Caso AMIA:

Un nuevo e insólito hallazgo

El caso AMIA no deja de sorprendernos. Las investigaciones hasta el momento, transcurridos ya 11 años, sólo han llegado a la certeza que la AMIA fue demolida por una explosión. Conclusión que pudo ser determinada a la 9 y 53 minutos del 18 de julio de 1994, pero que los avatares investigativos han dejado como único hecho cierto... hasta ahora...

Por Hugo Presman

Una infinidad de pistas falsas, pruebas plantadas e interpretaciones antojadizas surcan un expediente de miles y miles de folios.
Pero un insólito hallazgo, parece destinado a esclarecer definitivamente el hecho con la misma precisión que las pruebas exhibidas por el entonces juez Juan José Galeano y otros funcionarios que exhibieron recientes hallazgos.
Todo se desarrolló, como no podía ser de otra manera, en forma fortuita: la rotura de un caño en el moderno edificio de la AMIA, construido en el mismo terreno donde se levantaba el anterior, objeto del atentado, llevó a que los plomeros tuvieran que realizar una excavación de dos metros de ancho por tres de profundidad.
De pronto, uno de los trabajadores, encontró un tubo de los utilizados para guardar planos o títulos profesionales, de color azul, aplastado en uno de los extremos, que fue entregado a las autoridades de la casa. Grande sería la sorpresa cuando, al abrir el mismo, se encontró el testamento del conductor suicida, que para facilitar la posibilidad de falsas interpretaciones o demoras en la traducción y las investigaciones posteriores, se tomó el trabajo de hacer una versión en castellano. También se encontró su pasaporte.
En sus aspectos centrales, el firmante Mohamed Fatula, se asume como único autor y responsable del atentado, cuya planificación le llevó los últimos diez años de su vida. Nació en Teherán, vivió su niñez en Damasco, pasó unos años en Tel Aviv, su adolescencia en Nueva York y en sus vacaciones solía veranear en la Franja de Gaza. Era soltero y virgen, con lo que pensaba encontrar mujeres en la misma situación con quienes fraternizar en el Paraíso.
Inmediatamente se han tejido diversas hipótesis sobre los intereses que se han movido detrás del atentado, dado los distintos países por donde discurrió la vida del conductor suicida. Lo que queda en claro es que no hay cómplices locales, salvo el traductor al castellano de su testamento.
Quedó así esclarecido totalmente, mediante éste insólito hallazgo, y en forma accidental, el atentado que costara la vida a 85 personas.
Indudablemente siempre habrá pesimistas que pondrán en duda la forma, el momento y la prueba:

– ¿Cómo no se encontró este tubo cuando se limpió la zona para realizar la construcción del nuevo edificio? – ¿Cómo se pudo conservar en tan buen estado después de once años?

Incrédulos siempre habrá.
Aún hoy hay quienes intentan socavar la versión oficial de la muerte de John Fitzgerald Kennedy, debida a un solo y único ejecutor, como en este caso. O más recientemente, una explosión ocasional como la de Río Tercero, a la que el entonces Presidente Carlos Menem atribuyó inmediatamente a un hecho fortuito con la misma seguridad que nos ofrece hoy el testamento encontrado en la AMIA.
O los muchos suicidas con mano invertida que enterró la década de los noventa.

Hay algunos descreídos que hacen un juego de palabras. Dicen que si el hallazgo fue hecho por unos plomeros, es evidente que es una investigación que hace agua. A esto sólo puede responderse con la muletilla de un hombre que hizo de la palabra un verdadero sacramento, como el entonces Presidente riojano, quien en ocasiones afirmaba: “es una burda patraña”.
Lo que no consiguió el juez Juan José Galeano, investigadores varios y autores de múltiples libros, lo han conseguido estos esforzados plomeros, cuyos pedidos de anonimato nos impide hacer público sus nombres.

Un haz de luz está iluminando once años de encubrimientos. Como en las novelas de Agatha Christie, las evidencias estaban a la vista, en este caso a ras del piso.
La justicia es lenta porque siempre tiene pérdidas cuando le falla el cuerito. Por eso, lo que parece aleatorio y circunstancial, responde a la más diáfana lógica aristotélica.
Como diría Sherlock Holmes: “Elemental Watson”.