El Movimiento Judío por los Derechos Humanos (MJDH) habría sacado su certificado de defunción de haber aceptado el Premio DAIA por lo que gran parte de sus sobrevivientes decidieron preservarla de su mimetización con una DAIA acrítica y que, a fuerza de actos y negociaciones entre bambalinas, intentó imponer una distinción que, tal vez, hiciera olvidar de su ausencia de crítica acerca de su desempeño durante la época del llamado Proceso de Reorganización Nacional. El recepción de esta distinción ya había sido rechazada por el CELS, un mes antes de la entrega de los premios, y que de haber estado con vida el Rabino Marshall Meyer, la Asamblea Permanente por los Derechos Humanos (APDH) tampoco la hubiera aceptado.
En el artículo de la página 18 y 19 de esta edición, el secretario General de la institución, Julio Toker, jura y perjura que fueron traicionados por Herman Schiller; pero, en todo caso, recibieron del co fundador del MJDH, una dosis de su propia medicina: prometieron una autocrítica que no hicieron, y Schiller prometió recibir un premio que el MJDH, orgánicamente, nunca estuvo dispuesto a recibir.
En este juego de espejos, nadie ofrece tanto como el que no piensa cumplir. La DAIA ofreció su máximo premio porque, tal vez, nunca haga la autocrítica. Y Schiller prometió que recibirían el premio porque sabía que el MJDH nunca lo aceptaría.
La DAIA se preocupa por tratar de alinear a una comunidad que no termina de aceptarla como su autoridad política techo producto de las acciones de su actual conducción, que continúa enfrascada en sus propias acciones como un autista crónico. Pero de lo que no se dan cuenta es que reciben lo que dan: promesas vacías de no conducen a ningún lado. Y eso, por supuesto, no es el mejor destino para una institución.