10 años sin Rabin:

La memoria colectiva como territorio de la discordia

12 de Tishrei: fecha en la que estamos redactando esta nota. 12 de Jeshvan: jornada anual conmemorativa del asesinato del Primer Ministro israelí Rabin. Si los lectores de Nueva Sión tienen dificultad en ubicarse en el almanaque, no están solos: para la mayoría de los ciudadanos israelíes, que tampoco se orientan en su quehacer cotidiano por el calendario hebreo, los tres disparos que cambiaron la historia del Estado de Israel se registraron la noche del 4 de noviembre de 1995.

Por Moshé Rozén (Desde Israel, kibutz Nir-Itzjak)

Pero -por normas vigentes desde su fundación- el Estado implementa el calendario judaico para todas sus efemérides; en otras palabras: para amplios sectores laicos, como así también para la minoría árabe, para millares de inmigrantes llegados a en el último decenio y -muy probablemente- para muchos judíos en la Diáspora, no existe una fecha aglutinante.
Es más: las celebraciones rituales -el año nuevo, el Día del Perdón- figuran en todos los calendarios de sinagogas y escuelas judías en Israel y en el mundo. Pero la inclusión del día de recuerdo al asesinado premier no es tan obvia: se lo percibe como un espacio pantanoso. Rabin representa aspiraciones de paz y disposición a renuncias territoriales para lograrla.
Y la gente necesita de días de unión y reunión, no de litigio y discordia…
El historiador Amnón Raz (Universidad Ben-Gurión) aporta otra perspectiva: Raz sostuvo, en un ensayo publicado en noviembre del 2000, al cumplirse cinco años del atentado, que las posiciones en torno al tema desbordan los ribetes políticos-coyunturales, asumiendo contornos de enfrentamiento étnico y cultural: los sectores laicos, de orientación occidental -interesados en recuperar su rol hegemónico en la sociedad israelí- incorporaron al «sabra’ ultimativo, héroe de guerras -Rabin- a un acervo mitológico que no incluye al campo religioso (visualizado erróneamente como un monolítico bloque nacionalista) pero que -también- omite a la vasta y rezagada periferia, de preponderante extracción afroasiática: Raz define esta actitud como «orientalista» y percibe un intenso deseo de perpetuar a Rabin como exponente de un consenso elitista, cerrado a los ciudadanos árabes de Israel como a los judíos arribados del mundo árabe luego de crearse el Estado.

Un lugar para recordar

En septiembre de 1978, Pierre Nora introdujo en «La Nueva Historia» la idea de la memoria colectiva como ladrillo en el edificio de quienes escriben historia: uno de sus componentes es el «lugar de la memoria», los espacios materiales o virtuales que constituyen el patrimonio nacional de mitos y creencias, la tierra sobre la que se desenvuelve el imaginario colectivo.
El lugar donde fue baleado Rabin -al pie de las escaleras de la Municipalidad de Tel-Aviv- todavía no alcanzó el rango de «lugar de la memoria»; ubicado a metros del «Jardín de la Ciudad» -un centro de compras- y de Iben Gabirol, la avenida de las cafeterías, carece de la sacra atmósfera que rodea al Muro de los Lamentos en Jerusalem.
Transcurridos diez años de su asesinato, Rabin, el hombre que consideró la vida y la convivencia como sagradas -y no una porción de tierra que eterniza pasiones de guerra- tampoco cuenta con una fecha y un lugar capaces de honrar su legado.
En Israel la memoria y el olvido son territorios de confusos límites, como corresponde a un país sin fronteras precisas y aceptadas por sus vecinos. Ni siquiera, por gran parte sus propios ciudadanos.