La Vanguardia -5 de septiembre de 2005-:

Orgulloso de ser israelí

Los lectores de ‘La Vanguardia’ saben que nunca he intentado ocultar los fallos de la política israelí y nunca he dejado de ser crítico con ella. Por tanto, ahora deben creerme si les digo que últimamente, en estos días pasados que han resultado ser tan difíciles por la desconexión y la evacuación de los asentamientos de colonos de la franja de Gaza, me siento orgulloso y satisfecho de ser israelí. Aquí, todos nosotros temíamos que se produjera una guerra civil, que hubiera duros enfrentamientos. Temíamos ver derramamiento de sangre y actos mezquinos por parte de ambos lados: los que evacuaban y los evacuados. Sin embargo, después de todo, la desconexión se ha producido sin una violencia especialmente grave.

Por Abraham B. Yehoshua

Conviene recordar que hemos sido testigos de un hecho excepcional: la evacuación no se ha hecho a cambio de un acuerdo de paz total o parcial con los palestinos. Ellos no nos prometieron nada a cambio de la retirada militar y la evacuación de los colonos. Tan sólo aludieron oralmente al hecho de que frenarían los actos de terror durante los días en que se llevase a cabo la desconexión y nada más. No había ninguna garantía de que tras la evacuación no continuasen lanzando cohetes contra poblaciones dentro ya de las fronteras del Estado de Israel. A pesar de que en la Knesset (Parlamento israelí) la decisión fue aprobada por amplia mayoría, las encuestas de opinión daban un apoyo menor y no tan rotundo a la evacuación.
Ha de quedar claro que la evacuación de ciudadanos de las casas donde llevaban viviendo durante años no es fruto de una derrota militar en una guerra. Desde el punto de vista militar, Israel podría haber mantenido su presencia en la franja de Gaza muchos años más, si bien con ciertas pérdidas humanas, pero no tantas para que la sociedad israelí no pudiera soportarlo.
Y con todo, la joven democracia israelí ha vencido y a lo grande. Los opositores a la desconexión no han traspasado los límites de la ley. Se ha mantenido una fuerte solidaridad en el pueblo. Los ciudadanos que estaban a favor de la evacuación no han intervenido en el conflicto, no han intentado encender los ánimos ayudando al ejército o a la policía. A pesar de que quienes se oponían a la evacuación contaban con un apoyo muy activo entre los colonos de Judea y Samaria, hasta el punto de que muchos de ellos se trasladaron los últimos meses a la franja de Gaza y al norte de Samaria con el fin de ayudar a los colonos de allí; y a pesar de que los colonos y quienes los apoyaban tenían un claro interés en crear en el país una intensa sensación de trauma a fin de evitar futuras evacuaciones de otras zonas, lo cierto es que al final la mayor parte de los colonos han llevado a cabo una resistencia pasiva. Y lo que es más importante: pese a que los rabinos extremistas llamaban a los soldados y policías a no participar en la evacuación, la mayoría de los soldados y policías religiosos (y eran muchos) acataron las órdenes del ejército y no las de los rabinos.
Además, el hecho de que tantísimos israelíes compartan la experiencia del servicio militar obligatorio dio lugar a encuentros emocionantes entre oficiales encargados de la evacuación y sus antiguos subordinados o superiores en el pasado y a los que ahora debían hacer salir de sus casas.
Evidentemente esta evacuación aún tendrá que ser analizada desde muchos puntos de vista: político, religioso, sociológico y cultural. No obstante, en esta fase sí quisiera destacar cinco aspectos sobresalientes:

Primero. La contención de las fuerzas de seguridad ha sido real, auténtica, no teórica. El principio de firmeza y sensibilidad ha sido acertado y ha quedado muy bien grabado en la mente de todos los miembros de la policía y el ejército. Los soldados y los policías han escuchado con paciencia y frialdad insultos personales o han visto cómo los colonos rasgaban la bandera de Israel. Han sido testigos de escenas horribles donde se manipulaban los sentimientos de los niños, como el caso de aquel padre que le entregó su hija de dos años a un policía y le dijo: «Tómala. Ya no la quiero». Es de destacar la contención de los policías, ya que generalmente deben reaccionar con firmeza ante cualquier insulto o falta de respeto. Pero, en este caso, lo que realmente ha primado ha sido la eficacia en la evacuación. También el hecho de que altos mandos hayan estado todo el tiempo sobre el terreno e incluso parte de ellos hayan participado materialmente sacando a gente de sus casas ha contribuido en gran manera a que la evacuación se haya llevado a cabo adecuadamente. Por otro lado, el hecho de que hayan sido mujeres (policías y soldados) y no hombres quienes se hayan encargado de la evacuación de las mujeres también ha hecho que el trauma haya sido menor para ambas partes.

Segundo. La cólera de los colonos se ha dirigido hacia una única dirección: Ariel Sharón.
Como si él solo fuera quien hubiera decidido la desconexión y no hubiese más responsables. Como si a través del poder de una dictadura absurda Ariel Sharón hubiera logrado hipnotizar al país para que optase por el plan de evacuación. Los colonos no han hecho ningún esfuerzo por entender los aspectos militares y económicos que han llevado a esa decisión. Por ese motivo, durante el periodo de evacuación no ha habido ningún intento de culpar al bloque pacifista y a la izquierda como están acostumbrados a hacer los colonos. La ira tampoco ha ido dirigida hacia ministros que habían apoyado la evacuación. El mismo Ariel Sharón, al que los extremistas de derechas llamaban en el pasado el rey de Israel, se ha convertido ahora en un demonio o, en el mejor de los casos, en alguien que se ha vuelto loco de remate. Para los colonos era como si el primer ministro estuviese totalmente desvinculado del pueblo. Como si no hubieran escuchado durante años a muchas personas de distintos sectores políticos que les decían que llegaría el día en que tendrían que abandonar la franja de Gaza. El hecho es que no veían al primer ministro como a un político que actúa llevado por la realidad y por imperativos políticos, sino como a una especie de rey bíblico malvado al que se le había ido la cabeza.

Tercero. Por otro lado, las explicaciones del Gobierno no resultaron muy eficaces, ya que la mayoría de los políticos y militares que ahora apoyaban el plan de desconexión habían apoyado en el pasado la política de asentamientos. No sólo el primer ministro declaró hace dos años que Gush Katif tenía el mismo rango que Tel Aviv, sino que también lo hicieron otros muchos. Además, nadie del panorama político se atrevía a pronunciar en público algo tan sencillo como: «Estábamos equivocados, perdonadnos, nos equivocamos en el pasado y ahora queremos corregir nuestro error». Nadie pronunció la palabra error. Todo eran justificaciones en torno a cuestiones demográficas y económicas. Tampoco se decía ni una palabra acerca de la injusticia moral que se había cometido con los palestinos arrebatándoles sus tierras y estableciendo núcleos de población en ellas. De forma que la evacuación no ha supuesto una catarsis moral para la mayoría de la sociedad (excepto en los sectores de la izquierda), sino otro cálculo y apuesta que quizás salga bien o quizás no.

Cuarto. Otro asunto que conviene analizar es el uso reiterado de elementos e imágenes de la Shoá: llamar nazis a los policías y soldados, gritarles: «Nos expulsáis de nuestras casas como hicieron en el holocausto», escribirse números en el brazo, llevar el distintivo amarillo como si fueran presos del campo de exterminio de Auschwitz, etcétera. Todo esto nos obliga a todos a hacer una reflexión muy seria y especialmente en las instancias educativas. ¿Acaso no ha sido muy dañino emplear términos relativos al holocausto para expresar sensaciones victimistas? ¿Por qué no se ha fijado en la conciencia del pueblo que existe una diferencia clara y contundente entre los excepcionales y crueles acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y cualquier injusticia que se pueda estar cometiendo en el presente? Y en este sentido también la izquierda es culpable: quienes llamaron nazis a los soldados israelíes en su lucha contra los palestinos o quienes comparan a un árabe obligado a tocar el violín en un puesto de control cerca de Nablus con un judío obligado a tocar el violín delante de los que entran en el crematorio de un campo de exterminio que no se sorprendan de que ahora los colonos les digan cosas parecidas cuando los están sacando de sus casas y los llevan a una casa nueva a diez kilómetros y con su correspondiente indemnización. Las autoridades educativas y políticas tienen el deber urgente de moderar el uso de imágenes del holocausto en el debate político diario, tanto si es entre judíos como si no. Los palestinos no son nazis y no todo antisemita es Hitler ni Goebbels. Se hace necesario establecer una frontera muy nítida entre el holocausto vivido durante la Segunda Guerra Mundial y el presente político de nuestros días.

Quinto. Por último, la cuestión de los rabinos. Pese a que muchos de ellos se opusieron frontalmente a la evacuación, hay que decir que durante los últimos meses vimos a rabinos que apoyaban el plan de desconexión. Eso demuestra una vez más que en los debates políticos no hay una postura religiosa única. Cada uno puede interpretar la Torá a su manera y por tanto lo mejor es relativizar cualquier interpretación.
Vuelvo a lo que decía al principio del artículo. Después de todo, me siento orgulloso del modo en que la democracia israelí ha llevado este tema tan complejo. Estoy orgulloso del comportamiento de la mayoría de los israelíes de ambos lados de la trinchera. Hemos salido fortalecidos de esta difícil experiencia y con una nueva esperanza de que continúe el proceso de paz. Ahora es el turno de los palestinos. ¿Optarán por la paz y la lucha contra el terrorismo o por seguir empleando la violencia en los territorios ahora evacuados de colonos?