y que diferencian, según mi opinión, a los deudos de Oz de los deudos de Appelfeld.

La tribu blanca no es tan “blanca”. Somos semitas. Pero los miembros de esta tribu se reconocen como blancos, tienen características culturales occidentales y su pertenencia llega a un grado tal que desconocen que los europeos y los norteamericanos “blancos” los consideran una raza distinta. Hablo con conocimiento, ya que viví bastante tiempo en Estados Unidos y en Europa.

Los miembros de esta tribu son sabras o dueños de una conciencia sabra; no son como aquellos que vinieron “de allá” o tienen conciencia de “segunda generación”[1]. Tampoco son inmigrantes o hijos de inmigrantes llegados de los cuatro puntos cardinales cuya conciencia se haya forjadopor su status. El buen mozo Amos Oz, que prestó servicio en Tzahal, encarnó para esta tribu al sabra mitológico, a pesar de que ni su biografía ni sus personajes literarios se adecuaban al estereotipo. En contraposición con los protagonistas de la generación del ´48, los personajes de Oz no son combatientes (salvo algunos pocos casos, como en su cuento temprano “El monasterio de los silenciosos”) y casi no se conocen detalles sobre su servicio militar, como tampoco sobre el de Appelfeld.

¿Y qué hay de la cualidad de “ilustrado”? Al parecer, aquí se encuentra un común denominador más amplio entre los que lloran a su guía y maestro. Los ilustrados -ante sus propios ojos- son los que se oponen a la ocupación, a los territorios, son los social-demócratas. Oz se identificó a sí mismo con los círculos de izquierda (al principio con el laborismo, después con Moked, Meretz, Shalom ajshav) sin abandonar su postura sionista. Tal vez esta postura sublevó, más de una vez, al campo de la izquierda.

A pesar de ello, el culto y ensalzado Amos Oz fue para ellos una bandera digna de enarbolar y de la cual es difícil despedirse, especialmente en estos días en los que la izquierda carece de apoyo popular y de soluciones aplicables (como tampoco tiene la derecha). ¿Qué bandera es posible alzar ahora? Existe una generación siguiente de escritores que se posicionaen el campo de la izquierda -algunos incluso no son menos que Oz como escritores- pero les falta la belleza, el entusiasmo y el destello retórico de Oz. “La tribu blanca, sabra e ilustrada” quedó huérfana de su exquisito vocero, de su emblemático símbolo, y por eso le resulta tan difícil hallar consuelo.

Una característica de Oz que no me gustaba, en parte tribal y esencialmente personal, era la forma en que expresaba sus posiciones. El estilo, la dicción, la pretensión de saberlo todo y tener razón me molestaban más que las posturas propiamente dichas. La repetida candidatura de Oz al Premio Nobel es otro testimonio más de esa pretensión, considerando que las ideas sobre su grandeza literaria están divididas: detrás de todo premio honorable funciona una industria competitiva que demanda no poca arrogancia, motivación y empuje para cumplir sus exigencias y vencerla.

Quiero aclarar que solo me encontré con Oz en algunas oportunidades. Compartimos la misma editorial e incluso recibimos al mismo tiempo “el libro de platino” en la semana del libro unos años atrás. La persona no se parecía al altivo personaje público. Lo destacaron también algunos de los que lo despidieron. Pero no encontré en él la humildad y la voz que me gustaban de Appelfeld. Cada uno de ellos era el fiel representante de su tribu.

Además de estas tribus, hay otras que instituyeron eminentes escritores. Por ejemplo, “la tribu oriental”, en la que se destacan algunos representantes que actuaron, y lo siguen haciendo, desde una notable conciencia oriental (por ejemplo, Ronit Matalon Z”L, que falleció muy poco antes que Appeleld, los jóvenes del grupo Ars Poética) y otros que no.Un sinnúmero de lectores, de variadas extracciones y tribus, se identificaron con la realidad “oriental” descripta en la maravillosa Victoria, de Sami Mijael, en Viaje al fin del milenio, de A. B. Yehoshua o en Kaparot, de Eli Amir. También muchísimos se identificaron con “los chantas” de Infiltración, la prodigiosa novela de Yehoshua Kenaz a quien considero el más grande de nuestros escritores.Hay destacados escritores en la sociedad árabe-israelí que traen sus historias, como también en el seno del sionismo religioso, las feministas y lesbianas, entre los que se encuentran quienes representan a su grupo o quienes traspasan los límites de su tribu.

Entonces, ¿por qué un buen día la identificación del lector con el texto, una acción que se realiza en el encuentro íntimo entre ambas partes, adopta un carácter tribal? Supongo que esto no ocurre en todos los casos en que muere un escritor, pero es imposible dejar de preguntar por qué, de modo tan claro en el caso de Oz, la tribu se apropió de él.

Los que acompañaron y despidieron a Oz a su morada eterna son los que deberían responderse esta pregunta. Ellos no consideraron necesario participar del modesto entierro de Appelfeld ocurrido justo un año antes, ni tampoco de las escuetas palabras con las que fue despedido (espero que esto no haya ocurrido por la presencia o ausencia de los medios en el lugar). Estas personas, especialmente los escritores y hombres de la cultura, deberían preguntarse qué los llevó a Tzavta y a Hulda y a escribir sobre Oz en los periódicos y por qué se abstuvieron de brindarle un último homenaje a un escritor no menos ilustre como Aharon Appeleld. ¿No será la pertenencia tribal de cada uno?

Aquí surge necesariamente la pregunta sobre la sociología y la política de la “aceptación” literaria y cultural y su relación con estas tribus y con el establishment político, literario, cultural y comunicacional que eleva a sus representantes en vida y lo vuelven a hacer cuando mueren. Pero a la luz de los hechos, fuera de una caricia al ego tribal, esto no tiene ninguna significación práctica: dudo que quienes no hayan leído a Oz hasta el día de hoy vayan a hacerlo impulsados por la catarata de notas sobre él.

Otro interrogante que se plantea es la diferencia entre la presencia oficial en el entierro de Oz y su ausencia en el de Appelfeld. Esta cuestión se agudiza en el contexto de las quejas de la familia del primero, porque el Ministro de Educación no expresó sus condolencias, frente al silencio de los familiares del segundo. Es difícil no ver en este detalle otra revelación de la disparidad entre la tribu de los “me corresponde” y la tribu de los “hay que dar las gracias por lo recibido y callarse”.

Concluiré con otra pregunta: ¿quién, fuera de los miembros de la tribu, necesita el festival de “después de la muerte”? Existe una recomendable medida de demostración de

respeto hacia el muerto, pero esta no justifica la exageración manifestada en este caso. La relación de Appelfeld y Oz con sus lectores fue y es una relación personal que sucede en la intimidad. Los que amaron al difunto lo llevan en su corazón y el propio fallecido… ya no sabe nada ni necesita nada.

Traducción: Tamara Rajczyk

*  Yedioth Ahronoth 18.01.2019

** Escritor israelí nacido en 1952, Doctor en Literatura Hebrea

[1] Hijos de sobrevivientes de la Shoá.