Al menos en el terreno de la gestualidad, algo ha cambiado. El análisis comparativo permite corroborar que el actual Macri dista de aquel que asumiera, exultante y feliz, en diciembre de 2015. El contratista devenido político llegó surfeando sobre la cresta de una ola que lo depositó en el cargo de mayor responsabilidad institucional previsto por la Constitución Nacional. Seguro de sí mismo, afirmado en sus convicciones, ofreció al electorado un “recetario sencillo” para resolver una serie de problemas que fueron diagnosticados e instalados como acuciantes. Era sólo cuestión de “confiar”, de “tener fe y esperanza” para “lograr esa Argentina que todos soñamos.” Lo asistía en su tarea “el mejor equipo de los últimos 50 años.” El Macri de estos días, con casi tres años de presidencia a cuestas, ofrece el espectáculo de un hombre desorientado, poco asentado sobre la realidad, preso de fuerzas que pareciera no comprender, pero que supo desatar con entusiasmo. La cámara, que a todos embellece, no supo mentir el rostro seco presidencial.
En dos discursos emitidos con pocos días de diferencia, Macri pulverizó una a una sus promesas de campaña. Ya no habrá “pobreza cero”, y la devaluación, el endeudamiento récord y los tarifazos son hechos irrefutables; las prometidas inversiones no llegan, y el despegue productivo devino en recesión, desocupación y contracción de la actividad. Con un dolor impostado y guiado por telepronter (“¿Creen que me hace feliz no darle los recursos a la gente que más lo necesita?”, expresó), Macri admitió que la población está pasando dificultades.
El ajuste es cosa de plantas
En reiteradas oportunidades, demasiadas quizás, Macri expresó que “no podemos seguir viviendo por encima de nuestras posibilidades”. Lo hizo en referencia a varias cuestiones: a las cuentas públicas, al saldo del comercio exterior, a los resultados financieros, y a los gastos de las familias. En realidad, la metáfora es amplia, ambigua (puede significar cualquier cosa), pero siempre constituye la antesala de un ajuste descomunal.
¿Qué implica “vivir por encima de nuestras posibilidades”?. Quienes plantean esa figura, lo hacen pensando en el “equilibrio natural” por medio del cual todos los individuos de una especie nacen, se desarrollan, realizan el proceso metabólico que les permite vivir y reproducirse, para luego morir. Por caso, una planta requiere un sustrato rico en minerales, nitrógeno, agua, y la luz solar justa y necesaria para producir su propio alimento mediante el proceso de fotosíntesis. La planta no exige más de lo que necesita. Vive de acuerdo a sus posibilidades… y si esas posibilidades no se presentan, simplemente se marchita y muere.
Las y los seres humanos somos un poco más complejos. Nuestras posibilidades no se limitan a comer, beber, dormir… Esas son las condiciones propias de un cuerpo en estado de coma. Las personas que vivimos en sociedad requerimos algo más: estudiar, leer, bailar, interactuar sexualmente prescindiendo de la reproducción, viajar, contemplar el mar, escalar el Aconcagua, aprender idiomas, festejar nuestros cumpleaños, hablar por teléfono con la bobe, perder tiempo en Facebook, ir a la cancha, al cine, andar en bicicleta, atragantarnos con una serie, jugar al ajedrez, rezar a Dios, drogarnos, beber un buen vino… Es decir, nuestras necesidades y requerimientos superan los límites constrictivos de lo biológico, porque somos seres psicosociales, culturales y políticos. Nadie -salvo un necio sin vuelo ni horizonte puede definir de antemano ese conjunto de necesidades porque, en tanto históricas, son terreno de disputa y acuerdo colectivo.
Gobernar es decidir
El problema es siempre el mismo: cómo distribuir los excedentes del producto social. Propiciar durante un trieno el “negocio” sustentado en el endeudamiento del Estado y la especulación financiera (hoy con una tasa de interés de 60%), al tiempo que se castiga a las mayorías mediante el incremento desbocado de tarifas y transportes, los recortes a las prestaciones previsionales y de salud, la desidia sobre la educación pública en todos sus niveles, paritarias a la baja y una aceleración inflacionaria funcional a la reducción sistemática y constante de los salarios populares, supone una decisión sobre la distribución del ingreso. Porque las sociedades no reparten de manera “natural”. Se trata siempre, más bien, de una solución política.
El ajuste propuesto por Macri pretende convertirnos a todos, a todas, en plantas que se contenten con comer lo básico, y excretar lo mínimo. Por eso está destinado al fracaso.
* El autor es sociólogo y profesor en UBA.