Elecciones en Argentina:

Panorama desde el estribo

La política está devaluada. Las campañas electorales son un testimonio. De instrumento insustituible para cambiar a la sociedad ha devenido, en el período previo a las elecciones, en una larga retahíla de descalificaciones y slogans diseñados por los publicitarios. El origen de este vaciamiento debe buscarse en que la política ha quedado rehén de la economía. Los políticos, durante décadas, han pasado a ser prisioneros -en el mejor de los casos- de los sectores concentrados de la economía y, en el peor, sus representantes. Llegan con los votos de las mayorías y claudican ante una relación de fuerzas extremadamente desfavorable. Las promesas se evaporan y el pragmatismo termina enarbolando la claudicación como lo único posible.

Por Hugo Presman

Es entonces necesario sustraer la agenda de los temas fundamentales que hace al meollo de los problemas para reemplazarlo por la pirotecnia verbal que concluye discutiendo sobre los fuegos artificiales. Ahí aparecen los publicitarios que venden al candidato como si fuera una salchicha, una lata de conserva, un auto o un preservativo.
Aprisionados por la televisión, cada acto político es una representación. La idea televisiva original de Jorge Lanata de representar la noticia con objetos y juguetes, en lugar de la típica escenografía periodística del escritorio y los helechos ha salido a la calle.
Así aparece Mauricio Macri saltando un bache para televisar el deterioro de la ciudad. Luis Brandoni recurre a los equilibristas. Izquierda Unida a los paracaidistas. Elisa Carrió al Génesis. López Murphy a un humor de revista de la calle Corrientes, mientras su agencia publicitaria lo identifica con un bulldog. Rafael Bielsa ve a la virgen mientras sostiene que no es un caniche toys y se arma el escenario para un debate de mascotas en lo de Raúl Portal. Luis Abelardo Patti, coherente con su personaje, propone condecorar a los afectados que hacen justicia por mano propia.
El círculo vicioso se cierra con notable eficacia. Si se es rehén del poder económico en lo macro, se termina prisionero de la agencia publicitaria en lo micro.

¿Es todo lo mismo?

Una cosa es la realidad y otra no percibir los matices. Ver el mundo en blanco y negro cuando existen otros colores es una restricción que suele conducir a un callejón en donde es imposible divisar el menor atisbo de salida. Este es un defecto muy frecuente desde la derecha y la izquierda. Cualquiera de las propuestas implícitas tiene puntos de contactos y márgenes importantes de diferencias. Suponer que da lo mismo el triunfo de Bielsa, Carrió o Macri en Buenos Aires termina siendo funcional fundamentalmente a los intereses más concentrados.
En la Argentina cada elección es mucho más que lo que estrictamente se está votando. Las elecciones legislativas de 1987, 1997 y 2001 precipitaron el acortamiento de los mandatos de Alfonsín y De la Rúa y el principio del fin de Carlos Menem. De manera que los votos, en dos casos y la derrota y descreimiento electoral en otra, produjeron variaciones importantes, luego expresadas también en manifestaciones callejeras espontáneas e inducidas que precipitaron los cambios abruptos.
La derecha tiene sus candidatos con perfiles claros: Macri y López Murphy. El progresismo se anida en la franja que representa Elisa Carrió. El radicalismo se conforma con subsistir en una confederación. Y luego las distintas fracciones de izquierda que encuentran sus mayores posibilidades electorales en las elecciones legislativas donde pueden exhibir candidatos con mucho menor desgaste que las expresiones de los partidos con posibilidades de acceso al gobierno.
La decisión de votar o no votar no resultan, así, indiferentes. La realidad es la que diagrama el menú. Pero por quién hacerlo, eso forma parte de la responsabilidad individual que sería bueno inscribirlo, de ser posible, en un proyecto colectivo.
También es justo resaltar que, como una escena de otro partido, el debate televisivo de los tres principales candidatos de la Capital resultó interesante, de un nivel no habitual para estos eventos.

La sociedad que emergió de la crisis

Pasado los momentos más traumáticos de la crisis que coronó tres décadas de caída económica, franjas importantes de los sectores integrantes de las clases medias sobrevivientes a la catástrofe, adoptaron una actitud cercana a tratar de no ver, o por lo menos que le saquen de su área de observación a los hundidos.
Belindia, la mezcla de Bélgica y la India, se dibuja en cada metro cuadrado de la geografía nacional. Luego de tener más o menos seguros sus ingresos, la seguridad paso a ser el caballito de batalla de los sectores medios. Su crítica a los miserables subsidios destinados a los excluidos, junto con su demanda de tranquilidad y orden, es una contradicción en la formulación del problema.
Junto con sus prejuicios traducidos en actitudes crecientemente intemperantes, otras franjas son receptivas a un discurso que recupera dosis importante de racionalidad, emergente del mensaje implícito del 19 y 20 de diciembre. En ellas hace pie en proporciones variables, el gobierno, Carrió, y los sectores políticos del centro hacia la izquierda.
Los sectores asalariados han sufrido un fuerte proceso de fragmentación de los lazos solidarios consecuencia directa de la desocupación, ingreso inexorable a la exclusión. Los que tienen trabajo están sometidos a las normas legales de la flexibilización y a la competencia cruenta que genera la desocupación.
Los números de la devastación económica y social que arrojó la crisis del 2001, consecuencia directa del estallido de la convertibilidad superó los cálculos más pesimistas. Ningún análisis que pretenda analizar el presente, puede obviar la magnitud de la destrucción que había que remontar.

El matrimonio de la ruptura y la continuidad

Marcel Proust, el notable escritor de “En busca del tiempo perdido”, solía decir: “Un libro es un inmenso cementerio, en donde el nombre de las lápidas se han borrado”.
La frase revela la complejidad de las ideas que son tributarias siempre de un entretejido de aportes de otros. En este caso, la lápida es conocida. La idea que el gobierno de Kirchner implica una convivencia entre la continuidad y la ruptura es del ensayista y periodista Alejandro Horowicz. A partir de ese disparador se puede analizar el matrimonio inestable que se produce entre un pasado traumático, la ruptura parcial con el mismo y un futuro incierto.

La ruptura

El hecho central de la ruptura con el pasado está expresado en las jornadas del 19 y 20 de diciembre. En esos dos días, como en todos los hechos que le ponen una bisagra a la historia, se exteriorizó un corte que puso fin a 30 años de retrocesos iniciado en el Rodrigazo, en la liquidación del modelo de sustitución de importaciones que manifestaba síntomas de agotamiento, pero que aún en su debilidad fue necesario reducirlo en forma brutal y despiadada con “desapariciones” y campos de concentración. Los restos sobrevivientes del modelo le estallaron a Alfonsín con la hiperinflación. La herida que este traumático hecho produjo en la memoria colectiva fue de tal magnitud que facilitó la instalación del modelo de economía abierta y privatizaciones apoyado en la viga maestra de la convertibilidad, que perduró insólitamente diez años con la aquiescencia de victimarios y víctimas.
El estallido final fue brutal, con la explosión de la acumulación de desaciertos añejados durante una década. La crisis superó en profundidad a la de 1930. El sistema político implosionó y desembocó dificultosamente en las elecciones del 27 de abril, de la que surgió un cuasi empate entre la continuidad y la debilidad, en un escenario surcado por el “que se vayan todos” Solo en el frustrado ballotage las encuestas reflejaron el poderoso rechazo de la sociedad hacia la continuidad corporizada por Carlos Menem.
Kirchner recogió con su debilidad y sus limitaciones, pero con fina intuición, el cambio escrito en las calles con los pies movilizados y su treintena de muertos.
La economía quedó subordinada a la política y las víctimas encontraron que las puertas de la Rosada se abrían. El lenguaje floreció con conceptos olvidados: equidad, justicia, distribución del ingreso, deuda interna, Derechos Humanos, remoción de la Suprema Corte, limpieza en las fuerzas armadas y de seguridad, confrontaciones verbales y algunas concretadas favorablemente con los poderosos, negociación diferente con los bonistas y un discurso diferente con los Organismos Internacionales, apertura tímida de ramales ferroviarrios, aumentos de las remuneraciones como cambio de tendencia, restablecimiento parcial de la legislación laboral, postergación del aumento de tarifas de las privatizadas
En una fulgurante alquimia, el presidente elegido con el 22% pasó a ser acusado de tendencias hegemónicas.

La continuidad

En estos 29 meses, el gobierno se distanció y finalmente se acercó a una red inmovilizadora constituida por el aparato político de la provincia de Buenos Aires y de los variados feudos provinciales.
Fruto de la devaluación y de excepcionales condiciones transitorias del mercado internacional, se ha producido un fenómeno de sustitución de importaciones y generalizado mejoramiento de las economías regionales. Pero el inequitativo sistema de distribución del ingreso sigue intacto y se corre el riesgo cierto que este tiempo difícilmente repetible se desperdicie sin crear las bases de un nuevo modelo que no esté basado exclusivamente en el tipo de cambio y en los precios ventajosos de los productos primarios exportables.
El gobierno propone un esquema de capitalismo nacional pero no cuenta con los actores e instrumentos y no actúa para ir reemplazando lo que falta. No reconstruye el Estado que sustituya una burguesía nacional casi inexistente que, cuando ocasionalmente aparece, manifiesta una mezquindad apabullante.
Al Gobierno ni se le ocurre implantar un nuevo sistema impositivo que mejore significativamente la distribución del ingreso para reconstruir el mercado interno. O apropiarse de la aduana para que no sea un colador donde perece un tipo de cambio competitivo de tres a uno. Ni desmantelar el enclave neoliberal del Banco Central que sostiene bancos obesos con PyMEs anoréxicas de créditos. Mucho menos, profesionalizar y eficientizar el Estado para que controle, regule y actué activamente en el mercado. Ni discutir un modelo industrial con especialización en áreas básicas que equilibre la primarización de la economía y vaya abriendo la puerta para que ingresen los excluidos. Ni hablar de recuperar un recurso estratégico como el petróleo. La pobreza, la indigencia, el hambre, las neuronas perdidas en las infancias miserables, no pueden esperar. Los superávit fiscales y comerciales acumulan reservas, mejoran los índices macroeconómicos, pero no dispersan las pesadillas en que están sumidos millones de argentinos.
Las cañerías se han vuelto a llenar provisoriamente de agua pero como no se aumentan las canillas, los beneficiarios siguen siendo fundamentalmente los mismos. Por eso hay pequeños enclaves nacionales que parecen habitados por ciudadanos del primer mundo.
Belindia, la existencia de por lo menos dos países en uno, es un atentado a la justicia y un impedimento severo para iniciar la marcha hacia un país más integrado.
El gobierno tiene grandilocuencia en las palabras y pequeñez en la asignación de las partidas. Por ejemplo: los ferrocarriles necesitan fuertes inversiones porque su deterioro es incompatible con su capacidad de transporte en condiciones dignas y modernas. Lo destinado a su recuperación es una limosna. Y esto se traduce en cada uno de los temas a tratar y solucionar desde ciencia y tecnología a obras públicas.
Incluso la negociación de la deuda externa, aunque esto no `puede imputarse al actual gobierno, concluyó con un monto remanente similar al consignado al momento de declararse el défault.
En este escenario político, el gobierno carece de una oposición política real. Su verdadera oposición es la realidad.

El matrimonio de la ruptura y la continuidad

Este matrimonio condiciona la suerte histórica del gobierno de Kirchner. La continuidad no le asegura el apoyo del establishment que desconfía de sus discursos y procedimientos, muy lejos de las alfombras rojas desplegadas en épocas recientes.
Es cierto también que, en la misma sociedad la fragmentación de la derrota y el retroceso bestial de décadas acentúan las prácticas y actitudes conservadoras lo que vuelve incierto el resultado final de la convivencia antagónica.
El Gobierno le rehuye a la movilización y al debate, la alternativa para avanzar y crear una base de sustentación sólida y no la precaria de la opinión pública. Se recluye en su círculo íntimo y minúsculo, que además está surcado por miserias incompatibles con la magnitud de los problemas de cuya resolución depende la vida o la muerte de millones de argentinos.
Cuando el peso de la situación se vuelve demasiado apremiante esboza proyectos mágicos que en días se diluyen como un helado al sol.
El 19 y 20 de diciembre, más allá de las intenciones e intereses que se movilizaron, fue el fin de un ciclo, como el 17 de octubre de 1945 y el 29 de mayo de 1969.
En el camino quedaron desactivadas algunas de las creaciones originales de aquellos días.
El gobierno, refleja en sus rupturas, lo mejor de aquellos días. En sus continuidades, quedan expuestas sus limitaciones y las de una sociedad más dispuesta, en muchas de sus franjas, a disfrutar la salida de los abismos de la crisis que de consolidar la recuperación.
Como consecuencia de los idus de diciembre, la opinión pública manifiesta un creciente hartazgo con los organismos internacionales, un descreimiento crítico hacia las catedrales de los noventa que fueron los bancos, una irritación sostenida sobre la prepotencia y arbitrariedades de las privatizadas, una reconsideración positiva sobre el Estado y la necesidad de su presencia activa y una posición más crítica sobre le entronización del mercado como una deidad.
No alcanza con administrar con prolijidad la crisis. Se trata de volver a ser un país
Estamos como Marcel Proust, “En busca del Tiempo Perdido”. Si no se lo encuentra, o se lo desperdicia más allá de circunstanciales euforias, será sólo tiempo perdido. Y en ese caso “La historia no nos absolverá”.

Panorama electoral desde el estribo

El gobierno ha avanzado en la toma de la fortaleza del duhaldismo en la provincia de Buenos Aires, utilizando métodos duhaldistas. Su triunfo amplio figura en todas las encuestas.
La derrota del ex Presidente puede provocar dos alternativas futuras: su alineamiento con la derecha de Mauricio Macri -en cuyo tránsito perdería buena parte de las intendencias que le responden-. La otra es que se encolumne con el pragmatismo y verticalidad justicialista bajo la hegemonía del triunfador.
En Capital el panorama es mucho más parejo. Macri con un segundo puesto sale debilitado políticamente, pero ampliamente fortalecido con relación a su socio López Murphy, que camina alegremente a un harakiri en la provincia de Buenos Aires. Elisa Carrió, típica representante de un progresismo muy sujeta al “quiero pero no puedo”, estaría en condiciones de alzarse con el triunfo con lo que el Parlamento recupera una legisladora importante. En los últimos meses se observa, de su parte, importantes avances hacia la reconciliación con el establishment: propone bajar las retenciones, se conduele por el retiro de la empresa de aguas Suez, acentúa su posición crítica de Hugo Chávez.
Si Néstor Kirchner decide desplegar en la Capital la actividad proselitista que realiza en la provincia de Buenos Aires, podrían producirse cambios en la ubicación en el podio. La estrechez de las diferencias permite aventurar en ese caso un final de bandera verde. De no ser así, el tercer puesto de Rafael Bielsa, parece irreversible.
En el resto del país el Gobierno tiene resultados variables, pero con una presencia nacional de la que carecen Macri y Carrió.
Los que apoyen al Gobierno lo harán en función de sus rupturas con el pasado. Los que desconfían, temen consolidar un poder que en su continuidad sólo haga cambios cosméticos a los ´90.
Con todas sus limitaciones, con un discurso largamente alejado de los hechos, el Gobierno -paradojalmente- está a la izquierda del grueso de la sociedad argentina. Y parece una propuesta más audaz, dentro de su enorme timidez e insuficiencia, que las que tiene enfrente con posibilidades de hacerle sombra.
El Gobierno ha ido disminuyendo sus ansias transformadoras que caracterizó a los primeros meses de la primavera. La duda que promueve el optimismo o el escepticismo es si ese mayor poder se aplicará para avanzar en las transformaciones o meramente para administrar la salida de la crisis y garantizar la reelección.