Y esto nada tiene que ver con la religiosidad o no de las naciones, sino con el concepto de barbarie o comprensión y tolerancia con la que la dirigencia del mundo pretende convivir dentro de la comunidad internacional.
Resulta inadmisible considerar estas declaraciones como un simple parloteo politiquero: Ahmadineyad afirmó que Israel debe ser borrado del mapa en un Congreso realizado en instalaciones del Ministerio del Interior iraní, organizado bajo el lema ‘Un mundo sin sionismo’, ante un público joven con formación universitaria, a días de celebrarse -para el mundo musulmán- el Día de Jerusalem y en momentos en que la Autoridad Palestina realiza ingentes esfuerzos para detener la violencia terrorista de su lado en el Medio Oriente. Nada es casualidad entonces, y menos en política.
En momentos en que la política nuclear iraní está sometida a la lupa de la Agencia Internacional (AIEA) y a severas objeciones de algunas potencias (que tampoco deben ser consideradas ingenuas), Irán parece intentar escapar hacia delante tratando de profundizar la brecha política justificándola en la incomprensión del mundo a sus supuestos postulados libertarios y rebeldes.
Por ahora sólo ha cosechado duras observaciones y ninguna medida concreta que les advierta acerca de la imposibilidad fáctica de volver a incurrir en semejantes declaraciones. Lamentablemente, a la fecha, y a la vista de lo sucedido, el experimento les rindió el resultado deseado:
– Ningún organismo internacional ha hecho movimientos significativos en contra de las declaraciones políticas y antisemitas de Mahmud Ahmadineyad.
– Ha cosechado adherentes dentro del mundo occidental como Rusia (cuyo canciller se encargó de aclarar que una cosa es el repudio a los dichos del Presidente iraní y otra el apoyo soviético a su política nuclear) o Venezuela (el Presidente Chávez aseguró que su Gobierno eligió “a Irán como el ejemplo de desarrollo” y se mostró comprometido a “intervenir en el escenario y cumplir con nuestro deber cuando el Gobierno y el pueblo iraní lo vea necesario para defender sus derechos».
– Ni hablar del mundo árabe, de donde no se escuchó ninguna objeción a las declaraciones iraníes, ni siquiera de la sociedad palestina.
– Encontraron aliados en el movimiento ultra religioso judío Natureikarta, quienes fueron tomados como el paradigma de un judaísmo sin sionismo, demostrando, una vez más, cómo los mesianismos se tocan, siempre.
– Fortalecieron las posturas de los halcones de Israel respecto al apoyo recibido (desde Irán) por los grupos extremistas palestinos -por un lado- y respecto al sostenimiento de la propia política nuclear israelí como una clara defensa del peligro iraní en acecho.
En lo que respecta al Gobierno argentino, su respuesta se hizo esperar más de lo que la comunidad judía organizada hubiera deseado.
Lo que Mahmud Ahmadineyad niega, o pretende hacerlo con estas declaraciones, es el reconocimiento de que el judaísmo, hoy y desde la creación del Estado de Israel en particular, es impensable sin el sionismo como un movimiento de liberación e identitario de un pueblo que padeció su Holocausto y otras tragedias. Y esto no es Israel en sí mismo, sino el pueblo judío habite donde habite.
Irán plantó la bandera de un claro desafío a la política internacional. Y el silencio, en este como en muchos otros, no es sinónimo de inocencia.
Nadie puede afirmar que no vio ni escuchó. Sólo nos cabe ver los próximos movimientos para develar para qué lado se encaminan los postulados de las civilizaciones más allá de sus creencias religiosas.
Con las declaraciones de Ahmadineyad, es muy probable que, tarde o temprano, los esfuerzos de paz sean los que estén a punto de ser borrados del mapa.