Aparecido en ‘El Periódico’ de Catalunya -14 de agosto de 2005-:

Israel declara en el país el estado de emergencia

Aferrados a la fe como última esperanza y con la amenaza fantasma de la violencia que todos dicen rehusar, los colonos de los asentamientos judíos de Gaza vivieron entre la noche del viernes 12 y el sábado 13 de agosto, el que probablemente sea el Shabat más emotivo de su vida: el último en las colonias antes de que el lunes empiece la evacuación.

Por Joan Cañete Bayle (Desde Israel)

A medida que se acerca el día decisivo, la tensión sube en los asentamientos y en todo Israel, que contiene la respiración y cruza los dedos para que el desalojo de los colonos transcurra pacíficamente. El dispositivo de control ya está en marcha, y las fuerzas de seguridad decretaron el estado de emergencia.
El descomunal dispositivo policial ya era patente en muchos lugares del país, como en Jerusalem, donde por la noche miles de judíos acudieron al muro de las Lamentaciones para marcar el inicio del Tisha B’Av, el día anual de duelo por la destrucción de los templos bíblicos en la ciudad santa. Los policías se desplegaron por miles en la ciudad vieja para evitar que árabes e israelíes se provocaran o cayeran en provocaciones.
En los alrededores de las colonias de Gaza, las fuerzas de seguridad pusieron en marcha los controles de carreteras para evitar la llegada masiva de radicales a las colonias el día antes de la evacuación.

Domingo caótico

En previsión de un domingo caótico, muchos de los colonos que han decidido abandonar voluntariamente sus hogares salieron de los asentamientos inmediatamente después del Shabat, en cuanto anocheció.
Durante todo el sábado, Gush Katif se paralizó, los coches dejaron de circular y los teléfonos de sonar, respetando las prohibiciones de la jornada. Fueron momentos de rezos y cantos en las sinagogas y de comidas comunitarias que, en estas circunstancias, tuvieron un innegable sabor a despedida, por mucho que numerosos colonos expresaran su «fe» en que un milagro de última hora detenga la inflexible mano de Ariel Sharón.
«Ella no lo reconocerá, pero mientras preparaba la cena ha llorado a escondidas», susurraba el viernes por la noche Tzeela Dandon en referencia a su madre, Sara. La familia Dandon -tres hijas, dos hijos, dos nietos de 3 años y 4 meses, el marido de una de las hijas, el novio de otra y una amiga de la familia- se reunió en su casa de Nezer Hazani -el segundo asentamiento más antiguo de Gush Katif- para celebrar la cena del Shabat. «No creo que éste vaya a ser el último Shabat en nuestra casa», dijo Sara durante la cena, dando por zanjado el tema.

El ritual

Buscando una normalidad que todos sabían inexistente, la cena siguió el ritual habitual. Oren, el yerno -cabeza de familia, al estar Sara divorciada-, leyó el Kiddush (bendición del Shabat) y dio el primer sorbo del vino dulce, que después pasó de mano en mano en un vaso de plástico, ya que toda la vajilla estaba ya empaquetada. Después, uno a uno los asistentes se lavaron las manos (el ritual del Netilat Yadaim) y Oren partió y repartió la jalá, el tradicional pan trenzado.
El menú de la cena fue un delicioso cuscús casero cocinado por la propia Sara, recuerdo del origen tunecino de la familia. Los Dandon llevan 30 años viviendo en Nezer Hazani, y durante la cena Sara rememoró cómo la Agencia Judía los instó a emigrar. Las circunstancias económicas los llevaron a vivir en una colonia construida en territorio ocupado e ilegal según la legislación internacional, y ahora deben desmantelar su hogar. «Lo más difícil es dejar la comunidad. Es más que un hogar, es un sitio al que siempre puedes volver, en el que puedes confiar. Nos quedaremos hasta que vengan los soldados», dijo Tzeela mientras su madre forzaba una sonrisa. Cerca, el nieto mayor jugaba entre las cajas de la mudanza, ya listas.