El pogromo de la Semana Trágica: ¿un olvidado de la esfera pública?

En dos momentos históricos muy diferentes los judíos aparecen como protagonistas en la esfera pública argentina: la primera vez fue durante el pogromo de enero 1919, allí fueron estigmatizados violentamente como rusos maximalistas; pero la segunda vez, serán reconocidos públicamente como víctimas del terrorismo de Estado de los ’70.
Por Leonardo Senkman, desde Jerusalén

La reconstitución histórica en recientes años de diferentes narrativas que los argentinos han hecho de la Semana Trágica ayuda a revelarnos omisiones y silencios ensordecedores(1). ¿Por qué la historiografía del movimiento obrero argentino silenció la cuestión judía que ensangrentó a la violenta insurrección huelguística de enero 1919?. Un botón de muestra son las imprescindibles narrativas clasistas de Julio Godeo que prescinde tomar en cuenta el factor “étnico”. Pero hay un ocultamiento que retumba mucho más: ¿por qué la misma comunidad se abstuvo de incorporar a su memoria colectiva judeo-argentina el recuerdo traumático del primer pogromo perpetrado en Buenos Aires? ¿Y por qué las pocas veces cuando sus dirigentes ejercen la memoria histórica prefieren incriminar solamente a las bandas civiles parapoliciales y paramilitares, sin recordar la complicidad gubernamental represiva yrigoyenista?
En este centenario de la Semana Trágica, ensayaré algunas hipótesis comparando su ocultación durante décadas y falta de conmemoración publica, a diferencia de la memoria permanente de la masacre de AMIA. Mi primera hipótesis es que la memoria atronadora de duelo y reconocimiento del trauma de la masacre impune de AMIA fue instalada inmediatamente en la esfera pública argentina, tanto por la comunidad como por el Estado; pero, además, ella fue subsumida en el recuerdo legitimado de la impunidad del terrorismo de Estado y de todos los implicados en crímenes contra la humanidad. Ese no fue el caso respecto de los perpetradores oficiales y de cómplices represores de la Semana Trágica, ni mucho menos de los patoteros radicales durante la segunda semana de enero 1919.

Dispar memoria de las victimas judías en 1919 y 1994
La memoria de las víctimas judías y no judías de 1994 en el peor atentado cometido desde la Segunda Guerra Mundial y sus 84 personas asesinadas y más de 300 heridos, -además de la memoria de los juicios por encubrimiento de la causa judicial AMIA- epitomizan el monumento mismo a la impunidad del Estado Argentino.
Desde hace 24 años cada 18 de julio se conmemora protestando en el ”aniversario sin justicia” por las víctimas y en contra de victimarios impunes de la calle Pasteur, y de otros “lugares de la memoria” en Buenos Aires. En cambio, nunca fue conmemorado el asalto durante la Semana Trágica de la casa donde Pinjas Wald redactaba el periódico ídish Abangar del Bund socialdemócrata ubicado en Ecuador al 300; ni se recordó a la sede incendiada de los sionistas socialistas Palea Tizón, en calle Ecuador al 600; tampoco se conmemoró la destrucción de la Asociación Teatral Judía en calle Pueyrredón.
Los “lugares de la memoria” del pogromo en los barrios Once y Villa Crespo aún esperan siquiera una placa conmemorativa por parte de la ciudad autónoma de Buenos Aires y, especialmente, de la comunidad judía organizada.

Mi segunda hipótesis interpretativa es que la memoria de los crímenes del terrorismo de Estado y de la AMIA empezaron a ser elaboradas en el legitimado proceso de construcción de una memoria global del siglo XX cuyo paradigma histórico es la Shoah como época de las víctimas, el cual también fue adoptado en Argentina(2).
Sin embargo, la focalización obsesiva en el paradigma memorioso de la Shoah en las últimas décadas podría constituir una reacción a largos años de olvido e indiferencia frente al genocidio judío. Pero tal indiferencia de crímenes “étnicos” de los seis millones subsumidos entre los sesenta millones de victimas indiferenciadas de la Segunda Guerra Mundial, no es similar al caso de las victimas “clasistas” de la represión contra obreros y artesanos catalanes, italianos anarquistas, además de rusos judíos. Digámoslo de una vez, las víctimas judías de la Semana Trágica tuvieron el reconocimiento de ser honrados en la esfera pública solamente como trabajadores victimizados de toda la clase obrera argentina. En cambio, su identidad étnica y lugares de la memoria judía no tuvieron un reconocimiento semejante a quienes, 58 años después, lograron ser reconocidos en la esfera pública como desaparecidos judíos víctimas del terrorismo de estado durante los ‘80s y ‘90s.
Ahora bien: luego de una larga época de olvido y desaprensión ha llegado la hora, cien años después, que los lugares de la memoria de los judíos en la Semana Trágica ingresen a la esfera pública por su puerta delantera, no recordándonos solo su identidad clasista. Es cierto que catalanes, italianos, rusos y otros anarquistas y maximalistas fueron todos declarados “enemigos internos” de las clases altas dirigentes argentinas en pánico, pero me pregunto por qué el pogromo fue perpetrado solamente contra el barrio judío de Buenos Aires / por policías, clubmen y señoritos adiestrados en el Circulo Naval de la esquina Florida y Córdoba.

La cuestión judía en la esfera pública
En dos momentos históricos muy diferentes los judíos aparecen estigmatizados en la esfera pública argentina: la primera vez durante el pogromo de enero 1919, allí fueron denigrados violentamente como rusos maximalistas/; pero la segunda vez, serán reconocidos públicamente como victimas del terrorismo de Estado de los ‘70s.Tanto en la Semana Trágica como durante la última dictadura militar las víctimas fueron doblemente coaccionados por subversivos revolucionarios y por su ser judíos. Pero existe una significativa diferencia: luego de 1919, los judíos estuvieron silenciados en la memoria colectiva: la memoria histórica del movimiento obrero argentino prefería recordar solamente la identidad clasista insurreccional de las víctimas judías; inversa, pero simétricamente, el mutismo clasista burgués de la memoria comunitaria judeoargentina ya de-proletarizada, procuró únicamente repudiar el antisemitismo “importado” de los enemigos europeos y criollos de la Revolución Rusa. Su amnesia colaboro a la desmemoria del pasado obrero, laico y progresista de los orígenes de la colectividad judía en el país.
Si la memoria colectiva es tanto un discurso coherente sobre el pasado como también una práctica social de conmemoraciones, el problema reside en la necesaria performatividad de la memoria de la Semana Trágica a fin de proyectarla en la esfera pública durante las presentes circunstancias históricas argentinas. Respecto de las víctimas del pogromo siguen vigentes preguntas acuciantes: ¿cómo transmitir la memoria de un pasado trágico que hoy no “pesa” al igual que otros eventos traumáticos, cuyo peso resulta innegable como la Shoah, y también el terrorismo de Estado, que conmemoramos porque no “dejan de pasar” ? Enzo Traverso cree que la focalización obsesiva del lugar de la Shoah en nuestra memoria global se agranda a medida que ese genocidio paradigmático se aleja en el tiempo. Respecto a la memoria centenaria del pogromo porteño, creo que desafortunadamente aconteció exactamente a la inversa. Por eso, a los cien años de la Semana Trágica debemos formularnos seriamente algunas preguntas fundamentales que hizo el filósofo Paul Ricoeur sobre la memoria y el olvido: ¿Cómo se pueden asumir las memorias dolorosas pero lejanas? ¿Cómo se pueden apaciguar? ¿Existe un deber de memoria hacia todas las víctimas?(3).

A diferencia de hipérboles retóricas que provoca la obsesión memorial de la Shoah (museos, monumentos, ceremonias), el centenario de la Semana Trágica es ocasión propicia para volver a conocer mejor, no tanto la masacre o escenas siniestras del pogromo, sino más bien indagar la pérdida, el blanco, la ausencia definitiva de las cosas desaparecidas de las víctimas; también inquirir la razón del olvido de quiénes fueron los victimarios y de sus cómplices estatales.

La teoría de la conspiración y la Semana Trágica
A tal fin, una clave interpretativa muy importante es volver analizar su lógica conspirativa . He aquí mi cuarta hipótesis de trabajo.
Tanto el pogromo perpetrado en barrios judíos desde la noche del 10 de enero por fuerzas del orden y fuerzas parapoliciales que se lanzaron a “la caza del ruso” a través de razias a sus domicilios, como la detención en la vía pública de centenares de judíos –entre ellos Pedro Wald, el dirigente judío del BUND, imputado de ser el supuesto presidente del Soviet maximalista en Argentina-, ponen de manifiesto la naturaleza no solo xenófoba de la conspiración, sino además su inexcusable designio antisemita(4). El ministro de Guerra y nuevo jefe de la Policía, General Elpidio González, denunciaba falsamente haber descubierto el plan de un supuesto soviet maximalista, que se proponía derrocar al gobierno del presidente Irigoyen. El complot estaría dirigido por el renombrado obrero y periodista del Bund (Pinjes o Pinie) Wald, naturalizado argentino desde 1917.
La traducción del testimonio en ídish de P. Wald (Koschmar ,1929), escrito en clave sarcástico grotesco de un cronista –personaje que conviven en la auto-ficción- será publicado sesenta años después (Pesadillas, 1987). La lúcida «Nota preliminar» de Pedro Orgambide destaca que el libro «parece anticipar la técnica de la real fiction (Truman Capote) y, entre nosotros, los memorables trabajos de Rodolfo Walsh”(5).
Así, el cronista-personaje relata la acusación contra los conjurados del “triunvirato del Soviet maximalista” mientras su “presidente” era torturado:
““En mi cabeza seguían resonando las frases: «Conjura maximalista», «dictador», «presidente», «bomba», yo había bebido sangre … como señal del juramento que había prestado al hacerme cargo del liderazgo del levantamiento (…)”. El presidente es el que ha lanzado la primera bomba y bebió la sangre del soldado, cuyo cuerpo se hizo pedazos. De pronto, mi boca ensangrentada había reventado: Estallé en risa“ (Pesadillas, (p. 43,44).

El testimonio de Wald demuestra que el ensañamiento contra los supuestos “conspiradores” rusos judíos, fue ejecutado por las fuerzas del orden y por las instituciones oficiales de la represión estatal. Desde su detención, junto con su compañera Rosa Einstein, Wald será trasladado primeramente a la comisaría séptima donde fue brutalmente torturado; luego trasladado al Departamento de Policía, y unos días después lo llevan al cuartel de bomberos, para finalmente comparecer en el Palacio de Justicia. El último retorno al Departamento de Policía será previo a su excarcelación. Al cronista–personaje se lo somete a nueve interrogatorios, sólo dos a cargo de un juez, pero logra sobrevivir a tres sesiones de tortura.
Contrariamente a la memoria de dirigentes juveniles del establishment judío que procuraban exculpar al General Dellepiane y al Ejército por la represión(6), el testimonio de Wald es categórico. La responsabilidad por la violencia antisemita durante la Semana Trágica no estuvo limitada solo a las guardias blancas civiles: es legítimo caracterizar la persecución de antisemitismo estatal(7).

El Estado Yrigoyenista y su responsabilidad por la violencia
Edgardo Bilsky ha demostrado que, más allá del rol de la policía en los sucesos de enero, existió responsabilidad gubernamental al poner en marcha tal operación para hacer creer a la población que las protestas sindicales formaban parte de una conspiración internacional ruso-judía destinada a establecer un régimen soviético en la Argentina. La aceptada credibilidad de la conjura facilitó que, durante tres días, la comunidad judía sufriera el más terrible pogromo conocido hasta entonces por fuerzas de seguridad y de fuerzas civiles parapoliciales. Además de los individuos asesinados, heridos y mutilados, y de la destrucción de propiedades, numerosos judíos procedentes de Europa Oriental fueron detenidos y torturados, entre ellos el citado periodista Wald, Juan Zelestuk y Sergio Suslow, a quienes se acusaba, respectivamente, de ser el “dictador maximalista” del futuro soviet argentino, su jefe de policía y su ministro de Guerra(8).
El presidente del Comité Capital de la Unión Cívica Radical, Pío Zaldúa, lograba reunir unos 2.000 activistas “para defender al gobierno”, y se presume que varios patoteros que salieron a la “caza del ruso” provenían de aquel comité. Ello fue expresado incluso por un delegado al Comité Capital, que se vanaglorió de haber matado a numerosos rusos judíos. Por otra parte, ha sido probado –tal como recuerda el comisario Romariz en sus memorias– que el 11 de enero se autorizó la provisión de armas Colt a cuadros civiles convocados por el Comité Nacional de la UCR para reprimir y hacer razias(9). Cientos de afiliados radicales y de la juventud radical renunciaron por los ”sucesos deplorables de antisemitismo” cometidos por grupos que actuaban bajo la bandera partidaria(10). El 15 de enero, al concluir el pogromo, el Comité Nacional de la UCR intentó desligar responsabilidades, al repudiar la «acción violenta de elementos ajenos al país»(11).
La Prensa ( 13 y 14 de enero de 1919) informaba que los jóvenes de la Liga Patriótica se habían reunido días antes en el Centro Naval, donde recibieron instrucción militar y una arenga del contralmirante O’Connor que terminó diciendo que “si los rusos y catalanes no se atreven a venir al centro, los atacaremos en sus propios barrios”(12). No sorprende, por tanto, que en la noche del 10 de enero, conocida como la noche de las hogueras, se cometieran numerosos asaltos e incendios a comercios y viviendas en los barrios de Once y Villa Crespo, así como a locales sindicales y asociaciones judías(13).
La detención de Pedro Wald “en compañía de otros sujetos que integraban el Soviet” estigmatizó la homologación ‘maximalismo y judío ruso.’ El comisario de la seccional policial séptima informaba al jefe de la División de Orden Social sobre su detención el 12 de enero 1919, por “desorden y portación de armas”, acompañando la nómina de otros individuos de apellidos judíos rusos, a fin de denunciar su ideología, “los que han sido detenidos con motivo del movimiento huelguístico (por) ser la mayoría de ellos anarquistas o maximalistas”(14). Pero a pesar que eran “sindicados como pertenecientes al Soviet que se instauraría en Argentina”, el comisario se abstiene de llamarlos rusos-israelitas, ni tampoco usa el vituperio de ‘judíos rusos’, tal como hacían otros guardias blancos e intelectuales nacionalistas católicos antisemitas(15).
Tal cautela del comisario de la seccional donde estuvo detenido Pedro Wald que se abstuvo de asociar judío con maximalista, contrasta con el desmitificador testimonio que escribió la viajera escritora norteamericana Catherine Creer, testigo casual del drama sufrido por el presunto Presidente judío del Soviet argentino: “Wald no era bolchevique sino un judío inocente sin tendencias radicales que escribía en el periódico judío Die Prese (…)”. Los judíos eran atacados porque se los tomaba por rusos y los rusos eran considerados bolcheviques. Muchas compañías ya habían cesanteado a todos sus empleados rusos y judíos”(16).
Tanto el general Luis Dellepiane, al mando de la II División de Ejército acantonada en Campo de Mayo y a quien el presidente Yrigoyen nombró comandante militar de Buenos Aires, así como el nuevo Jefe de Policía de la Capital, ambos atribuían el maximalismo a ‘judíos rusos’, a pesar de que no criminalizaban a toda la colectividad judía de Buenos Aires. El Jefe de Policía de Buenos Aires, Elpidio González, diferenciaba entre ‘pacíficos y honestos’ componentes de la colectividad judía respecto de sus ‘agitadores anarquistas’ y ‘comités maximalistas’. De manera similar, sofocada la insurrección huelguística, Dellepiane responsabilizaba a “infiltrados” judíos en la insurrección de la Semana Trágica:
No creo que la colectividad israelita tenga nada que hacer con los sucesos acaecidos, pero que sería muy oportuno como he tenido el gusto de manifestar verbalmente a algunos de los señores que me entrevistaron durante los momentos referidos, que la colectividad rechazara enérgicamente de su seno a aquellos aventureros que tratan de infiltrarse en ella medrando de una tolerancia bondadosa que redunda en grave perjuicio de la misma… (17)

La petición ambigua del Comité de la Colectividad y el Jefe de Policía
La “Exposición de algunos de los muchos atropellos contra Instituciones e individuos de la Colectividad”, ambigua petición elevada por el Comité de la Colectividad Israelita al ministro del Interior el 22 de enero 1919 a fin de deslindar responsabilidades de la mayoría de la colectividad, sin embargo exigía justicia. Así, demandaba “ que se identifique a los culpables entre los agentes del orden de las distintas comisarías seccionales y del Departamento Central de Policía”. Elpidio González contraatacaba en su descargo ante un pedido de informes del Subsecretario del Interior:
Sin desconocer la importancia que como factor de progreso puede traer la colectividad, se puede afirmar que no todos sus componentes son de índole pacífica y honesta, pues desde hace tiempo aquella dependencia tiene conocimiento de la intensa agitación anarquista provocada y mantenida por numerosos sujetos de esa nacionalidad y de la propaganda que hasta la fecha, y a raíz de los acontecimientos sociales de Rusia, hacen los agitadores de esa colectividad por medio de conferencias y varios periódicos escritos en idioma ruso y hebreo, conociéndose, además, la ubicación de algunos comités maximalistas frecuentemente concurridos por rusos, israelitas y ortodoxos”(18).
La respuesta del Jefe de Policía se desentendía completamente de los “arrestos innumerables de personas sospechosas de subversivas solamente por su origen ruso”, y perpetrados “por la policía en la Capital y en muchas ciudades de provincia”, hecho denunciado por el Comité de la Colectividad. Convencido “de la actitud sospechosa cuando no francamente hostil de los detenidos”, y del prejuicio de que los ‘judíos rusos’ eran maximalistas, el Jefe de Policía reconocía en el mejor de los casos que hubiera habido “en la vía pública ataques contra ellos por personas ajenas a la policía”; en cambio, sostenía rotundamente “carecer de exactitud las informaciones suministradas de vejámenes que se dicen inferidos por personal de la repartición”. Del Informe al Ministerio del Interior elaborado con los partes diarios suministrados por las seccionales de comisarías donde se produjeron detenciones, González construía el perfil subversivo maximalista de los detenidos. Según el jefe policial, “una apreciable proporción pertenece a la colectividad ruso-israelita, algunos de cuyos componentes tomaron una activa participación en los luctuosos hechos”. Su tipificación de las transgresiones y actos delictivos remitían a un temible complot. Así, la mayoría habrían sido detenidos “cuando disparaban armas de fuego contra fuerzas de la policía y del Ejército”, “cuando hacían propaganda maximalista”, cuando “cometían daños a muebles e inmuebles”, o cuando “demostraban regocijo incitando abiertamente por la revolución social”(19).
Los partes diarios sobre la cantidad de presos judíos y su sobre-representación en el listado de “inmorales y peligrosos” que la Policía de la Capital elevó al Poder Ejecutivo para su deportación, inequívocamente acusaban a los judíos de su supuesta participación en los disturbios violentos de la semana de enero. Un ejemplo de ello se registra en los informes del tiroteo a la Comisaría 21a sobre la cual la multitud avanzaba cuando se dirigía al cementerio de la Chacarita, la Policía también atribuyó el carácter revolucionario de la huelga y dedujo la supuesta conexión con ‘la conspiración judía mundial’(20).
La diferenciación de fronteras –aunque imprecisas– entre los infiltrados maximalistas y el resto de la colectividad que establecía el General Dellepiane, o entre israelitas rusos pacíficos y honestos respecto de aquellos subversivos maximalistas, recalcado por el jefe policial, desaparecía completamente en el diario oficialista La Época; el editorial del 19 de enero extendía la responsabilidad por los atropellos a toda la colectividad judía, aunque sin mencionarla taxativamente. En efecto, la ‘minoría minúscula’ que denunciaba el diario yrigoyenista en porcentajes sobre la población general en base al Censo Nacional de 1914, denotaba eufemísticamente a la población rusa–judía de la Capital y de todo el país:
Una minoría minúscula en las tinieblas prosperó y realizó los atropellos, a los que, con tacto y serenidad, puso coto el Poder Ejecutivo. Y decimos minúscula minoría porque se podría ver del resumen de los componentes de las poblaciones. Los verdaderos autores de los sucesos ocurridos solo representan el 1,18 % de la población de la República y el 1,79% de la Capital(21).
Por su parte, El Pueblo, diario católico integrista de barricada, reproducía todo el texto del cartel pegado en las calles de Buenos Aires firmado por el Comité Pro-Argentinidad, un manifiesto sin necesidad de eufemismos étnico-nacionales, acusando en bloque a los judíos-rusos de haber sido los mentores del complot. Entre los cargos y diatribas del cartel que había sido fijado días antes en las calles para responder a la denuncia del Comité de la Colectividad Israelita, el diario reproducía los siguientes:
Los judíos rusos organizaron y llevaron a cabo la cruenta revolución de 1910 con el fin de hacer fracasar los festejos del centenario. Los judíos rusos son los que han organizado esta revolución que va costando tanta sangre y tantas vidas argentinas. Han sido allanadas innumerables casas de rusos judíos desde las que se tiroteaba cobardemente a nuestros conscriptos y se encontró que eran entonces cantones de anarquistas de judíos rusos y que eran verdaderos arsenales de armas y municiones y de folletos y manifiestos antipatrióticos y ácratas. Se han levantado trincheras en las calles, delante de las que se colocaba a mujeres y niños para balear arteramente a nuestros conscriptos, y los prisioneros tomados en estas trincheras son todos rusos judíos. Han tenido la audacia de asaltar casi toda las comisarías y los prisioneros tomados a los grupos asaltantes son también judíos rusos.

Coda
La acusación de subversivos a los judíos durante la Semana Trágica y a las víctimas judías del terrorismo de Estado pareciera constituir ya un viejo capítulo de la historia contemporánea judía después del acelerado giro de derecha conservadora de las comunidades judías; así caracterizaba Enzo Traverso el agotamiento de la trayectoria brillante de la Modernidad judía europea y su cultura critica progresista durante más de un siglo. Pero si en la actual posmodernidad se habrían clausurado aquellos procesos históricos de convergencia entre los inmigrantes trabajadores judíos con las fuerzas revolucionarias y contestarías en el comienzo de la guerra civil europea, y luego de los años ‘70s en plena Guerra Fría se terminaría la convergencia de numerosos judíos argentinos con organizaciones populares de izquierda, sin embargo, la teoría de la “conjura judía” sigue vivita y coleando. Esa peligrosa lógica conspirativa resucita en coyunturas históricas muy heterogéneas durante el nuevo mileno de nacionalismos radicalizados, tanto en países capitalistas del Primero y Tercer Mundo, como en los ex países comunistas devenidos regímenes autocráticos. La supuesta “conjura judía” resucita para esta inveterada lógica diabólica aún más fuertemente en el actual giro conservador de las diásporas judías latinoamericanas; pese a la suposición de Traverso que presenciamos el fin del antisemitismo, por la emergencia de la islamofobia, como modelador de las culturas xenófobas nacionales, la “conjura judía” no desapareció. Más aún: tal lógica conspirativa se torna muy peligrosa al alimentarse por lo que la socióloga franco-israelí llama la antagónica israelización de las diásporas judías(22), un modo de reformular la idea de Traverso de que la cuestión judía ya había sido estatizada por el nacionalismo colonizador del Estado judío. En síntesis, coincidimos con la interpretación de Daniel Lvovich sobre el Gran Miedo como hipótesis explicativa que habría posibilitado tornar verosímil el rumor acerca de la existencia de una conspiración maximalista durante la Semana Trágica. (Daniel Lvovich, Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina. Buenos Aires: Javier Vergara, 2003, p. 173).

1. Ver el pionero ensayo de Marcel Dimentstein,” En busca de un pogrom perdido: memorias en torno de la Semana Trágica (1919-1999)”, Emmanuel Kahan et al, Marginados y consagrado, Bs. As ,2011, pp.121-143.
2. Daniel Levy, Nathan Sznajder “Memory Unbound The Holocaust and the Formation of Cosmopolitan Memory”, European Journal of Social Theory, Vol 5, Issue 1, 2002.
3. Paul Ricoeur, La memoria. La historia, el olvido,. Ed. Trotta, 2010.
4. Véase el intento de Naúm Solonimsky de relacionar el antisemitismo argentino de 1919 en paradigma conforme a la cuestión judía de los pogromos europeos, La Semana Trágica. Buenos Aires: Biblioteca Popular Judía, 1971.
5. El testimonio de Wald, en su auto-ficción, Pesadillas (traducción de la edición ídish de 1929 por Simja Sneh), fue publicada por primera vez en castellano en Crónicas judeo-argentinas. Buenos Aires: Editorial Milá & AMIA, 1987. En 1998, Pedro Orgambide utilizó la misma traducción para reeditarlo con el título Pesadilla. Una novela de la Semana Trágica, precedido por un prólogo suyo, en la colección “Los Precursores” de la editorial rosarina Ameghino.
6. La carta del General Dellepiane dirigida a Manuel Bronstein, joven dirigente del Centro Juventud Israelita, aseguraba que el Ejército no había participado en los desmanes antijudíos. Carta del 22.
7. Haim Avni, “¿Antisemitismo estatal en Argentina? (A propósito de los sucesos de la Semana Trágica, enero 1919)”, Coloquio, No.8, 1982, pp 49-67.
8. Horacio Ricardo Silva, Días rojos, verano negro. La semana trágica de enero 1919 de Buenos Aires. Buenos Aires: Libros de Amarres, 2011, pp. 218-19.
9. Comisario José Gomáriz, La Semana Trágica. Relato de los hechos sangrientos de 1919. Buenos Aires: Hemisferio, 1952.
10. El Diario, 23 de enero de 1919; La Vanguardia 24 de enero de 1919, citados por Pablo R. Firman, “A 80 años de la Semana Trágica. Pogrom en Buenos Aires”, http://www.geocities.com/Ca…ill/Senate/11 37/desaparecidos/pogrom.html
11. La Prensa, 18 de enero de 1919.
12. La Vanguardia, 12 de enero de 1919, p. 4. El 15 de enero, los “Defensores del Orden” reclutados y adiestrados en el Centro Naval, tomaron el nombre de “Guardia Cívica.”
13. Ver el testimonio sobre el pogromo en las memorias del escritor nacionalista Juan Carulla, Al filo del medio siglo. Buenos Aires: Huemul, 1964; un testimonio del periodista y maestro judío José Mendelshon en Naúm Solominsky, La Semana Trágica, op.cit. Según algunos autores, La Liga Patriótica, fundada después de sofocada la insurrección obrera de la Semana Trágica, no habría participado en el pogromo. Ver Sandra Mcgee Deutsch, “The Argentine Right and the Jews ,1919-1933”. Journal of Latin American Studies, 18 (1984): 113-134, y de la misma autora Contrarrevolución en la Argentina 1900-1932. La Liga Patriótica Argentina. Quilmes: Editorial Universidad Nacional de Quilmes, 2003.
14. La Nación, 13 de enero de 1919, titulaba de modo sensacionalista “Descubrimiento de un plan maximalista en Montevideo – Proyecto de ejecución en ambas márgenes del Plata – Plan subversivo”, haciéndose eco de un inventado plan insurreccional que se tramaría en la República de Uruguay.
15. Archivo General de la Policía Federal Argentina, 1919, Seccional 7, Libro de Presos, C. No 264, p. 110. El presunto futuro ministro de Guerra se llamaba Iván Celestink, quien será deportado junto otros maximalistas. Véase el listado de judíos rusos a ser deportados en Federico Rivanera Carlés, El judaísmo y la Semana Trágica. La verdadera historia de los sucesos de enero de 1919. Instituto de Investigaciones sobre la Cuestión Judía, 1986, p. 218.
16. Katherine S. Dreier, Cinco meses en Argentina desde el punto de vista de una mujer (1918 a 1919), Santiago de Chile, Cuarto Propio, 2016. Edición de María Gabriela Mizraje, cap. “La huelga general, Buenos Aires, enero de 1919”.
17. Vida Nuestra, Año II, No 8 (febrero de 1919): 160-70.
18. Informe del Jefe de Policía Elpidio González al Sub-secretario del Interior Alfredo Espeche respecto las denuncias del Comité Israelita. Archivo General de la Nación, Ministerio del Interior, 1919, L 5, E 858.
19. Informe de Elpidio González al Sub-secretario del Interior, Alfredo Espeche.
20. De un total de 139 prontuariados en el listado policial, el 46 % eran judíos. Archivo de la Policía Federal Argentina, Sección 1, Libro de Presos N0 4, pp. 44-46, citado por Rivanera Carlés, El judaísmo y la Semana Trágica, p. 266.
21. La Época, 19 de enero de 1919. El diario publicaba una tabla indicativa de la composición de la población según nacionalidad, correspondiente al censo nacional de población de 1914.
22. Eva Illuz, :” L’état d’Israël contre le peuple juif”, Haaretz,13 setiembre 2018.