El Stop and Go de la subjetividad de la clase media

Subjetividad y conciencia de clase se diferencian, fundamentalmente, en su carácter político. Evaluar la compleja realidad social, los hechos que afectan nuestra vida cotidiana y plantear la defensa cerrada de los derechos de nuestro colectivo de pertenencia no es tarea sencilla. Pero la ausencia de tales coordenadas de acción deja libradas a las personas a una suerte que no controlan, y sobre la cual todo lo ignoran. Los ciclos de la economía conspiran contra la constitución de una conciencia social que exorcice las fantasías neoliberales, tan dulces como destructivas.
Por Mariano Szkolnik

Mucho se ha estudiado el comportamiento de la economía argentina durante el modelo de industrialización por sustitución de importaciones, periodo comprendido entre la crisis del ’30 y mediados de los ’70 del siglo pasado. El stop and go suponía etapas de crecimiento y recesiones pulsantes, acompañadas de tensiones sociales de las cuales el sistema político era reflejo. La sucesión de gobiernos civiles de “democracia restringida” (con la fuerza política mayoritaria proscripta) y dictaduras militares represivas, coincidía prácticamente con las ciclos de expansión y contracción de la economía. A pesar de estas tensiones, la tendencia de la economía era al crecimiento, al desarrollo de nuevas industrias cada vez más complejas, y a la plena ocupación de la mano de obra.
Si bien acuñado en el campo de la economía política, el concepto stop and go puede utilizarse para analizar el comportamiento recurrente de las corrientes de opinión, los sentimientos, y la autopercepción del lugar que los sectores medios ocupan en la sociedad. Claro que caracterizar la subjetividad de ese amplio sector de población es, por lo menos, metodológicamente complejo. Supone el riesgo de describir a un conjunto muy heterogéneo de personas como si actuara, sintiera y pensara de modo homogéneo. Hay una colección de sentencias que pueden ser tomadas como expresión de ese cambiante estado de ánimo: del “piquete y cacerola, la lucha es una sola” al “harto de mantener vagos con mis impuestos”, la oscilación es amplia.
Valga un ejemplo puntual y cercano más en el tiempo para ilustrar esta afirmación.

De la economía a la psicología social
La empatía con el actual presidente, rubricada en las elecciones de noviembre de 2015, y luego en la percepción de la “imagen positiva” recogida en las encuestas de opinión, le otorgó sustento al “¡Sí, se puede!”, y otras arengas que daban cuenta del grado de esperanza depositada en la novel gestión gubernamental en general, y en la persona del presidente en particular. Difícil era la tarea para quien, en aquel momento, quería señalar críticas, en el contexto de una algarabía relativamente generalizada. Los sectores medios, beneficiarios inmediatos de la expansión precedente del mercado interno, apoyaron mayoritariamente al candidato que prometía acelerar ese crecimiento, en un marco de “republicanismo y reglas claras”.
Después de tres años de una política económica que, lejos de privilegiar los intereses de la base electoral del Gobierno la han herido en el bolsillo y el corazón, el apoyo a la coalición política en el poder muestra señales de desgaste. Redes sociales, columnas de opinión, comentarios casuales dejan traslucir un extendido descontento, cuyo impacto electoral es aún incierto. La idea de que, para alcanzar el destino prometido era necesario asumir una ética del sacrificio (manifestada en la expresión “Hay que aguantar”), se va enmoheciendo a medida que el salario ya no garantiza la cobertura de las necesidades básicas.
El ethos del arrepentimiento (“No lo volvería a votar”) y el de la resignación (“A éste país no lo arregla nadie”) comienzan a permear el lenguaje cotidiano. Y el ciclo de la subjetividad de la clase media parece haber entrado en su etapa descendente, sugiriendo que aquello que enamoraba en 2015 (la acertada noción prefabricada del “cambio”, el escape de una “tiranía fantaseada”, o la antisocial doctrina de la meritocracia), hoy es puesto en cuestión. Sólo la recuperación del poder de compra del salario y del nivel de actividad y empleo -fruto de un viraje radical en las políticas económicas- podría revertir la tendencia en el ánimo general.

La destrucción de la consciencia
Cada ascenso y caída en el ciclo de la subjetividad de la clase media, lejos de producir un resultado de suma cero, destruye la posibilidad de constitución de un necesario sujeto político, consciente de sus intereses, de sus derechos, y de su participación en sistema de toma de decisiones. El sujeto/a medio de clase media pareciera no poder comprender cabalmente que su circunstancial bonanza o desgracia, más que resultado de sus méritos profesionales y/o comerciales (o de los incognoscibles designios de Dios) se ligan a los ciclos de la economía y la política. Este desanclaje redunda en apatía hacia la política como arena para dirimir el conflicto colectivo, y en el sentimiento de soledad frente a un sistema que no responde a las demandas particulares. Y es en ese río revuelto de la antipolítica en donde la derecha partidaria y corporativa mejor sabe nadar, elaborando diagnósticos frente a la crisis, imponiendo “soluciones” taxativas e inapelables, y construyendo el sentido común de las clases subalternas.
Un célebre filósofo del siglo XIX afirmaba que era el Ser el que determina la Conciencia. La realidad actual es mucho más intrincada, y en la era de la concentración de los medios de comunicación, las riquezas y del sentido en pocas empresas, la conciencia languidece, perdida en un desierto sin brújula ni oasis a la vista. Sólo puede refugiarse en la propia experiencia, descreída de los grandes relatos o de la identificación colectiva. Ignorante de su ser, la conciencia es solo subjetividad plástica, arcilla en manos ajenas.