A propósito de Rosh Hashaná 5766 y Iom Kipur

Un cuento sin final

Me preguntaba qué diferencia a un ser humano de otro. Algunos valores comunes son los que definen una comunidad: todos, sin perder la identidad individual, dentro de un mismo colectivo. Valga, entonces, esta siguiente reflexión en vísperas de un próximo Rosh Hashaná (año nuevo judío) y el Iom Kipur (Día del Perdón).

Por Guillermo Lipis

Esta es la historia de un hombre y su valija. Mejor dicho, de muchos hombres y una sola y misma valija. Una valija que transportó, a lo largo del tiempo, retazos de una historia judía plagada de persecuciones.
Este cuento comienza en la Rusia zarista y llega hasta hoy, acá, junto a ustedes -junto a nosotros-, en un extraño cuento sin final.
La valija viene pasando de mano en mano en una posta generacional interminable. Cada persona que aceptó llevarla le fue agregando contenido, la fue llenando de historias, recuerdos, enseñanzas y experiencias.
Cada uno de ellos, por esto de la discriminación de algunos poderosos, intolerantes, megalómanos o -sencillamente- antisemitas, debió marcharse hacia un nuevo exilio. Una marcha forzada con el claro mandato de no abandonar la valija.
Fue así que cambió la Rusia zarista, primero, y bolchevique después, por una Europa que los llevó engañados a una civilización que se decía madura, libertaria y central en el desarrollo del conocimiento.
Pero ese iluminismo sólo sirvió para encender la luz de la intolerancia, el odio y el Holocausto.
Podemos preguntarnos por qué, pero nunca habrá respuesta racional que conteste al drama de seis millones de hermanos muertos.
Sin embargo la valija sobrevivió gracias a la custodia que de ella hicieron adentro y afuera de los campos donde se perpetraron los asesinatos. No fue fácil cuidar la valija cuando apenas si el hombre podía cuidarse y preservarse a sí mismo. Pero hubo una determinación que marcó la fortaleza moral acerca de la decisión de abrazarla y preservarla. De llevarla más allá de los tiempos, los años y las tragedias.
La valija continuó llenándose, acumulando más dolor, experiencias, alegrías y esperanzas. La abrían para buscar respuestas que a veces encontraban fácilmente. Otras no, había que revolver un poco más, indagar en el espíritu más profundo, en el alma de ese cuerpo que recorrió añares llevando esa herencia cultural en su interior.
Aquí o allá, luego de la Shoá debió recuperarse, caminar a pesar de la tragedia, erguirse mientras buscaba una respuesta que no pudo encontrar fácilmente. Se estableció en otras partes del mundo, intentando reivindicar su condición humana recreando su propio Estado.
La dispersión, entonces, continuaría, pero la luz de cada comunidad judía convergería en un solo punto: Israel. El lugar donde retroalimentar la identidad necesaria para seguir transportando la valija. Allí cargó más espíritu, toda una historia épica y el modelo de solidaridad provisto por aquellos sobrevivientes de la guerra que a pesar de tanta muerte, seguían creyendo en que otro mundo mejor era posible.
Contra tanto odio y asesinato, más amor por la vida.
Contra tanta catástrofe, más esperanza.
Contra tanta lágrima, algo de sonrisa.
Contra tanta pobreza, más solidaridad.
Todo esto también es el judaísmo; así que lo cargaron en la valija para que nadie olvide, para transmitirlo, otra vez, de generación en generación. Para salir a los caminos y anunciarlo en cada comunidad como un cometa al viento (atravesando cielos y espacios, generaciones y tierras).
Hacia donde fuera necesario iba la valija con alguien siempre dispuesto a llevarla. De mano en mano, febrilmente y con la responsabilidad de un mensajero hacia el Olimpo, siempre hubo alguien preparado para conducirla a donde fuera requerida.
Hace más de 100 años llegó a estas costas donde, actualmente, vive rodeada de una comunidad importante y vital que la sigue llenando y, cada tanto, cambia de manos.
Los atentados a la Embajada de Israel y la AMIA, o el descalabro económico de principios de este siglo 21 volvió a poner a prueba la fortaleza de su portador y la vigencia del contenido.
Muchos hermanos muertos en los dos atentados y muchos más cayendo del sistema pauperizados por la situación, volvía a hacer necesario revolver al interior de la valija para encontrar las respuestas adecuadas en ese equipaje milenario.
Sea quien fuere el portador del equipaje, la tradición marca la responsabilidad de ese representante comunitario. Ellos, a lo largo de la historia, deben erigirse en los tranmisores y la memoria viviente de los muertos en los pogroms (que nos dejaron su enseñanza), de las víctimas del antisemitismo (que nos muestran su herencia y dolor provocado por la intolerancia), de los asesinados en los campos (que nos dejaron el mandato imperativo del ‘Nunca Más’), de los fundadores del Estado de Israel (que nos enseñaron que en el drama también hay esperanza y realidades contundentes), de los muertos en los atentados perpetrados en Argentina (que ratifican que el brazo de la guerra llega lejos, bien lejos), o de los caídos en situación de pobreza pero que no olvidan ni reniegan de su condición judía.
Nadie nunca pudo ni con la valija ni con el portador. A veces mejor, a veces peor, la valija llegó a donde era necesaria, donde la requerían, donde promovería solidaridad, alivio y recordación.
Nunca fue abandonada. Y hoy estamos aquí para reconfirmar que podemos ser sus portadores.
Todos los hombres de buena voluntad estamos aquí. Ella y nosotros estamos aquí.
Si alguna vez nos perdimos mutuamente, los días que median entre Rosh Hashaná y el Iom Kipur, tal vez, resulten un buen momento para el reencuentro, una buena oportunidad para reconstruir el puente necesario para asumir un nuevo transporte en este viaje hacia el futuro. Como decíamos al principio, en un extraño cuento sin final…

Shaná tová umetuká (feliz y dulce año nuevo) a todos quienes han transportado la valija sin traicionar las convicciones comunes y sociales; a quienes no olvidan a sus muertos; a quienes buscan justicia, pero de la verdadera y no utilizan los tribunales o la política para un equivocado y perverso beneficio propio; a quienes no traicionan; a quienes no mienten y, sobre todo, a quienes aman en serio y creen en lo que hacen.