Por intermedio de su hijo, Lale Sokolov conoció a Heather Morris, una neozelandesa residente en Australia, quien a comienzos de este siglo era una aspirante a guionista profesional que trabajaba en el departamento de Trabajo Social de un centro médico en Melbourne. Lo primero que Lale le dijo a Heather fue que no tenía mucho tiempo. Heather recuerda haberle preguntado si tenía que ir a algún lugar, y Lale asintió: ‘Sí. Necesito estar con Gita’.
Lale falleció en 2006 y Heather transformó su historia, cuya veracidad y exactitud fueron constatadas por un equipo de historiadores, en un éxito internacional de ventas. El Tatuador se encuentra actualmente en la lista de best sellers del New York Times, y continúa recibiendo excelentes reseñas internacionales. Planeta Libros publicó la novela en español a principios de este año.
-¿Cómo te impactó a nivel personal contar esta historia? ¿Cómo cambia a un autor involucrarse con una narrativa de este tipo?
-Contar esta historia ha cambiado mi vida en muchísimas formas. Está el lado glamoroso por el cual viajo extensamente tanto por Australia como internacionalmente promoviendo el libro, conociendo a sobrevivientes del Holocausto impresionantes o a familiares de sobrevivientes y escuchando sus historias. Desde el momento en que Lale comenzó a desahogarse y a contarme sus secretos más profundos y sus memorias, me comprometí a contar su historia de forma veraz y honrándolo no sólo a él y a Gita, sino también a todos los que sobrevivieron, y los que no. Se ha transformado en una responsabilidad que me honra haber aceptado.
-Después de todos estos años, ¿qué es lo más ha permanecido en tu mente sobre la historia de Lale?
-Lo que más ha permanecido en mi mente de mis tres años con Lale fue su eterno optimismo; a pesar del mal que experimentó y del que fue testigo, tenía la esperanza de que la humanidad prevalecería, de que había más gente buena que gente mala, y conoció a mucha gente buena.
-¿Por qué crees que Lale te eligió para contar esta historia?
-Nos conocimos y conectamos. Pasé muchos meses simplemente escuchándolo, jamás poniéndole ninguna presión para contarme nada que no quisiera. Un día uno de sus perros le trajo una pelota de tenis para jugar. Lale trató de quitársela de la boca, pero la perra gruñó. Intentó de nuevo y la perra gruño una vez más. Después, la perra puso su cabeza sobre mi regazo y yo logré sacarle la pelota de la boca para tirársela. Ese fue el día que Lale me dijo: ‘Le gustas a mis perros, me gustas a mí, puedes contar mi historia’. Y fue entonces cuando realmente empezó a ofrecerme información detallada.
-Cuentas la historia de Lale en una forma medida, lo cual ejerce un impacto tremendo en el lector. ¿Fue una decisión consciente contar la historia a través de una prosa minimalista para no dejar que se entrometiera tu propia voz?
-Absolutamente. Quería que el lector no tuviera idea alguna de mí. Quería que escuchara solamente la voz de Lale. También quería contar la historia bastante sencillamente, sin embellecimientos ni exageraciones. En particular, no quería entrar demasiado en el horror que existía en el campo de concentración, por temor a que fuera una distracción de la historia de amor que estaba contando. Esos detalles están disponibles en otros libros.
-¿Cuánta libertad artística te tomaste?
-Tuve que crear el diálogo entre gente que no fuera Lale. Tuve que darles nombres a algunos personajes, por ejemplo, a los hombres que jugaban al fútbol con Lale, porque él no podía recordar sus nombres.
-La relación con Baretski, el oficial SS que supervisaba a Lale, era compleja, por decirlo suavemente (NdA: Baretski era mayormente sádico y perverso, pero existieron instancias de favores mutuos). ¿Dirías que este tipo de relaciones eran comunes? ¿Cómo se sintió Lale al enterarse del suicidio de Baretski, del que se enteró a través de tu investigación?
-Lale me describió a Baretski como un patán sin educación, una persona a la que Lale aprendió a manipular al decirle lo que el SS quería escuchar. Aunque este tipo de relaciones no eran comunes, existían otras relaciones entre prisioneros y guardias en donde algo podía ser ganado por ambas partes. Lale estaba muy contento cuando se enteró de que Baretski había sido sentenciado a cadena perpetua. No le resultó sorprendente que Baretski hubiese elegido acabar con su propia vida.
-Las secciones sobre Mengele son increíblemente confrontadoras. ¿Cómo se comportó Lale al contarte esto? ¿Cómo puede un ser humano lidiar con la memoria de estos horrores?
-Fue casi un año después de hacernos amigos que Lale me habló de Mengele. Mengele era la persona en el campo a la que Lale mas temía. Lale se ponía visiblemente mal cuando me contaba las cosas que vio en el hospital. Por 50 años, Lale eligió no pensar sobre Mengele, y fue capaz de hacer esto en forma exitosa, hasta que fue importante, y necesitó incorporarlo en su historia.
-Raramente han sido las experiencias de las mujeres parte de la narrativa del Holocausto. Tu novela, sin embargo, destaca los horrores particulares que experimentaron las mujeres en los campos de concentración, y toca el tema de la violación de mujeres judías por nazis. ¿Te sorprendió enterarte de estos hechos?
-Sí y no. Sí, fue shockeante escuchar sobre estos abusos de alguien que los vivió de cerca y ver la angustia que le causaba a Lale contar estos hechos. No, porque había leído que este tipo de cosas suceden en todas las esferas bélicas al día de hoy.
-¿Por qué crees que el hecho de que no seas judía no le importaba a Lale?
El hecho de que yo no fuera judía era extremadamente importante para Lale. Él quería contarle su historia a alguien que no tuviera ninguna conexión familiar con el Holocausto, ningún bagaje sobre esa época que pudiera influenciar la escritura de su historia. Lale era extremadamente liberal en su visión sobre todas las personas. La raza, la religión, la etnicidad… no le importaban nada. Su amistad con los gitanos en Auschwitz es un caso en cuestión, y la enorme angustia que le causó cuando se los llevaron a todos una noche y los asesinaron. Lale me dijo ‘todos sangramos el mismo color rojo cuando nos disparan’.