Shtisel

La serie israelí recientemente incorporada a Netflix muestra de manera entrañable la manera en que sus protagonistas, judíos ultraortodoxos de Mea Shearim, viven el amor, las ilusiones, los vínculos y las pérdidas.
Por Laura Haimovichi

Retrato íntimo y muy disfrutable de una familia con gran arraigo en las tradiciones religiosas judías, Shtisel es la puerta de entrada a un universo invisible a los ojos de la mayoría de los televidentes. Sin embargo, aunque sus protagonistas son judíos ultraortodoxos y por lo tanto muy diferentes del resto de los mortales o de otros miembros de la comunidad, la historia que cuenta esta serie no hace hincapié en sus hábitos litúrgicos y sus prácticas de la doctrina talmúdica. No, aunque el dogma lo atraviesa todo, Shtisel se encamina a mostrar cómo sus protagonistas viven el amor, las ilusiones, los vínculos y las pérdidas. Así, la serie se convierte en un material cercano, entrañable y no a años luz de la mayoría de los televidentes, como podría suponer el prejuicio más corriente. Y aunque fue estrenada en 2013 en Israel, de donde es oriunda, desde el mes pasado podemos verla por Netflix.
Dirigida por Alon Zingman y multipremiada en su país de origen, con un tiempo pausado similar al que deben vivir los haredi –los que temen a Dios- en su vida cotidiana, lejos de la prisa que imponen las grandes ciudades del capitalismo global, la historia transcurre en la actualidad en Mea Shearim, el barrio más emblemático de los observantes a rajatabla de la Torá, en Jerusalén.
El punto de partida es que Shúlem Shtisel (Dov Glickman) el terco patriarca de la familia protagónica, está por conmemorar el primer aniversario de la muerte de su esposa. Su hija Gitti (Neta Riskin) tiene que enfrentar sola la crianza y manutención de sus cuatro hijos, ya que su marido encuentra un trabajo como matadero kosher en Argentina y desaparece. El otro hijo de Shúlem, Zvi Arie, espera obtener un buen trabajo en la yeshivá, la escuela talmúdica donde estudió, pero no le será fácil por las presiones familiares, la falta de sueño y la obsesión de su mujer sobre la existencia de un ratón en la casa. Finalmente, Akiva (Michael Aloni), el guapo benjamín que como potencial artista visual adora pintar lemures en lienzos, es el único que permanece soltero, se rebela contra la posibilidad de un matrimonio arreglado y se enamora locamente de una mujer mayor que él, Elisheva (Ayelet Zurer).
Detrás de esa alteridad que les otorga el uso de ropas largas y oscuras, tirabuzones en el cabello de los hombres o pelucas para las mujeres, los personajes de Shtisel tienen que enfrentar los mismos problemas que impulsa cualquier drama de ficción: las relaciones de pareja, la educación de los hijos, la búsqueda de un lugar propio, la lucha por una vida digna. Y, lejos de una crítica o un cuestionamiento al estilo de vida que impone su fe, acá se da por sentado que ese es el marco y nadie hará nada por modificarlo o intentar escapar. No es el propósito de la historia.
Para que la narración resulte más auténtica, el director y los actores pasaron Shabats con familias haredi en el vecindario y estudiaron idish. La serie incluye este idioma tanto como el hebreo. Los autores, Ori Elon y Yehonatan Indursky, transcurrieron sus infancias en hogares similares a los que se muestran en Shtisel y es evidente que esa fue su fuente porque el guión está escrito con amor y respeto.
“Crees que la serie te expondrá a un mundo lejano y exótico pero te encuentras inmerso en la energía del programa”, señaló Dikla Barkai, una de sus productoras.
Como su hijo Akiva, con quien comparte la vivienda, Shúlem tiene una gran fragilidad emocional y hace todo lo posible por salir de la soledad. Es torpe y algo rígido pero con buen sentido del humor. Su madre, la tierna bobe, vive en un hogar para personas mayores donde descubre la televisión y de ese modo entra en contacto con el mundo exterior.
Aunque el tono general de la serie es realista, hay momentos mágicos, como el encuentro de Akiva con su madre muerta con el fondo de la nieve. Estos sueños se repetirán a lo largo de la serie. Akiva es un personaje que lucha suavemente por preservar su singularidad frente a la comunidad. La dimensión onírica también aparece en los diálogos que a menudo mantiene en la cocina de su hogar Elisheva con los dos maridos que tuvo y que la dejaron viuda.
Bienvenido el mundo despojado y algo ingenuo de los Shtisel en un presente cada vez más cínico. Ante una abrumadora oferta de series sobre psicópatas y poderosos, esta tira televisiva que aborda los sentimientos sin mayores pretensiones y siendo fidedigna al universo ortodoxo que retrata, se destaca como una pequeña piedra preciosa. Y entretiene.