Educación cívica:

¿Qué enseñamos cuando hablamos de elecciones?

La campaña marcha a ritmo de marketing, encuestas y mucho” look”. Las “chicas” se pelean en primera representando a sus maridos pero del entrevero de cuchillos no reluce ni una idea. Los muchachos (Macri y López), sponsoreados por “las empresas a las que les interesa el país” y sin tanto ruido, van juntando las piezas para reorganizar una derecha coherente en el orden nacional. Lilita, de censora moral, disputa un solitario. No se escuchan promesas ni plataformas electorales. No hay nada para “defraudar” Todas operaciones mediáticas. ¿Y en la escuela qué hacemos para formar en una ciudadanía comprometida con la cosa pública?

Por laura Marrone

Hace algunos años la cuestión era más clara. Después de la dictadura enseñar a votar parecía una construcción de ciudadanía indispensable. Simulacros de votaciones. Un trabajo de investigación sobre las plataformas de los partidos políticos. Entrevistas a los votantes. Estadísticas sobre los resultados. Todo podía ser. Nos acostumbramos a abrir la escuela a lo que pasaba en la sociedad y afrontamos el desafío de no esquivarle a la vida. ¿Quién no sintió orgullo de educar para ejercer el derecho a elegir luego de los temibles años donde el poder se ejercía desde el dominio de las armas?
Después de veintidós años de democracia representativa, la crisis social, la corrupción, seis presidentes, y la pérdida de confianza en las instituciones, la sensación es de hastío.
¿Y en la escuela? La tentación es eludir el tema y seguir con otro contenido.
Lo curioso es que cuando consideramos temas de Ciencias Sociales o Formación Ciudadana como Estado o formas de gobierno, repetimos el preámbulo de la Constitución y el sistema de gobierno de forma casi “natural”, sin vincularlo a una lectura crítica que explique nuestro actual descreimiento. Enunciamos que “el pueblo no delibera ni gobierna sino por medio de sus representantes” del mismo modo que la fotosíntesis.
Es así. Presentamos a la república representativa como “lo más”, parodiando a nuestros alumnos. Para atrás podemos llegar a mostrar las otras formas de gobierno que existieron, pero para adelante parece que con la Constitución del 53 y su reforma del 94 llegamos al “fin de la historia” o sea la forma final de gobierno posible.
Los manuales y libros de texto van en la misma dirección. Algunos presentan una visión aséptica de las formas de gobierno, y de los artículos de la Constitución que la reglamentan como quien describe la clasificación de los vertebrados: una verdadera taxonomía de organismos y funciones, sin conflictos ni contradicciones. Otros tratan de trasmitir sus sentidos y de involucrarnos. Alguna situación problemática de aula de donde se extrae la lección de que el sistema de representación garantiza el orden y la democracia:
“¡Lucía, la delegada decide por todos y lo hará muy bien porque es genial!” (Bonum, 5to grado 1999)

¿Políticos corruptos e instituciones democráticas?

¿Qué construcción hacen nuestros alumnos/as en sus cabezas entre esta idealización de la forma representativa y lo que escuchan en su casa o la tele: “son todos corruptos”, “siempre son los mismos” al mismo tiempo que ven que esos mismos adultos los vuelven a votar?
Entre eludir el tema o seguir escindiendo las personas de las instituciones se nos ocurre que podríamos desafiarnos a abrir el debate incluso a partir de nuestras propias dudas y preocupaciones.
Abordar la reiterada cuestión de la corrupción y del saber popular instaurado “tiene plata porque está en la política” no parece una cuestión menor. Máxime cuando los mecanismos clientelísticos de gobernabilidad con el gobierno de Duhalde primero y Kichner ahora se han extendido. ¿Quién no escuchó hablar en los recreos a sus alumnos de la plata que sacan sus padres como fiscales o de que se cambiaron de comedor porque si no les “quitaban el plan”?
Partir de las representaciones que cada uno de nosotros tenemos sobre las elecciones, y relacionarla con la experiencia que vivimos puede ayudarnos a una lectura crítica del sistema institucional sobre el que se asientan los gobiernos.

Hacerse cargo

Nos hemos acostumbrado a defender el régimen republicano representativo como democrático ‘per se’. Sin embargo, va siendo hora de preguntarnos si no es ese mismo régimen institucional donde “el pueblo no gobierna” sino que delega el poder de decidir todo a unos pocos representantes cada cuatro años en sí mismo, un régimen que genera las condiciones para la corrupción, la manipulación mediática. Un régimen que va creando el paulatino alejamiento de la responsabilidad por la cosa pública que el ciudadano común siente y la consecuente pérdida de control sobre los actos de gobierno. Si Menem vendió al país ¿cuántos votantes se hacen cargo de haberlo llevado al poder dos veces?
El sistema representativo, en realidad, genera las bases para que las personas se corrompan. Una vez conquistado el voto del ciudadano el legislador o gobernante puede actuar según los intereses de las minorías poderosas que controlan el estado comprando las acciones de los políticos en el gobierno. Hemos visto cómo actuaron los capitales privatizantes (españoles, franceses) para lograr las leyes y concesiones que les cedieron el petróleo, la minería o los servicios públicos en condiciones vergonzosas, o el mismo estado cuando desde la SIDE compró el voto de diputados para la Reforma Laboral. (Ley Banelco) Pero este fenómeno no tiene patente en Argentina. Basta mirar el escándalo que hoy corroe a Lula en Brasil o está en las bases del negocio petrolero en la Guerra de EEUU a Irak.
Si hacemos un poco de historia recordaremos que el régimen representativo lo instauraron las revoluciones políticas burguesas a fin del Siglo XVIII y fue democratizador frente a las monarquías o los regímenes feudales. Aunque el pueblo trabajador siguió excluido del control de los estados que pasaron a defender la propiedad de los capitalistas, el hecho mismo de votar significó un paso importante en la conquista de derechos políticos.

Producto de consumo

Más de 200 años después ha dejado de ser un avance. En cambio se está volviendo una traba para el ejercicio de los derechos de los trabajadores y, por lo tanto, es cada día más antidemocrático. La participación tradicional en actos o mítines donde el candidato debía someterse a la interpelación de sus posibles votantes va siendo reemplazada por el poder de los medios. Las campañas se vuelven cuestiones de “marketing” que definen tecnócratas a sueldo. Se miden las tendencias de voto como las encuestas de mercado y se diseña “la imagen” de las candidatas y candidatos como la de los artistas de cine. La política se ha convertido en un producto de consumo. Hacer una campaña electoral cuesta millones de pesos. Esto no está al alcance de los trabajadores que desearan expresar sus ideas.
Este mecanismo de reproducción del poder ha buscado legitimarse ampliando la participación a los partidos de izquierda. A diferencias de viejas épocas más burdamente de derecha, hoy las izquierdas pueden presentarse a elecciones y tienen algunos minutos pagos en los medios por un sistema de proporcionalidad de fondos públicos para los partidos políticos. Pero las elecciones no se definen en minutos. Las campañas se ganan por un lado con el control de los medios durante las 24 horas lo que sólo pueden hacer los grandes capitalistas como Macri. Por otro, mediante los mecanismos clientelares de quien controla el Estado (sea este Duhalde o Kichner): los subsidios, los préstamos, los puestos de trabajo en la administración pública, etc.

El 2001 y un ensayo de democracia directa

Esta cuidadosa maquinaria de república representativa mediática fue interpelada, sin embargo, por el estallido popular del 2001 donde la población desconoció el sistema de representación. Cayó De La Rúa y la continuidad del plan económico neoliberal que venía desde Menem, expresado en la figura de Cavallo. El pueblo pidió que “se vayan todos”. Ningún artículo de la Constitución lo había previsto. Se abrió un proceso de participación popular inédito mediante asambleas populares en los barrios y manifestaciones. que pusieron en cuestión el régimen institucional de dominación.
Una nueva forma de ciudadanía empezó a alumbrar. Mucha gente dejó de mirar por la tele como los políticos tradicionales decidían su futuro. En cambio desconfió, salió a las plazas, debatió los temas de la vida política nacional y decidió. Tres presidentes se turnaron en pocos meses buscando contener la voluntad de quienes habían transformado las calles eran parlamentos populares donde el ciudadano se planteaba pensar por sí mismo. Las plazas se resignificaron como espacios de lo público.
Pasaron 4 años y las instituciones tradicionales volvieron a funcionar mientras esas formas nuevas se fueron apagando. Gran parte de los que estaban siguen estando en los poderes estatales con el voto de la misma ciudadanía que pidió que se fueran.
Sin embargo, la experiencia vivida puede ser fuente de aprendizaje de la población como forma alternativa al sistema representativo actual. Los pueblos no sacan enseñanzas de un día para el otro. Pueden madurar en la memoria y reaparecer en experiencias nuevas o perderse. Depende de que esa memoria se ejerza en un sentido u otro. ¿Cuántas veces la escuela enseñó que la Reconquista de la Ciudad de Buenos Aires del poder inglés por parte de las milicias populares de los criollos, mulatos y mestizos fue haciendo madurar en la cabeza del pueblo de Buenos Aires la idea de la Revolución de Mayo que tuvo lugar varios años después? ¿Cuánto hace sin embargo que los manuales están borrando del recorte de Sociales este enfrentamiento?
El Estado es un permanente constructor de memoria desde sus instituciones y toda su liturgia patria. La escuela es poderosa en ese sentido. Cada uno de los hechos que se recortan del pasado supone una opción de quien o quienes así lo dispongan.
¿Estas formas embrionarias de democracia directa que el pueblo ejerció durante la rebelión popular del 2001 no son acaso ejemplos de otra forma de democracia que la escuela debería poner en debate para que nuestros/as alumnos/as tengan la opción de compararlas con las actuales?

La escuela como laboratorio de nuevas ciudadanías

La escuela reproduce modelos de ciudadanía. Durante casi dos siglos reprodujo los de una sociedad autoritaria donde el cuerpo docente, jerárquicamente, decide e impone. La escuela tardía, lenta y desincronizadamente recién hoy ensaya formas de participación representativa con delegados, mediadores y consejeros escolares que sin embargo ya existen en la sociedad.
Pero la escuela puede no ser simplemente reproductora y plantearse en cambio ser laboratorio de nuevas ciudadanías. Si nuestra sociedad ensayó formas de democracia directa, hoy adormecidas, ¿no podemos ensayar esas formas en la escuela? ¿Nosotros/as como docentes no podemos generar propuestas donde las “genias” no sean solo las delegadas sino que alumnos y alumnas sean “geniales” en el momento de deliberar y gobernarse a sí mismos en la vida escolar? No podemos educar para una ciudadanía acostumbrada a “delegar” o a “participar” en los márgenes de lo que otros deciden, sino a deliberar y decidir la cosa pública.