La población judía de Argentina había crecido significativamente en las primeras dos décadas del siglo. Aunque no existen datos fidedignos sobre el número de la población judía en 1919, el Comité de la Colectividad Israelita decía, tras las persecuciones antisemitas, representar a 150.000 personas. En la ciudad de Buenos Aires los judíos se asentaron en algunos barrios, en particular el de Once, y se desempeñaron como artesanos, comerciantes y obreros, desarrollándose entre estos últimos una intensa actividad asociativa, política y sindical.
En el barrio de Once se desarrollaron los principales sucesos de persecución específicamente antisemita, ya que aunque trabajadores israelitas sufrieron la represión ocurrida durante el cortejo fúnebre del día 9 de enero -registrándose en la ocasión al menos un muerto perteneciente a la organización Avangard- en la ocasión fueron atacados en tanto manifestantes y no debido a su condición judía.
Todos los relatos coinciden en destacar la barbarie de los ataques que se desarrollaron en el barrio del Once. Ante la pasividad policial, fueron saqueados los locales de la Organización Teatral Israelita, Avangard y Poalei Sión, en la que funcionaban también los centros de los obreros panaderos y peleteros judíos. Sus muebles, archivos y bibliotecas fueron quemados y las personas que allí se encontraban resultaron apaleadas. Los ataques se extendieron pronto a todo el barrio, protagonizados por civiles, policías y soldados que disparaban contra los transeúntes, asesinando a varios de ellos. Son numerosos los testimonios sobre las torturas a que los judíos fueron sometidos en las calles y el Departamento Central de Policía, los ataques e incendios de casas y comercios del barrio, las humillaciones a que fueron sometidos hombres, mujeres, jóvenes y ancianos. Recordemos la descripción de Juan Carulla sobre la situación en el barrio de Once:
«En medio de la calle ardían varias piras formadas con libros y trastos viejos, entre los cuales podían reconocerse sillas, mesas y otros enseres domésticos, y las llamas iluminaban tétricamente la noche destacando con rojizo resplandor los rostros de una multitud gesticulante y estremecida. Me abrí camino y pude ver que a pocos pasos de allí se luchaba dentro y fuera de los edificios. Inquirí y supe que se trataba de un comerciante judío al que se culpaba de hacer propaganda comunista. Me pareció, sin embargo, que el cruel castigo se hacía extensivo a otros hogares hebreos. El ruido de muebles y cajones violentamente arrojados a la calle, se mezclaban con gritos de ‘ ¡Mueran los judíos! ‘, ‘¡Mueran los maximalistas!’. De rato en rato pasaban a mi vera viejos barbudos y mujeres desgreñadas. Nunca olvidaré el rostro cárdeno y la mirada suplicante de uno de ellos al que arrastraban un par de mozalbetes, así como el de un niño sollozante que se aferraba a la vieja levita negra, ya desgarrada, de otro de aquellos pobres diablos…» (Juan Carulla, Al filo del siglo y medio, Buenos Aires, Huemul, 1964, p. 219. Edgardo).
Como en todos los casos de la Semana Trágica, el saldo de víctimas judías no ha quedado esclarecido. Según la exposición que el Comité de la Colectividad Israelita elevó a las autoridades, hubo “pocos muertos y millares de heridos”, aunque según otras fuentes esta lista era muy incompleta, Según fuentes policiales, sobre un total de 3.578 detenidos en la ciudad de Buenos Aires, 560 eran judíos. La proporción cercana al 16% de los detenidos implica una notable sobrerepresentación de los israelitas entre los detenidos.
¿Por qué?
Las explicaciones que se han vertido sobre las causas de las persecuciones antisemitas resultan múltiples. En un primer nivel, que atiende a las causas inmediatas, se sitúa la difusión de la fantasía conspirativa contenida en la denuncia del complot maximalista en Argentina y Uruguay. Su corolario fue la detención de Pedro Wald -joven judío emigrado de Rusia, dirigente del Bund – a quien la policía atribuyó ser el Presidente del Soviet argentino, junto a su novia y varios de sus supuestos ministros. En una perspectiva de más largo plazo, Edgardo Bilsky señala como antecedentes de estas persecuciones los sentimientos adversos a los israelitas que había despertado en la élite porteña el atentado de Simón Radowitzky; y su plasmación en las persecuciones a los judíos -en el contexto de la represión a los trabajadores de 1910- y la prédica antisemita de la Iglesia, a lo que agrega que el temor a la revolución rusa aumentó la tendencia preexistente a asimilar judíos con rusos, y a ambos con el maximalismo. Sin embargo, aunque la identificación entre judío, ruso y maximalista resultó evidentemente determinante en la ocasión, su sola enunciación no explica por si misma su efectividad. Recordemos que simultáneamente a la Semana Trágica, se desarrollaba en Alemania el movimiento Espartaquista, que despertó los temores de la élite argentina tanto como la revolución rusa. Sin embargo, no existe constancia alguna de que en Buenos Aires se haya perseguido a los alemanes en su conjunto por considerárselos agentes del movimiento de Rosa Luxemburgo y Karl Liebknecht.
Por eso, la explicación se completa considerando en el largo plazo la extensión de tesis conspirativas que relacionaran a los judíos con las revoluciones sociales. Teniendo en cuenta este factor, resulta más comprensible la difusión de la ecuación que identificaba a los judíos con los maximalistas -ya que esta equiparación se asentaría sobre una tradición previa- y la observación acerca de la precedencia del antisemitismo se reforzaría, ya que en tal perspectiva la visión del colectivo de los judíos como un grupo de características conspirativas estaría ya cimentada. En el seno de algunas corrientes católicas y conservadoras estas creencias estaban difundidas y asentadas desde un largo período previo a 1919.
¿Quiénes?
¿Quiénes participaron de los ataques contra la población judía de Buenos Aires? En primer lugar, las fuerzas militares y policiales. Ante la gravedad de las características de la intervención policial, el día 13 de enero el general Dellepiane envió una circular a las comisarías ordenando que se estableciera una perfecta distinción “…entre los criminales a los que se está persiguiendo y los pacíficos miembros de la comunidad israelita”. En relación a las persecuciones policiales resulta revelador el testimonio incluido en la nómina de atropellos contra instituciones e individuos judíos presentada por el Comité de la Colectividad Israelita al Ministro del Interior. En referencia al asalto al local de Poale Sión el documento describía que:
“El viernes 10 de enero a las 6 p.m. llegó frente al local de esta organización, Ecuador 645, un grupo de particulares armados con revólveres y palos, y encabezados por agentes de policía y conscriptos. Desde la calle hicieron una descarga al interior del local. Luego forzaron las puertas y ventanas y, posesionados del local, destruyeron todos sus objetos: muebles, ventanas, puertas y persianas, y quemaron la biblioteca (…) Al mismo tiempo, vigilantes y particulares invadieron las habitaciones de los vecinos de la casa, disparando sus armas, golpeando con los sables y las culatas de los máuseres a cuanta persona, hombres, mujeres y niños encontraron a mano. Acto continuo todos los hombres fueron detenidos y conducidos a la comisaría 7ª, siendo todos ellos cruelmente maltratados en todo el trayecto y en la misma comisaría. De aquí los trasladaron a la 9ª. Cuando se produjo el ataque al local, sus moradores llamaron auxilio de la comisaría 7ª, de donde se les contestó ‘que los manifestantes saben lo que hacen’”.
La responsabilidad policial y militar se extendía en la denuncia a los 71 casos que se presentaban de ciudadanos israelitas heridos, golpeados y torturados por los uniformados en la calle o en las comisarías. En su descargo, el Jefe de la Policía de la Capital recurría a la imagen del judío revolucionario como explicación de los sucesos de enero, señalando que entre los detenidos “… una apreciable proporción pertenece a la colectividad ruso israelita, algunos de cuyos componentes tuvieron activa participación en los luctuosos hechos” e informando que en el ataque a la Iglesia de Jesús Sacramentado y los asaltos a varias armerías “figuraban varios anarquistas rusos”. En relación a los vejámenes recibidos en el trayecto entre las comisarías, el Jefe de Policía negaba toda responsabilidad de sus hombres, aunque admitía que resultaba posible que “la efervescencia popular propia del momento y la actitud sospechosa cuando no francamente hostil de los detenidos, haya determinado ataques contra ellos, antes de que la intervención de la policía pudiera evitarlos.” En sus afirmaciones respecto de los 71 casos denunciados por el Comité, el jefe policial señalaba que todos ellos habían sido detenidos mientras disparaban, distribuían propaganda maximalista o vivaban a la revolución social, y explicaba sus heridas como un resultado de los combates en los que afirmaba que habían participado.
Por otra parte, muchos testimonios señalaron la presencia entre los atacantes de grupos del partido radical. También actuaron en la ocasión Guardias Blancas, formadas por jóvenes de la élite y adiestradas por oficiales de la Marina. La Vanguardia decía al respecto el 12 de enero de 1919:
“Los oficiales de marina en actividad y retirados que allí [en el Centro Naval] pasan sus ocios resolvieron, entonces, salvar ellos también a la patria, celebrando una gran tenida en la esquina del local, en Córdoba y Florida. Pidieron consejo al senador Melo, quien en ‘vibrante arenga’ los invitó a respetar los derechos legítimos, pero a no tolerar que las multitudes se alcen contra esto y aquello y lo de más allá. Habló luego el contraalmirante O’Connor, como si estuviera convencido que Buenos Aires, por el hecho de haberse cruzado de brazos sus trabajadores y parado su tráfico por breves días, se ha convertido en Petrograd en noviembre de 1917, y terminó su peroración dando cita a los presentes para el día siguiente a las nueve, a fin de ir a buscar a ‘esos rusos y catalanes’ en sus propios barrios, si éstos no iban a buscar a ellos. Hemos recibido versiones concordantes de este discurso de varios testigos presenciales”.
En la prensa de Buenos Aires vinculada a la Iglesia no existen referencias directas que permitan considerar la participación católica en las Guardias Blancas. Sin embargo, durante la Semana Trágica El Pueblo, que no informaba sobre las persecuciones antisemitas, llamó a sus lectores a concentrarse en las instituciones católicas para defenderlas de los ataques que pudieran sufrir. En un estilo más directo, el vocero de los católicos rosarinos convocaba a similar tarea, recomendando que no se escatimaran las armas ni la pólvora.
Mirada en su conjunto, la Semana Trágica resulto uno de los episodios represivos más graves de la historia argentina contemporánea, de cuyo marco resultan inescindibles las persecuciones sufridos en enero de 1919 por los judíos de Buenos Aires.
* Doctor en Historia (UNLP). Docente e Investigador en la Universidad Nacional de Gral. Sarmiento y CONICET.